Roturación de monte bajo o con arbolado

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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La primera labor de este tipo de roturaciones consistía en retirar la maleza, cortar los árboles y arrancar sus tocones. Era habitual quemar los restos vegetales y esparcir sus cenizas a modo de abono.

En Abezia (A) la primera labor para la roturación de un terreno nunca cultivado era cortar con un rozón o guadaña la maleza y quitar los restos de madera, los berozos y las piedras. Se trataba de un trabajo penoso por lo que habitualmente solo reclamaban roturas las familias con muchos hijos o bien varios vecinos unidos.

El siguiente paso consistía en quemar los rastrojos y pasar un aladro. La idea era roturarlo pero en la mayoría de los casos solo conseguían arañar la tierra. A continuación procedían a abonar el suelo vertiendo y extendiendo el estiércol.

Posteriormente se maquinaba. En muchas ocasiones se veían obligados a pasar de nuevo el aladro al quedarse entorcado el arado. Luego se maquinaba una vez más para igualar la tierra.

Desde que se empezaba a roturar un terreno y se araba hasta que tenía lugar la siembra transcurría un año. Esto es debido a que hay que esperar a que la tierra se almece, es decir, se pudra o ablande gracias a todas estas labores.

Efectuada la siembra a veces era necesario pasar otra vez la trapa o rastra para tapar la simiente y rastrear con la rastra tirada por yeguas.

En las roturas lo más habitual era sembrar patatas durante los primeros años y luego cambiar a avena. Los consultados afirman que eran tierras muy flojas, con mucha piedra y ulagas y difíciles de trabajar. Daban buenas cosechas en cantidad pero de mala calidad y no servían para sembrar trigo. Además se trataba de tierras que se cansaban pronto.

En Pipaón (A) si era la primera vez que se cultivaba un terreno había que hacer una limpia de piedras, árboles y maleza. Luego se cultivaba en tiempo húmedo, para encontrar la tierra más dócil y poder trabajarla con aladro o brabán; después se dejaba reposar uno o dos días y se rastreaba. Hecha esta labor dura y costosa, se dejaba reposar de nuevo hasta el momento de ser sembrada. Se le volvía a dar otra vuelta de aladro o brabán que, al estar preparada de antemano, resultaba más fácil de realizar.

Por ser tierra virgen y fuerte siempre se cultivaba con cereal: trigo, cebada, avena y pasados dos años o tres, con remolacha o patatas. Hoy no se hacen roturos, pero se seguiría el mismo procedimiento solo que con tractor.

En Ribera Alta (A) a la hora de roturar un terreno nuevo la primera labor era la de descepar. Previamente se habían cortado los árboles y luego había que arrancar las raíces, labor costosa que se realizaba a azada. A continuación se araba en invierno y hasta el otoño siguiente se dejaba podrirla tierra. En otoño, con las primeras lluvias, se procedía a ararlo, abonarlo, trapearlo y a finales de noviembre sembrarlo a trigo o cebada.

En Apodaka (A) cuando roturaban un terreno para el cultivo, primero lo desbrozaban y arrancaban los tocones y los quemaban. Los montones de yerba y tocones para quemar recibían el nombre de ramoras. Después con el aladro de punta removían la tierra. Luego pasaban el arado vertedera con una o dos parejas de bueyes. Esto lo solían hacer de vereda, ya que los terrenos roturados eran del concejo. El último roturo de la zona se levantó con un bulldozer. Después con un tractor se sembró de avena y al año siguiente de patatas y de cereal. Hoy es un pastizal.

En Bernedo (A) la primera roturación de un terreno se hacía manualmente con azadón quitando las raíces, chocas, de los árboles, arbustos y otacas. Con ellas formaban unos montones que llamaban hornos o remoras a los que daban fuego de tal modo que sus cenizas se extendían por el roturo para que sirviesen de abono. Antiguamente lo primero que sembraban en el roturo era trigo, incluso dos años seguidos. Lo normal era alternar un año de trigo y otro de patata. Los primeros años daban buenas cosechas. Después se sembraba centeno.

En Valderejo (A) los roturos solían hacerse en el monte o en zonas que se habían dedicado a pastos. Primeramente se libraba el espacio de árboles, arbustos y piedras. A continuación, en los casos en que no se habían podido extraer los tocones de los árboles se acumulaba el resto de la materia vegetal extraída sobre ellos y se hacía una hoguera para de esta manera eliminarlos. El resto de tocones que eran de menor tamaño eran arrancados con los bueyes.

