Preámbulo

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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La casa rural tradicional, baserria, es una institución multisecular que ha estado asentada en el mismo territorio desde épocas remotas y ha conservado los rasgos de su paso por sucesivos períodos culturales[1]. Todo ello es expresión no sólo ni principalmente de su antigüedad, sino sobre todo de su adaptabilidad a nuevas situaciones, manteniendo sus características básicas.

En este volumen se estudian la casa y la familia conjuntamente debido a que se ha pretendido describir una casa que está habitada por una familia. No sin razón don José Miguel de Barandiaran recordaba siempre el doble significado que en euskera tiene el vocablo etxea, que quiere decir tanto casa como familia; y de que el vasco se halla ligado a una casa o etxea. Por ello, los conceptos de familia y casa aglutinan el término vasco etxekoak, que designa tanto a los familiares, a los moradores de la casa como al núcleo más íntimo de una familia.

Otro aspecto muy importante a tener en cuenta, y que también ponía de manifiesto don José Miguel en sus trabajos etnográficos, es que la casa no es sólo el edificio donde viven la familia y los animales domésticos sino que el concepto de casa hay que hacerlo extensivo a las construcciones anejas que están tanto cerca como alejadas de la misma, en los campos de cultivo, en el monte e incluso a la sepultura o tumba del cementerio y a la sepultura simbólica o fuesa de la iglesia. Los animales domésticos forman parte de la casa. Mas no sólo los que viven en el establo sino las abejas que ocupan las colmenas dentro o fuera de la casa, hasta el punto de que se les comunicaba la muerte del dueño o dueña de la casa y el nombre de la persona que en adelante ocuparía el puesto del fallecido.

En esta obra no se aborda la casa desde una perspectiva arquitectónica, aunque también se traten ese y otros aspectos, sino desde el punto de vista de la actividad económica –generalmente agrícola-ganadera– a la que se dedica la familia que la habita. Tampoco se describe el caserío “típico” idealizado que ha sido tan frecuentemente representado a finales del siglo XIX y primeras décadas del XX en la bibliografía sobre la casa, incluso dibujado y pintado, y cantado.

Se estudia y se analiza la casa rural tradicional común y se excluyen por tanto los palacios, las casas nobles y edificaciones singulares. Otro tanto ocurre con los edificios públicos o comunes, tales como casas consistoriales, escuelas, iglesias, etc., que no son objeto de atención en esta obra.

Zurutuza (Zututze), Zeanuri (B), c. 1925. Fuente: Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa: Fondo Felipe Manterola, con un particular agradecimiento a su nieto Mikel Manterola.

Si bien la casa en lo referente a su estructura se analiza desdoblada en sus componentes fundamentales, como son el tejado, los cimientos y paredes, y los vanos, además de la distribución interna, la obra cuenta con un capítulo previo donde se describen distintos modelos comarcales de casas de todos los territorios, tanto de casas rurales, de villas, de pescadores, como las viviendas en cuevas de la Ribera navarra.

El contenido de la obra responde a cuatro grandes apartados de la Guía para una encuesta etnográfica de Barandiaran: los correspondientes a la casa, el equipo mobiliar y el ajuar de los que está dotada, la familia, y las relaciones entre los esposos. Los datos recogidos están referidos fundamentalmente al siglo XX, si bien comprenden como antecedentes los últimos decenios del s. XIX y como epílogo las transformaciones ocurridas a finales del s. XX y lo que lleva trascurrido del presente s. XXI. Señalar también que algunos aspectos relacionados con la casa y la familia han sido tratados en otros de los seis volúmenes publicados hasta la fecha de este Atlas Etnográfico de Vasconia.

La casa, etxea, y sus condicionamientos

La casa rural tradicional está inserta en un determinado paisaje y cumple una función. En el territorio de Vasconia, en este como en otros aspectos, –lo hemos señalado en los volúmenes anteriores del Atlas Etnográfico– hay dos zonas diferenciadas: la atlántica, de población dispersa, y la mediterránea, de población concentrada.

Pero esta distinción de las dos zonas –el saltus y el ager de que nos hablaban los romanos– no es tan drástica como puede denotar una apreciación superficial y requiere por tanto ser matizada. En la vertiente atlántica muchas de las casas no se encuentran tan aisladas sino que se concentran en barrios o auzuneak, si bien éstos están con frecuencia alejados unos de otros.

