El Viático. Gure Jauna

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La práctica de llevar con solemnidad el Viático a los enfermos empezó ya a declinar a mediados del siglo como anotan las encuestas de Izurdiaga, Viana (N) e Izpura (BN). En la mayoría de las localidades perduró algunos años más, hasta que, en la década de los años setenta, se extinguió en todo el territorio de Vasconia.

Sin embargo los hechos vinculados a la antigua costumbre han dejado honda huella en el recuerdo de los informantes. Las aportaciones que sobre este punto se han recogido en las localidades encuestadas dan a entender que la administración del Viático a un enfermo suponía antaño un acontecimiento en la vida local.

En los pueblos de población concentrada era «todo el pueblo» el que participaba en esta comitiva. Así se constata en las localidades navarras encuestadas: Aoiz, Artajona, Izal, Izurdiaga, Lezaun, Mélida, Monreal, Murchante, Obanos, Sangüesa, San Martín de Unx y Viana. Otro tanto se señala en las alavesas de Artziniega, La grán, Laguardia, Moreda, Ribera Alta, San Román de San Millán y Salvatierra.

Estas poblaciones ofrecen un modelo de procesión con el Viático que sigue estas pautas: el pueblo es convocado en la iglesia mediante el toque de campanas. De aquí parte la procesión del Viático; los participantes portan cirios en sus manos; en casos, intervienen las cofradías locales con sus pendones; una vez en casa del enfermo la comitiva permanece fuera mientras acceden a la habitación del enfermo el sacerdote, los familiares y las personas más allegadas; después de viaticar al enfermo la procesión retorna a la iglesia.

Un modelo distinto se observa en las localidades y aldeas de población dispersa. En éstas toma especial relevancia el rito de recibimiento que se hace al Viático en la casa del enfermo. El cabeza de familia, hombre o mujer, con velas encendidas en sus manos, sale a la puerta de la casa al encuentro del sacerdote que viene con el Santísimo, Gure Jauna, arrodillándose ante él; luego le conduce a la habitación del enfermo. Este rito de acogida se constata en las encuestas de Aramaio (A), Amorebieta-Etxano, Busturia, Orozko, Zeanuri (B), Beasain, Elosua, Zerain (G), Allo, Sumbilla (N), Heleta, Izpura, Oragarre (BN), Hazparne y Sara (L).

En varias de estas localidades se hace notar que al actó del Viático asistía un representante de todas las casas de la vecindad (Aria-N, Telleriarte-Legazpia, Zerain-G, Abadiano, Amorebieta Etxano, Orozko, Zeanuri (B), Aramaio, Salva-tierra (A) y Urdiñarbe (Z).

Por lo demás no es necesario hacer notar que las descripciones locales que aquí se ofrecen son fragmentarias en la mayoría de los casos. Solamente en. Garde (N), Urnieta, Oiartzun (G) y Artziniega (A) se menciona que el enfermo, antes de recibir el Viático, pedía perdón a todos aquéllos a quienes pudiera haber ofendido y que los presentes en el acto le daban también su perdón. Este acto estaba prescrito por el ritual toledano y era común en toda el área peninsular. Otro tanto ocurre con la incorporación de los niños a la comitiva que es anotada en Orozko (B), Eugi, San Martín de Unx (N) y Apodaca (A). Esta práctica fue corriente en las localidades de poca población.

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El Viático en Vasconia continental

En Sara (L) era el primer vecino, leenatea, quien acompañaba al Viático, Sakramendua, yendo detrás del sacerdote. Cuando éste se acercaba a la casa del enfermo, el cabeza de familia, hombre o mujer, provisto de dos velas encendidas, salía a su encuentro e iba delante de él hasta la habitación del enfermo. Allí colocaba ambas velas sobre la mesa o altar, aldarea, preparado al efecto. Tras la confesión del enfermo y las preces del ritual el cura le administraba el Viático y si se hallaba extremadamente grave, también la Extremaunción, Anonzioa. Durante estos actos se hallaban presentes la mujer del primer vecino y algunos familiares y parientes[1].

En Azkaine (L) hasta los años sesenta el sacerdote se desplazaba a pie bajo un pequeño palio o umbela sostenido por un monaguillo; otro más le precedía haciendo sonar la campanilla que invitaba a las personas que se encontraran a su paso a hacer una reverencia. Según algunos informantes una persona de la casa, etxeko bat, acompañaba al Viático situándose detrás del sacerdote que a su vez seguía al acólito, apezaren gibeletik eta berettarra aintzinean.

En Beskoitze (L) el cura que llevaba el Viático, Azken Sakramendua, iba acompañado por el monaguillo portando un farol, elizako lanterna, y una campanilla, xilinxa, que la hacía sonar cuando se cruzaban con algún caminante, al pasar delante de una casa y al entrar en el domicilio del enfermo.

En Hazparne (L) el ama de la casa, etxeko anderea, salía a recibir al sacerdote que venía con el Viático y le acompañaba a la habitación del enfermo.

En el centro urbano de Donibane-Lohizune (L), si el Viático era llevado inmediatamente después de la misa, las mujeres presentes en la iglesia formaban el cortejo de acompañamiento hasta la casa del enfermo.

En Oragarre (BN) el sacerdote iba acompañado por un acólito que hacía sonar la campanilla a su paso por delante de las casas. Al llegar a la del enfermo salía a recibirles el dueño de la casa o el hijo, si el enfermo era el padre. Algunos señalan que en esta acogida intervenía el matrimonio de la casa, asistiendo a la ceremonia todos los familiares.

