XIX. REGRESO A LA CASA MORTUORIA Y AGAPES FUNERARIOS
El regreso del cortejo a la casa mortuoria vigente hasta hace tres o cuatro décadas ofrecía en el conjunto de Euskal Herria diversas modalidades. En líneas generales se podría decir que en las localidades donde el poblamiento es concentrado y las casas forman un núcleo próximo a la iglesia -tal es el caso de Alava y de la Navarra Media- todos los participantes en los actos fúnebres, presididos por la cruz parroquial y acompañados por el sacerdote, regresaban a la casa de donde había partido el cortejo fúnebre y ante su puerta hacían una oración con la que se daba fin a las exequias[1].
La familia del difunto ofrecía a estos asistentes a la puerta de la casa un ágape de pan y vino, que en Alava recibe el nombre de la caridad. Luego en el interior de la casa los parientes del difunto celebraban la comida de entierro.
En las regiones de poblamiento disperso -País Vasco continental, Gipuzkoa, la Montaña Navarra y Bizkaia- eran los familiares que componían el duelo quienes regresaban, formando un cortejo, a la casa mortuoria donde tenía lugar el banquete preparado para la ocasión. Los demás asistentes al entierro recibían después del funeral un refrigerio en el pórtico o en los aledaños de la iglesia.
La conclusión de las exequias conllevaba generalmente refecciones y ágapes que más adelante describiremos. Interesa destacar desde ahora que es precisamente en estos ágapes donde se manifiesta con mayor claridad que los asistentes al entierro y funeral componían dos grupos diferenciados: el grupo de honra, compuesto por aquéllos que acuden a las exequias por obligaciones derivadas de los vínculos de consanguinidad y el grupo de caridad, integrado por los que participan por solidaridad cristiana[2]. Para uno y otro grupo había ágapes distintos.
En ambos casos estas refecciones se desarrollaban con un ceremonial acomodado a las prescripciones de un ritual, lo cual ha llevado a algunos autores a considerarlos como banquetes o ágapes fúnebres de remoto origen[3].
Pierre Lafitte describía en esta forma los ritos del ágape funerario que, a la muerte de su abuelo, presenció en la localidad suletina de Ithorrotze en el año 1911.
- «Orhoit naiz ene aitatxi Ithorrotzen hil zenean, 'Serorateia' deitzen ginuen etxea- ren bisian-bis bide-kurutze bat baita, han gure auzo batek, gorputza elizarat orduko, lasto-azau bat erre zuela. Galdatu nion gero auzoari zertako egin zuen su hori eta ihar- detsi zautan: 'Suak bide hatza edekitzen dik, eta hire goxaitaren arima herra baledi, elikek gibelerateko bidearen atzamaiteko perilik'.
- Bainan gogoan dut oraino okasione hor- tan berean hauteman nuen bertze ohidura bat. Ehortzetan gertatu jende guziak gomit ziren bazkariterat. Familiakoek elgartartean jan ginuen gaineko sala batean. Gainerati- koak 'borda' erraiten ginion ezkaratzean. Bazkal ondoan abisatu gintuzten beherean othoitzak hastera zoatzila eta jauts ginten nor gure basoarekin: basoan behar zen utzi ditaretara bat amo. Hamar urte nituen eta frango artegatua nintzen.
- Gu bordan sartzean bazkaltiar guziak xu- titu ziren, bakotxa bere basoa eskuan, eta zerbitzariek mahainetarik kendu zituzten dafailak. Xantrea, Victor Coustau Erreto- raenekoa buruhastu zen, eta denek hustu zuten basoko arnoa mahain gainerat ixuriz, nik ere bertzek bezala. Orduan guziek eskuineko eskuerhi puntak bustitu zituzten arpo hortan ur benedikatua izan balitz bezala, eta zeinatu ziren.
- Nik hain bitxi kausitu nuen jestu hori, nun irria eskapatu baitzitzaitan. Osabari gaitzitu zitzaion ene irri zozoa eta zarta bat eman zautan, harenganik ukan dudan bakarra, 1911-ko martxoaren 27-an.
- Geroztik galdatu izan diot Victor Coustau zenari, zertako zen arno-ixurtze hori, eta ez diot bertze argitasunik jalgi ahal izan hau baizik: 'Gure zaharrek hala egiten ziteian'. Niri ez dautet burutik atherako latin paganoek 'libatio' deitzen zuten ohidura gelditu zitzaikula Ithorrotzen eta Olhaibin, bainan poxi bat girixtinotua, kurutzearen seinalearekin nahastekatua tenaz geroz»[4].
