Remedios y cautelas

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Se conocen remedios populares pero, dada la gravedad que se atribuye a la enfermedad, en las encuestas se insiste en la necesidad de acudir a recibir tratamiento médico. En tiempos pasados se pensaba que este mal rara vez tenía solución, quienes lo padecían morían a resultas de él, era una de las principales causas de mortalidad. En Amézaga de Zuya (A) señalan que se trata de una enfermedad de difícil curación porque los pulmones se encharcan de pus; en Eugi (N) que es la peor enfermedad del pecho porque pudre los pulmones, birikak. Según recuerda expresivamente una informante de Nabarniz (B) “ez zan egoten salbaziñorik”, no había escapatoria posible, y otro de Goizueta (N) “kanposantura joaten zen agudo”, se iba rápido al cementerio.

Recomendaciones

En Agurain, Berganzo, Mendiola, Moreda, Pipaón, Ribera Alta, Valdegovía (A); Bermeo, Carranza, Durango, Muskiz, Orozko (B); Beasain, Bidegoian, Elosua, Oñati, Telleriarte, Zerain (G); Allo, Aoiz, Eugi, Goizueta, Izal, Murchante, Obanos, San Martín de Unx y Viana (N) se ha recogido como primera recomendación la de comer mucho y recibir una buena alimentación. En Valdegovía señalan que se procuraba abrir el apetito del enfermo con algún vino quinado o licor dulce. En Elosua dicen que se alimentaba tanto a los enfermos que quedaban muy gordos, gizen-gizen. En Orozko recuerdan que no se curaban nunca, pero de cualquier forma se les sobrealimentaba con carne, huevos y sus derivados como natillas y flanes. Barriola dejó constancia en los años cincuenta del s. XX de que, cerca de San Sebastián, una curandera aplicaba el que consideraba eficaz tratamiento de la tisis, que consistía en la administración de un vino blanco preparado por ella con aditamento de yerbas escogidas y en una extraordinaria sobrealimentación de la que formaban parte importante los huevos con su cáscara, macerados en jugo de limón y tomados luego con el propio zumo[1].

Como complemento de la comida, la segunda prescripción recogida en las encuestas consistía en guardar cama y reposo. Así se ha constatado en Amézaga de Zuya, Berganzo, Moreda, Pipaón, Ribera Alta (A); Carranza, Durango, Muskiz (B); Beasain, Oñati (G); Allo, Aoiz, Izal, San Martín de Unx y Tiebas (N).

Remedios domésticos

En Zerain (G) para curar la tisis, bularra garbitzeko, se tomaban infusiones de raíces de malvavisco, malmabisko-belarra, bien cocidas, hasta curarse; en Garagarza (G) de grama tubercular, muitea; en Kortezubi (B) de raíz de uztai-bedarra, lengua de vaca[2]; en Abadiano (B) de la planta denominada pulmoni-bedarra y en Muskiz (B) de pulmonaria. En Bidegoian (G) las infusiones se hacían de malva y verbena. En la Ribera Navarra se recomendaba la infusión de verbena mezclada con salvia y celidonia[3]. En Lekunberri (N) se recogía y se tomaba cola de caballo (Equisetum telmateia) para purificar la sangre y para la tisis. En la Navarra húmeda del noroeste decían que contra las manchas del pulmón eran eficaces las cortezas verdes de los frutos del nogal, giltzaurra, maceradas en vino de celebrar misa[4]. En los años cincuenta del s. XX recogió Barriola de un curandero que, a pesar del mal pronóstico de la tuberculosis, en su primera fase se obtenían buenos efectos bebiendo la orina, recién emitida, del niño de un año, que tenía la virtud de fortalecer el pecho[5].

En Bermeo, Busturia, Carranza, Durango (B), Zerain (G), Allo[6] y Urzainki (N) antaño a los tuberculosos les daban leche de burra; en Durango y en Zerain agregan que también leche recién ordeñada sin cocer, por considerar que tenía más fuerza y era mejor para el enfermo. En Busturia se ha solido poner alcohol en los hombros y en Donoztiri (BN) no conocían otro remedio que la fricción de alcohol en todo el cuerpo. En Moreda (A) se les aplicaban paños secos calientes. En Muskiz (B), en tiempos pasados, la tisis se consideraba incurable y había personas tan abatidas que se revolcaban desnudas en el campo en noches de grandes heladas y escarcha como remedio a su desesperanza.

En Ribera Alta (A) indican que antes de que el médico diagnosticara que se trataba de tuberculosis, los remedios aplicados eran similares a los del catarro: cataplasmas, calor, transpiración e incluso, ventosas. Si se confirmaba que la enfermedad era tisis, cesaban los remedios caseros y comenzaba el tratamiento médico. La aplicación de ventosas y sangrías también se ha constatado en Viana (N).

En Liginaga (Z) se recogió que se curaba haciendo sudar al enfermo con sudores profundos, izerdi sartuak, y también con baños calientes de la localidad de Akize / Dax.

