Separación del alma y el cuerpo

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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La creencia de que el alma se separa del cuerpo tras la muerte se halla ampliamente difundida, como corresponde a un área de cultura cristiana. También ha estado muy extendida la preocupación por determinar a cuál de sus posibles destinos se dirige una vez abandona el cadáver. Para ello se ha recurrido a indicios obtenidos a partir del propio óbito, como el semblante con el que ha quedado el finado o el tipo de muerte que ha padecido; o del entorno, como por ejemplo el que sople el viento o se den precipitaciones tras el fallecimiento. En los apartados siguientes se detallan estos aspectos y otros relacionados.

La creencia de que el alma no se separa del cuerpo hasta que ha transcurrido un cierto tiempo desde el óbito se ha constatado en las localidades de Berganzo (A) y Aoiz (N). Es más generalizada la creencia de que esta separación acontece en el momento en que acaba la vida. En Amézaga de Zuya (A) algunas personas afirman que el alma abandona el cuerpo con el último suspiro o aliento; en Apodaca (A) que al dar el último estertor. En Goizueta (N) se piensa que la salida del alma del cuerpo conlleva la muerte, a esto se le llama «aittu da». En Zeanuri (B) se cree esto mismo[1].

Hoy en día los informantes creen que, durante la separación del alma y el cuerpo, la primera lo abandona de modo invisible; pero no siempre se ha pensado esto, al menos así se ha constatado en algunas localidades.

En Zegama (G) se decía que el alma abandonaba el cuerpo en forma de una luz tenue y también de una cabeza. Una vez separada permanecía en la ventana de la habitación hasta que el cadáver fuera sacado de casa; después caminaba saltando de una losa a otra hasta el tribunal de Dios[2].

Un informante de Donibane-Lohizune (L) comenta que en el año 1903, su tía, tras la muerte de su nietecilla de tres años y al morir su marido, vio dos palomas en la escalinata en el momento en que el cadáver era sacado de la casa; según ella, representaban las almas de los dos difuntos.

En Aria (N) no se cree que el alma salga del cuerpo de manera visible, no obstante se asocia a la forma de paloma.

En Goizueta (N) los ancianos oyeron que el alma que no estaba en paz se podía ver de noche en forma de una luz especial.

La muerte del justo. Litografía belga del s. XIX procedente de un caserío de Ibarruri (B).

En Zerain (G) se creía que abandonaba el cuerpo como un humo blanco. Cuando había una ráfaga de viento y al momento se paraba, se decía que ya marchaba el alma.

En la zona rural de Elgoibar (G) había la creencia de que el alma salía del cuerpo de modo visible. Los habitantes del centro de la villa, en cambio, no la conocían; tampoco en la actualidad, ni en el barrio de Alzola.

En Abadiano (B) dicen los informantes que, a menudo, se han oído comentarios de gente que asegura haber visto salir el alma, pero se cree que no son muy fiables[3].

En tiempos pasados fue costumbre en algunas localidades facilitar el tránsito del alma hacia el cielo levantando una teja para que pudiera abandonar la casa mortuoria por la oquedad o abriéndole la ventana de la habitación del finado. Con el transcurso del tiempo el rito de abrir la ventana quedó reducido a un mero formalismo carente de su significado original y, en los últimos años, se dice que se obra así por motivos higiénicos. En un capítulo anterior se recogió esta misma costumbre pero destinada a facilitar la muerte de aquellas personas que padecían agonías prolongadas.

Como recogió Azkue, cuando en Donibane-Garazi (BN) moría alguien, uno de la casa solía subir al tejado para quitar una teja a fin de que por allí subiese el alma al cielo[4]. En Zerain (G) los que eran ancianos a mediados de este siglo recordaban haber oído que antaño se quitaba una teja. En Ituren (N), en una encuesta realizada en 1970, también recordaban esta práctica «animan gorabidea errezteko», para facilitar al alma la ascensión[5]. Un informante de Oragarre (BN) recuerda divertido la existencia en el pueblo de una familia que creía que el alma del muerto salía por el tejado por lo cual levantaban una teja.

Una de las informantes de Orozko (B) recuerda haber oído que en alguna población, tal vez Zeanuri, existió la costumbre de quitar una teja para dejar paso al alma, pero en ningún caso la atribuye a su localidad natal.

En los caseríos de Elgoibar (G), como ya se ha indicado antes, había la creencia de que el alma salía del cuerpo de modo visible y por ello abrían la ventana de la habitación del finado diciendo: «Zabaldu bentania animia irten dixan».

En Oiartzun (G), en cuanto se producía el deceso, hacían lo propio para dar paso al alma del difunto[6]; en Ituren (N) igualmente «animan irteera erreztearren», para facilitar al alma la salida[7]; en San Román y Obécuri (A) para que el alma ascendiera al cielo y en Meñaka (B) para que fuera libremente a su destino[8].

