La cal ha sido un elemento importante tanto como componente del mortero que en tiempos pasados cumplía una función equivalente a la que ahora desempeña el hormigón, como para blanquear paredes, tabiques y techos.
Se obtenía en las propias localidades en hornos, kisulabea (Aria-N), a partir de piedra caliza. En Lagrán (A) había familias que se dedicaban a esta labor y se les conocía en el pueblo como “caleros”. En Pipaón (A) aún quedan varias caleras donde se puede apreciar la forma de su horno.
En Améscoa (N) la cal se hacía igualmente en el pueblo. A principios del siglo XX los hornos para cocerla los levantaban en la sierra de Urbasa, ya que allí tenían a mano la piedra caliza. Pero debajo del pueblo de San Martín hay dos parajes contiguos que conservan los nombres de Labeagaina y Labeazpea. En Zerain (G) los barrios también contaban con su calero propio.
En Ezkio-Itsaso (G) la cal, karia, de la argamasa, morterua, usada en la construcción de paredes se hacía en caleros, karobi, con piedra caliza, kararri, traída del monte Burumendi o de Ataun.
En el Valle de Zuia (A) las canteras de Morkotxi proporcionaban calizas muy ricas por lo que su material se empleaba para cocer cal, pues era de cemento lento.
En Portugalete (B) se traía desde los caleros de Gallarta transportada en carros. En la calle Casilda Iturrizar también había un obrador de este material.
Para su uso se mataba previamente añadiéndole agua, egin letxada, goxo-goxo, euki 15 egun obeto, ondo gozatu arte (hacer la lechada lentamente y dejarla reposar durante quince días hasta que quede fina) (Zerain-G).
En cuanto al yeso, en Améscoa (N) para prepararlo se bajaban piedras yeseras del regajo de los yesos (este regato está en Urbasa, en el Espinal). Armaban un emparrillado de troncos sobre el que colocaban las piedras de yeso, daban fuego a la leña y esperaban, avivando el fuego, a que se cocieran; después molían lo obtenido golpeándolo. No se podía deshacer con agua, como la cal, ya que la cal se emplea muerta mientras que el yeso hay que usarlo vivo.
En Apellániz (A) el yeso, antes de que llegase el cemento que hoy se emplea, provenía de la yelsera cercana al pueblo. Para su elaboración traían las piedras, preparaban el emparrillado de troncos de haya sobre el que las colocaban, seguidamente prendían fuego a la leña y esperaban a que el yeso estuviera bien cocido, moliéndolo después a golpes hasta reducirlo a fino polvo.
En Obanos (N) la cal y el yeso procedían del mismo término municipal, donde aún se conservan restos de la antigua yesera, así como el topónimo.