Emplastos

En Busturia (B) se preparaban emplastos mezclando aceite, clara de huevo y hojas troceadas de verbena (Verbena officinalis) que se ponían en un paño para luego colocarlos en el pecho, sujetándolos con una venda o faja. Otra fórmula de preparación de este emplasto era la siguiente: se ponían tres o cuatro cabezas de ajo a dorar en aceite, se añadía en la sartén clara de huevo batida y hojas de verbena troceadas y esa tortilla semicuajada se colocaba en la forma indicada. En Astigarraga (G) y Amorebieta-Etxano (B) se ha recogido igualmente que se aplicaba emplasto de verbenas con aceite y clara de huevo como paliativo de la tuberculosis.

En Arraioz (N) antiguamente se elaboraba una cataplasma con clara de huevo batida, ogi-papurrak o migajas de pan, vinagre y unas gotas de aceite puro, que una vez calentada se ponía en el pecho del enfermo.

En Busturia también se ha solido utilizar un emplasto hecho con la planta llamada pulmoibedarra (Pulmonaria longifolia). En Bermeo (B) dicen que la planta conocida en la localidad como pulmoi-bedarra o enplasto-bedarra no es otra que la verbena, que se utilizaba para el tratamiento de la tuberculosis y otras enfermedades respiratorias. La fórmula de su preparación, siguiendo las instrucciones de la curandera de Añorga (G), era la siguiente: se freían en aceite las pequeñas hojas de esta planta y se pasaba por un paño de seda. Éste, con las hojas cocidas dentro, se colocaba sobre la región pulmonar donde se encontrara la lesión tuberculosa y se le añadía encima una yema de huevo, cubriéndolo con una venda y manteniéndolo durante toda la noche. La operación había que repetirla varias noches seguidas. Al principio no se apreciaba nada ya que, según los informantes, “todavía está abriendo los poros”. Pasados varios días, el paño aparecía manchado de sangre y pus procedente de la lesión interna. El tratamiento debía seguir hasta extraer todo el mal y que se curara la tuberculosis.

En el barrio Aldana de Amorebieta (B) se registró la siguiente fórmula y modo de preparación de un emplasto específico para lesiones pulmonares. El día de San Juan se recogían las siguientes plantas: kalabaza-bedarra, ebai-bedarra, zanbedarra, truboa-bedarra, mamokioa, berbena-bedarra, kontrabeneno-bedarra y leizar-orriak. Se dejaban secar, se troceaban y se ponían a cocer con vino blanco, harina integral sin cerner y manteca salada. Una vez cocido se introducía en un trapo y se colocaba el emplasto sobre el tórax[7].

En Astigarraga (G) a veces se aplicaba em plasto de caracoles[8]. Se les quitaba la cáscara y se machacaban pero debían seguir vivos, se colocaban en un paño que se ponía en el pecho. En Agurain (A) un remedio popular es tomar caracoles macerados.

En el barrio Igara de San Sebastián (G), en tiempos pasados, como remedio de la tuberculosis, petxukoa, se ponían sobre el pecho crías de perros, gatos o conejos, de unos seis meses, abiertos en canal, que se mantenían durante 12 horas. Al retirarlos, decían que “por descargar los malos humores” despedían un nauseabundo hedor. Si el enfermo no curaba, se repetía la aplicación con otro animal, pasadas unas horas[9].

En Elgoibar (G) como remedio de la tisis pulmonar se cocían dos cebollas desgajadas en dos litros de agua y cuando ésta mermaba a la mitad, se retiraba del fuego, se dejaba enfriar y se bebía un vaso del líquido en ayunas.

Cautelas

Aislar al enfermo, por el riesgo de contagio y la peligrosidad de la enfermedad casi siempre mortal, es un dato que aparece reflejado en todas las localidades encuestadas.

En Agurain, Berganzo, Moreda (A); Abadiano, Nabarniz (B); Astigarraga, Bidegoian, Oñati, Zerain (G); Izurdiaga (N) y Arberatze-Zilhekoa (BN) se ha recogido que el tísico comía con vajilla aparte y la persona encargada de atenderle le dejaba su comida al pie de la puerta de su habitación. Quien le cuidaba era un adulto ya que se creía que los jóvenes eran más propensos a contraer la enfermedad. La ropa se lavaba separada de la de los demás miembros de la familia. En Zerain anotan que se colocaba sobre el fuego un recipiente con agua y hojas de laurel y se mantenía así durante muchas horas para que el olor impregnara toda la casa. Se traían de la farmacia unos polvos que se quemaban en un recipiente con brasa puesto en la habitación, que actuaban como desinfectante. En las localidades mencionadas hay constancia de que si el desenlace era fatal, se quemaba toda la ropa del enfermo, se desinfectaba su habitación con alcohol y azufre quemado en unos platos y luego se encalaba. En ocasiones se blanq ueaba toda la casa con cal viva.

Sanatorios antituberculosos

En Apodaca, Amézaga de Zuya, Berganzo, Mendiola, Pipaón (A); Beasain, Telleriarte, Zerain (G); Allo, Eugi, Obanos y San Martín de Unx (N) se ha constatado que ante un caso de tisis que se presentara en casa lo que convenía era aislar al enfermo y procurar que tomara aire sano.