En Armendaritze (BN), cuando ocurría el fallecimiento, se abrían las ventanas y puertas para que el alma pudiese salir; en Baigorri (BN) la puerta de la habitación o la ventana; en Izpura (BN) una ventana de la estancia en que se acababa de producir el óbito. En Santa Grazi (Z) se abría la ventana para que el alma pudiese ir al cielo.

En Monreal (N) se abría la ventana de par en par o se entornaba la puerta que daba al balcón de la habitación del enfermo que acababa de morir. Las razones que aducen los informantes no están muy claras; por un lado se dice que se actuaba así para airear la estancia, pero tampoco se descarta el que antaño se obrase de este modo para «simbolizar el abandono del alma del cuerpo en el momento de la muerte».

La muerte del pecador. Litografía belga del s. XIX procedente de un caserío de Ibarruri (B).

En Zerain (G) hoy en día en todas las casas permanece abierta la ventana de la habitación y no se cierra hasta que sacan el cadáver. La mayoría responde que se obra así para evitar los olores pero algunos aún recuerdan que se hacía para facilitar el camino del alma.

En varias localidades ha perdurado esta costumbre a pesar de haber caído en el olvido las razones que motivaron su práctica.

En Gamboa (A) uno de los informantes apunta que en Landa se tenía una ventana abierta mientras el cadáver se encontraba en la habitación, sin saber qué explicación darle. En Zeberio (B) también se hace lo mismo e igualmente no se sabe por qué.

En Pipaón (A), Arrasate (G) y Eugi (N) se abrían las ventanas de la habitación de par en par y en Salvatierra (A) la puerta principal. Una informante de Telleriarte-Legazpia (G) dice que cuando muere alguien hay que abrir la ventana.

En Apodaca (A), al momento de acontecer el deceso, se abrían todas las ventanas de la casa. Recientemente, cuando ocurrió el fallecimiento de un vecino de esta localidad, los familiares del mismo al llegar al pueblo y ver las ventanas abiertas supieron que había fallecido su padre. En Aramaio (A) se abría la ventana de la habitación del fallecido, los vecinos al verla abierta, sabían que se había producido el óbito.

En algunas localidades en que sigue vigente esta práctica o lo ha estado hasta hace escasos años se ha sustituido la razón original que la motivaba por explicaciones supuestamente más racionales y ajustadas a nuestros tiempos.

En Berganzo (A) se abría la ventana para evitar malos olores y una descomposición más rápida del cadáver.

En Bermeo (B), cuando muere una persona, se suele abrir o entreabrir la ventana del cuarto y se mantiene así mientras el cadáver esté en casa; en la actualidad se dice que se obra de este modo para mantener la estancia lo más ventilada posible y evitar la acumulación de olores que puedan desprenderse del cadáver.

También hay constancia de que se abrían las ventanas con la intención de ventilar la habitación en Berganzo (A), Carranza, Lemoiz (B), Bedaio (Tolosa), Elosua y Hondarribia (G). En Eugi (N) se hacía lo mismo después de que los familiares hubiesen amortajado el cadáver.

En Artziniega (A) era frecuente obrar de igual modo para ventilar la habitación mortuoria pero el carpintero comenzó a cambiar esta costumbre para retrasar la putrefacción.

En Murchante (N) hasta hace unos cuarenta años las ventanas de la estancia donde se hallaba el cadáver permanecían abiertas. Ahora se tiende a colocarlo en habitaciones cerradas porque se cree que en presencia de corrientes de aire se descompone antes.

En Urnieta (G) y Moreda (A) también mantenían cerradas las ventanas mientras el cadáver permaneciese en la habitación con el fin de que el aire que pudiera entrar no acelerase la descomposición.


 
  1. En esta localidad vizcaina se les decía a los niños que se hacían una herida por la que manaba sangre que debían taparla «para que no se les escapase el alma», arimiak urten ez deien.
  2. AEF, III (1923) p. 108.
  3. Un informante de Bermeo (B) señala que algunos creían que cuando moría un loco, su espíritu se introducía en el cuerpo de alguna de las vacas del caserío que también enloquecía. Jaubeak zorotasunik badeuko iltzerakoan, bere espiritu etxeko beien batengana sartzen eida, befa bera be zoratuta geratzen dala.
  4. Resurreción M.ª de AZKUE. Euskalerriaren Yakintza. Tomo I. Madrid, 1935, p. 231.
  5. Anastasio ARRINDA. Euskalerria eta eriotza. Tolosa, 1974, p. 129.
  6. AEF, III (1923) p. 88.
  7. Anastasio ARRINDA. Euskalerria eta eriotza. Tolosa, 1974, p. 130.
  8. AEF, III (1923) p. 32.