La vertiente atlántica, donde la diseminación de casas es más común y característica, ocupa los territorios de Bizkaia y Gipuzkoa, la Montaña navarra y Vasconia continental. La mediterránea comprende la Ribera navarra y la Rioja alavesa. Entre ambas hay una zona intermedia o de transición que abarca gran parte del territorio de Álava y la zona subpirenaica y media de Navarra.

En las comarcas de población concentrada la familia y la casa se conducen como un elemento dentro de un grupo de casas y dependiente de él en sus funciones. En cambio, en las casas dispersas cada casa y familia se comporta –o mejor diríamos se comportaba– como “un todo” independiente, lo que llevaba consigo la autarquía económica. Algo de esto parece sugerir el vocablo baserria (baso = bosque + herria = pueblo), con el que en amplias zonas del país se designa cada una de estas casas aisladas.

Hay tres factores decisivos en la configuración de las casas. En primer lugar los factores naturales como son el clima, el paisaje, el suelo y el subsuelo en el que se asientan. A continuación los materiales que se tienen –o más bien se tenían– a mano para construirlas y por último, los modos de vida preponderantes, o dicho de otra forma la función a la que están destinadas, que, como se ha adelantado, en la casa rural tradicional es la agrícola-ganadera, pero sin olvidar la pastoril, la pesquera y la urbana. Los propios acontecimientos históricos, como las guerras, migraciones, preponderancias sociales o descubrimientos han dejado también su impronta en los diversos tipos de casas.

En tres gruesos capítulos de la obra se aborda la estructura de la casa desde el punto de vista de los materiales locales que se han utilizado en su construcción, cómo se han levantado las edificaciones y las influencias del entorno. De todas formas, con carácter general se puede señalar que el predominio de la piedra es notorio, al igual que ocurre con la madera para todas las estructuras interiores, sin olvidar que en donde no hay otros materiales o son difíciles y costosos de adquirir, aparece el adobe. En todas partes están presentes los ladrillos para la distribución interior y las tejas para la cubrición.

Erro (N), 1979. Fuente: Itinerarios por Navarra. Montaña. Pamplona. II. Pamplona: Salvat y Caja de Ahorros de Navarra, 1979, p. 100.
Ainhoa (L), 2011. Fuente: Michel Duvert, Grupos Etniker Euskalerria.

Las denominaciones de los elementos constructivos recogidas son las aportadas por los informantes de las localidades encuestadas. Si bien éstos en algunos casos desempeñaron labores de canteros, carpinteros o trabajaron levantando casas, en general no aparecen reflejados términos técnicos que para ellos son desconocidos.

Tampoco se pueden olvidar otros factores más invisibles como son la concepción que se tiene sobre la misma casa y familia, las creencias y tradiciones locales. También estos elementos han influido en la estructura, ornamentación y simbología de la casa, y, sobre todo, en su organización interna.

La casa ha sido protegida, además de por la propia construcción, por una suerte de rituales que evocan las fuerzas de la Naturaleza o la protección divina y de los santos. Los dos elementos que han merecido mayor atención han sido el tejado, que por sí solo tiene significado de lugar de cobijo y protección, y la puerta de acceso a la vivienda. Por ello, mediante determinados ritos, se ha tratado de proteger la casa sobre todo del rayo y de los malos espíritus.

La fachada principal de la casa va buscando el calor y la luz solar, por eso las orientaciones dominantes son la sur-sureste y la este. En los núcleos de población concentrada, como las villas, si bien se procura –o se procuraba– buscar también esas orientaciones, en general es determinante la calle donde esté situada la casa.

La distribución de las distintas dependencias de la casa obedece a la labor que despliegan los miembros que la habitan. Así en una casa rural destinada a labores agrícola-ganaderas es lógico que gran parte de la planta baja esté dedicada a cuadra y ocupada por los animales domésticos, tanto los necesarios para las labores (bueyes, vacas, yeguas, mulos...), como los reservados a la obtención de rendimiento y productos (ovejas, cerdo, gallinas, conejos, etc.). La cuadra o las cuadras, ordinariamente, han estado situadas al norte y los animales en ellas estabulados proporcionan calor tanto a las dependencias de la planta baja como a las situadas en el primer piso (cocina y dormitorios). Esta protección de la vivienda del frío y del calor viene reforzada por la acumulación de hierba seca, helechos o paja en el piso superior. Ahora el ganado se ha sacado a construcciones anejas, fuera del edificio que sirve de vivienda, pero la protección de la casa es mayor, debido a la introducción de buenos materiales de aislamiento y a que las nuevas puertas y ventanas son más herméticas.

