Remedios empíricos

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Cauterizaciones

En Liginaga (Z) para curar la mordedura de una serpiente se quemaba la herida con un hierro candente.

En Lagrán (A) se echaba aceite muy caliente sobre la misma o le pasaban un hierro candente. También los había que orinaban sobre ella.

En Amézaga de Zuya (A) dicen que es bueno verter aceite muy caliente sobre la mordedura para evitar su infección. En Lekunberri (N) se desinfectaba con aceite frito con ajo, bien caliente, aplicándolo gota a gota.

Remedios vegetales

Los ajos, tan recurridos en la medicina popular, también se han utilizado para sanar las mordeduras de las serpientes.

En Berganzo (A) además de aplicar torniquetes y hacer sangrar la herida, después se aplicaban ajos y vinagre. En Apellániz (A) se considera bueno untar la mordedura con ajo. En Dima (B) se llevaba al herido al arroyo y limpiándole allí la herida se le frotaba con ajo[1].

Además se ha recurrido a otras especies vegetales en el tratamiento de estos envenenamientos.

En Bernedo (A) tras hacer un corte para que sangrase y expulsase el veneno, machacaban un cardo borriquero, Dipsacus fullonum, y aplicaban en la herida el jugo del mismo.

En los montes que rodean Apellániz (A) existe un cardo del que aseguran que es bueno contra la picadura de culebra. Dicen que cuando un lagarto tiene cerca esta variedad de cardo se atreve a luchar con la culebra. Si se siente mordido corre a revolcarse encima del mismo volviendo seguidamente a la pelea.

Cardo borriquero. Fuente: Dioscórides. Pedacio Dioscórides Anazarbeo, acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos: edición de 1566. Madrid: Fundación de Ciencias de la Salud, 1999.

En Astigarraga (G) en ocasiones se ponía sobre la herida pomada casera o emplasto de verbenas para que sacase el veneno. Esta cura había que repetirla todos los días.

En Hondarribia (G) se aplicaba un emplasto a base de jabón natural, aceite, ajo y verbena. Tras abrir la herida y succionar el veneno con la boca, se limpiaba bien con agua o cocción de pasmo-belarra y se cubría con un paño limpio. Se conoce una planta roja llamada zaingorria también muy recomendable.

En Liginaga (Z) se cubría la mordedura con corteza de fresno, lexarra. En Zerain (G) se trataba con un emplasto preparado con la segunda corteza del aliso, altza[2]. En Apellániz (A) se restregaba con achunes, ortigas.

En Busturia (B) cuando se producía una mordedura de perro o de serpiente se hacía un preparado a base de lejía, agua y sal, al que se añadía ajo y cola de caballo, azeri-buztana.

Mugarza señala que en algunos pueblos del País Vasco se usó la ruda (Ruta graveolens) como antídoto contra las picaduras de culebras y víboras. Recoge cómo sus frutos se bendecían por San Juan y se conocían unas dosis determinadas que producían efecto durante un año. También añade que en Carranza (B) se solían coger las hojas y bayas y se solían comer cuando alguien sentía temor de haber sido mordido por alguna culebra o araña. La dosis consistía en ingerir tres puñados de hojas y frutos crudos de ruda, durante tres días[3].

En Arrona (G) también le atribuían especial virtud a la baya de ruda de cinco puntas, que comida por San Juan preservaba de estas mordeduras[4].

En Orozko (B) para las picaduras de culebra se majaban bien berberana, verbena; berakatzak, ajos, y iodo-bedarra después de haber añadido un poco de agua. El líquido obtenido se bebía dos veces al día y las hierbas majadas se aplicaban sobre la mordedura, pero no de forma directa sino sobre un trapo blanco, que podía estar viejo y desgastado pero nunca debía ser de color. El brebaje que se ingería producía vómitos que ayudaban a eliminar el veneno y las hierbas sobre la herida hacían que el veneno saliese al exterior. A éstas se les añadía apio para que la fórmula fuese más eficaz.

En Zeanuri (B) para curar la mordedura de culebra y también la de perro rabioso, se hacía beber al afectado agua de malvas. Luego ablandaban una hoja de tabaco en aguardiente fuerte y la aplicaban sobre la herida. Asimismo se desmenuzaba llantén en un mortero y del líquido extraído se le daba a beber una cucharadita[5].

Un hombre de los alrededores de Amoroto (B) fue mordido por una serpiente. Conocedores de que un vecino de Markina (B) pos eía una piedra llamada sugarria (piedra culebrera), fueron a pedírsela, pero no lograron su propósito pues se la había donado a una hija casada en Eibar (G). Se dirigieron entonces a Bolibar (B) en busca de un práctico en estas lides, quien recogiendo de camino llantén y otras seis clases de hierbas fue a visitar al mordido a quien administró una cucharada de su cocimiento. Pero éste la vomitó así que para evitar que sucediera lo mismo con la segunda, después de dársela le tapó la boca con una mano mientras con la otra frotaba la herida. El remedio actuó eficazmente y la mordedura curó sin más complicaciones[6].

