Ventosas

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Dolencias para las que se utilizan

Es general la apreciación de que las ventosas se han utilizado como remedio de enfermedades respiratorias. Las dolencias en las que tenían aplicación que más aparecen mencionadas en las localidades encuestadas son la pulmonía; los catarros de pecho; el catarro fuerte, arnasestua; los enfriamientos, las congestiones y los dolores de costado, el “mal de lau” como llaman al mal de costado en Améscoa (N). Incluso en alguna localidad señalan que la aplicación de ventosas tenía lugar cuando se pensaba que el dolor de costado podía ser el primer síntoma de una pulmonía (Carranza-B).

No obstante en Sara (L) se han usado además de para curar dolores de pecho y espalda, para dolores de vientre que, según se creía, atraían a un punto los malos aires que causaban los dolores; en Liginaga (Z) para enfermedades que causan dolores agudos y en Donoztiri (BN) dicen que la ventosa extrae del cuerpo el dolor, erregura, y servía para toda clase de dolencias. En Orozko (B) y en Astigarraga (G) servían para curar males del estómago, urdailekoa. En Azkaine (L), según se recogió en los años treinta, se ha recurrido para el mal de matriz, emasabel-mina, cuyos dolores son similares a los de tripas. En Elosua (G) y en Lezaun (N) se han aplicado ventosas para algunas dolencias de corazón; en Obanos (N) en casos de hipertensión arterial. En San Martín de Unx (N) un practicante de la localidad, cuyo padre lo fue también, atestigua que en tiempos pasados se carecía de instrumental apropiado para medir la tensión y cuando la gente se notaba –según decían– “un poco cargada” acudía al practicante a que le aplicase las ventosas. En Sangüesa (N) también se ha consignado su uso para aliviar dolores reumáticos.

Métodos de aplicación

En Agurain (A) el método doméstico empleado consistía en coger un vaso con el cerco de remate redondeado y con mayor diámetro en su boca. Se echaba un trocito de guata (algodón hidrófilo) empapado de alcohol, se encendía con una cerilla y al instante se calentaba el aire del vaso y previa colocación de una moneda en el lugar que se había de poner la ventosa, se aplicaba el vaso ajustado y en contacto por igual a la piel y teniendo cuidado de que el algodón encendido al momento de colocar cayera sobre la moneda para evitar la quemadura pues aunque se apaga inmediatamente, su contacto con la piel resulta muy doloroso.

En Moreda (A) completan la descripción de Agurain señalando que el vaso de cristal se quedaba pegado a la carne y ésta se levantaba en toda la circunferencia del vaso. Cuanto más fría estuviera la carne más morada o roja se ponía al aplicar el sistema de ventosas. El vaso se tenía un rato hasta que se apreciara cómo salía el frío. Para quitarlo había que apretar un poco la carne de fuera del vaso para que entrara aire al interior y se descompresara. Se volvía a poner en otra parte del pecho o de la espalda cuantas veces se considerara necesario pero había que tener sumo cuidado a la hora de colocar los vasos para que no estuvieran muy juntos. Dejaban una visible marca, unos buenos corrochos rojos, como se dice popularmente. Existía la creencia de que el mal (catarro, pulmonía...) subía al mismo tiempo que lo hacía la carne y salía de esta manera del cuerpo del enfermo. También se pensaba que cuanto más morada se ponía la carne y más subía, mayor era la cantidad de mal que contenía el cuerpo del enfermo.

El mismo procedimiento descrito con pequeñas variantes se ha practicado en Amézaga de Zuya, Apodaca, Berganzo, Mendiola, Pipaón, Ribera Alta, Valdegovía (A); Amorebieta-Etxano, Bedarona, Muskiz, Orozko (B); Arrasate, Bidegoian, Elgoibar, Elosua, Hondarribia, Oñati, Telleriarte (G); Arraioz, Eugi, Lekunberri, Lezaun, Obanos, Sangüesa, Tiebas, Viana (N); Arberatze-Zilhekoa, Donoztiri, Heleta (BN); Sara (L) y Liginaga (Z). En Izal (N) se utilizaba un vaso muy caliente con vapor de saúco.

