Reparto del pan de ofrenda
En la mayoría de las localidades encuestadas se ha recogido que, antiguamente, el destinatario de las ofrendas de pan y cereales era el sacerdote o sacerdotes de la parroquia, siendo una parte para cubrir los gastos de la propia iglesia. En esa época la ofrenda tenía la consideración de pago en contraprestación por los oficios fúnebres celebrados por el difunto. A medida que fue perdiendo dicha consideración, se amplió el número de los beneficiarios entre los que pasaron a contarse las personas vinculadas a las labores del templo, como la serora, el sacristán y los monaguillos. Más tarde, aunque el pan continuó manteniendo la función ritual, finalizados los oficios religiosos se repartía entre los niños y los pobres o se guardaba para reaprovecharlo en funciones sucesivas. En algunas localidades alavesas se ha constatado la costumbre existente de sortear el pan. Con las ofrendas de pan realizadas por Todos los Santos y Animas se procedía de forma similar, si bien los destinatarios en dichas fechas eran preferentemente los niños.
La tradición de que el pan entregado al celebrante, dependiendo de la cantidad, lo compartiera con otros coadjutores o con personas que auxiliaban en los servicios del templo se ha recogido en Bernedo, Lagrán, Pipaón, San Román de San Millán, Valdegovía (A); Bedia, Bermeo, Lemoiz (B); Amezketa, Arrasate, Beasain, Berastegi, Ezkio, Zerain (G); Aria, Eugi, Goizueta, Lekunberri, Lezaun y Sangüesa (N).
En Orozko (B), el pan que portaba la ofrendera era para la sacristana y si se ofrendaban dos, el segundo era para el cura. En Durango (B) se lo repartían entre el sacristán y los sacristanes txikitos que eran los dos monaguillos que se quedaban a pernoctar en casa de aquél por si en el transcurso de la noche se solicitaba el Viático.
Que el pan de las ofrendas se repartía en su totalidad o en parte entre los pobres se ha constatado en Ribera Alta, Salcedo, Valdegovía (A); Bermeo (B); Amezketa, Arrasate, Telleriarte-Legazpia, Urnieta (G); Lezaun y Sangüesa (N). En Zerain (G) se ha recogido también además de la costumbre de repartirlo entre los pobres, la de dárselo a las familias numerosas de la localidad.
En Gamboa (A) se ha recogido que a veces el sacerdote lo repartía entre los asistentes a la función religiosa y otras se lo devolvía a la familia del difunto, recibiendo a cambio otro presente como una fanega de trigo por ejemplo.
En Elosua (G), como el pan se utilizaba en sucesivas ceremonias, cuando ya no era aprovechable se les daba a los animales domésticos.
En las localidades alavesas de Amézaga de Zuya, Apodaca, Mendiola y Narvaja el pan que se ofrendaba en la misa de los domingos se sorteaba a las cartas en el pórtico de la iglesia tras la función del rosario de la tarde.
En Amézaga de Zuya, cada participante recibía un número de cartas proporcional al dinero que jugaba y aquél a quien correspondiera en suerte el as de oros se llevaba el pan. El dinero obtenido se metía en el cepo de las ánimas y se destinaba a celebrar misas por los difuntos, por lo que al pan se le llamaba «el rosco de las ánimas».
En Apodaca, el sacristán pasaba una bandeja donde los jugadores depositaban una perra chica o una perra gorda (monedas de 5 ó 10 cts. respectivamente), más tarde una peseta, recibiendo a cambio dos o cuatro cartas. A quien le tocara en suerte un as le correspondía en premio retirar un pan, y así hasta que se terminasen todos. El dinero conseguido era para el alumbrado y misas por las ánimas.
En Mendiola, los partícipes (varones) compraban cada carta por una peseta. Por cada as que les cayera en suerte recibían un panecillo.
En Narvaja, las cartas tenían un valor de compra de 5 cts. El afortunado poseedor de la sota de oros, «polla», se quedaba con el pan. El dinero así obtenido se ponía a disposición de la parroquia.