En Muxika (B), antiguamente, algunas personas en el caso de ser mordidas por una serpiente tomaban una decocción de las hojas más tiernas de nogal y fresno[7].

Aplicación de la cloaca de una gallina

En tiempos pasados ante la picadura de una serpiente también se ponían en práctica otros remedios como el que se describe a continuación consistente en aplicar sobre la herida la cloaca de una gallina.

En Beasain (G) para succionar el veneno se tomaban unos pollos de los que se criaban en el caserío y se aplicaba su cloaca sobre la herida. Se decía que el culo del pollo tenía un continuo movimiento de succión por lo que extraía el veneno. El animal solía caer como muerto y entonces se colocaba otro y así sucesivamente hasta seis o más. No morían, a las pocas horas de su desfallecimiento solían espabilarse y corretear de nuevo, sobre todo si se les mojaba con un poco de agua fría. Por último se aplicaba frío sobre el miembro afectado durante varios días, hasta que se viese que estaba curado.

En Oñati (G) un informante señala que se ponía el culo de una gallina sobre la mordedura para que al hacer de ventosa absorbiese el veneno. Si la gallina moría se reemplazaba con otra.

En Obecuri (A) también tenían la creencia de que si cuando picaba una culebra, se cogía una gallina y se aplicaba su cloaca a la picadura, moría la gallina y al mordido no le pasaba nada.

Azkue recogió en Larraun (N), Haltsu (L) y Arratia (B) que cuando una víbora clavaba su “aguijón” a alguien, debía regresar inmediatamente a casa y tomar varias gallinas. Introducía su dedo herido en la cloaca de una de ellas, después en otra y luego en una tercera. Cuando llegaba a la cuarta el veneno de la víbora solía quedar en el trasero de la misma[8].

En Zerain (G) también se constató la aplicación sobre la herida de la porción anal de un pollo vivo[9].

Sajado, succión y aplicación de torniquete

Es opinión generalizada que ante la mordedura de una serpiente se debe acudir rápidamente a un médico o a un centro hospitalario, para que sean ellos quienes se ocupen del tratamiento.

Están ampliamente difundidos una serie de conocimientos sobre cómo se debe actuar de urgencia cuando una persona es mordida y se halla lejos de donde podría recibir atención especializada. La mayoría de los informantes sabe que es conveniente que la herida sangre para lo cual se precisa practicar un corte allí donde la serpiente ha clavado sus colmillos y después apretar o mejor chupar con la boca, escupiendo rápidamente la sangre. De este modo se intenta extraer la mayor cantidad posible de veneno. También anudar un torniquete en el miembro afectado para que el veneno no se extienda por el cuerpo. Estos conocimientos son teóricos y los propios informantes reconocen que no los han puesto en práctica y que incluso si se viesen en el trance de tener que aplicarlos dudan de si tendrían valor para hacerlo.

En Amézaga de Zuya (A) dicen que lo mejor es hacer dos torniquetes, uno en la parte superior a donde se halla la mordedura y otro en la inferior. De este modo se evita que el veneno infecte toda la sangre. Después se considera conveniente abrir la herida y chupar en ella para extraer la sangre contaminada. Sin embargo las personas consultadas coinciden en que hace falta valor para llevar a la práctica esta última medida por lo que tras realizar el torniquete se prefiere esperar al médico. En Agurain (A) se ata fuertemente la parte afectada y se va urgentemente al médico.

En Mendiola (A) no se recuerda ningún caso de mordedura de serpientes pero dicen que de producirse, lo mejor es acudir al médico inmediatamente. Asimismo se recomienda hacer sangrar la herida, es decir, abrir la lesión y extraer la sangre envenenada chupándola y escupiéndola repetidas veces. También hacer un torniquete para impedir que llegue al corazón.

En Moreda (A) consideran que lo más aconsejable es acudir al médico para después recibir tratamiento en algún centro hospitalario. Cuando resulta difícil desplazarse de inmediato se dice que habría que abrir la herida y luego chupar la sangre y escupirla. El que realice esta operación debe tener la boca sana, sin ninguna herida, ya que de otro modo se podría envenenar también él. Este tratamiento de urgencia acabaría con un torniquete para evitar que el veneno alcanzase el corazón, que se debería aflojar de vez en cuando hasta llegar al hospital. En Abadiano (B) se decía que aspirar la sangre con la boca era peligroso. En Pipaón (A) se dice que conviene hacer un torniquete y practicar un corte para que salga la sangre envenenada.