Vacunación antituberculosa. (Dr. Ferrand). Fuente: Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz: C. Yanguas.

En Amézaga de Zuya precisan que la enfermedad tenía la consideración de peligrosa lo que obligaba a quien la padecía a trasladarse a un lugar más seco y caluroso. Otro tanto señalan en Carranza y Muskiz (B) donde dicen que las personas con posibilidades económicas se desplazaban a tierras de clima seco. En Orozko (B), Goizueta y Obanos (N) se ha recogido que el sol y el clima seco eran buenos y favorecían la curación; y en Goizueta y Aoiz (N) que era del todo recomendable evitar el frío y los lugares húmedos y poco aireados.

En Apodaca y Ribera Alta (A) recuerdan que a los tísicos, sobre todo si la enfermedad estaba avanzada y el enfermo debilitado, los enviaban al Campillo de Vitoria y desde comienzos de la década de los treinta, tanto en Apodaca como en Amézaga de Zuya, Bernedo, Moreda, Ribera Alta (A), Obanos (N) se ha constatado que su destino era el sanatorio de Leza, situado muy cerca de Laguardia, en la Rioja Alavesa. De Moreda acuden también al sanatorio de San Pedro en Logroño por su proximidad a esta ciudad.

En Bizkaia se ha solido enviar a los tísicos al sanatorio antituberculoso de Santa Marina en Bilbao. En Orozko (B) se ha recogido que los enfermos permanecían en general en casa y eran las familias de mayor poder económico las que llevaban a sus enfermos a los sanatorios, bien al citado de Santa Marina o al de Leza en La Rioja que gozó de gran predicamento. En Durango (B) el propio hospital de la localidad contaba con una sala para infecciosos y se acudía también a los mencionados de Santa Marina y de Leza.

Sanatorio antituberculoso de Leza (A). Fuente: Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz: C. Yanguas.

En la encuesta de Orozko (B) se ha aportado el dato de que hubo un tiempo en que se pensó que el aire de montaña era bueno para combatir la enfermedad y en la campa de Arraba del cercano monte Gorbea se llegó a construir a finales del siglo XIX un sanatorio que tuvo muy poca vida debido a la niebla, humedad, mal acceso y escaso éxito. Se decía en esta localidad que los enfermos internados allí se morían todos.

De Berastegi (G) los llevaban al Sanatorio Provincial de Andazarrate. Tanto en esta localidad como en Viana (N) se ha recogido que para los tuberculosos es beneficioso pasear y respirar el aire de los pinares. En Gipuzkoa además del sanatario citado de Andazarrate en Asteasu, se contaba con el de Ntra. Sra. de las Mercedes, junto a la ermita de la Virgen de Uba en Ametzagaña (Donostia), que pasó por diversas vicisitudes a lo largo de su historia, en su última época acogía exclusivamente a mujeres. Los pacientes de ambos sanatorios y los niños del pabellón infantil del Hospital San Antonio abad de Gros fueron trasladados, si bien en distintas fechas, al Hospital de Amara.

De Sangüesa (N) en los casos de tisis se solía acudir a Panticosa (Huesca) y si se trataba de una persona de escasos recursos económicos, el propio ayuntamiento le proporcionaba ayuda. En el Valle de Erro (N) a los tuberculosos se les mandaba a sanatorios de Huesca y Santander por la necesidad de respirar aire puro para sanar. En Navarra, en la localidad de Biurrun existió un hospital para tuberculosos y en Pamplona, en los años treinta, se inauguró el Sanatorio Antituberculoso Ntra. Sra. del Carmen.

En Arberatze-Zilhekoa (BN) a los enfermos de tuberculosis se les enviaba a Cambo (L).


 
  1. Ignacio Mª BARRIOLA, La medicina popular en el País Vasco, San Sebastián: 1952, p. 59.
  2. Telesforo de ARANZADI. “Nombres de plantas en euskera” in RIEV, XX (1929) p. 280.
  3. Margarita FERNÁNDEZ. “Medicina popular navarra” in Zainak. Cuadernos de Antropología-Etnografía, XIV (1997) p. 30.
  4. Margarita FERNÁNDEZ. Las plantas en la medicina popular. Navarra húmeda del noroeste. Pamplona: 1981, p. 43.
  5. Ignacio Mª BARRIOLA, La medicina popular en el País Vasco, San Sebastián: 1952, p. 59.
  6. Ricardo ROS GALBETE. “Apuntes etnográficos y folklóricos de Allo (II)” in Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra. Tomo VIII. Pamplona: 1976, p. 458.
  7. Antón ERKOREKA. Analisis de la medicina popular vasca. Bilbao: Instituto Labayru-Caja de Ahorros Vizcaina, 1985, p. 115.
  8. La utilización de emplasto de caracoles para esta finalidad también aparece consignada en Ignacio Mª BARRIOLA, La medicina popular en el País Vasco, San Sebastián: 1952, p. 59.
  9. Ignacio Mª BARRIOLA, La medicina popular en el País Vasco, San Sebastián: 1952, p. 58.