En Heleta (BN) dos mujeres portando sendas velas encendidas, tortxak, bajaban a la entrada de la casa y acompañaban al sacerdote hasta la habitación del agonizante.

En Gamarte (BN) acompañaba al sacerdote el acólito con una lámpara encendida y tocando la campanilla. Las personas que se cruzaban con ellos se detenían respetuosamente; pero por lo general la gente evitaba encontrarse con el Viático.

En Izpura (BN) eran las mujeres de la casa las que recibían al sacerdote que venía con el Viático acompañado del acólito; los hombres de la casa no solían estar presentes generalmente. En los años cuarenta los sacerdotes comenzaron a motorizarse y se dejó de llevar el Viático a pie utilizando para ello la motocicleta. Hoy en día acuden en coche.

Viático en Iparralde. Apunte de Kauffmann. 1905. Fuente: L’Illustration, CIV. Paris, 3 Nov. Dib. P. Kauffmann.

En Barkoxe (Z) el monaguillo que acompañaba al sacerdote hacía sonar la campanilla a su paso por las casas, con lo que invitaba a sus moradores a una oración. Con el mismo fin se hacía sonar durante el recorrido la gran campana de la iglesia. A las aldeas más apartadas el sacerdote acudía a caballo revestido de sobrepelliz y precedido por el vecino que montaba también a caballo.

En Ezpeize-Undüreiñe (Z) señalan que al sacerdote y al monaguillo que llevaban el Viático no se les debía hablar y ni siquiera mirarles fijamente a su paso.

En Urdiñarbe (Z) precedían al sacerdote dos monaguillos que portaban la cruz parroquial y un recipiente con agua bendita. Asistían al acto los de casa y los vecinos. Si la administración del Viático tenía lugar durante la noche los hombres acompañaban a sus mujeres a la casa del enfermo pero ellos se quedaban apartados de la ceremonia, junto a los monaguillos. Solamente las mujeres se reunían con el sacerdote en la habitación del enfermo.

El Viático en Navarra

En Allo el sacerdote salía de la iglesia acompañado de dos monaguillos, uno portando la campanilla y el otro el farol. A su paso se incorporaban a la comitiva numerosas personas que formaban una procesión hasta la casa del moribundo. A la puerta les esperaba con un cirio en la mano un familiar que conducía al sacerdote -los monaguillos permanecían en la entrada-hasta el lecho del enfermo quien recibía primeramente el Viático y luego la Unción. Solamente los familiares más allegados permanecían en la habitación durante la administración de los últimos sacramentos.

En un trabajo publicado en la década de los años setenta se describió de esta manera la administración del Viático en la localidad citada: Si el tiempo lo permitía por la urgencia, se hacía una señal especial de campanas para congregar al pueblo; ésta consistía en unos tañidos lentos de tres en tres golpes. Los fieles acudían a la iglesia llevando velas. Del domicilio del enfermo salían al encuentro del Santísimo dos familiares con hachas encendidas. Al llegar a la casa, los fieles acompañantes se estacionaban en la calle y en las escaleras de la vivienda, rezando las letanías de la Virgen mientras el sacerdote administraba el sacramento. De vuelta a la iglesia, se leían los años y cuarentenas de indulgencias ganadas por los acompañantes según lo hubieran hecho con o sin candelas encendidas[2].

Paño de Viático. San Martín de Unx (N). Fuente: Francisco Javier y José Ángel Zubiaur, Grupos Etniker Euskalerria.

En Aoiz, antes de que el sacerdote acompañado de dos monaguillos saliera de la iglesia, el sacristán tocaba la campana de Viático. Los vecinos del pueblo se unían a la comitiva. A la casa del enfermo únicamente entraban los familiares y los vecinos más cercanos.

En Aria, hasta los años setenta, el cura acudía a la casa del moribundo acompañado por dos monaguillos que portaban un pequeño farol y campanillas que hacían sonar durante todo el camino. Les seguían los representantes de las casas del pueblo. En Burguete y Espinal, localidades próximas a Aria, los vecinos acudían con velas; si eran suyas (no prestadas), sus portadores ganaban una indulgencia; al decir de la gente, ésta consistía en una pequeña rebaja de días de sufrimiento en el purgatorio. Actualmente los del pueblo no acompañan al Viático y en el rito de los sacramentos que se dan al enfermo únicamente está presente la familia.

En Artajona nueve toques de campana anunciaban la salida del Viático de la iglesia. El sacerdote iba acompañado por el sacristán con la cruz y uno o dos monaguillos, portando el farol y la campanilla. Bastantes personas se sumaban al cortejo con una vela encendida en la mano. Era costumbre que, a su paso por las calles, se encendieran velas en las ventanas de las casas. Mientras permanecía el sacerdote en la casa del enfermo, en la calle uno de los presentes dirigía el rezo de una «Estación», que consistía en seis padrenuestros y seis avemarías terminando con la «comunión espiritual». En el momento de recibir el enfermo el Viático y la Extremaunción solamente estaban presentes los familiares más directos.

En Eugi el sacerdote iba acompañado por dos monaguillos que llevaban los santos óleos, el hisopo, un farol con vela encendida y la campanilla. Al oír el toque de campanas que anunciaba el Viático los vecinos y los niños de la escuela se sumaban a la comitiva. Llegados a la casa del enfermo, subían a la habitación del enfermo el cura y los monaguillos; los demás acompañantes se quedaban en la puerta. A la administración de los últimos sacramentos solamente asistían los familiares y los vecinos más íntimos que permanecían arrodillados durante todo el rito.