En Valdegovía (A) aconsejan rajar la herida y provocar que sangre apretando o chupando para evitar que el veneno se difunda por el cuerpo. Se debe tranquilizar al herido para evitar que con la excitación se incremente el riego sanguíneo y de ese modo el veneno se extienda rápidamente. Después se recomienda tomar tomate crudo y mucha leche.

En Muskiz (B) piensan que es bueno que el afectado se quede quieto para que la sangre circule lo menos posible y no arrastre el veneno a órganos vitales. Lo mejor es matar a la serpiente para así llevarla con el herido y de este modo ser más rápido el tratamiento al saberse el tipo de veneno que ha inoculado.

En Bermeo (B) aconsejan abrir la lesión con un cuchillo y extraer la mayor cantidad posible de sangre. En Beasain (G) se hace un torniquete, se practica un corte y se pone la herida bajo el chorro de agua fría lo antes posible.

En Astigarraga (G) cuando se ha producido la mordedura hay que sumergir la parte afectada en agua fría para que el veneno no avance hacia otras partes del cuerpo y buscar ayuda médica.

Los conocimientos sobre la necesidad de realizar cortes, extraer la sangre y anudar torniquetes se han constatado también en Berganzo (A); Abadiano, Muskiz (B); Arrasate, Bidegoian (G); Arraioz, Lezaun, Obanos y Viana (N).

Hasta aquí toda la información recopilada es reciente pero la costumbre de sajar la mordedura para que sangrase y que de este modo se expulsase la mayor cantidad de veneno también se registró en tiempos pasados. Entonces se consideraba igualmente que esta práctica de succionar el veneno con la boca era peligrosa. Así se ha constatado en Abadiano (B). En Oñati (G) tras realizar esta operación se desinfectaba la boca con alcohol.

En Ribera Alta (A) se ataba un pañuelo, cuerda o el mismo cinto, para evitar que el respe o veneno se extendiera al resto del cuerpo. Después se absorbía con la boca para extraerlo.

En Bernedo (A) se decía que había que chupar la sangre en la picadura. Otros ponían un torniquete y hacían sangrar la herida para que expulsase el veneno o aplicaban amoniaco sobre la mordedura.

En Zerain (G) mientras unos acudían al médico otros ponían en práctica las curas tradicionales. El corte de la herida se hacía con un cuchillo, la hoz, y si no se disponía de otro utensilio, con una espina de arbusto; a continuación se introducía la herida en agua corriente, un río o riachuelo por ejemplo, dejando que penetrase el agua. En última instancia se chupaba la herida con la boca. También se aplicaba un torniquete.

En Azkaine (L) el mordido por una serpiente debía acudir cuanto antes a una fuente, con una navaja hacer un corte en forma de cruz sobre la mordedura y colocarla bajo el caño del agua. Después, para restablecerse cuanto antes tenía que beber mucha leche. Si no disponía de chorro de agua y estaba acompañado, la otra persona le debía succionar la mordedura pero sólo si estaba segura de no tener en la boca ninguna herida o escoriación.

En Carranza (B) cuando la mordedura se producía en una extremidad se hacía una garrotera o torniquete por encima de la herida tratando de evitar que el veneno se difundiese por el resto del cuerpo. Para preparar la garrotera anudaban un pañuelo o una cuerda en torno a la extremidad y después, introduciendo un palo entre el pañuelo y la piel, lo hacían girar para comprimirla. Seguidamente se practicaba un corte con una navaja y se succionaba la sangre de la herida para extraer el veneno. Una informante dice que con una barrila o botijo situada a cierta altura se vertía agua sobre el corte para que arrastrase el veneno. Tras hacer esta primera cura, y a veces sin hacerla, se iba al médico. Hoy en día se sigue considerando que ésta es la mejor manera de proceder y gracias a los medios de locomoción se puede acudir a los centros sanitarios más rápidamente. Ocurre además que las mordeduras de serpiente son cada vez más infrecuentes debido en gran medida a la escasez actual de estos reptiles.

En Bedarona (B) si picaba en una pierna o en un brazo se hacía un torniquete por encima de la herida anudando un pañuelo, e introduciendo un palo entre el mismo y la piel se hacía girar para comprimir el miembro. Luego con una navaja se cortaba y se succionaba la herida para evitar que el veneno pasase a todo el cuerpo.

Se ha constatado en varias poblaciones que tras abrir la herida era costumbre colocarla bajo agua corriente para que arrastrase la mayor cantidad de sangre posible. El corte, además, solía ser en forma de cruz. Con anterioridad ya se ha recogido algún ejemplo.

En Berastegi (G) se sajaba con el cuchillo la parte hinchada y se ponía al chorro del agua. Se recomendaba que el corte con el cuchillo fuese en forma de cruz.