Otro tanto puede decirse de las casas de pescadores y de artesanos o quienes desempeñan oficios; la distribución de las estancias domésticas concuerda y está en consonancia con las labores que desempeñan. Esta reflexión no es aplicable a los núcleos urbanos porque en estos casos la casa es solo o primordialmente vivienda y los trabajos que realizan sus moradores tienen lugar fuera del espacio doméstico.

Las construcciones complementarias forman parte de la casa, independientemente de que estén situadas próximas o alejadas de ella. En euskera reciben el nombre de tegi, si bien es más común el empleo de este término en composición con los nombres que especifican su función, como oilategi (gallinero), zerritegi (cochiquera), lastategi o belartegi (pajar), etc.

Además de las casas ordinarias cuya estructura y ornamentación han sido sencillas, en todas las localidades hay casas más encumbradas, que destacan por el tejado a cuatro aguas, la mayor utilización de piedra y de mejor calidad en los esquineros y en los recercos de puertas y ventanas. También se distingue y marca el estatus de una casa y de la familia que la habita la ornamentación y el escudo.

En cuanto al nombre de la casa que “apellida” o apoda a sus moradores, a veces durante generaciones, ha desempeñado un papel relevante la toponimia. El nombre responde en muchos casos a la característica del terreno, su situación, la función que cumple la casa, sin excluir otras denominaciones posibles como la actividad, profesión, oficio e incluso el nombre familiar de quienes la habitan. En el régimen de poblamiento concentrado, como es el caso de las villas, son escasos los supuestos en que la casa es designada con nombre propio.

La denominación de una persona en referencia a la casa perdura en el habla popular de muchos pueblos y aldeas, pero quebró oficialmente cuando los apellidos pasaron a transmitirse de modo patronímico, como si fueran denominaciones del padre y de la madre.

En nuestra cultura el individuo se ha considerado, incluso a sí mismo, referido siempre a un lugar, a un valle, a una comarca, y, más en concreto, a una casa. Esta casa familiar no es algo asentado sólo en el paisaje, sino también, y tal vez primordialmente, un elemento que pertenece al mundo interior, mental y afectivo de cada uno.

Muskildi (Z), 2011. Fuente: Michel Duvert, Grupos Etniker Euskalerria.

El hogar, sutondoa, elemento central de la casa

La posesión del fuego ha transformado profundamente las condiciones de vida del hombre. En torno a ese fuego controlado, que es el primitivo hogar, se va a desarrollar el grupo familiar. Todo lo referente a la casa nació y gira en su derredor. El fuego ha sido el alma y el aliento del hogar; la vida de la familia que habita la casa se mueve a su alrededor.

Como pieza central que es del hogar, el propio fuego ha sido objeto de prácticas rituales. Algunas, como las solsticiales, muy antiguas, y otras, como el fuego de Pascua, más recientes, introducidas por influencia del cristianismo.

Nuestras encuestas han detectado todavía la existencia o, en otros casos, el recuerdo del fuego bajo, beheko sua, central en la cocina, ezkaratza o suetea. Luego pasó a estar adosado a una de las paredes laterales cuidando siempre el tiro y al abrigo de las corrientes de aire y las fugas del calor a través de los huecos abiertos en los muros. Estos fuegos fueron sustituidos a mediados del siglo XX por las cocinas económicas y los antiguos, allí donde se han conservado, han quedado relegados a las labores de la matanza del cerdo. Luego, como se estudia en los apartados correspondientes de la obra, a las cocinas económicas han sucedido otras mucho más modernas (de gas, eléctricas, de vitrocerámica, de inducción).

Junto al fogón o en el desván se ha ubicado en muchos lugares el horno de hacer el pan, con la importancia esencial que este alimento ha tenido en la nutrición humana. Luego el horno se sacó fuera para emplazarlo en un edificio exento.

Guisando en fogón bajo. Apellaniz (A), 1981. Fuente: López de Guereñu, Gerardo. “Apellaniz. Pasado y presente de un pueblo alavés” in Ohitura 0, Vitoria-Gasteiz: Diputación Foral de Álava, 1981. p.51.