En Garde el sacerdote iba acompañado de dos monaguillos con farol y la campanilla. En la casa del enfermo los familiares, vecinos y allegados participaban activamente en el rito. El cura rociaba primeramente la habitación con agua bendita; después, el enfermo hacía profesión pública de fe y procedía a pedir perdón detenidamente a todos aquéllos a los que hubiera podido ofender; luego el sacerdote daba el Viático al enfermo.

En Goizueta la persona que había avisado al médico y al cura acompañaba a éste llevando la luz y la campanilla. Algunos vecinos se agregaban al sacerdote que llevaba el Viático hasta la casa del enfermo, adentrándose incluso en la misma habitación. Cuando el dormitorio era pequeño y los asistentes muchos, éstos se quedaban ante la puerta de la habitación, en el pasillo, las escaleras o en el portal.

En Izurdiaga, hasta la década de los años cincuenta, todo el pueblo acompañaba al Viático desde la iglesia hasta la casa del moribundo, portando velas encendidas bendecidas el día de la Candelaria o que habían iluminado el Monumento el día de Jueves Santo.

En Izal, al toque de campanas, acudía todo el pueblo a la iglesia y desde allí, cada uno con su vela encendida, acompañaba al Viático hasta la casa del enfermo. Era costumbre que los cofrades acudiesen a este acto con velas de la propia cofradía. Con esta participación en el rito se ganaban indulgencias.

En Sumbilla, a la entrada del Viático en la casa, el dueño de ella o quien hiciera sus veces le aguardaba con velas en ambas manos. Subía las escaleras de espaldas, mirando al Santísimo[3].

Acogida del Viático en la casa. Óleo de Javier Ciga. Montaña de Navarra, 1917. Fuente: Alegría, Carmen. El pintor J. Ciga. Pamplona, Caja de Ahorros, 1992.

En Lekunberri acompañaban al Viático el sacristán o el monaguillo, y los vecinos del pueblo que quisieran. A la administración de los últimos sacramentos asistían solamente los de casa.

En Lezaun, cuando se solicitaba el Viático con urgencia, únicamente acudían el cura, el sacristán y dos monaguillos que portaban un farol con dos velas y la campanilla. Cuando se pedía con tiempo, el Viático se llevaba desde la iglesia en procesión.

En Mélida, hasta los años sesenta, cuando el sacerdote recibía el aviso de la familia ordenaba al sacristán que hiciera sonar las campanas «a Viático». Al tercer toque la gente acudía con velas a la iglesia. Esperaban la salida del sacerdote e iban en procesión silenciosa con las velas encendidas hasta la casa del moribundo. Un monaguillo portaba una linterna o farol para alumbrar al Santísimo y otro una campanilla que hacía sonar regularmente. Al llegar a la casa, la gente esperaba abajo en silencio y subía el sacerdote con los monaguillos. Les estaban esperando los familiares más cercanos, esposo/a, hijos, padres. Asistían al acto los familiares y los amigos más allegados que así lo desearan, colocándose alrededor de la cama. Después de administrar los sacramentos, cuando bajaba el sacerdote, de nuevo se volvía a la iglesia en procesión.

En Monreal, hasta los años setenta, cuando se solicitaba el Viático para un enfermo, se procedía a un toque de campanas muy lento y suave que duraba de cinco a diez minutos. Este toque «a Viático» convocaba al pueblo en la iglesia. De aquí partía la procesión encabezada por el sacristán, que iba tocando una campanilla; detrás iba el cura, flanqueado por dos monaguillos que portaban el libro del ritual y el acetre con el hisopo; a continuación iban dos hombres generalmente con hachas encendidas, amigos de la familia y a veces elegidos por el enfermo. Luego venía el resto de la gente en dos hileras paralelas llevando velas encendidas. Cuando la procesión llegaba a la casa el sacerdote, los monaguillos, el sacristán y los dos hombres con las hachas encendidas entraban en ella. Las demás personas se quedaban en la calle. Al acto de la administración del Viático asistían también los familiares. Si la habitación era pequeña, algunos permanecían en el pasillo o en las escaleras. Concluido el acto, era costumbre volver en procesión hasta la iglesia donde se rezaban oraciones por el enfermo.

En Murchante, cuando las campanas de la iglesia tocaban «a Viático», se unían a la comitiva del sacerdote y monaguillos todos los que quisiesen. Según los informantes, aquéllos que acudían con velas «ganaban las indulgencias dobladas» (200 días de indulgencia en vez de 100). En la localidad se recuerdan aún unos versos alusivos a este rito que se recitaban hasta hace unas décadas:

«Sale el Señor de su casa vestido de carne humana a visitar los enfermos que están malos en la cama. Que les dé Dios lo que convenga; les dé la salud o la salvación del alma».

Mientras el sacerdote administraba al enfermo el Viático y la Extremaunción estaban presentes los monaguillos y los parientes más allegados. Los demás, amigos y vecinos, aguardaban fuera en la entrada o en las escaleras de la casa.

En Obanos, si la administración de los últimos sacramentos iba a tener lugar de día se tocaba «a agonía» y aquéllos que podían acudían al porche de la iglesia. Al Viático, llevado por el sacerdote, precedía el sacristán con la cruz y un monaguillo con la campanilla. Junto a él iba el familiar o vecino varón que había avisado al sacerdote, llevando el farol del Viático que se guardaba en la iglesia. El pueblo que acompañaba iba detrás.


Paño mortuorio. San Martín de Unx (N). Fuente: Francisco Javier y José Ángel Zubiaur, Grupos Etniker Euskalerria.