En Astigarraga (G) se hacía con una cuchilla de afeitar una incisión en cruz en la parte afectada y después se ponía bajo el grifo del agua. En Elosua (G) se practicaba un corte en forma de cruz y se dejaba correr el agua sobre la herida.

En Telleriarte (G) en el lugar de la picadura se hacía un corte en cruz tras lo cual se limpiaba bien en un arroyo. Se pensaba que haciendo esta limpieza antes de que el veneno se extendiese era suficiente pero para mayor tranquilidad consideraban que era mejor ir al médico.

En Nabarniz (B) se hacía un corte en forma de cruz para que expulsase un poco de sangre, se hacía un torniquete con una cuerda y se trasladaba al afectado al médico.

En Sara (L) y en Heleta (BN) se practicaba con una navaja un corte en forma de cruz y después se limpiaba en una corriente de agua. En Eugi (N) se obraba igual pero se limpiaba con orina.

En Elorrio, Dima (B); Arrona (G) y Baztan (N) le abrían la herida con forma de cruz. Lo mismo hacían en Garazi (BN) y Haltsu (L) donde utilizaban para ello una navaja de afeitar[10].

Remedios varios

Por último recogemos otros remedios de naturaleza bien diferente a los descritos hasta aquí.

En Muskiz (B) sobre el corte, mejor si es en aspa, se ponía un puñado de arcilla ya que al secarse se decía que absorbía el veneno.

En Aoiz (N) se recomendaba apretar la zona afectada para sacar el veneno y después aplicar una cataplasma de saliva y barro. También se aconsejaba beber leche puesto que se decía que ésta limpiaba el veneno.

En Carranza (B) fue costumbre hacer tomar al afectado leche, a la que algunos añadían algo de aceite. A una informante le mordió una serpiente mientras lavaba en el río. Su padre, tras hacerle un torniquete, le sajó la mordedura con una navaja de afeitar y después consiguió curarla a base de ponerle queso fresco. Se lo sujetaba con un paño y se lo cambiaba por un pedazo nuevo cada vez que se secaba.

Mugarza recogió también en Carranza un remedio consistente en capturar una culebra y hacerla trocitos para ponerla a cocer con muy poca agua. Una vez cocida, con los trozos se hacían unas tiras y se mezclaban con salvado y algo de sal, dándole de comer al enfermo un poco a la mañana, otro poco al mediodía y otro poco a la noche. Tomó esta fórmula de un pastor, que decía que era la más idónea para cuando a uno le picaba una víbora[11].

Otro peculiar medio de extraer la sangre envenenada de la mordedura consistía en aplicar sanguijuelas que la succionasen.

En Lemoiz (B) antiguamente aplicaban sanguijuelas, guzenak, para que absorbieran el veneno aunque lo más habitual consistía en practicar un corte a fin de absorber la sangre envenenada y después frotar la mordedura con ajos. En Astigarraga (G) también se pon ían sanguijuelas, al igual que en Goizueta (N).

En Bidegoian (G) tras hacer un torniquete se rompía una botella de cristal verde, se machacaba muy bien un trocito de cristal, se envolvía en un paño y se colocaba sobre la mordedura. Se cambiaba una vez al día.

Barriola también constata la práctica de curar mordeduras de culebra espolvoreándolas con el cristal bien machacado de una botella negra[12].


 
  1. Resurrección Mª de AZKUE. Euskalerriaren Yakintza. Tomo I. Madrid: 1935, p. 438.
  2. Ignacio Mª BARRIOLA, La medicina popular en el País Vasco, San Sebastián: 1952, p. 124.
  3. Juan MUGARZA. Tradiciones, mitos y leyendas en el País Vasco. Tomo II. Bilbao: 1981, pp. 241-242.
  4. Julio CARO BAROJA. La estación de amor: (fiestas populares de mayo a San Juan). Madrid: 1979, p. 221.
  5. Resurrección Mª de AZKUE. Euskalerriaren Yakintza. Tomo IV. Madrid: 1947, p. 255.
  6. Ignacio Mª BARRIOLA, La medicina popular en el País Vasco, San Sebastián: 1952, pp. 125-126. (Está recogido de D. Telesforo de Aranzadi).
  7. Recogido por José de ETXEBARRI: LEF. (ADEL).
  8. Resurrección Mª de AZKUE. Euskalerriaren Yakintza. Tomo I. Madrid: 1935, p. 442.
  9. Ignacio Mª BARRIOLA, La medicina popular en el País Vasco, San Sebastián: 1952, p. 124.
  10. Resurrección Mª de AZKUE. Euskalerriaren Yakintza. Tomo I. Madrid: 1935, p. 438.
  11. Juan MUGARZA. Tradiciones, mitos y leyendas en el País Vasco. Tomo II. Bilbao: 1981, p. 242.
  12. Ignacio Mª BARRIOLA, La medicina popular en el País Vasco, San Sebastián: 1952, p. 125.