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Preambulo Ritos funerarios en vasconia

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Siguiendo los temas del cuestionario general que sirve de base para la elaboración de este Atlas Etnográfico, los ritos funerarios descritos en este volumen se encuadran dentro del apar­tado apartado dedicado a los usos del grupo doméstico.
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No se estudian, por tanto, otros ritos mortuo­rios mortuorios que tienen lugar fuera de este contexto co­mo como pudieran ser aquéllos que implican honores cívicos o militares ni los que son propios de co­munidades comunidades de vida religiosa.
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También han quedado excluidos por ahora muchos aspectos referentes al arte funerario. Sus diversas manifestaciones, de indudable inte­rés interés para el conocimiento de las mentalidades acerca de la muerte, serán incluidas en un tra­bajo trabajo posterior dedicado a las artes populares.
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La presente obra se atiene a registrar las cos­tumbres costumbres y los ritos en torno a la muerte que han estado vigentes en Vasconia a lo largo de este siglo. Si en algún momento se ha recurrido a la documentación histórica ha sido con la inten­ción intención de esclarecer el origen de ciertas prácticas constatadas etnográficamente.
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Al igual que en otras regiones de Europa las costumbres funerarias de Vasconia se han desa­rrollado desarrollado en el ámbito de una cultura de marca­do marcado signo cristiano y algunas de ellas incluso en cumplimiento de las normas y ritos establecidos por la Iglesia en su liturgia.
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El ritual funerario católico quedó determina­do determinado en el ''Exsequiarum ordo ''promulgado el año 1614 y ha estado vigente, sin alteraciones nota­blesnotables, durante tres siglos y medio hasta las refor­mas reformas litúrgicas promovidas por el Concilio Vati­cano Vaticano II (1962-1965).
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Aquel ritual de carácter muy esquemático se limitaba a regular las ceremonias propiamente li­túrgicaslitúrgicas. Quedaban fuera de sus rúbricas otros muchos actos funerarios como el lavado y amorta­jamiento amortajamiento del cadáver, el velatorio en la casa mor­tuoriamortuoria, las ofrendas, los refrigerios fúnebres, etc.
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Los ritos funerarios que se describen en esta obra comprenden todas las acciones que de for­ma forma concatenada se producen en la comunidad doméstica y en el círculo de la vecindad en tor­no torno al acontecimiento de una muerte.
=== El legado del tiempo === <!--T:9-->
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En la encuesta llevada a cabo se constata de modo general que para la población de Vasco­nia Vasconia la muerte es el término de un modo de vida y el principio de otra. Subsiste por tanto la con­sideración consideración de que la muerte es un pasaje, un tránsito y como tal está rodeada de precaucio­nes precauciones particulares que se traducen en prácticas y ritos que han de observarse fielmente.
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[[File:7.1_Le_Viatique_XV_Musee_Bonnat_Bayonne.png|framecenter|340px600px|''Le Viatique'', S. XV. Fuente: Musée Bonnat. Bayonne.]]
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El estado físico que precede a la muerte por enfermedad es la agonía. Este proceso es atri­buido atribuido generalmente a causas naturales. Sin em­bargoembargo, marginalmente, se han registrado ciertas concepciones que atribuyen la enfermedad mortal a causas misteriosas como maldiciones o a actos mágicos enemistosos que ponen en ac­ción acción al genio de la muerte denominado ''Herio o Balbea.''
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De un modo más general ciertos hechos natu­rales naturales son interpretados como presagios de la proximidad de la muerte. Según estas creencias la ronda de la muerte es percibida por los ani­males animales domésticos (aullido del perro) o denotada por la presencia de aves nocturnas o sugerida por ciertos hechos vanales como coincidencias, sonidos, etc. Muchos de los presagios de muerte registrados en nuestras encuestas son idénticos a los constatados en otras áreas culturales.
