Ofrenda de panes. Ofrenda-ogia

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Una vez más es Don José Miguel de Barandiarán quien nos dice que la costumbre tan arraigada en el pueblo vasco, de llevar cada familia ofrendas a la sepultura que poseía en la iglesia parroquial, es un caso de supervivencia de antiguas creencias y prácticas comprobadas por multitud de datos de la arqueología prehistórica[1].

Tanto las encuestas realizadas en el año 1923 como las llevadas a cabo por nosotros en los años ochenta ponen de manifiesto que el pan o los cereales que se entregaban como pago a la iglesia por los servicios funerarios prestados era cosa antigua que ya en las primeras décadas del siglo apenas se practicaba, habiendo sido sustituida por dinero. Lo que sí se mantuvo hasta mucho tiempo después en numerosas localidades fue la costumbre ritual de realizar una ofrenda de pan los domingos y días festivos, en las exequias fúnebres, durante el novenario y en la misa mayor de los días festivos durante el primer año de luto. Jaiero izaten da ofrenda eguna, todos los festivos son días de ofrenda, decían en Aduna (G)[2]. Estos panes luego se repartían, siendo a veces incluso reaprovechados en sucesivos oficios religiosos.

En algunas localidades, la primera ofrenda de pan (Zerain-G) o el primer domingo después del funeral (Ziortza-B) o el domingo siguiente al de la terminación del novenario (Ataun-G) marcaba el comienzo del periodo de luto, denominado ogi-astea (lit. el comienzo del pan) y lo cerraba al finalizarlo, la misa en que se hacía la última ofrenda de pan denominada ogi-uztea (lit. el dejar el pan) o del levantamiento del pan. En ciertos lugares de Alava y Navarra, cuando acababa el novenario de misas por el difunto comenzaba el periodo llamado añal.

Igual que al hablar de las ofrendas de luces se ha hecho mención a la creencia por parte de algunos informantes de que la luz le servía al difunto de viático en su camino al más allá e iluminaba su alma en ultratumba, también respecto de las ofrendas de pan se han recogido testimonios similares. En los Libros de Difuntos de nuestras parroquias son comunes las anotaciones haciendo constar la voluntad del difunto de que se lleve pan a su sepultura.

Oblata saskia eta oihal zuria. Gaztelu (G), 1977. Fuente: José María Múgica, Grupos Etniker Euskalerria.

El propio Barandiarán recogió la creencia existente en Oiartzun, Andoain (G), Mañaria y Axpe (B) según la cual las almas de los difuntos comen realmente parte de los panes que, como ofrenda, se depositan sobre sus sepulturas en las iglesias durante la celebración de las exequias y misas[3]. En Aretxabaleta (G) decían que después de expuesto el pan en la sepultura pesaba menos que antes[4]. En Zerain (G) se pensaba que las obladas eran para las almas de los difuntos y que éstas tomaban su substancia mientras permanecían sobre la sepultura, «olatak animandako ziran ta sepultura gaiñen egoten ziran bitartean kutsue kentzen zien».

En Liginaga (Z) se decía que los panes ofrendados durante el oficio fúnebre perdían toda su sustancia nutritiva la cual, según la creencia popular, había servido de alimento al alma del difunto en cuyo sufragio se hacían las exequias[5]. También en Bermeo (B) se creía que los panes se ponían sobre la sepultura para que los difuntos «comieran su alimento o sustancia», sustantxie. En Amezketa (G) se pensaba que el pan de ofrenda, il-opila, una vez acabado el funeral, pesaba menos por cuanto la sustancia había sido ingerida por el difunto.

También en Zerain (G) se ha recogido que los panes después de permanecer en la sepultura tenían distinto olor y sabor, «eleiz usaie ta gustoa ere ezberdiñe izaten zuen».

Azkue, en los años treinta, constató en Elorrio (B) la creencia de que las oblatas depositadas sobre la sepultura eran consumidas por los difuntos que allí yacían[6]. En Garde (N) hemos recogido de boca de nuestros informantes que el pan que se ofrendaba servía de viático para el camino que debía recorrer el difunto hasta que se encontrara con Dios.

En Andoain (G), según los datos recogidos en los años veinte, decían que las ofrendas eran para el cura en favor de las ánimas, porque el ánima come una onza de pan cada semana, apaizarentzat animen izenian, animak astian ontza bat ogi jaten ornen du-ta[7].

En algunas localidades los informantes se han expresado de forma contraria. Así, en Amézaga de Zuya (A) no se creía que las ánimas comieran parte de las ofrendas ya que su fe cristiana les llevaba a pensar en el alma como algo inmaterial y por encima de las necesidades de los seres humanos. También en Bidegoian (G) consideran que las ofrendas no son consumidas por las almas, sino que se ofrecen en su memoria.


 
  1. José Miguel de BARANDIARAN. “Paralelo entre lo prehistórico y lo actual en el País Vasco. Investigaciones en Baleda y Gibijo” in AEF, XII (1932) p. 107.
  2. AEF, III (l923) p. 75.
  3. José Miguel de BARANDIARAN. “Paralelo entre lo prehistórico y lo actual en el País Vasco. Investigaciones en Baleda y Gibijo” in AEF, XII (1932) p. 107.
  4. José Miguel de BARANDIARAN. Estelas funerarias del País Vasco. San Sebastián, 1970, p. 25.
  5. José Miguel de BARANDIARAN. “Materiales para un estudio del pueblo vasco: en Liginaga (Laguinge)” in Ikuska, III (1949) p. 35.
  6. Resurrección Mª de AZKUE. Euskalerriaren Yakintza. Tomo I. Madrid, 1935, p. 207.
  7. AEF, III (1923) p. 102.