Representación de romances

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Muchas veces no resulta fácil trazar la línea divisoria entre juegos pues los hay que participan de varios. Así ocurre con los romances pues los niños se han servido de ellos para recitar o escenificar, pero también para saltar a la cuerda, jugar al corro e incluso las personas mayores se los han cantado a los niños como canciones de cuna.

Ha sido frecuente la representación de romances por los niños y entre ellos uno de los más recurridos era la figura de Don Juan Tenorio.

En Artajona (N) era un juego mixto. Intervenían varios jugadores, colocados en corro. Uno inicia con el que tiene a su derecha el siguiente diálogo que éste lo continúa con el siguiente y así sucesivamente:

— Don Juan Tenorio se casa.
— ¿Se casa?
— Se casa.
— Pregúntale a tu vecina
y verás lo que pasa.

Durante la primera ronda todos deben permanecer serios; el que se ría, pierde. En la segunda vuelta, los jugadores deben imitar al primero en el momento que se inicia el diálogo: llorando, riendo, tartamudeando, cucando o guiñando el ojo. Los perdedores pagan prenda.

En Durango (B) se ha recogido una variante del juego anterior. En esta localidad lo practicaban únicamente las niñas que tenían que hablar con los labios pegados sin que se les vieran los dientes. La primera jugadora con el semblante serio mantenía con la segunda el siguiente diálogo:

— ¡Don Juan Tenorio ha muerto!
— ¿Ha muerto?
— Sí, ha muerto.

Seguidamente la segunda niña dialogaba de igual forma con la tercera, pero esta vez llorando. Esta última hacía lo propio con la siguiente, ahora riendo, y así sucesivamente. Quedaba eliminada la que mostrara los dientes o se equivocara al representar el estado de ánimo que le correspondía mantener.

El romance conocido como El Conde Olivos se ha recogido completo en Portugalete (B); en Amézaga de Zuya (A) únicamente las tres primeras estrofas:

Madrugaba el Conde Olivos
mañanita de San Juan,
a dar agua a su caballo
a las orillas del mar.
Mientras el caballo bebe
canta un hermoso cantar,
las aves que iban volando
se paraban a escuchar. (bis)
— Bebe, mi caballo bebe,
Dios te libre del mal,
de los fieros de la tierra
y de la furia del mar. (bis)
Desde las torres más altas
la reina le oyó cantar.
— Oliva, hija, cómo canta
la sirenita del mar. (bis)
— No es la sirenita madre
que esa tiene otro cantar.
Es la voz del Conde Olivos
que por mí penando está.
— Si es la voz del Conde Olivos
yo le mandaré matar,
que para casar contigo
le falta sangre real.
—No le mande matar madre
no le mande usted matar,
que si mata al Conde Olivos
a mí la muerte me da.
Guardias mandaba la reina
al Conde Olivos buscar,
que le maten a lanzadas
y echen su cuerpo al mar.
La infantisca con gran pena
no cesaba de llorar,
él murió a media noche
y oyó a los gallos cantar.

Las niñas de Salvatierra (A) y Portugalete (B), antes de la Guerra Civil de 1936, escenificaban el siguiente romance cantando:

Mes de mayo, mes de mayo,
mes de la primavera,
cuando los queridos soldados
van para la guerra.
Unos cantan, otros lloran
y otros llevan mucha pena.
Ese que va en el medio
es el que más pena lleva.

Le pregunta el capitán:

— ¿Por qué llevas tanta pena?
Si es por padre o es por madre,
o es por alguien de la tierra.
— Que es por una muchachita
que se ha quedado soltera.
— Coge tu caballo
y vete para tu tierra.
En medio del caminito
encontró una sombra negra.
— Sombra negra, sombra negra
que me vienes a matar.
— Yo no te vengo a matar,
solo te vengo a decir
que tu muchachita ha muerto.

En San Román de San Millán (A) se han recogido varios romances. Aquí transcribimos uno de ellos[1]:

Un Rey tenía tres hijas,
tres hijas como la plata
y la más chiquirritina
Delgadina se llamaba.
Un día estando comiendo
dijo al Rey que la miraba:
— Delgadina estoy padre mío
porque estoy enamorada.
— Venid, corred mis criados
y a Delgadina encerradla,
si os pidiere de comer
le daréis carne salada,
si os pidiere de beber
le daréis piel de retama.
Y la encerraron muy pronto
en una torre muy alta.
Delgadin se asomó
por una estrecha ventana;
de allí vio a sus hermanos
jugando al juego de cañas.
— Hermanos, si sois hermanos
dadme un poquito de agua
que tengo el corazón seco
y a Dios entrego mi alma.
— Quita de ahí perra mora
quítate, perra malvada,
si mi padre el Rey me viera
la cabeza me cortara.
Delgadina se quitó
muy triste y desconsolada
luego se volvió a asomar
por una nueva ventana.
Vio a sus hermanas hilando
en ricas ruecas de plata.
— Hermanas, si sois hermanas,
dadme un poquito de agua,
que estoy muriendo de sed
y a Dios entrego mi alma.
— Quita de ahí perra mora
quítate, perra malvada,
si mi padre el Rey me viera
la cabeza me cortara.
Delgadina se quitó
muy triste y desconsolada.
Volvió a asomarse otra vez
a aquella alta ventana,
apercibiendo a su madre
que ricas telas bordaba.
— Madre, si es que sois mi madre,
dadme un poquito de agua,
que tengo el corazón seco
y a Dios entrego mi alma.
— Venid, corred mis criadas,
dadle a Delgadina agua,
unas en jarro de oro,
otras en jarro de plata.
Cuando llegaron a ella
casi muriéndose estaba.
La Magdalena a sus pies
le cosía la mortaja,
con dedalito de oro
y con agujas de plata,
los angelitos de Dios
bajaban ya por su alma,
las campanas de la Gloria
ya por ella replicaban.

