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La costumbre local tenía establecido de antemano quiénes de entre los vecinos debían de transportar a sus hombros el cadáver hasta la Iglesia. De esta tarea estaban apartados antaño los familiares e incluso los parientes que por razón del duelo de honra tenían que ocupar su lugar propio en el cortejo fúnebre.
Los porteadores del ataúd, ''hilketariak, ''habían de recorrer aquel camino inalterable e inviolable que vinculaba real y simbólicamente la casa con la iglesia. Estos largos y a veces dificultosos caminos reciben en las áreas de población dispersa los expresivos nombres de ''caminos de enterratorio, andabideak ''(caminos de andas), ''guruzbideak, ''(caminos de la cruz), ''hilbideak ''(caminos del muerto), ''elizbideak ''(caminos de la iglesia).
El cortejo fúnebre constituye una procesión que encabezada por la cruz parroquial conduce el muerto a la iglesia. El sacerdote ha acudido a la casa mortuoria para hacerse cargo de este traslado ritual y caminará delante del féretro salmodiando las oraciones preceptuadas. Durante el trayecto se harán sonar las campanas que tocarán a muerto.