En cuanto al producto que se sembraba en ellos algunos indican que el primer año se dejaban en barbecho y que la primera siembra solía ser de cereal.

En Abadiño (B) las nuevas tierras o lubarriak eran normalmente zonas de bosque que se querían empezar a cultivar. Por ello la primera labor consistía en arrancar los árboles de raíz. Luego arar con layas, laiak. Más tarde se pasó a utilizar el arado cuando el terreno era extenso, y en los demás la azada. Había que recoger todas las piedras que iban apareciendo y después echar cal y estiércol. Era un trabajo muy arduo y se hacía en grupo, auzolanean. Durante los primeros años el terreno preparado se utilizaba como huerto, ya que si se dejaba como pastizal el bosque volvía a adueñarse de él. El primer año se cultivaba patata ya que se da muy bien en este tipo de terreno y al año siguiente se sembraba nabo. Si la tierra resultaba fértil se seguía utilizando como huerto y si no, se convertía en zona de pasto. Los helechos y árgomas seguían apareciendo y había que arrancarlos según salían.

En Bedarona (B) cuando se quería convertir en terreno de labranza una superficie lo primero que se hacía era limpiar la maleza: quitar los arbustos, zarzas y demás. La maleza se cortaba con hacha, podón y azada. Si había tocones de árboles y raíces se sacaban con la azada. Con la maleza se hacían montones que se quemaban. Lo que quedaba se limpiaba bien de nuevo a azada y se volvía a quemar. Después de limpiar todo se pasaba otra vez la azada, lurre atxurtu, y se echaba cal, karetu. Lo primero que se sembraba era patata. A este nuevo terreno se le denominaba lubarria. Hoy en día apenas se realiza este tipo de roturación.

En Gautegiz Arteaga (B) se ganaron terrenos de labranza a costa del monte.

En Nabarniz (B) recuerdan primeras roturaciones de terrenos y señalan que se talaban los árboles y luego había que labrar con la azada en profundidad, “atxurtu ahal danik sakonen”.

En el Valle de Carranza (B) se realizaron roturaciones de terrenos de monte bajo para dedicarlos a praderas. Esta fue una actividad muy importante en décadas pasadas coincidiendo con el auge de la ganadería de leche y la necesidad creciente de forraje para cubrir sus necesidades alimentarias.

Para convertir un terreno inculto, esto es, ocupado por monte bajo o por arbolado, a prado, se realizaba un cultivo previo, por lo general a patatas.

A diferencia de las tierras dedicadas a piezas, estas cuyo destino era la creación de prados podían presentar pendientes que a veces eran acusadas por lo que los trabajos no se podían realizar con la pareja sino a azada.

La primera tarea consistía en rozar el terreno, si es que no estaba cubierto de arbustos o algún árbol, en cuyo caso se debían cortar en su mayoría. Una vez concluido este trabajo se procedía a cavar todo el terreno a azada. En este caso no se sorría[1] por ser esta una labor demasiado superficial. Al cavar se eliminaban las raíces de espinos, árgumas o zarzas además de los rizomas de los helechos, dificultando así que se regenerasen rápidamente. Si solo se sorría se cubría de maleza en poco tiempo, sobre todo de helechos. Para evitarlo se cavaba además bien hondo. Durante este trabajo se eliminaban también todas las piedras y se alisaba en la medida de lo posible el terreno, restando altura a los tarreros y rellenando las hoyadas. Después de preparada la tierra se sembraba a patatas el primer año.

Con el tiempo se sustituyó esta forma de “hacer a prao” por otra menos laboriosa consistente en rozar el monte y a continuación sembrar directamente el terreno utilizando la granilla que se recogía en el tascón después de consumir la hierba seca almacenada, tras lo cual se cubría la misma con una buena camada de basura.

Esta técnica tenía el inconveniente de que el terreno se tapaba rápidamente de helechos de la especie Pteridium aquilinum por lo que había que resegarlo una vez tras otra para intentar acabar con ellos. En tiempos pasados era costumbre golpearlos en primavera con una vara de avellano hasta romperles el tallo. Se decía que obrando así se desangraban y se descastaban mejor. Al segarlos con el dallo, en cambio, volvían a brotar con facilidad. Algunos aseguran que el día más efectivo para realizar este trabajo de golpearlos era la mañana de san Juan antes de que saliese el sol.