Podríamos afirmar que toda la vida familiar transcurre en la cocina, en torno al fuego. En este recinto, antiguamente alrededor del fuego, sutondoan, supasterrean, se realizan las comidas familiares diarias, que en tiempos pasados se tomaban de un recipiente o plato común; se rezan las oraciones familiares y se recuerda a los difuntos; se realizan determinadas labores domésticas; las abluciones matinales se hacían en la fregadera; es espacio de aprendizaje para los jóvenes y de enseñanza para los mayores; se escuchan los cuentos y leyendas de boca de los ancianos; los niños cumplen con sus tareas escolares bajo la atenta vigilancia de los padres o los abuelos, etc. Es la dependencia más cálida de la casa tanto en el sentido físico como en el espiritual.

Incluso hoy día, aunque los aislamientos de las casas y la calefacción han habilitado otras dependencias, la cocina sigue en muchos hogares siendo la pieza más importante de la casa y donde se desarrolla la vida familiar común. Las otras habitaciones están más destinadas a la vida privada, a la intimidad. Recientemente, sobre todo en las casas urbanas, la sala de estar ha cobrado importancia y ha desplazado en buena medida para los cometidos señalados a la cocina.

Los enseres de la cocina antaño estaban dispuestos en función del fuego bajo y del autoabastecimiento de la casa. Hoy se han modernizado y uniformado, pero sigue siendo el fuego o el hogar el que determina su organi zación. En otro tiempo, muchos de los objetos que poblaban la cocina, tales como armarios, alacenas, sillas, bancos y banquetas, etc., estaban elaborados en la propia casa o con la colaboración de un carpintero local, y solían estar fabricados con madera. Tanto en la cocina como en la sala y los dormitorios era más frecuente que de las paredes colgaran imágenes religiosas, que hoy día se han sustituido por retratos familiares y láminas o cuadros.

La traída del agua a los pueblos y después a las casas ha sido un factor de importancia primordial. En tiempos pasados algunas casas disponían de pozos o patines para la obtención del agua. Antes los miembros de la familia se lavaban en el fregadero o en grandes baldes de agua. Los lavabos eran portátiles, se encontraban en la o las habitaciones principales y estaban reservados a las visitas importantes, como la del médico en casos de enfermedad o determinadas visitas. El retrete fue un simple agujero que descargaba sobre el montón de estiércol de la cuadra. El cuarto de baño y aseo como hoy lo conocemos ha supuesto un progreso importante, sobre todo desde el punto de vista higiénico. Para hacer la colada, las mujeres tenían que desplazarse al río o a los lavaderos públicos, que eran lugares donde se hacía repaso a la vida local y a los asuntos cotidianos, resultando, sin duda, un factor de socialización. Estas y otras labores han quedado reducidas al ámbito privado.

En el mundo rural se ha trabajado aprovechando la luz solar, con luz natural desde el orto hasta el ocaso, sin descanso. El ritmo diario y anual de los trabajos de los campesinos y ganaderos ha estado ajustado a las estaciones y a la luz natural. El alumbrado en el interior de la casa era escaso en tiempos pasados. Muy antiguamente sólo la luz que daba la lumbre, luego vinieron distintos artilugios que soportaban velas o candelas, el carburo y el petróleo, utilizados siempre tomando grandes precauciones por el riesgo de incendio, principalmente en la cuadra, el camarote y el pajar. La luz eléctrica es un invento relativamente reciente que supuso un avance considerable tanto para las labores domésticas como por la introducción paulatina de los electrodomésticos. Los inicios de la electricidad fueron con saltos de agua locales de titularidad privada que proporcionaban una luz mortecina hasta que se impusieron las grandes compañías en régimen de monopolio.

Casa y familia

La familia es el núcleo vertebrador de la casa, y las casas con las familias que las habitan dan consistencia y estructuran la vecindad y la sociedad. Tras la familia nuclear, etxekoak, que abarca a los consanguíneos de varias generaciones que conviven en la casa siendo responsables de su pervivencia y continuidad, viene el segundo círculo de parientes, senideak. Este término indica parentesco de sangre o consanguinidad. Son los nacidos en la casa que se emanciparon de ella para ir a vivir a otra y formar una nueva familia. Siguen manteniendo relaciones habituales con la casa originaria, que se manifiesta en la asistencia a las fiestas patronales o en fechas señaladas del calendario anual como Navidad y, sobre todo, la festividad de Todos los Santos en que se honra a los difuntos de la familia. Cuando con motivo de alguna de estas celebraciones, los parientes con sus cónyuges e hijos se reúnen en la casa natal se dice que se ha reunido la familia al completo, familia osoa o familia guztia.