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El enfermo que se halla en este trance es ob­jeto objeto de cuidados y atenciones especiales. Hasta hace unos años estos procesos terminales tenían lugar en casa y los casos de muerte en centros hospitalarios eran más bien excepcionales. Atendido por sus familiares y por los vecinos más próximos el enfermo recibe de sus parien­tes parientes y allegados la obligada visita, ''bizitia, ''que esta­ba estaba establecida consuetudinariamente para los acontecimientos más señalados en el ámbito del parentesco. Estas visitas eran en ciertas ocasio­nes ocasiones motivo de reconciliación entre familiares y vecinos.
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Los cuidados prestados al enfermo no son únicamente de carácter paliativo. La creencia cristiana en una vida mas allá de la muerte soli­cita solicita la asistencia del sacerdote para que el enfer­mo enfermo se reconcilie con Dios y reciba los sacramen­tos sacramentos de la Unción y del Viático, que le conduzcan a la vida eterna.
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Tal como registran las encuestas, hasta hace unas décadas el Viático era llevado de la iglesia a la casa del enfermo por medio de un rito pro­cesional procesional que en las localidades del área medite­rráneamediterránea, así como en las villas y ciudades adquiría gran esplendor por la numerosa participación de gentes. En el área de población dispersa de todas las casas de la vecindad enviaban alguna persona a la del enfermo; allí con la vela en la mano acogían al sacerdote que traía el Viático. En ambos casos esta participación venía a signi­ficar significar que la muerte no era un hecho privado; era un acontecimiento que se situaba en una comunidad humana.
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Ocurrido el fallecimiento, el grupo domésti­co doméstico al que perteneció el difunto entra en el pe­riodo periodo de luto, ''dolua, ''cuya manifestación mas in­mediata inmediata es la interrupción de las actividades ordinarias. Esta situación de duelo profundo se prolongará hasta la culminación del banquete fúnebre que tendrá lugar tras las exequias.. Du­rante Durante este tiempo serán los vecinos más próxi­mos próximos y en casos los parientes que viven en otras casas distintas a la mortuoria quienes asuman la responsabilidad de todas las labores domésticas.
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La muerte es el acontecimiento donde mejor se expresan los vínculos vecinales e incluso la gra­duación graduación de tales vínculos. Merece anotarse la im­portancia importancia que han tenido tradicionalmente las re­laciones relaciones de vecindad en estas situaciones que obligaban a superar las desavenencias que pudie­ran pudieran existir. Las encuestas anotan sin embargo que las tareas antaño encomendadas por la costumbre a los vecinos van pasando progresivamente a ser desempeñadas por los parientes.
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El fallecimiento se anuncia de inmediato a toda la vecindad mediante la campana de la iglesia, ''hil-kanpaia, ''que invita a elevar una ora­ción oración por el difunto. Toques particulares indica­rán indicarán en cada ocasión si el muerto es hombre, mujer o niño. La muerte en las poblaciones concentradas era voceada por la avisadora (vi­llasvillas), mozos (Alava) y auroros (Navarra).
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Sobre la casa mortuoria recae el grave deber de notificar la muerte a todas las familias empa­rentadas emparentadas con el difunto. Esta comunicación ha de hacerse de un modo propio y ha de llegar a los vinculados con parentesco hasta el tercer grado.
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En otros tiempos, una vez fijado el día y hora de entierro, eran los vecinos más próximos los encargados de llevar a cabo estas notificaciones a los parientes distribuyéndose entre ellos las casas y localidades a las que habían de despla­zarsedesplazarse.
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La muerte del amo de la casa, ''etxeko nagusia, ''o de la dueña, ''etxekanderea, ''debía comunicarse antiguamente también a los animales domésti­cos domésticos que habían estado a sus cuidados y de un modo particular a las abejas a las que se encare­cía encarecía que fabricaran más cera, para ofrendar luz en la sepultura de la iglesia.
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Al amortajamiento del cadáver precede un la­vado lavado que evoca un baño ritual: en el agua utiliza­da utilizada para este menester se habrán hervido plantas de laurel o de romero bendecidas el Domingo de Ramos o hierbas del ramo de San Juan Bau­tista Bautista en ''el ''solsticio de verano. Antes de la co­mercialización comercialización de los servicios funerarios esta tarea estaba encomendada a las mujeres de la vecindad o era propia de las que lo ejercían por oficio en la comunidad local como la amortaja-dora, ''hil-bestitzalea, ''o la partera, ''emagina.''