En Amézaga de Zuya se ha constatado, además del anterior, otro procedimiento de poner ventosas. Consistía en aplicar en el pecho y en la espalda bolitas de algodón, empapadas en alcohol y quemadas después, que luego se cubrían con el vaso. Los informantes indican que se consigue así “sacar hacia fuera” el frío que provoca la pulmonía. En Berganzo señalan que las ventosas se aplicaban de noche tantas veces cuantas fuese necesario hasta que la carne no fuera absorbida, lo que indicaba que el enfermo estaba curado. Se ponían “para sacar el mal, el frío”.

En Zerain (G) sobre la parte del cuerpo a aplicar la ventosa se colocaba una moneda de cobre, una punta de cerilla unida a la misma que se encendía y se cubría con el vaso. La cerilla consume el oxígeno y se apaga y la piel se hincha. Se tiene un rato y se quita el vaso con fuerza. Según los informantes saca el mal del cuerpo, miña gorputzatik ateratzen due. Igual procedimiento se ha constatado en Améscoa (N).

En Astigarraga (G) se ha consignado que el primer día se colocaban seis ventosas en el pecho y al día siguiente otras tantas en la espalda, repitiéndose la operación durante cuatro días, es decir, en total se ponían veinticuatro ventosas. Había que aguantar el calor cuanto se pudiera, entre diez y quince minutos. Luego se quitaba poco a poco la ventosa y se pasaba con alcohol la parte tratada.

En Bernedo (A) se hacían ventosas para sacar el frío. Se colocaba un trozo de patata sobre la parte enferma y una cerilla encendida y clavada en la patata, o una guata encendida, se cubría con un vaso sin dejar respiración e iba absorbiendo la piel que se introducía en el vaso y así salía el mal. En Sangüesa (N) se ha aplicado este mismo procedimiento colocando un trozo de pan en lugar de patata.

En Carranza (B) una de las informantes aplicaba las ventosas con la particularidad de que el alcohol no iba embebido en algodón sino que se vertía directamente en el recipiente. Otro testimonio señala que dentro del vaso se introducía guaté empapado en alcohol. Se aplicara un método u otro, si la carne ascendía por el interior del vaso es que “se tenía el mal”. Después de posar el vaso invertido sobre la piel asciende la carne y “así va sacando el mal”. Tras retirarlo “va bajando y queda toda la sangre negra donde ha estado el cerco del vaso” como si se tratase de una negrura, hematoma.

En Allo y en San Martín de Unx (N) la operación la llevaba a cabo el ministrante sirviéndose de su propio instrumental. Las ventosas se aplicaban en unos puntos concretos, generalmente en el pecho y en la parte alta de la espalda. El practicante se servía de un escarificador de cuchillas provisto de resorte que, al ser disparado sobre la piel del paciente, producía unos seis u ocho cortes poco profundos. Sobre ellos colocaba una especie de campana de vidrio con boquilla metálica a la que se unía un tubo y una jeringa. Tirando del émbolo de la jeringa se producía el vacío en la copa, al tiempo que de las heridas comenzaba a fluir sangre. Algunos informantes señalan que a veces se adhería la ventosa a la piel con tal fuerza que incluso de sus poros brotaba sangre.

En Murchante (N) se ha señalado que al aplicar las ventosas a la espalda o al pecho según la naturaleza del mal, en caso de que la dolencia fuera cierta, la carne directamente expuesta al vaso subía y tomaba un color oscuro, casi negro. El médico, con la finalidad de que el remedio fuera más efectivo, solía hacer pequeños cortes, que los informantes llaman pinchadas, en la zona a tratar.

En Astigarraga (G) se ha recogido otro procedimiento similar al descrito en Zerain (G) pero en el que se usaban las ventosas para juntar aires, para quitar o sacar los aires del estómago tal y como también se ha constatado en Orozko (B) y en Sara (L). Sobre una moneda de diez céntimos, se ponían tres pedacitos de candela amarilla y fina que se pegaban a la moneda. Todo ello se colocaba sobre el ombligo, se prendía la candela y se tapaba con un vaso grande puesto boca abajo, de manera que la boca quedara en contacto con la piel. Se apretaba el vaso fuertemente y al tiempo éste se llenaba de “carnes o piel”. Al retirar el vaso, se frotaba bien la tripa. La ventosa se la podía poner el propio interesado.