En Berastegi (G) en cuanto a la primera roturación de terreno yermo, primero se desbrozaba de maleza, después se pasaba el golde o arado, a continuación alperra y aria y después se abonaba la tierra. Se sembraba maíz o nabo.

En Hondarribia (G) cuando tenían una parcela nunca cultivada y se decidía dedicarla a producción, lo primero que había que hacer era limpiarla, talando árboles y preparándola para su nueva misión antes de pasar el arado por primera vez. Luego había que cavar, hondiatu, removiendo la tierra lo más profundamente que se pudiera. Posteriormente abonarla bien y sembrarla, y en primavera escardarla y quitar las malas hierbas que saliesen. El terreno inculto que pasaba a ser terreno de cultivo se llamaba luberria.

En Sara (L) las roturaciones se efectuaban en terreno de propiedad particular, no en los comunales. En los años cuarenta del siglo XX el instrumento que se empleaba en esta labor era el arado llamado abareta, que se consideraba mejor que el brabán para este menester. La mayor parte de las veces donde el arado no podía trabajar se roturaba con azada. La nueva pieza de cultivo, formada así en terreno antes inculto, se llamaba luberria, tierra nueva.

La primera roturación de tierra se denominaba labakie. Hubo costumbre de hacer labaki para la reducción de argomales y zarzales a sembradío. Para efectuarlo cavaban el argomal o brezal y recogiendo en montoncitos los brezos y cortezas de la tierra, los quemaban: “zaborrea ta lubazala erremuratan erre”, solían decir. Luego volvían a cavar la tierra y sembraban trigo. El labaki después de efectuada la siega del trigo recibía el nombre de agortue. Gorritue significaba roturado.

Lo primero que se sembraba en el luberri era patata. El orden de las operaciones a realizar era este: irauli, roturar con arado o con azada; lurra berdindu, allanar la tierra con grada; zilatu, abrir hoyos con azada; hazia sartu, depositar la semilla; ongarria eman, echarle basura; estali, cubrir con una capa de tierra.

En Aoiz (N) se fueron roturando terrenos de bosque y en algunas zonas de sotos y arboledas cercanos a ríos y barrancos. La primera operación consistía en retirar los matorrales y otros arbustos cortándolos con hachas o arrancándolos con tracción animal y mecánica más tarde. Después se metía el brabán para remover la tierra y la reja para que la rompiese bien; esta operación se realizaba más de una vez. Se sacaban las piedras de mayor tamaño que pudiesen dificultar el posterior laboreo y se tiraban por la pendiente o se amontonaban en un lugar cercano. Se marcaban los límites.

Después se pasaba el arado varias veces, para ir desmenuzando la tierra y dejándola más suelta. Por último se usaba la zaranda o el zarandón para terminar de desmenuzarla, allanando a su vez la superficie; si había alguna zona que sobresaliese un poco se pasaban repetidamente hasta dejarla al mismo nivel que el resto de la parcela.

En estos terrenos se sembraba cereal de secano o algunos frutales en todo el ámbito; en la zona más septentrional también forraje para alimento de los animales y en la más meridional viñedo.

En el Valle de Roncal (Ustárroz, Isaba y Urzainqui) (N) entre el 2 de noviembre y el último día de julio se podían señalar los terrenos para las roturaciones; pasado este período las señales eran nulas si no se había comenzado a trabajar ese lugar. El sistema tradicional de laboreo en el valle fue el de las artigas. Se comenzaba talando el bosque y limpiando el terreno de tocones y de piedras. Hecho esto, mediante el sistema de hormigueros se le prendía fuego. El hormiguero o karraka consistía en una pila de leña y maleza del campo cubierta con zaplas o terrones de hierba y tierra (en Ustárroz no se cubrían). Se hacía un orificio en la parte inferior y se prendía fuego sin que la llama saliese al exterior. Era un trabajo muy pesado y que requería muchos cuidados. Se encendían a media mañana, cuando el sol ya había calentado la tierra, y se vigilaban todo el día. Esta operación se realizaba en los meses de julio, agosto y primera quincena de septiembre. Estaba prohibido quemar artigas a menos de cincuenta metros de distancia de algún bosque. El terreno artigado se denominaba artigazoa, berroa, laiaberria, artegia o labagia. No se tocaban para tal cometido ni los robledales ni los hayedos sino los pinares. Se artigaba siempre que se sembraba un terreno nuevo.