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El cadáver es vestido con sus mejores trajes como para «salir de casa», ''etxetik urten, ''como para «ir de viaje», o revestido con hábitos y sím­bolos símbolos religiosos para obtener más fácilmente la piedad de Dios.
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[[File:7.3_Horma-irudia_Alaitza-ko_elizako_absidean_XI-XIII_mendea.png|framecenter|320px600px|Horma-irudia, Alaitza-ko (A) elizako absidean, XI-XIII mendea.]]
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La antigua costumbre prescribía que el muer­to muerto no debía permanecer solo. Por ello es custo­diado custodiado día y noche por sus familiares y vecinos durante un velatorio, que adquiere las caracte­rísticas características de un funeral doméstico. La casa mor­tuoria mortuoria mantiene abiertas sus puertas y los que acuden a honrar al muerto guardan silencio; la estancia que acoge el cadáver se torna en un lugar de oración. Allí se habrá dispuesto un pe­queño pequeño altar con Crucifijo y candelas encendidas así como agua bendecida el Sábado Santo y el ramo de laurel para que los visitantes asperjen piadosamente al difunto. Al anochecer se con­gregarán congregarán familiares y vecinos para rezar el largo rosario que evoca los misterios cristianos de la redención.
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Un grupo reducido de vecinos velará por tur­nos turnos el cadáver durante las horas nocturnas cui­dando cuidando de que no se apage la lámpara, ''lanpiona, ''que arde junto al cadáver.
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La costumbre local tenía establecido de ante­mano antemano quiénes de entre los vecinos debían de transportar a sus hombros el cadáver hasta la Iglesia. De esta tarea estaban apartados antaño los familiares e incluso los parientes que por razón del duelo de honra tenían que ocupar su lugar propio en el cortejo fúnebre.
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Los porteadores del ataúd, ''hilketariak, ''habían de recorrer aquel camino inalterable e inviola­ble inviolable que vinculaba real y simbólicamente la casa con la iglesia. Estos largos y a veces dificultosos caminos reciben en las áreas de población dis­persa dispersa los expresivos nombres de ''caminos de ente­rratorioenterratorio, andabideak ''(caminos de andas), ''guruzbi­deak guruzbideak ''(caminos de la cruz), ''hilbideak ''(caminos del muerto), ''elizbideak ''(caminos de la iglesia).
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El cortejo fúnebre constituye una procesión que encabezada por la cruz parroquial conduce el muerto a la iglesia. El sacerdote ha acudido a la casa mortuoria para hacerse cargo de este traslado ritual y caminará delante del féretro salmodiando las oraciones preceptuadas. Du­rante Durante el trayecto se harán sonar las campanas que tocarán a muerto.
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En lugares destacados de la comitiva iban an­taño antaño las ofrendas destinadas a la sepultura; la primera vecina o la serora llevaba en un cestillo el pan, ''aurrogia; ''la portadora de la luz, ''ezkoande­reaezkoanderea, ''tenía su emplazamiento propio en el séqui­to séquito de las mujeres. Dos filas de hombres con ha­chas hachas encendidas rodean al féretro que es llevado por los anderos.
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La composición del cortejo reflejaba los vín­culos vínculos familiares y sociales del fallecido. Los pa­rientes parientes que asistían por lazos de sangre o de afinidad formaban el grupo de ''honra ''y siguien­do siguiendo los grados de parentesco ocupaban su sitio tanto en el séquito de hombres como en el de mujeres. Con la intensidad del luto en sus vestidos y, más antiguamente, con los atuendos pro­pios propios de duelo daban a entender su grado de vinculación con el muerto.
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La antigua tradición cristiana establecía la ce­lebración celebración de la Misa por el difunto, colocando su cuerpo en medio de la iglesia. Durante la misa de funeral los lugares destacados del tem­plotemplo, ''luto-bankuak, ''eran ocupados por el duelo masculino, mientras las mujeres de la familia se colocaban ante la sepultura simbólica, ''jarlekuak, ''que tenía la casa en la nave del templo.