A un tercer círculo más periférico se extiende la parentela, senitartea, compuesta por los consanguíneos en grado más lejano, urrineko senideak, y los allegados, erantsiak. La vinculación de este tercer grupo se manifiesta principalmente con ocasión de entierros y funerales.

El sufijo –tarrak precedido del apellido o del nombre de la casa indica la familia en su grado más extenso, incluyendo a todos los parientes cualquiera que sea el grado, “[Uribe]tarrak” es equivalente al término castellano “Los [Uribe]”. Para designar el linaje o familia troncal en euskera se conoce también el término leinua. Las reuniones plenarias que congregan a la familia extensa, senitartea, han cumplido tradicionalmente una doble función: mantener los vínculos de consanguinidad y honrar a los antepasados. Los difuntos de la familia siguen formando parte de ella. Por esta razón son recordados por los miembros del grupo doméstico en los aniversarios de su fallecimiento y de modo más señalado en la festividad de Todos los Santos.

En tiempos pasados las relaciones de parentesco se han cuidado más que hoy día en que el círculo de relaciones familiares se ha reducido. Actualmente es quizá en la asistencia a entierros y funerales, y casamientos donde más se conservan y manifiestan los vínculos de parentesco.

En otro tiempo los nacidos en una casa se sentían muy unidos afectivamente a la misma, incluso cuando la hubieran abandonado para constituir otro hogar, emigrar o abrazar el estado religioso. No faltaban a las fiestas patronales de la localidad originaria y la familia extensa estaba más unida. El propio sentido del honor si algún miembro del grupo era ofendido se defendía con ahínco por parte de los demás parientes. Hasta los criados que convivían en la casa, compartiendo comida y lecho, eran considerados uno más.

Otro tanto puede señalarse respecto a la ayuda prestada a quien se encontrara atravesando una situación de penuria económica por haber incurrido en ella o por la muerte de la persona que soportaba el peso del mantenimiento y sustento. Los enfados y querellas se consideraban de mayor gravedad entre parientes, y otros familiares trataban de mediar para que se reconciliaran. En resumen, el sentido de pertenencia a una casa y a una familia era mayor, se ha desestructurado la gran familia y los grupos familiares son ahora más reducidos.

Familia bereko lau belaunaldi. Ajangiz (B), 1977. Fuente: Segundo Oar-Arteta, Grupos Etniker Euskalerria.

La voz “familia” en el habla popular tanto en castellano como en euskera tiene también otro significado, es sinónimo de descendencia. Cuando una pareja ha tenido su primer hijo se dice: “Han tenido familia” o “familia izan dute”. Resultaría así que en este sentido una pareja sin hijos no constituiría propiamente una familia. Esta lectura e interpretación hay que darle al refrán vizcaíno del siglo XVI: “Eztai etxerik, ez duena aurrik” (quien no tenga hijos no fundará casa).

La convivencia en una misma casa de familiares consanguíneos pertenecientes a sucesivas generaciones ha sido una de las características de la familia tradicional. Los vínculos que se establecen dentro de este grupo doméstico familiar son particulares. De hecho la consideración de etxeko es más vinculante que la de odoleko o consanguíneo. Esto se manifestaba, por ejemplo, en las prácticas rituales observables en el duelo tradicional y en el tiempo de duración del luto.

Antiguamente las funciones y trabajos de los esposos estaban más delimitados y diferenciados que hoy día. Había que distinguir entre la casa, etxea, propiamente dicha y el área periférica de la casa, etxaldea, que comprendía las dependencias anejas con sus aperos y animales, las heredades y los bosques. Todo ello, en una explotación agrícola-ganadera, estaba destinado a la producción. El área interior de la casa, con el hogar y las dependencias de ella, estaban destinados a la elaboración y distribución de los alimentos, al aseo y al reposo.

Tradicionalmente el ámbito del hombre lo han ocupado las labores que se desempeñan fuera de la casa, sean éstas agrícola-ganaderas, artesanales o de otro tipo. Dentro de ella, el hogar es el espacio de la mujer, con la excepción de la huerta o huerto, baratza u ortua, que está a su cargo, a donde “sale” la mujer. Por el contrario, dentro del recinto doméstico, el hombre “entra” en la cuadra, que está a su cuidado, pero donde también colabora activamente la mujer, principalmente en la atención a los animales menores como el cerdo y las gallinas que suelen estar a su cargo. La mujer era la encargada de atender el culto a los familiares difuntos, gure aurrekoak (los que nos precedieron), y presidía los ritos funerarios en la sepultura o fuesa de la iglesia.