Cuando se trataba de un enfermo crónico, se anunciaba el Viático antes del toque del rosario de la tarde mediante cinco campanadas especiales. Al empezar el rosario, el sacerdote comunicaba el nombre y la casa del enfermo. Finalizado el rezo todos los que habían asistido al rosario y los parientes del enfermo iban en la procesión. Llegados a la casa subían a ella solamente el sacerdote, los parientes, el sacristán y el monaguillo. El resto del pueblo se quedaba en la entrada de la casa y en la calle rezando las letanías que dirigía alguna mujer. Recuerdan los informantes que, al llegar a la invocación «Salus infirmorum, Salud de los enfermos», la repetían tres veces. Las letanías finalizaban con el rezo de un avemaría o una salve por el enfermo.

Actualmente se prepara al enfermo con tiempo y se le da la Unción cuando está consciente, como un sacramento más; asisten al acto los familiares más próximos. El enfermo participa en el rito. Al sacerdote, que suele acudir en coche, no le acompaña nadie.

En Sangüesa el «toque de Viático» consistía en cinco campanadas sueltas con la campana grande, repitiendo el toque varias veces. Asistían, además de los parientes, un número considerable de personas aunque fuese de noche o hubiera que madrugar. El sacristán salía de la iglesia con el farol, el sacerdote con el Santísimo y varios hombres con hachas encendidas que eran alquiladas en las cererías. De vez en cuando se tocaba una campanica. Los hombres iban en filas, las mujeres «en montón» tras el sacerdote. Mientras el enfermo comulgaba en presencia de los familiares más cercanos los asistentes guardaban en la calle un respetuoso silencio. Al regresar a la iglesia se rezaba un padrenuestro, avemaría y gloria por la salud espiritual y corporal del enfermo, añadiendo a esto último «si le conviene». Todos los presentes recibían la bendición con el Santísimo. Al final se leían las indulgencias que habían ganado los asistentes según hubieran llevado hacha, vela, etc. El último Viático celebrado solemnemente en esta villa tuvo lugar en el año 1965.

En San Martín de Unx, hasta los años setenta, todo el pueblo, incluidos los niños, acompañaba al Viático por las calles y muchos de los asistentes llevaban hachas o velitas encendidas. El cortejo llegaba hasta la puerta de la casa, pero los hijos del enfermo eran quienes, «si tenían valor», acompañaban al sacerdote hasta el lecho donde yacía aquél.

En Viana, antes de 1950, el Viático era público y eran muchos los vecinos que acudían a él. Era anunciado a toque de campana para que asistieran los hombres que trabajaban en el campo. El Santísimo salía de la iglesia custodiado por dos faroles llevados por sendos vecinos, a veces parientes del enfermo; el sacristán entregaba a los asistentes 15 o 20 velas, un monaguillo tocaba la campanilla de trecho en trecho. Los hombres formaban dos filas y las mujeres iban detrás del sacerdote; el respeto era grande. Al llegar a la casa, los asistentes se arrodillaban en la misma calle. Mientras duraba la Comunión, el sacristán o algún particular rezaba en la calle oraciones por el enfermo, que eran contestadas por el público que guardaba silencio. Al regresar a la iglesia se rezaba de nuevo por el enfermo. Los asistentes recibían la bendición con el Santísimo y finalmente el cura leía las indulgencias que habían ganado cada uno de los presentes: 200 días o 100 según hubieran llevado velas o no. Los miembros de algunas cofradías estaban obligados a asistir al Viático de los enfermos cuando éstos eran cofrades.

El Viático en Gipuzkoa

En Zerain el sacerdote revestido con roquete y esclavina dorada, llevaba la Comunión en una cajita redonda de oro colgada del cuello; le acompañaba el mayordomo o el monaguillo que portaba un farol de cuatro velas en la mano izquierda y la campanilla, txintxarria, en la derecha; iba tocando ésta por el camino para que las gentes que estuvieran en los campos y huertas se arrodillaran y rezaran hasta que el sacerdote se alejara.

Al salir el Viático de la iglesia, la serora tocaba las campanas; siete toques si se trataba de una enferma y nueve si era un enfermo. Los que vivían en el núcleo de la plaza cercana a la iglesia tomaban una vela y se reunían en el pórtico. Acompañaban al sacerdote hasta la casa, si ésta estaba enclavada en la zona de la plaza. Si el enfermo era de un caserío alejado acompañaban al Viático hasta un punto convenido para cada barrio. Este lugar era aquél donde se solía formar el cortejo fúnebre para la conducción del féretro a la iglesia.

Al rito del Viático asistían los miembros de casa, pero no los niños; también los vecinos de la casa más próxima, etxekoanekoak (etxeurrenakoak). De las demás casas de la vecindad acudía la mujer o el matrimonio, portando todos una vela o un rollo de cera.

Los familiares de casa esperaban al sacerdote en el portal con las velas encendidas. A su llegada, marido y mujer le abrían paso hasta la habitación; detrás iban el monaguillo y los vecinos. Entraban en el dormitorio dejando libre un espacio alrededor de la cama para el sacerdote. Otros se quedaban ante la puerta de la habitación. Mientras el sacerdote se preparaba para dar el Viático, se rezaba una Estación a Jesús Sacramentado. Después de la Comunión, se le ofrecía un poco de agua al enfermo. A continuación se le administraba la Extremaunción; la primera vecina ayudaba al sacerdote en este menester. Concluido el rito, los vecinos salían de la habitación, decían unas palabras de consuelo a los familiares y partían hacia sus casas.

Al sacerdote, monaguillo y mayordomo se les obsequiaba en la cocina con un refrigerio. Fue también costumbre ofrecer al sacerdote al día siguiente, a modo de pago, una gallina[4].

