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Una vez se ha producido el óbito, la actividad doméstica se paraliza y la casa mortuoria se pone de luto. Es la hora de comunicar la muerte. Se amortaja el cuerpo, se vela el cadáver, se habilita la estancia mortuoria y se coloca al difunto en el ataúd que, portado por los anderos, será conducido a la iglesia por el camino mortuorio. A partir de ahí el cortejo fúnebre, vestido de luto para la ocasión, seguirá un orden determinado, ocupando un lugar preeminente los portadores de ofrendas. La introducción de vehículos han ha modificado profundamente estas costumbres.
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