En Azkaine (L) para curar el mal de matriz, primeramente se ungía, gantzutu, a la enferma con aceite empezando por la punta del pie hasta la matriz y luego de nuevo a la inversa. Luego se colocaba sobre la matriz una moneda de dos sos, bi soseko bat, y tres cabos de vela bendita en pie encima de la moneda. Con un vaso se tapaban la moneda y las velas. Para que el remedio fuera efectivo había que repetir la operación durante nueve días consecutivos.

Personas que las aplican y época

En Amézaga de Zuya, Bernedo (A); Bidegoian y Zerain (G) eran las mujeres de la casa las encargadas de poner las ventosas; en Arraioz (N) la madre y en Muskiz (B) se ha recogido que normalmente las aplicaba la mujer mayor de la casa porque era la más experimentada. En Apodaca (A), Oñati (G) e Izal (N) alguno de la casa; en Agurain (A) y Elosua (G) los familiares o particulares. En Moreda (A) vecinas entendidas en el asunto, y en Mendiola y Pipaón (A) algún vecino o vecina con experiencia. En Bedarona (B) las ponía la curandera de la cercana localidad de Ispaster, sin excluir a los miembros de la familia. En Elgoibar (G) eran los curanderos y los boticarios quienes hacían uso de ellas. En Elosua (G) también las han aplicado los curanderos. En Allo y en San Martín de Unx (N) el ministrante o el filistrante como le llaman en esta última localidad; en Viana (N) el practicante o alguna mujer mañosa; en Lezaun (N) las ponía cualquiera aunque a veces quien las recomendaba fuera el ministrante.

En Agurain, Apodaca, Mendiola, Moreda, Ribera Alta (A); Abadiano (B); Telleriarte (G); Aoiz e Izurdiaga (N) se ha constatado que también ponía ventosas el médico; en Murchante (N) el médico o el practicante. Cuando eran estos últimos los encargados de aplicar las ventosas empleaban su propio instrumental.

En Ribera Alta (A) el médico localizaba el punto álgido o lugar de la congestión y realizaba una señal con un bolígrafo en el cuerpo del enfermo, a veces marcaba dos o tres puntos. La labor quedaba al cuidado de un familiar y si nadie en la casa conocía la técnica era el propio médico el que la ponía en práctica. Una vez hecha la primera demostración indicaba a los familiares la frecuencia de las sucesivas para que se ocuparan ellos de la labor. Generalmente se ponían diariamente hasta que se sanara.

En Agurain, Amézaga de Zuya, Bernedo (A); Astigarraga (G) y Lezaun (N) se ha recogido que las ventosas se ponían en primavera y en otoño que es cuando se contraen más enfriamientos y catarros. En Sangüesa (N) en primavera y así lo señala también una informante de San Martín de Unx (N) que dice que era particularmente indicada la primavera “porque es cuando la sangre mueve”.

En Berganzo, Mendiola, Moreda, Pipaón, Ribera Alta, Valdegovía (A); Abadiano, Carranza (B); Bidegoian, Elosua, Zerain (G); Allo, Izurdiaga, Murchante, Obanos y Tiebas (N) señalan que no había una época determinada sino que se ponían cuando la persona enfermaba, si bien era más frecuente en invierno, cuando brotaban los fuertes catarros de pecho y de bronquios. En Allo algunos informantes concretan diciendo que el período ideal era la entrada y salida del invierno porque es cuando más catarros se cogen.

Vigencia

Es un tratamiento ya en desuso y casi olvidado. En Mendiola, Moreda, Ribera Alta (A); Allo y Obanos (N) se ha constatado que ha sido una práctica habitual hasta los años cuarenta y cincuenta. En algunas localidades han apuntado que se utilizó en los decenios de los veinte y los treinta del pasado siglo (Arraioz, Izurdiaga-N).

En Astigarraga (G) hay quien sigue utilizando las ventosas, se las aplica él mismo y para ello utiliza cuatro o cinco recipientes de cristal de los que aún se venden en farmacias. Los calienta al fuego y boca abajo se los coloca en la parte a tratar durante unos ocho días. Lo hace para los golpes que causan hematomas. También en Murchante (N) algunas personas mayores aplican esporádicamente este remedio, que dejó de utilizarse de manera habitual en la década de los setenta.