Transiciones contemporáneas

En tiempos pasados las personas que debían desplazarse a otros pueblos alejados para comunicar la noticia del fallecimiento a las familias en ellos residentes lo hacían en los medios de transporte disponibles en cada época y lugar.

En Bermeo (B) iban a dar el aviso a caballo. En Laguardia (A) a burro o a caballo. En Moreda, Salcedo (A) e Izal (N) en caballerías. En Moreda (A) también se daban avisos a través de los carteros aprovechando que se desplazaban hasta los lugares deseados para repartir la correspondencia. En Narvaja (A) se utilizaban igualmente caballerías; posteriormente se recurrió a la bicicleta y a los vehículos de motor.

La mejora de las carreteras y la introducción, como se ha mencionado antes, de los vehículos de motor, facilitó la llegada de la noticia a los pueblos alejados. Pero cuando éstos lo estaban tanto que no se podía acceder a ellos por ninguno de los medios comentados se recurría a otros menos directos como el telégrafo y la carta. El uso de uno u otro dependía de si interesaba que el destinatario acudiese al funeral o que, simplemente, tuviese noticia del acontecimiento.

En la actualidad no se han alterado las costumbres relativas a la comunicación del fallecimiento a familiares y amigos, lo que ha experimentado una profunda modificación ha sido el método para notificar dicho suceso. Hoy en día se utiliza mayoritariamente para tal fin el teléfono. También en tiempos pasados se recurrió a este medio, pero es en el presente, con su amplia difusión, cuando ha alcanzado la máxima importancia. En todas las localidades encuesta-das reconocen que este artilugio ha modificado sustancialmente las costumbres relativas al anuncio de la muerte.

Por último citamos un peculiar método de transmisión oral de este tipo de noticias. Un informante de Elosua (G), nacido en 1911, recordaba cómo oyó decir a su padre que los avisos se comunicaban voceándolos de casa en casa y que a la llamada el otro respondía «eh» hasta entenderla, entretanto había que seguir llamando.

Bonifacio de Echegaray ya constató esta práctica a principios de siglo: «Hasta hace unos treinta años había en la zona rural de Vergara una manera muy curiosa de participar a las gentes de la vecindad la noticia de una muerte. Conocíase esta práctica con el nombre de ildia, contracción, sin duda, de il-deia -llamamiento de la muerte-. Consistía en que de una casa a otra, partiendo de la más próxima a aquélla en que aconteció la desgracia, se transmitía a gritos la triste nueva, mediante un previo y vigoroso eup! la designación del nombre de la vivienda a que llamaba y el empleo de una fórmula rituaria para tales casos. La última notificación se hacía a un árbol, a fin de evitar las desdichas que, de no obrar así, habían de acaecer durante el año siguiente en la barriada»[1].


 
  1. Bonifacio de ECHEGARAY. «La vecindad. Relaciones que engendra en el País Vasco» in RIEV, XXIII (1932) p. 24. J.M. de Barandiarán recogió en los barrios de Ubera (Bergara-G) y Alzpurutxu (Azkoitia-G) la peculiar costumbre de que cuando en un caserío moría una persona colocaban una sábana blanca extendida en una pieza próxima de modo que pudiese ser vista desde los otros caseríos de los alrededores (LEF).