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Las disposiciones civiles del siglo pasado pro­hibieron prohibieron conducir los cadáveres a las iglesias con objeto de celebrar las exequias de cuerpo presente.
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Esta contradicción entre los usos anteriores y los nuevos preceptos originó la práctica de de­positar depositar el ataúd en el pórtico durante el funeral manteniendo abiertas las puertas de la iglesia. En ocasiones el féretro era representado por un túmulo.
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Los oficios religiosos prescritos por el Ritual eran comunes para todos los difuntos. Sin em­bargo embargo la celebración de las exequias presentó notables diferencias en el número de los sacer­dotes sacerdotes actuantes, en las luminarias encendidas durante los oficios, en la solemnidad de los can­tos cantos e incluso en el número de misas que confi­guraban configuraban el funeral.
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Estos y otros elementos que diferenciaban la celebración de las exequias estaban determina­dos determinados por las clases o categorías de funeral que estuvieron vigentes hasta las reformas litúrgicas promovidas a raíz del Concilio Vaticano II.
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Las exequias fúnebres no se han limitado al día del funeral. El grupo familiar, los parientes y los vecinos más allegados participaban en de­terminadas determinadas celebraciones religiosas durante el periodo de luto. Entre estos días exequiales es­taban estaban las misas de honra, el novenario que se­guía seguía al funeral, ''bederatziurrena, ''y el «día mensual de almas». El periodo del duelo finaliza general­mente generalmente al cumplirse el año de la muerte con la misa de aniversario, ''urteburuko meza, ''cuya cele­bración celebración era una réplica del funeral.
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Hasta las primeras décadas del siglo XIX fue práctica habitual en Vasconia peninsular el que los muertos fueran inhumados en el interior de las iglesias. Cada casa o familia tenía asignado en la nave del templo un lugar de enterramien­toenterramiento, una sepultura. Cuando posteriormente cons­truyeron construyeron cementerios alejados de los templos, las casas retuvieron las antiguas fuesas en la igle­sia iglesia y siguieron realizando en ellas los ritos mor­tuorios mortuorios de antaño.
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La responsabilidad de activar las luces que ar­dían ardían en ella y de hacer ofrendas en sufragio de los difuntos familiares ha recaído tradicional­mente tradicionalmente sobre la mujer principal de la casa. Esta obligación figuraba antaño en las capitulaciones matrimoniales y la transmisión del cargo de pre­sidir presidir la sepultura de la casa se llevaba a cabo mediante una toma de posesión ritualizada, ''se­pultura sepultura hartzea, ''que tenía lugar en la misa mayor de un domingo previamente señalado.
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La sepultura doméstica se avivaba de manera particular durante la misa de funeral así como en los oficios litúrgicos -Misa mayor y Vísperas-que se celebraban en el periodo de duelo. A lo largo de este tiempo la casa mortuoria deposita­ba depositaba en ella ofrendas de luces, panes y limosnas en sufragio del alma del difunto. A estas ofren­das ofrendas se agregaban las que realizaban en recipro­cidad reciprocidad otras casas del lugar.
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A las luces que ardían en la sepultura se les ha atribuido diversas significaciones místicas re­lacionadas relacionadas todas ellas con la pervivencia del al­ma alma más allá de la muerte. Las ofrendas de pan o de cereal con el paso del tiempo fueron sustituidas por limosnas que se entregaban al sacerdote como estipendio para que rezara ante la sepultura oraciones (reponsos) para que el difunto alcanzara su salvación eterna.
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Hasta mediados de este siglo estas sepulturas simbólicas en las iglesias centralizaron en am­plias amplias zonas de Vasconia el culto a los muertos fa­miliaresfamiliares.
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Por esta razón el sepelio que se llevaba a cabo en el cementerio tenía entonces una importan­cia importancia menor en el conjunto de los ritos funerarios. La comitiva que acompañaba al féretro al cam­posanto camposanto estaba compuesta de un grupo más re­ducido reducido de parientes y vecinos. En muchos casos durante la inhumación del cadáver las mujeres que conformaban el duelo familiar permane­cían permanecían ante la sepultura simbólica en el interior de la iglesia.
