XII. LA INDUMENTARIA EN EL CORTEJO FÚNEBRE

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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En tiempos pasados, la tradición y la costumbre imponían unas normas rigurosas respecto de la indumentaria que debían lucir los participantes en el cortejo fúnebre, sobre todo los componentes del duelo. La primera exigencia la constituía el luto, es decir el vestir de negro u oscuro como expresión de dolor.

Los hombres del duelo masculino antiguamente vestían camisa blanca con botonadura negra y traje negro, a menudo el de la boda, o la mejor ropa que dispusieran. Por encima se ponían una gran capa, casi siempre negra. Esta costumbre que venía de antiguo, se mantuvo vigente hasta las primeras décadas del siglo y en algunas localidades hasta la guerra civil de 1936. En Iparralde se perdió la tradición en casi todas partes tras la primera guerra mundial y desapareció en los años cuarenta.

Aunque antaño estuvo generalizado el uso de capas por los asistentes, según se ha recogido, con el tiempo fue una prenda reservada a los del duelo o algunos miembros cualificados del mismo. Cuando se producía un fallecimiento en una casa era frecuente que, si no se contaba con dicha prenda, la pidieran prestada a otra casa. Hay lugares donde se ha constatado que el tener capa era un signo de capacidad económica.

Las mujeres, en otro tiempo, también vestían la mejor ropa de color negro que tuvieran y se cubrían con grandes mantos negros. La costumbre de completar la indumentaria femenina en las casas vecinas fue usual entre las mujeres.

Mujer con vestido de duelo, 1926. Fuente: Vida Vasca. Bilbao, 1926.

Había quienes no tenían ropa adecuada para la ocasión ni medios ni posibilidad para hacerse con ella y se veían forzadas a teñir en casa las prendas que tuvieran. El equipo del traje negro se completaba con medias, zapatos y guantes negros. Las mujeres del duelo solían ir completamente tapadas, llevando incluso velos o mantillas sobre la cara. Las informantes de Iparralde lo han expresado gráficamente: «Il ne faut pas voir de couleur de chair» (no debía quedar a la vista ninguna parte de la piel).

En los años veinte, treinta o cuarenta, dependiendo de unas localidades u otras, se produjo una transición en el modo de vestir para entierros y funerales. Los hombres abandonaron las grandes capas y la indumentaria con la que se vestían era: camisa blanca, traje negro oscuro, corbata negra y zapatos negros. Estuvo muy extendida la costumbre de llevar un brazalete negro colocado en la manga izquierda de la chaqueta y, en invierno, sobre las prendas de abrigo o la gabardina. También se llevaban pequeños triángulos de tela negra cosidos en uno de los ángulos de la solapa de la chaqueta y botones y escarapelas negros en el ojal. En Vasconia continental se utilizaron unas prendas singulares como la pequeña capa denominada taulerra y la zamarra, xamarra.

Fue costumbre generalizada que los hombres fueran descubiertos, con la boina en la mano, durante el desfile de la comitiva fúnebre. Parece que el origen de esta tradición es una superstición por miedo a los peligros que amenazaban en la conducción de cadáveres[1].

Las mujeres del duelo femenino, a partir de las décadas citadas, siguieron vistiendo de negro. La indumentaria consistía en vestidos, chaquetas, faldas, guantes, medias y zapatos negros. Se generalizó el uso de distintas clases de mantillas, al principio más largas y gruesas que poco a poco fueron reduciéndose de tamaño. En algunas localidades, la viuda y algunas otras mujeres de la casa mortuoria no asistían al cortejo fúnebre. En el País Vasco continental son dos las prendas femeninas de las mujeres que integran el duelo, la mantaleta y la kaputxina. En este territorio eran las vecinas las encargadas de preparar la indumentaria funeraria, sobre todo la femenina[2].

En los entierros de los niños, aingeruak, no se iba de luto por entender que se trataba de seres puros, almas inocentes que se encaminaban directamente al cielo.

Al igual que ocupar un lugar más o menos preferente en la comitiva venía dado por el parentesco familiar o la vecindad, lo mismo ocurría con la intensidad del luto. Este era más acusado entre los miembros del grupo familiar doméstico, etxekoak, que en otros familiares, vecinos o amigos.

Los asistentes a los entierros que no formaban parte del duelo o del grupo de honra, que acudían por «obligación», estaban menos sujetos a las formalidades de la indumentaria. No obstante, en algunas localidades, sobre todo del ámbito rural, los vecinos y otros asistentes vestían frecuentemente de negro con ropas semejantes a las personas vinculadas directamente con el difunto. Esta situación afectaba especialmente a quienes tenían un trato particular de vecindad o la consideración de primeros vecinos, lehenauzoak.

Los sacerdotes, que podían ser uno o varios según la categoría del funeral, acudían revestidos con los ornamentos del ritual. El cura o curas que presidían el cortejo llevaban capas pluviales negras con bordados dorados. Los demás sacerdotes y los monaguillos vestían roquetes blancos.

En torno a las décadas sesenta, setenta y ochenta según las localidades, se ha recogido que se produjo una nueva transición en la forma de vestir. El propio cortejo fúnebre, en general, se ha visto muy reducido en su recorrido y salvo las personas muy allegadas al difunto, los demás asistentes han dejado de acudir especialmente vestidos a lo que antes se consideraba un acto solemne.

Hoy las muestras de luto en los componentes del duelo familiar están muy atenuadas y restringidas exclusivamente a los familiares más próximos. Si acaso, los hombres del duelo visten de oscuro con corbata negra y las mujeres de luto o de alivio de luto. Incluso estas muestras residuales de los modos antiguos de expresión externa del dolor en las exequias fúnebres quedan con frecuencia circunscritos a las personas adultas y a los ancianos pues los jóvenes visten de manera informal y no observan el luto. Los restantes participantes en la comitiva fúnebre no atienden a un modo peculiar en el vestir sino que impera la más absoluta discrecionalidad.


 
  1. Resurrección M.ª de AZKUE. Euskalerriaren Yakintza. Tomo I. Madrid, 1935, p. 223. Observó que la misma costumbre existía en algunos lugares de Alemania. La afirmación de que el origen es una superstición fue hecha por Paul Sartori.
  2. Michel DUVERT. “Données ethnographiques sur le vécu traditionel de la mort en Pays basque-nord” in Munibe, XLII (1990) p. 481.