En la actualidad, durante la administración de los Últimos Sacramentos, están presentes los miembros de casa y algunos familiares; a veces alguno de la casa más próxima u otros vecinos. Esta participación vecinal es cada vez más escasa. Al sacerdote no le acompaña el monaguillo.

Altar de Viático en la habitación del enfermo. Zerain (G). Fuente: José Zufiaurre, Grupos Etniker Euskalerria.

En Urnieta el sacerdote iba acompañado de un monaguillo o del sacristán. Algunos vecinos, al oír la campanilla, txintxarria, que anunciaba el paso del Viático, se incorporaban a la comitiva portando en la mano una vela encendida. Una vez en el caserío, hasta que terminara la confesión del enfermo, los asistentes permanecían fuera de la habitación en la que estaba el agonizante. Antes del Viático, el sacerdote se dirigía al enfermo con esta admonición: «Aquí están presentes tus familiares y vecinos; todos deseamos que te recuperes o que, por lo menos, tengas una buena muerte; y te pedimos perdón por el mal que alguna vez te hemos podido hacer». El enfermo respondía perdonándolos y pidiendo a su vez perdón a los allí congregados. A continuación recibía la Comunión y luego la Extremaunción.

En Arrasate el Viático era comunicado al vecindario mediante el toque de la campana grave de la iglesia: tres series de cinco campanadas, más otras tres campanadas sueltas si se trataba de un enfermo que vivía en un caserío. Si la hora del día era oportuna, algunos vecinos acudían a la iglesia y en la sacristía se les facilitaban las velas. Con ellas encendidas salían acompañando al sacerdote hasta la casa del moribundo. Una vez administrados los últimos sacramentos, regresaban a la iglesia.

En Getaria tres toques de campana avisaban que se iba a llevar el Viático a un enfermo. El vecindario con sus cirios encendidos, pildumenak, acompañaba al sacerdote y al monaguillo hasta la casa del enfermo. En la habitación entraban todos los que cupieran pero siempre dando preferencia a los familiares. Finalizada la administración del Viático, los vecinos acompañaban al sacerdote hasta la iglesia.

En Beasain al sacerdote que llevaba el Viático le acompañaba el sacristán. En la casa del enfermo aguardaban los familiares más allegados y vecinos de confianza del enfermo: antiguamente todos ellos portaban velas encendidas en la mano. Si el enfermo no estaba confesado, el sacerdote permanecía con él privadamente en la habitación y le hacía una confesión general. Seguidamente abría la puerta y entraban en la estancia los que asistían. Entonces el sacerdote administraba al enfermo la Comunión y la Extremaunción.

En Berastegi acompañaba al Viático el monaguillo y algún miembro significado de la familia. En ocasiones se incorporaba algún vecino. Al rito de la administración de los sacramentos asistían los miembros de la familia presentes y la etxekoandrea vecina.

En Bidegoian, hacia los años cincuenta, acompañaba al sacerdote el sacristán; más tarde un monaguillo. Los vecinos que habían sido avisados anteriormente aguardaban el paso del sacerdote y se unían a él acompañándole hasta la casa del moribundo. Algunos informantes recuerdan que después de la confesión, el sacerdote decía al enfermo si tenía algo de qué arrepentirse y si pedía perdón a las personas, familiares y vecinos, allí presentes.

En Elgoibar la misma persona que acudía desde un caserío a avisar al cura, acompañaba al Viático hasta la casa del enfermo. Con el sacerdote iba también el sacristán. Los habitantes del centro de la villa, kaletarrak, obraban de igual manera, pero aquí al cura le acompañaba además un monaguillo. El anuncio del Viático se hacía mediante el toque de campanas de la iglesia. Consistía en tañer catorce campanadas si el enfermo era de la «calle», y, después de una pausa, una más si era de zona rural. Esta última campanada recibía el nombre de oilluana (la de la gallina), por la costumbre que tenían en los caseríos de obsequiar con una gallina al sacerdote que llevaba el Viático.

Algunos informantes de esta villa recuerdan que en Alzola, hasta la década de los años setenta, se llevaba el Viático con mucha solemnidad. Los vecinos, que portaban velas encendidas, acompañaban al sacerdote hasta la casa del enfermo donde la familia les recibía en el portal también con velas encendidas.

En Elosua el sacristán acompañaba al sacerdote que, revestido con el roquete y la estola, llevaba el Viático. El sacristán iba con el farol, la campanilla y un morral con los óleos para la Unción, la estola, una cruz pequeña y el libro del ritual. Todos los de la casa, además de la primera vecina y algunos familiares, les esperaban en la puerta con velas encendidas. Cuando el sacerdote llegaba entraban en el domicilio guardando gran silencio porque «traían al Señor, Gure Jaunakin zetozen da». Mientras el cura confesaba al enfermo aguardaban fuera de la habitación; a continuación el sacerdote llamaba con los nudillos en la puerta y acudían con las velas encendidas permaneciendo de rodillas mientras el enfermo recibía el Viático.

Altar en la habitación del enfermo. Bidegoian (G). Fuente: Luis Galarraga, Grupos Etniker Euskalerria.

En Ezkio un vecino del enfermo se encargaba de dar el aviso para que tocaran las campanas de agonía; el número de campanadas distinguía si se trataba de una mujer o de un hombre. El toque tenía lugar en el momento en que el sacerdote con el Viático salía de la iglesia acompañado del monaguillo. Este iba vestido de sotana roja y roquete blanco y llevaba en una mano una vela encendida y en la otra la campanilla que tocaba durante todo el trayecto. La gente mostraba gran respeto al oír la campanilla y al paso del Viático se arrodillaban.