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[[File:7.2_Enterrement_Livres_d_heures_XV_Lyon.png|framecenter|340px600px| ''Enterrement'', Livres d'heures, S. XV. Lyon. Fuente: Aries, Philippe. ''Images de l'homme devant la mort''. Paris, Ed. du Seuil, 1983.]]
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En el interior de la casa los familiares y pa­rientes parientes lesionados por la pérdida de uno de sus miembros celebrarán su solidaridad en una co­mida comida en la que se rezaba por el difunto así co­mo como por todos aquellos que anteriormente «sa­lieron «salieron de la casa». Estas preces estarán dirigidas por el sacerdote o el vecino más próximo a la casa y en el banquete tomarán parte aquellos vecinos, ''mezakoak, ''que aportaron la limosna pa­ra para celebrar una misa en sufragio del difunto.
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Durante un periodo que estaba establecido por la costumbre local la familia quedará some­tida sometida a ciertas restricciones en su vida de relación social. Durante este tiempo asistirán a los oficios exequiales en la iglesia y sus vestidos llevarán las marcas de luto que corresponden a su grado de parentesco con el muerto.
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[[File:7.4_Un_enterrement_a_Ornans_fragment_Peinture_de_Gustave_Courbet_1849_Musee_d_Orsay_Paris.png|framecenter|600px|''Un enterrement à Ornans'' (fragment). Peinture de Gustave Courbet, 1849. Musèe d 'Orsay. Paris. Fuente: Bornay, Erika: ''El siglo XIX''. Tomo VIII de ''Historia Universal del Arte''. Barcelona, Edit. Planeta, 1986.]]
=== Transiciones contemporáneas === <!--T:52-->
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El cuadro trazado anteriormente recoge a grandes rasgos el conjunto de los ritos funera­rios funerarios que hasta tiempos recientes han estado en vigor en las poblaciones encuestadas.
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Este sistema ritual vivido y recordado por nuestros informantes se ha visto profundamen­te profundamente alterado en un periodo de tiempo relativa­mente relativamente corto.
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Todas las encuestas vienen a señalar que uno de los momentos más importantes en este pro­ceso proceso de cambio tuvo lugar a finales de los años sesenta cuando se aplicaron en las exequias las reformas promovidas por el Concilio Vaticano II.
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A raíz de esta reforma se volvió a la antigua práctica de celebrar funerales de cuerpo pre­sente presente y se suprimieron los catafalcos o túmba­nos túmbanos que se instalaban en medio de la iglesia sustituyendo al féretro ausente.
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Mayor incidencia tuvo en las costumbres fu­nerarias funerarias la posibilidad de celebrar las misas exe­quiales exequiales por la tarde. Esta práctica se generalizó rápidamente por ser más adecuada a los cam­bios cambios que se habían operado en el mundo del trabajo pero trajo consigo la supresión de aque­lla aquella comida o banquete que, a modo de conclu­sión conclusión de funeral, reunía a todos los parientes y allegados en la casa mortuoria.
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El antiguo funeral se simplificó con la supresión del canto del oficio de difuntos (noc­turnosnocturnos) y se abandonó el uso del latín. La nueva liturgia con las lecturas de los libros sagrados en lengua vernácula y con sus cantos pascuales pre­senta presenta una faceta menos dramática y más bene­volente benevolente del misterio cristiano de la muerte.
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Durante estos años se cambió también el mo­biliario mobiliario en muchos templos colocando bancos corridos que ocupaban toda la nave. Las fuesas o sepulturas simbólicas fueron relegadas y se desvaneció con ello la antigua costumbre de ofrendar luces y limosnas en sufragio de los di­funtos difuntos sobre la sepultura familiar. Bien es ver­dadverdad, como se anota en varias localidades en­cuestadasencuestadas, que la decadencia de esta práctica había comenzado anteriormente. Desde prime­ros primeros de siglo en las iglesias urbanas las antiguas sepulturas domésticas habían quedado reduci­das reducidas a una única, de carácter colectivo, que era atendida durante el periodo de duelo por la fa­milia familia del recientemente fallecido.
