Remedios para la pulmonia

En el valle de Arratia (B), según recogió Azkue a principios del s. XX, un remedio contra la pulmonía era purgar con larra-bedarra, gamoncillo; tomar de vez en cuando el agua de la decocción de la pulmonaria y sudar. Si se tenía fiebre, beroena, había que poner en el lado enfermo un emplasto hecho con ajo y simiente de berza. En Olaeta (A), para la misma finalidad recomendaban ingerir agua cocida con grama, mugita[1] y en Apellániz (A) infusión de muguis. En Ataun (G) agua de la decocción de las plantas llamadas aski zuria (grama), ziñurria (hisopo) y sanginario-belarra; la primera para mitigar la sed y las otras dos para eliminar la fuerza de la sangre. En Campezo (A), según se constató en los años cuarenta, la yerba sanguinaria que se da mucho en los llecos de El Ejido, decían que era inmejorable para la pulmonía[2]. En Cripán (A), según se recogió en los años sesenta, contra la pulmonía se cocían los tubérculos de las torteras, llamados rosarios, y se tomaba su caldo.

En Carranza (B) para intentar curarla se aplicaban todos los remedios empleados para sanar la gripe y los males de garganta. Se tomaba infusión de las llamadas hojas del pulmón o de la pulmonía (Pulmonaria longifolia). Una informante, al describir estas hojas, indica que sus manchas blancas se deben a que la Virgen vertió leche sobre ellas. Otra encuestada señala la existencia de una planta distinta utilizada también con esta finalidad que recogía en la mañana de San Juan antes de que el sol despuntara. En Orozko (B) se ha tomado infusión de la planta conocida como plumoi-bedarra, tras haberla secado en casa; en Amorebieta-Etxano (B) infusión de la yerba de flores amarillas llamada pulmoni-bedarra, pulmonaria, y en Garagarza (G), varias veces al día, agua de la decocción de ipurgorria, hierba pulmonar.

Pulmoni-bedarra, hojas de la pulmonía. Fuente: Archivo particular Familia de Iñaki Zorrakin Altube.

En Zerain (G) se bebía el agua de la cocción de acelgas, xerbak, tres veces al día, mañana, mediodía y noche. Una informante nacida en el primer decenio del s. XX señala que en otro tiempo las huertas de los caseríos contaban con un rincón donde cultivaban acelgas con esta finalidad ya que entonces no se destinaban a alimento tanto como hoy día. En esta misma localidad, según se recogió a mediados del s. XX, un curandero le aplicó sanguijuelas, izainak[3], a una mujer enferma de pulmonía, odol golpea, y luego le puso un parche que le sacó una gran bolsa de agua que agujereó con unas tijeras para extraer el agua. Después le cubrió la zona con una hoja de acelga y la enferma sanó.

En Murchante (N), hasta mediados del s. XX, se preparaba una cataplasma de linaza y mostaza cocida que aplicada al costado, decían que era un remedio eficaz contra la pulmonía; también cataplasmas de salvado cocido en vinagre espolvoreado con mostaza o linaza y mostaza cocida. En el apartado referido a los catarros de pecho ya se ha visto cómo en caso de fuertes catarros de pecho y bronquitis ha sido frecuente, en numerosas localidades, remediarlos mediante el recurso a emplastos de linaza, salvado de harina y mostaza.

En Goizueta (N) como remedio tanto de la pulmonía como de la pleuresía se utilizaban dos emplastos que, envueltos en un trapo, se colocaban calientes en el pecho. Uno de ellos se preparaba con las plantas denominadas verbena (Verbena officinalis) y miilua, además de las semillas de esta última, llamadas anisa. Todo esto troceado y macerado para freirlo con un poco de aceite. El segundo era igual al anterior en su preparación, pero se hacía con zingiri-bedarra, aro, y verbena. Emplastos de verbena para extraer la suciedad que producía y aliviar el dolor de costado se han aplicado también en Astigarraga (G). En Amorebieta-Etxano (B) se ha usado un emplasto hecho en la sartén con berbena-bedarra, salvado, clara de huevo y un poco de aceite, que se ponía sobre los pulmones. Se ha recurrido asimismo tanto a salvado caliente como a talo hecho con esta harina, que envuelto en un paño se colocaba en la espalda a la altura de los pulmones. En Carranza (B), para curar la pulmonía, en tiempos pasados se echaba mano fundamentalmente de las ventosas. En otros casos se ha aplicado a la zona dolorida calor mediante ladrillos y suelas de alpargata calentados al fuego, método este último empleado todavía en los años setenta en localidades vizcainas y guipuzcoanas[4].

En Agurain, Berganzo, Mendiola (A); Telleriarte (G); Allo, Lekunberri, Murchante, Romanzado y Urraul Alto (N); Abadiano (B) y Okina[5] (A) a quienes sufrían de pulmonía se les hacía sangría con sanguijuelas, incluso por indicación del médico. En Bozate de Arizkun (Baztan-N) las sanguijuelas, llamadas ciceñas, se aplicaban ocasionalmente y se compraban caras[6].

En Murchante hasta los años cuarenta se recomendaba tomar baños de agua caliente en la bañera portátil municipal y se consideraba el último recurso para curar ese mal. En Bernedo (A) introducían al enfermo en el cuenco de hacer la colada con agua bien caliente y el baño se practicaba durante nueve días con la finalidad de que sudara y echara el mal. En Apellániz y Lagrán (A) se daban fricciones muy enérgicas con ortigas en piernas y espalda.

En San Sebastián (G) recogió Barriola en los años cincuenta del s. XX un método de curación de la pulmonía que practicaba una curandera francesa residente en esta ciudad. Despojaba al enfermo de sus ropas de cintura para arriba, apoyaba repetidas veces la mano abierta sobre la espalda desnuda para cerrarla con fuerza después, mientras ella misma emitía ruidosamente aparentes eructos, producto de una voluntaria aerofagia. Finalizada esta operación, le hacía beber una poción de yerbas y arroparse bien. El secreto del remedio se hallaba en que la curandera sacaba con su mano los “malos aires” productores de la enfermedad, que los expelía después[7].


 
  1. Resurrección Mª de AZKUE. Euskalerriaren Yakintza. Tomo IV. Madrid: 1947, p. 222.
  2. José IÑIGO. Folklore alavés. Vitoria: 1949, p. 132.
  3. Recuerdan los informantes que las sanguijuelas empleadas para estos menesteres se cogían en los muchos pozos existentes en la localidad y si no, se traían de los pueblos cercanos. Una vez aplicadas, se cambiaban al observar que estaban hinchadas por la sangre sustraída. En caso de no tener suficientes, a las sanguijuelas hinchadas se las revolcaba apretando con la palma de la mano sobre un lecho de ceniza para que expulsaran lo ingerido y estuvieran así preparadas para una nueva aplicación.
  4. Ángel GOICOETXEA. Capítulos de la medicina popular vasca. Salamanca: Instituto de Historia de la Medicina, 1983, p. 77.
  5. Gerardo LÓPEZ DE GUEREÑU. “La medicina popular en Álava” in Homenaje a D. Joaquín Mendizabal Gortazar. San Sebastián: Museo de San Telmo, 1956, p. 266.
  6. Mª del Carmen AGUIRRE. Los agotes. Pamplona: 1978, p. 223.
  7. Ignacio Mª BARRIOLA, La medicina popular en el País Vasco, San Sebastián: 1952, pp. 58-59.