Reclinatorio. Kadira

El reclinatorio de la sepultura era ocupado durante los oficios religiosos por la señora de la casa, etxekoandrea, quien durante los mismos tenía encomendada la labor de atender la sepultura.

Era propiedad de la casa y no se permitía que lo ocuparan quienes no tuvieran derecho a ello. Así en Lekunberri (BN) y Urdiñarbe (Z), no estaba permitido el que la atendieran los criados o personas que estuvieran residiendo temporalmente en la casa. En Azkaine, Ziburu y Hazparne (L) se solían ceder de una casa a otra y en la última localidad citada la criada estaba autorizada a utilizar la silla de la casa.

Algunas de las personas encargadas de los servicios del templo, como la andere serora, vigilaban el que los reclinatorios no fueran ocupados por mujeres ajenas a la familia (Arberatze-Zilhekoa-BN), aunque, en ausencia de la representante de la casa, otra persona podía ocupar su lugar (Zunharreta-Z).

Se ha constatado el uso del reclinatorio en prácticamente todas las localidades donde se recoge la existencia de la sepultura. Como excepción, en algunos lugares se usaba una esterilla o alfombra de esparto donde las mujeres se arrodillaban o se sentaban según las exigencias del ritual (Bernedo-A).

En Zugarramurdi (N), antiguamente, se sentaban en el suelo, si bien por los años 40 un buen número de mujeres utilizaban ya silla[1]. En Ataun (G), hasta el año 1907 en que se generalizó el uso de las sillas, las mujeres no tenían más asiento que el suelo[2]. En Gamboa (A) antiguamente, tampoco hubo ningún tipo de asiento en la iglesia. En Llodio (A), antes de la guerra civil (1936), las mujeres se emplazaban directamente en el suelo; algunas llevaban de casa una silla de tijera, hasta que entre 1930-1940 se generalizó el uso del reclinatorio.

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En Zeanuri (B), los reclinatorios no se introdujeron antes de 1928-30. Anteriormente, las mujeres que asistían a la sepultura se sentaban sobre el suelo, eperdi ganean, o en cuclillas, kukumio. Había quienes llevaban de casa taburetes, aurkitxoak, de los que se usaban para sentarse junto al fuego y que estaban hechos de madera, de fleje, zimintzezkoak, o plegables de lona.

En Carranza (B), las mujeres permanecían todo el tiempo arrodilladas en la sepultura. Las que tenían reclinatorio permanecían arrodilladas en él y las que carecían, lo hacían directamente en el suelo. Los reclinatorios se dejaban en la iglesia.

Estuvo extendida la costumbre de que las sillas o reclinatorios llevasen el nombre de la casa (Oragarre-BN, Santa-Grazi-Z) o las iniciales de la familia (Zunharreta-Z) o de la persona propietaria (Carranza, Durango-B). Fue común que las iniciales a veces se perfilaran con tachones de cobre (Arberatze-Zilhekoa-BN, Urdiñarbe-Z). En Ziburu (L), las sillas individuales también tenían marcadas las iniciales y desaparecieron a principios de los años cincuenta. Hoy en día (finales de los 80) todas son iguales y están unidas entre sí.

En Obanos (N) fue común el que las mujeres llevasen de casa sus «silletas». En Gorozika (B), los reclinatorios se llevaban de casa y una vez terminados los oficios religiosos, se retornaban.

En Durango (B), en la sepultura colectiva, era la serora quien colocaba tres o cuatro sillas para los familiares más directos del difunto.

Había casas que tenían más de un reclinatorio (Gamboa-A), a veces tantos como mujeres hubiere en la casa (Heleta, Izpura-BN). En Izpura, antiguamente, había que pagar 20 sous al año por cada silla (en 1945, 1 kg. de pan equivalía a 6 sous), lo que hacía que algunas familias se conformaran sólo con una silla. También en Heleta (BN), por el emplazamiento de las sillas, había que pagar una cantidad, kadera saria, al campanero. Esta costumbre de entregar un estipendio como pago-por la silla se ha constatado igualmente en Armendaritze (BN).

Fue usual que las casas de buena posición económica dispusieran en la iglesia de una silla para sentarse y un reclinatorio para arrodillarse (Izpura-BN, Garde-N, Zunharreta-Z). Por contra, lo común fue que las familias utilizaran solamente una silla como reclinatorio que, dándole la vuelta, servía para sentarse, ya que siempre se debe estar mirando al presbiterio.

Cuando una casa tenía varias sillas, era costumbre, una vez terminada la misa, atarlas entre sí con una cadena, al objeto de que no fuesen trasladadas por personas ajenas a la familia a otro lugar de la iglesia (Santa Grazi Z, Durango-B).

En algunas localidades de Vasconia continental era un objeto más del arreo de boda que se incorporaba a la sepultura de la nueva familia (Urdiñarbe-Z, Gamarte-BN). Si no cabía en la sepultura se retiraba la de la etxeko andere fallecida llevándola a casa (Urdiñarbe-Z, ArberatzeZilhekoa y Gamarte-BN).


 
  1. José Miguel de BARANDIARAN. “De la población de Zugarramurdi y de sus tradiciones” in OO.CC. Tomo XXI. Bilbao, 1983, p. 331.
  2. AEF, III (1923) p. 123.