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La desaparición de esta sepultura simbólica ubicada en el interior de la iglesia desplazó de lugar el culto a los difuntos; en adelante fue cobrando mayor importancia el cuidado y el or­nato ornato de las sepulturas del cementerio y allá se trasladaron las ofrendas de luces que posterior­mente posteriormente fueron sustituidas de modo general por ofrendas florales. Esta observación atañe espe­cialmente especialmente a Vasconia peninsular. En el País Vas­co Vasco continental donde el cementerio rodea a la iglesia, sus tumbas han sido desde antiguo obje­to objeto de ritos de ofrenda y de sufragios. En todo caso la vinculación entre el mundo de los vivos y el de los difuntos que encontró su expresión ritual en el espacio de la iglesia se ha visto ate­nuada atenuada con la construcción de nuevos cemente­rios cementerios y su traslado a las afueras de los núcleos de población.
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Pero las transformaciones en las prácticas fu­nerarias funerarias no han obedecido únicamente a las modificaciones introducidas en la celebración de las exequias en la iglesia.
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Uno de los hechos más destacables en este proceso de cambio es el crecido número de fa­llecimientos fallecimientos que acaecen en centros hospitala­rios hospitalarios o en residencias detinadas al cuidado de ancianos; de modo que hoy en día «morir fuera de casa» es un hecho frecuente.
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En estos casos todos los ritos mortuorios que tenían lugar en el ámbito de la casa quedan anulados: la recepción del Viático, el amortaja­miento amortajamiento del cadáver, la preparación de la estan­cia estancia mortuoria, la participación de los vecinos en el velatorio. Incluso la casa misma deja de ser el punto de donde parte la comitiva fúnebre que llevará procesionalmente el muerto a la iglesia.
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Este traslado que constituía el rito funerario por antonomasia quedará reducido a un acto de recepción del cadáver en el atrio de la iglesia momentos antes de comenzar la misa del fune­ralfuneral.
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Excepción hecha de algunas localidades rura­les rurales el desfile a pie del cortejo fúnebre -lo que popularmente se conocía como «el entierro»-ha desaparecido prácticamente y con la intro­ducción introducción de coches fúnebres cayeron en desuso los antiguos caminos mortuorios por los que de­bía debía transcurrir el cortejo desde la casa hasta la iglesia.
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Hasta hace unas décadas la muerte era un acontecimiento que tenía lugar normalmente en el ámbito de la vecindad. Este hecho otorga­ba otorgaba a la casa mortuoria un intenso protagonis­moprotagonismo: la familia del difunto se convertía en el cen­tro centro de las atenciones de los vecinos y mientras el cadáver permanecía en la casa, ésta adquiría un marcado carácter sagrado.
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Han sido precisamente los ritos que se desa­rrollaban desarrollaban en la casa mortuoria los que mayor detrimento han sufrido en el conjunto del ri­tual ritual funerario. En este hecho constatado en nuestras encuestas ha influido, entre otras cau­sascausas, la mutación operada en las relaciones de vecindad actualmente menos interdependientes debido al desplazamiento de los centros de tra­bajo trabajo fuera de este marco.
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En esta nueva situación el acontecimiento de la muerte se retrae en gran medida a la esfera familiar y las tareas que antes asumían los veci­nos vecinos son ahora desarrolladas por los familiares y parientes. En los casos en los que el enfermo permanece en casa el sacerdote le llevará el Viá­tico Viático privadamente, sin la asistencia del vecinda­riovecindario. Una vez fallecido las personas más allegadas acudirán a dar su condolencia a la familia y se detendrán unos instantes ante el féretro que contiene el cadáver. El rezo del rosario que con­vocaba convocaba a todo el vecindario en la casa mortuoria tendrá lugar en la iglesia. El velatorio como rito funerario doméstico deja de practicarse.