En Hondarribia antes de partir el Viático, la campana grande de la parroquia tañía tres series de cinco campanadas, denominadas elizakoak. El sacerdote iba acompañado por el sacristán o por un monaguillo portando farol y campanilla y un grupo de hombres que llevaban cirios encendidos, los mismos que se utilizaban en la procesión de Semana Santa. En la zona rural, los vecinos salían a recibir al Viático con candelas.

En Telleriarte-Legazpia fue costumbre que el sacerdote, acompañado del sacristán, llevara el Viático por el elizbidea o korpuzbidea camino que unía el caserío con la iglesia. A la administración de los últimos sacramentos, además de los familiares, asistían los vecinos que vivían cerca de la casa del agonizante.

El Viático en Bizkaia

En Zeanuri se tocaba la campana en el momento en que el sacerdote que llevaba el Viático salía de la iglesia. Le acompañaba cuando menos un monaguillo con una bolsa de cuero en bandolera, con los enseres necesarios para el rito además del farol y la campanilla, txiline, con mango de madera. Cuando el sacerdote acudía con el Viático a las casas próximas a la iglesia después de la misa le acompañaban los hombres y las mujeres que habían asistido a ella. Estos acompañamientos eran considerados como actos piadosos y meritorios.

Durante el trayecto los de las casas que daban al camino se arrodillaban ante sus puertas, así como los viandantes que se cruzaban con la comitiva. Cuando llegaban a la casa del enfermo, el monaguillo hacía sonar la campanilla varias veces. En el portal esperaba la señora de la casa arrodillada y con dos candelabros en sus manos; al llegar el sacerdote se levantaba y le conducía a la habitación del enfermo, donde colocaba los candelabros sobre la mesa que hacía de altar. A esta recepción del Viático acudían, además de los miembros de la familia, una persona de todas las casas de la vecindad, generalmente una mujer, portando candelas que encendían en el momento de entrar el sacerdote; luego, mientras el enfermo recibía la Comunión y la Extremaunción, permanecían arrodilladas en la sala contigua a la habitación del enfermo o en la misma habitación. La práctica de llevar el Viático con solemnidad externa, formando una pequeña procesión, perduró hasta 1970. Desde entonces el Viático se lleva a los enfermos en privado sin signos externos.

Farol y campanilla de Viático. Museo Diocesano de Bilbao (B). Fuente: Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa: José Ignacio García Muñoz.

En Orozko al sacerdote que llevaba al enfermo los últimos sacramentos, le acompañaba el sacristán. Algunos miembros de la familia salían al camino a recibirle y recorrían juntos la última parte del trayecto. También los niños acompañaban al Viático durante una parte del recorrido: «Eleixakoak joit'ebezen eta umiak abadea ekosi orduin eleixakoekaz, ba, bere osteien joaten gintzen, urrunera ez». Los vecinos al apercibirse de la llegada del sacerdote, acudían a la casa del enfermo con velas que encendían a la puerta del caserío para recibir al Viático. Se arrodillaban formando un pasillo; uno de ellos portando una luz precedía al sacerdote hasta la habitación del enfermo. A este rito asistían los familiares cercanos y los vecinos, siendo mayor el número de mujeres.

En Abadiano acudía a la casa del moribundo el sacerdote con el monaguillo. En el momento de la administración de los últimos sacramentos estaban presentes todos los de casa y, por lo menos, una persona de cada casa vecina, portando cada uno su vela.

En Amorebieta Etxano la persona que iba a avisar al sacerdote, generalmente un vecino del barrio, era el que luego le acompañaba con el Viático tocando la campanilla y llevando el farol. Cuando esta comitiva se iba aproximando a la casa del agonizante, la gente del barrio salía a su encuentro con velas encendidas.

En Bermeo, hasta la década de los años setenta, el Viático se llevaba con gran solemnidad desde la iglesia hasta la casa del agonizante, yendo el cura precedido por el sacristán u otro hombre que tocaba la campanilla.

En Busturia, cuando el Viático, Gure Jauna, se acercaba a la casa del enfermo, se salía a su encuentro ante el portal, portando todos candelas encendidas.

En Carranza, por los años sesenta, acompañaban al cura que portaba el Viático dos monaguillos, uno llevaba un farol y el otro iba tocando la campanilla. Por lo general, una vez que salían de la iglesia hacia la casa del enfermo, las mujeres se iban sumando a la comitiva con velas encendidas en palmatorias. Tanto los familiares como los vecinos estaban presentes en la habitación del moribundo cuando éste recibía el Viático y la Extremaunción. Hoy en día el sacerdote acude sin acompañamiento.

En Durango, hasta la década de los años sesenta, cuando se iba a llevar el Viático a un enfermo se tocaban doce campanadas y si, además, se le administraba la Extremaunción se agregaban otros siete toques. El sacerdote llevaba sobre sus hombros el paño humeral con el que cubría el portaviáticos. Le acompañaban dos monaguillos, uno de ellos con un farol y el otro con una campana con mango de madera que hacía sonar de trecho en trecho. El sacristán iba junto al sacerdote cubriéndole con la umbela, que era una suerte de sombrilla roja. Al paso del Santísimo, todos se arrodillaban y los hombres se descubrían. Las mujeres que iban en la comitiva cubrían su cabeza con mantilla. Los familiares y los vecinos más próximos recibían al Viático en el portal con velas encendidas, bendecidas en el día de la Candelaria.

Píxides. Museo Diocesano de Bilbao (B). Fuente: Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa: José Ignacio García Muñoz.