En otros modos de vida distintos del agrícola-ganadero, como son el pastoreo o la pesca, las prolongadas ausencias del marido fuera de la casa obligaban a la mujer a asumir funciones que normalmente hubieran estado encomendadas a él.

Esta distribución de deberes y labores ha sufrido una gran transformación debido fundamentalmente a la incorporación de la mujer al trabajo fuera de casa lo que le proporciona unos ingresos y una autonomía de los que antes carecía. La mujer asume hoy día responsabilidades en todos los ámbitos, laborales, sociales y políticos.

Esas actitudes y costumbres se reflejaban no solo en la vida doméstica sino en “la calle”. El varón acudía a la taberna en compañía de otros hombres, en tanto que la mujer pasaba sus escasos momentos de ocio charlando y jugando a las cartas con sus amigas y vecinas. En pocas ocasiones se les veía juntos salvo en la época de noviazgo, pero después de casados volvían a las costumbres de la soltería. Hoy día acuden y participan juntos en la mayor parte de los actos sociales.

Antiguamente, la jerarquización dentro de la familia era muy marcada y estaba basada fundamentalmente en las categorías de edad de sus miembros. Existían tratamientos de usted, o de berori en euskera, que reflejaban un grado de consideración y respeto a los componentes de determinados estamentos como el clero, los médicos o los ancianos. La generalización del “zu” en euskera o del “tú” en castellano es una señal de que la antigua jerarquización, basada en categorías sociales y de edad ha rebajado su intensidad.

De igual modo y por las mismas razones la autoridad de los padres sobre los hijos era más férrea y autoritaria, sobre todo la paterna. Hoy día es mucho menos dura, y marido y mujer comparten los derechos y deberes para con los hijos. Éstos por su parte se independizan antes que en tiempos pasados, si no económicamente porque a veces tienen dificultades, sí en cuanto a la disciplina y obligaciones domésticas y familiares. La madre, y las otras mujeres de la casa si las hay, siguen teniendo un papel preponderante en la educación de los hijos y están más implicadas en comunicarles los valores culturales y religiosos.

La transmisión del patrimonio familiar era diferente según se tratara de territorios sometidos al régimen foral o al derecho común. Antiguamente, con la finalidad de conservar el patrimonio unido y evitar el minifundio que podía convertir en improductiva la casa familiar, los padres elegían entre sus herederos al que había de ponerse al frente cuando ellos faltaran, y lo implicaban desde el principio en esa misión. En euskera este hijo o hija que se hará cargo de la casa con todas las obligaciones inherentes a ella, recibe el nombre de etxagungai o etxegai, si es varón, y con el tiempo se convertirá en etxagun o etxejaun, y si es mujer se denominará etxekanderea. Esta condición se expresa con la fórmulas “zu etxerako” o “éste o ésta para la casa”. En caso de que el heredero no tuviera descendencia los parientes consanguíneos más próximos, trongalekoak, suelen estar vigilantes para que los bienes troncales no pierdan su condición de tales y evitar que salgan de la línea troncal.

Por el contrario, el derecho común establecía el reparto igualitario entre los hijos de una buena parte del patrimonio, si bien incluso en estos casos se buscaban subterfugios para escamotear el precepto legal y conseguir que no se quebrara la unidad de las tierras.

Estos métodos de transmisión se han alterado al haber perdido la casa la función agraria de la tierra y haber decaído notablemente la actividad pecuaria. El valor de los terrenos ha derivado a la construcción y es frecuente que los hijos se construyan primeras o segundas viviendas en solares cercanos a la casa matriz.

Como resumen podríamos finalizar con la consideración que hacía Barandiaran sobre la familia vasca tradicional: está caracterizada por una suerte de feminismo claramente definido como lo demuestra la aplicación del derecho de primogenitura sin distinción de sexo, el condominio de los bienes aportados al matrimonio por los esposos, la igualdad de éstos en lo civil, la jefatura de la mujer en la vida religiosa doméstica, en los ritos culturales del hogar, de la iglesia y de la sepultura familiar.

 
  1. A este respecto un dato de gran interés es la abundancia y difusión que el tema de la casa ha tenido en la literatura del país.