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Otro de los hechos que ha repercutido en las costumbres en torno a la muerte ha sido la co­mercialización comercialización de los servicios fúnebres. Duran­te Durante la segunda mitad de este siglo empresas y agencias funerarias fueron extendiendo sus servicios hasta las localidades más apartadas y asu­mieron asumieron progresivamente las tareas y funciones que hasta entonces eran desempeñadas por miembros de la comunidad vecinal.
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Entre estas labores que se realizaban en régi­men régimen de reciprocidad y de obsequio estaban el lavado y amortajamiento del cadáver, el adecen­tamiento adecentamiento de la estancia mortuoria, la comunica­ción comunicación de la muerte, los avisos a los parientes, las labores domésticas durante el duelo y, sobre to­dotodo, el transporte del féretro hasta la iglesia y el cementerio.
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La ejecución de estas acciones formaba parte de los deberes vecinales y expresaba los vínculos de relación mutua que existían entre las casas y las familias que convivían en el marco de una vecindad. Muchas de estas prestaciones han si­do sido sustituidas actualmente por servicios funera­rios funerarios de carácter impersonal. La expresión más acabada de la profesionalización de tales servi­cios servicios sería el tanatorio donde el muerto perma­nece permanece durante el tiempo que precede a las exe­quiasexequias.
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En el sistema tradicional la casa mortuoria ocupaba el lugar central en el conjunto de los ritos funerarios; de ella salía el cortejo fúnebre, integrado principalmente por el grupo de fami­liares familiares y parientes, y a ella retornaba una vez ce­lebradas celebradas las exequias en la iglesia y llevado a cabo el enterramiento en el cementerio.
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Las exequias que tienen lugar en los templos congregan actualmente un número de asisten­tes asistentes notablemente superior al de antaño. Según constatan las encuestas se ha creado entre la gente la obligación de expresar la solidaridad con vecinos, amigos y conocidos acudiendo a los funerales de sus familiares y parientes. Al decir de una informante «antes se acudía por el muerto y ahora más por la familia del muerto».
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Junto a esta mayor asistencia de gente a los funerales se consigna un decaimiento progresi­vo progresivo en la costumbre de .encargar la celebración de misas en sufragio del difunto.
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Las módicas cantidades de dinero destinadas a este fin que se entregaban a la familia o se depositaban en la iglesia constituían un entra­mado entramado de relaciones recíprocas, ''hartu-emanak, ''entre las casas y familias de una localidad. Algu­nas Algunas encuestas señalan que la pérdida de esta costumbre se debe al desinterés del clero por esta práctica arraigada en el pueblo. Con todo es indudable que en este caso, al igual que en otros aspectos de la transición en los ritos fune­rariosfunerarios, han tenido influencia los cambios opera­dos operados en la mentalidad popular y la decadencia de las prácticas religiosas.
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Los actos de carácter exequial que tenían lu­gar lugar durante este tiempo -novenario, función mensual de almas, oficios de sepultura domini­calesdominicales- han quedado reducidos generalmente a la misa de salida que se celebra el domingo que sigue al funeral y a la misa de aniversario.
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La realización de nuestras encuestas de cam­po campo ha coincidido en el tiempo con la introduc­ción introducción de la práctica de la incineración que en los años noventa se ha intensificado sobre todo en las localidades de gran densidad urbana. Este hecho que en sí mismo considerado supondría una notable mutación en los modos de enterra­miento enterramiento tradicionales no ha desterrado la inhu­macióninhumación; generalmente tras la cremación las ce­nizas cenizas son inhumadas en los nichos o panteones que las familias poseen en los cementerios.[[File:7.5_Acuerdate_de_la muerte_Reloj_solar_de_Ortzaize.png|framecenter|600px|''Acuérdate de la muerte''. Reloj solar de Ortzaize (BN). Fuente: «L'Art au Pays Basque» in ''Visages du Pays Basque''. Paris, 1946.]]{{DISPLAYTITLE: Ritos funerarios y su evolución}} {{#bookTitle:Ritos funerarios Funerarios en Vasconia | Ritos_funerarios_en_vasconia}}
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