También en Gorozika, Lemoiz, Muskiz y Plentzia acompañaba al sacerdote un monaguillo que portaba un farol encendido e iba tocando la campanilla desde la salida de la iglesia. Si el Viático se llevaba de noche, era el sacristán quien acompañaba al sacerdote.

En Lezama acompañaba al Viático aquel familiar o vecino que había ido a avisar al cura. Actualmente el sacerdote se presenta en coche en la casa del enfermo.

El Viático en Álava

En Amézaga de Zuya, al paso del Viático, aquéllos que podían se integraban en la comitiva y acompañaban al Santísimo hasta la casa del enfermo permaneciendo allí mientras el sacerdote le daba la Comunión.

En Apodaca, al oír la campana del Viático, los vecinos próximos a la iglesia se unían al sacerdote que iba revestido de sobrepelliz y paño humeral llevando debajo el portaviáticos. Junto a él iban un monaguillo haciendo sonar una campanilla de gran tamaño y otro portando el farol. Si el Viático se llevaba después de misa, le acompañaban todos los asistentes a ella y, si pasaba delante de la escuela, salían a acompañarle el maestro y los niños mayores. Los vecinos más próximos solían esperar en la casa del enfermo. Durante el recorrido, las personas que se encontraban con la comitiva se arrodillaban hasta que pasara y paraban los carros que iban al trabajo. Cuando el Viático se llevaba de noche, únicamente le acompañaba la persona que había ido a dar el aviso al cura.

En Aramaio el sacerdote portaba el Viático revestido de roquete, estola y paño humeral; junto a él, dos monaguillos, uno con el farol y el otro tocando la campanilla, txiliñe. Los vecinos esperaban con velas encendidas en la casa del enfermo. Si era de noche o la casa estaba muy alejada, el acompañante era el mayordomo o el sacristán.

Si el enfermo pertenecía a la Cofradía de Ntra. Sra. de Ibabe, se le llevaba el Viático con especial solemnidad: acompañaban al Santísimo, además del sacristán y el acólito revestido, «cuatro cofrades hombres y cuatro cofrades mujeres, todos ellos con hachas y velas encendidas de la misma Cofradía»[5].

En Artziniega el sacerdote salía de la iglesia revestido y todo el pueblo acompañaba al Viático hasta la casa del enfermo. Los informantes indican que esta participación «estaba muy bien considerada porque era una reconciliación del agonizante con sus vecinos y de éstos con él, ya que durante la ceremonia una de las preguntas que hacía el sacerdote al moribundo era: ¿Perdonas a los que te han ofendido?. Luego preguntaba a los presentes: ¿Y vosotros, perdonáis a...? (diciendo el nombre del enfermo). A lo que todos respondían: Sí, le perdono».

En Bernedo todo el que podía acompañaba al sacerdote a llevar el Viático al enfermo. Para anunciarlo a la gente se hacía un toque de campana continuado. El monaguillo iba junto al sacerdote con un farol de velas encendidas y tañendo una campanilla durante el recorrido por las calles hasta llegar a la casa del enfermo. Había gente que se agregaba a esta procesión silenciosa, uniéndose a la oración por el enfermo. Los demás, a su paso, se arrodillaban o se quitaban la boina e inclinaban la cabeza.

En Berganzo, cuando pasaba el Viático, la gente se arrodillaba, agachaba la cabeza en señal de reverencia al Señor y los hombres se quitaban la boina. Era muy normal que todos los vecinos asistiesen al rito de la administración de los últimos sacramentos. Si el agonizante conservaba el conocimiento pedía perdón a los presentes diciendo: «¿Me perdonáis si he cometido alguna falta?».

  • Ritual para administrar a los enfermos el sagrado viático y la extremaunción. Fuente: Euskal Biblioteka. Labayru Fundazioa.
  • Orden de administrar el sacramento de la sagrada eucaristía en forma de viático a los enfermos. Fuente: Euskal Biblioteka. Labayru Fundazioa.

En Gamboa el sacerdote era acompañado por uno o dos monaguillos que tocaban la campanilla para avisar al vecindario del paso del Viático. Los que se encontraban con el Santísimo se arrodillaban, se quitaban la boina y hacían la señal de la cruz. Aquellas personas que podían acompañaban al Viático en procesión silenciosa hasta la casa del enfermo y, en casos, hasta la misma habitación; si allí no había sitio, se quedaban en el pasillo o en el portal.

En Lagrán acudía a este acto todo el pueblo. Para que la gente pudiera hacerlo puntualmente, se daba con suficiente antelación el toque de campana que todos conocían. El Santísimo salía de la iglesia bajo palio que sostenían hermanos cofrades del Santísimo Sacramento. Los cofrades acompañaban al Viático con velas encendidas hasta la misma cabecera del enfermo y los demás acompañantes se quedaban a la puerta de la casa. Desde la salida de la iglesia hasta su regreso, las campanas no dejaban de sonar para que los que no hubiesen podido acudir rogaran por la salud del enfermo. Delante del Santísimo caminaban el monaguillo con una campanilla, un cofrade con el pendón y el sacristán con la cruz[6].

En Laguardia, hasta la década de los años sesenta, era costumbre que la gente del pueblo acompañase al Viático. Junto al sacerdote iban dos monaguillos, uno portando la cruz parroquial y otro con la campanilla que debía hacer sonar cinco veces desde la salida de la iglesia hasta el portal de la casa del enfermo. Durante este trayecto se formaba una pequeña procesión; las mujeres se cubrían la cabeza con mantilla y todos los acompañantes llevaban velas encendidas. También los niños se sumaban en grupo a la comitiva del Viático. Después de la administración de los sacramentos algún familiar acompañaba al sacerdote de regreso a la parroquia.