En Artajona (N) dos niñas, disfrazadas una de hombre y otra de mujer, escenificaban cantando el siguiente relato:

— Caballero de arma blanca
¿ de la guerra viene usted?
— Sí, señora, de la guerra.
¿ Qué le ocurre a usted pues?
— ¿ Ha visto usted, por si acaso,
a mi marido alguna vez?
— No, señora, no lo he visto,
ni tampoco sé cómo es.
— Mi marido es un buen mozo,
alto, rubio, aragonés,
y en la punta de la espada
lleva tres anillos, tres:
Uno se lo dio la reina,
otro se lo dio el rey,
y el otro le di de moza
para casarme con él.
— Por las señas que usted dice,
su marido muerto es,
lo mataron, en Sevilla,
en casa de un coronel.
— Válgame Dios de mi vida;
Válgame San Rafael. (llorando)
— Calla, calla, Isabelita;
calla, calla, Isabel;
yo soy tu buen marido
y tú mi linda mujer.

En Durango (B), el romance que a continuación transcribimos servía para que los niños lo escenificaran. Los días lluviosos eran los más propicios y la representación se efectuaba en los rellanos de las escaleras o portales de las viviendas.

A cinco leguas de Pinto
y treinta de Marmolejo,
existió un castillo viejo,
que edificó Chindasvinto.
Perteneció a un señor
algo feudal y algo bruto,
se llamaba Sisebuto
y su esposa Leonor.
Y Cunebunda su hermana
y su madre Berenguela
y una tía de su abuela
atendía por Mariana.
Y su cuñado Vitelio
y Cleopatra su tía
y su hermana Rosalía
y un hijo mayor Rogelio.
Era una noche muy fría,
noche airada,
noche cruda,
noche llena de amargura.
En un rústico sillón
dormitaba Sisebuto
y un lebrel seco y enjuto
dormía en el portalón.
Cabalgando en un corcel
de color verde botella,
raudo como una centella,
llega al castillo un doncel.
Empapada trae la ropa
por efecto de las aguas.
Como no lleva paraguas,
llega el pobre hecho una sopa.
Salta el foso, llega al muro,
la poterna está cerrada.
¡Me ha dado mico mi amada! exclama.
¡Vaya un apuro!
En esto siente que algo resbala
sobre su cabeza.
Levanta el brazo y tropieza
con la cuerda de una escala.
Sube, sube, que sube,
trepa, trepa, que trepa,
en brazos cae de un querube,
la hija del Conde, la Pepa.
— ¡Lisardo, mi bien, mi anhelo,
único ser que yo adoro,
el de los cabellos de oro,
el de la nariz de cielo!
¿ Qué sientes encanto mío?
¿ Qué sientes Lisardo amado?
¿ Qué sientes tú a mi lado?
— ¡Siento frío!
— ¿Frío has dicho?
— Eso me inquieta.
— ¿Frío has dicho?
— Eso me espanta.
— No llevarás camiseta,
pues toma mi vida,
cúbrete con esta manta...
Y ahora hablemos del cariño
que nuestras almas dislocan.
— Yo te amo como una loca.
— Y yo te quiero como un niño.
— Mi pasión raya en locura.
— La mía es un arrebato.
— Si no me quieres me mato.
— Si me olvidas me hago cura.
— ¿Cura has dicho? ¡Por Dios bendito!
Por el jamás de los jamases,
no digas esa frase,
que aunque mi padre es muy bruto,
y aunque temo sus furores,
vamos, vámonos al Congo
a ocultar nuestros amores.
En esto se oye un ruido
luego nada.
Entra un viejo, luengas barbas,
luego un can, luego nadie,
después nada.
— ¡Hija infame! —ruge el conde—
¿Quién es este señor?
¿dónde has dejado mi honor?
¿dónde, dónde, dónde?
En esto con pulso certero,
introduce el duro acero,
junto a la espina dorsal.
El joven naturalmente
cayó como un conejo,
ella frunció el entrecejo
y enloqueció de repente.
También el conde
se volvió loco,
de resultas del espanto
y el perro no llegó a tanto
pero...le faltó muy poco.
Y aquí termina esta historia,
tan triste, escalofriante e impía
de aquel castillo viejo
que edificó Chindasvinto
a cinco leguas de Pinto
y a treinta de Marmolejo.

En Hondarribia (G) se ha recogido este otro:

— ¿Ayer dónde estuviste
que no te pude ver?
— Estuve en el teatro
con el cabo Miguel.
— Yo no quiero que vayas
con ese galopín.
— A ti nada te importa
si yo lo quiero ir.
— Es que a mí no me gusta.
— Eso lo dejo por ti.

Interviene el coro:

— ¡Marieta, Marieta,
estás haciendo demasiado la coqueta!
¡Chis - pon!

En Artajona (N) las niñas puestas en corro escenificaban Caballero de arma blanca. Una jugadora representaba al rey, otra al capitán y una tercera al paje al tiempo que cantaban:

— Mi rey, mi príncipe;
postrados a tus pies.
— Mi capitán, mi general;
pedid lo que queráis.
— Os pido un paje (bis),
la torre a destruir.
— Vete paje mío (bis)
la torre a destruir.


 
  1. Para otros romances recopilados en esta misma localidad cfr. Alberto GONZÁLEZ DE LANGARICA. “Estudio etnográfico de San Román de San Millán” in Contribución al Atlas Etnográfico de Vasconia. Investigaciones en Alava y Navarra. San Sebastián, 1990, pp. 164-166.