Seguido de esto se arreglaban las lurtas o desprendimientos de terreno realizándose bancales o mailak si era necesario, dotados de ezpuenda o espuendas, es decir de caminos que permitían el acceso. Tras ello, sobre todo entre otoño e invierno, comenzaban a roturar la tierra si el hielo y la nieve lo permitían.

En San Martín de Unx (N) un informante nacido a mediados de los años treinta no había conocido roturar tierras jamás cultivadas, pero sí los ancianos, que recuerdan haber roturado por primera vez Vallérbitos. Cuando había leña y matorral sobre la superficie a roturar, se quitaba previamente o se le prendía fuego; después se pasaba el brabán, se rastraba, se cruzaba y se repetían todas las operaciones habituales antes de sembrar, añadiendo algo más de abono, el llamado mineral o superfosfato.

En Viana (N) cuando se roturaba un terreno para cultivarlo por primera vez había que eliminar, si era un soto, los árboles y arbustos; en otros casos se quitaban las zarzas y matojos, operación que se llevaba a cabo con azada. Una vez que el terreno estaba desbrozado se labraba con los ganados. Dependiendo del tipo de cultivo a que se iba a dedicar se labraba más o menos, si a viña, había que labrar muy hondo o desfondar, si a cereal, mucho menos, y si a huerta todavía menos.

En Muez y Ugar (N) mientras que en Ugar el regadío casi no ha tenido presencia, en Muez sí ha sido importante desde que se acondicionaron las parcelas en el siglo XX. Junto al río existía un fresnero con una pequeña balsa donde solían ir a apacentar los bueyes y vacas de las casas. En 1926, el concejo decidió talar los fresnos (siendo utilizadas sus raíces para leña de las casas ese año) y subdividir el terreno en diferentes parcelas de igual extensión. Hecho esto, se repartieron las piezas mencionadas con igual superficie de terreno entre aquellos vecinos que lo quisieron. Algunos que poseían fincas de enorme extensión renunciaron a ellas. El disfrute de dichas parcelas duraba mientras la casa tuviera vecinos residentes en el pueblo. Por otra parte se permitió el cambio entre beneficiados de las parcelas. Actualmente el disfrute de esos terrenos sigue siendo por el mismo sistema de reparto concejil.

En el enclave señalado es posible el cultivo de regadíos, ya que su tierra mantiene la humedad en más de medio metro de profundidad. Además, está cerca del río lo que permite abastecerse de agua en caso de necesidad, existiendo ya en alguna de las parcelas algún depósito con agua enganchada (es decir, encauzada su corriente colocando lajas de piedra para evitar que se filtre o deteriore el terreno). Los cultivos que en ellas se dan son los mismos que en las huertas privadas del pueblo: lechugas, alubias verdes, cebollas, ajos, pimientos, tomates, cardos, achicorias, puerros, acelgas, pellas, berzas, escarolas, patatas, borrajas o calabacines.

En Valtierra (N) la roturación de terrenos esteparios en las Bardenas fue trabajo frecuente entre las gentes riberas. La necesidad de añadir tierras cultivables a las pocas que tenían de regadío siempre les impulsó en esa dirección, aunque les supusiera una fuente de conflictos con los pastores y el riesgo de haber trabajado en balde si las circunstancias meteorológicas no acompañaban sus esfuerzos.

Los trabajos para una primera roturación eran numerosos y pesados: limpieza del terreno cortando los arbustos y matojos, quitando piedras que utilizaban para delimitar las tierras, extrayendo raíces de los matorrales, arbustos y malas hierbas cortados, allanando las tierras para poderlas trabajar con las caballerías de tiro y el arado, labrando para esponjar y oxigenar la tierra, abonándola para que tuviera alimento y fuerza para hacer germinar y crecer la simiente, etc. Al final todo había valido la pena si llegaba la lluvia de forma adecuada y en el momento propicio.

El instrumento más utilizado en la roturación era el arado o brabán y la laya para la extracción de raíces. Eran imprescindibles los animales de tiro para todas las operaciones. Los cultivos más comunes eran los cereales: trigo duro, avena, centeno, etc.

A partir de los años sesenta todos los trabajos se hicieron más fáciles con la llegada de tractores y maquinarias complementarias.

Ahora también se han ampliado la gama de productos a sembrar, al haber convertido algunas zonas en tierras de regadío (unas 6000 robadas en la Bardena que trabaja Valtierra).


 
  1. Sorrer es una actividad llevada a cabo con la azada consistente en eliminar la capa vegetal que cubre la tierra para lo cual se cava superficialmente, sin profundizar.