En Llodio, el sacerdote revestido con sobrepelliz y paño de hombros, portaba el Viático en una cajita colgada al cuello sobre el pecho y asida con las manos. Le acompañaban el sacristán o el monaguillo que iban con un farol encendido y una campanilla que tocaba de vez en cuando. Al paso del Viático la gente se arrodillaba. De vuelta a la parroquia solía ir con ellos un familiar.

En Mendiola eran los más allegados al enfermo los que acompañaban al Viático. Cada uno llevaba una vela encendida.

En Narvaja, al oír el toque de campana denominado «de administrar», los vecinos que podían salían al encuentro del sacerdote que llevaba el Viático; portaban una vela y le acompañaban hasta la casa. Allí unos subían con él hasta la habitación del enfermo y otros aguardaban en el zaguán. Terminada la ceremonia, el cura regresaba a la iglesia acompañado por algún vecino.

En Moreda, al oír las campanas del «toque de Viático», se dejaban las labores y, sobre todo las mujeres acudían a la iglesia. Desde aquí salía la comitiva en procesión hacia la casa del moribundo. Las mujeres llevaban cubierta la cabeza con velo negro y portaban una vela encendida. Al llegar a la casa el cura subía a la habitación del enfermo mientras que las mujeres de la comitiva permanecían arrodilladas en la calle. Allí rezaban una «estación» que se componía de seis padrenuestros y un credo finalizando con la jaculatoria «¡Viva Jesús Sacramentado! Viva y de todos sea amado». El sacerdote, una vez que hubiera dado la Comunión y la Extremaunción al enfermo, volvía en procesión a la iglesia donde todos juntos rezaban. Actualmente el sacerdote acude vestido de paisano y, en el interior de la casa, se viste la estola para administrar los sacramentos.

En Pipaón acompañaban al Viático, además de los monaguillos, los familiares y los miembros de la Cofradía que iban portando velas encendidas.

En Ribera Alta se anunciaba el Viático mediante doce o catorce campanadas. Normalmente acudía todo el pueblo, organizándose una procesión encabezada por el cura y dos monaguillos, cada uno con un farol; uno de ellos llevaba además una campanilla que hacía sonar cada cierto tiempo. Detrás caminaban, silenciosos, los vecinos. Al llegar a la casa del moribundo los vecinos se quedaban fuera.

En Salcedo el sacerdote iba acompañado de los monaguillos que portaban un farol y la campanilla. Al Viático le esperaban en la casa del enfermo los familiares y vecinos próximos.

En Salvatierra, cuando la campana de la iglesia a la que pertenecía el enfermo tocaba dieciocho campanadas seguidas y espaciadas, los familiares del enfermo y numerosos vecinos acudían a la iglesia. El sacerdote revestido con sobrepelliz, estola y paño humeral accedía al altar y después de rezar el Confiteor abría el Sagrario, tomaba el copón, lo envolvía con el paño humeral que pendía de sus hombros y se ponía en marcha camino de la casa del enfermo rezando con voz apenas perceptible. Le acompañaba el sacristán que, en una mano llevaba un farol grande con dos velas encendidas y en la otra, una campanilla de gran tamaño que hacía sonar a intervalos. Le seguían los familiares y aquéllos que habían acudido a la llamada, normalmente uno de cada casa. Si era hora de trabajo acudían sobre todo mujeres. Todos llevaban velas encendidas. Los familiares y acompañantes seguían al sacerdote hasta la habitación del enfermo; los demás se quedaban arrodillados en los pasillos o en la escalera y desde allí contestaban a las preces en favor del enfermo. El regreso a la iglesia se hacía de la misma manera. El acto finalizaba con la bendición con el Santísimo. Cuando el Viático se administraba después del toque de oración de la noche, se llevaba sin solemnidad.

Cuando se suprimió esta procesión del Viático, el sacerdote se trasladaba en automóvil revestido con los ornamentos propios de la ceremonia. En la actualidad el Viático se lleva en privado.

En San Román de San Millán, hasta la década de los años sesenta, acompañaba al Viático casi todo el pueblo. La habitación del enfermo se asperjaba con agua bendecida el sábado de Pascua utilizando como hisopo un ramo de laurel bendecido el domingo de Ramos. Actualmente asisten al acto únicamente los miembros de la familia y los vecinos más próximos.

En Valdegovía el sacerdote era acompañado por un monaguillo que portaba el farol y tocaba durante el trayecto la campanilla. También se sumaban algunos vecinos, uno de ellos llevaba la cruz parroquial. Todos los que se hallaban en el trayecto desde la iglesia hasta la casa del enfermo, al paso de la comitiva se arrodillaban y santiguaban.


 
  1. José Miguel de BARANDIARAN. «Bosquejo etnográfico de Sara (VI)» in AEF, XXIII (1969-1970) pp. 114-115.
  2. Ricardo Ros. «Apuntes etnográficos y folklóricos de Allo» in CEEN, VIII (1976) pp. 480-481.
  3. APD. Cuad. 2, ficha 198-5.
  4. Esta costumbre data al menos del siglo XVIII. Está constatada en el Libro de Aniversarios y Memorias de esta Iglesia Parroquial de Ntra. Sra. Asumpcion. Zerain, 1746, folio 447.
  5. Libro II de Actas de la Cofradía de la Inmaculada Concepción de N.a Sra. de Ibabe. 7 de Septbre. de 1922, pp. 89-99.
  6. Salustiano VIANA. «Apuntes de la vida de Lagrán» in Ohitura, II (1984) p. 33.