- (Recuerdo que cuando murió mi abuelo en Ithorrotze había un cruce de caminos frente a una casa que llamábamos Serorateia; allí un vecino nuestro quemó un montón de paja a la hora de conducir el cadáver a la iglesia. Más tarde pregunté al vecino para qué había hecho ese fuego y me contestó: «El fuego borra el rastro del camino, y si el alma de tu padrino anduviera errante de seguro que no encontraría el camino de vuelta».
- Pero todavía guardo memoria de otra costumbre que conocí en esa misma ocasión. Todos los asistentes al entierro fueron invitados al banquete. Los familiares comimos juntos en una sala de la parte de arriba de la casa. Los demás comieron en la pieza de la casa que llamábamos borda. Después de la comida nos avisaron que abajo iban a iniciarse los rezos y bajamos cada uno con nuestro vaso: en cada vaso debíamos dejar el equivalente a un dedal de vino. Yo tenía diez años y estaba muy inquieto.
- Al entrar nosotros en la borda, se pusieron en pie todos los comensales, cada uno con su vaso en la mano y las sirvientas retiraron los manteles de la mesa. El chantre Victor Coustau de la casa Erretoraenea se descubrió la cabeza y todos vaciaron el vino derramándolo sobre la mesa; yo también hice lo mismo que los demás. Después mojaron las yemas de los dedos de la mano derecha en ese vino como si se tratara de agua bendita y se santiguaron.
- Me pareció tan raro ese gesto que se me escapó la risa. A mi tío no le cayó bien aquella risa mía inoportuna y me dió un sopapo, el único que recibí de él. Era el 27 de Marzo de 1911.
- Más tarde llegué a preguntar al difunto Victor Coustau el porqué de aquel derrame del vino y no conseguí de él otra explicación que ésta: «Nuestros ancianos así lo hacían». Nadie podrá quitarme de la cabeza que aquella costumbre pagana que los romanos llamaban libatio ha continuado en Ithorrotze y Olhaibi, si bien un poco cristianizada ya que se le añadió el signo de la cruz).
A lo largo del presente siglo, y sobre todo en su segunda mitad, se han operado sucesivas modificaciones en el modo de realizar el conjunto de los actos que componían las exequias como se ha consignado en los capítulos anteriores. Una de estas alteraciones ha sido precisamente la anulación del regreso del cortejo fúnebre a la casa de donde partió.
En la mayoría de las localidades se constata que actualmente el cortejo fúnebre se disuelve en el mismo cementerio, una vez inhumado el cadáver. En otros casos, sobre todo en las villas y ciudades, los asistentes al funeral se dispersan tras dar el pésame a la familia en el atrio de la iglesia inmediatamente después de finalizar el funeral. Al acto de la inhumación en el cementerio asiste un grupo reducido de parientes y amigos.
Nuestras encuestas han rescatado algunas tradiciones que permanecen en la mente y en el recuerdo de quienes las practicaron en otros tiempos. Pero a la vez constatan que aquel retorno formal del cortejo a la casa mortuoria ha dejado de practicarse y que los refrigerios y ágapes funerarios o bien se han suprimido o, en todo caso, se han convertido en un simple gesto obsequioso.
Apartados:
Contenido de esta página
Regreso del cortejo a la casa mortuoria
Agapes y refrigerios a los asistentes
Obsequios a los participantes en las exequias
La comida de entierro. Entierro-bazkaria
Apéndice: Antiguas restricciones legales sobre banquetes fúnebres
- ↑ Las Constituciones de la Cofradía de las Animas de Sangüesa (N), redactadas en 1798, se hacían eco de esta práctica cuando preceptuaban que después de la misa exequial se acudiera a la casa del difunto para allí rezar el responso.
- ↑ José Miguel de BARANDIARAN. Estelas funerarias del País Vasco. San Sebastián, 1970, p. 35.
- ↑ Bonifacio ECHEGARAY. “Significación jurídica de algunos ritos funerarios del País Vasco” in RIEV, XVI (1925) pp. 102 y ss. Barandiarán por su parte matiza que las refecciones o comidas funerarias “hoy no tienen el contenido místico de antaño”. Vide José Miguel de BARANDIARAN. Estelas funerarias del País Vasco. San Sebastián, 1970, p. 29.
- ↑ Pierre LAFITTE. “Atlantika-Pirene-etako sinheste zaharrak” in Gure Herria, XXXVII (1965) pp. 101-102.