Presencia del duelo tras el sepelio

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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En un buen número de poblaciones de Vasconia continental la familia no asistía al enterramiento. Mientras éste tenía lugar, el duelo permanecía rezando en el interior de la iglesia hasta que una persona significada de entre los presentes en el sepelio, acudía en su busca. Cuando abandonaban el templo, habida cuenta de que en Iparralde los cementerios se hallan por lo común en el entorno de la iglesia, se acercaban a la tumba para despedir el cadáver con el rezo de una última plegaria.

En Gamarte (BN) y Ezpeize-Undüreiñe (Z), en los tiempos en que las mujeres acudían a los funerales con mantaleta y los hombres con taulerra, se inhumaba el cadáver sin la asistencia de la familia. Esta permanecía en la iglesia rezando junto con el resto de asistentes al acto. Una vez cubierto el féretro con la tierra, el primer vecino se dirigía a la iglesia en busca de los familiares y precedidos por él volvían a la tumba para orar junto a ella.

En Lekunberri (BN) la familia no acudía a la inhumación que se llevaba a cabo en presencia de los vecinos y de los demás asistentes a las exequias. Eran los vecinos quienes habían cavado la fosa y la cubrían nuevamente con la tierra. El primer vecino, el portacruz, volvía a la iglesia a buscar a los familiares y los acompañaba hasta la tumba. Una vez allí el sacerdote rezaba con todos los asistentes y a continuación se retiraban. El albañil designado por la familia remataba el trabajo en la tumba.

En Itsasu (L), al terminar la misa, el primer vecino recogía la cruz y salía seguido del sacerdote, los monaguillos, el chantre, los portadores con el féretro y la asistencia; los componentes del duelo no asistían al enterramiento. Tras éste el primer vecino volvía a la iglesia, dejaba la cruz y salía de nuevo seguido de las mujeres y a continuación de los hombres del duelo. Estos últimos regresaban directamente a casa.

En Arberatze-Zilhekoa (BN), antes de la guerra de 1914, finalizadas las exequias la primera vecina con el ezkoa de la casa mortuoria y los primeros vecinos seguían al sacerdote para proceder a la inhumación. Una vez enterrado el cuerpo un vecino volvía a la iglesia a buscar a la familia, que salía para rezar sobre la tumba. La primera vecina se hacía cargo del citado cirio y no lo devolvía a la casa mortuoria hasta la misa del novenario. A partir de la Gran Guerra se perdió esta tradición y todos abandonaban la iglesia al mismo tiempo para asistir al sepelio.

En Izpura (BN) el duelo se quedaba en la iglesia y no asistía a la inhumación; por contra, el resto de la gente salía para presenciarla. Tras proceder el albañil al enterramiento, el sacerdote regresaba a la iglesia, se ponía la sotana e invitaba al duelo a seguirle hasta la salida del cementerio, donde tenían lugar las últimas oraciones. Si la casa mortuoria se encontraba entre las casas situadas en la parte de abajo de la iglesia, la gente se juntaba cerca de la casa Elizetxea. Por contra, si se encontraba en la parte alta la gente se reunía junto a la casa Elizaldea. A continuación se dispersaban.

En Baigorri (BN), cuando terminaba la misa funeral salían de la iglesia el cura, los portadores con el féretro y los del pendón, los monaguillos, el primer vecino y la primera vecina llevando la cerilla o ezkoa de la casa y se dirigían al cementerio en procesión mientras tocaba la campana. La familia y el resto de los asistentes permanecían en la iglesia rezando. Enterrado el cadáver y tapada la fosa la primera vecina ponía sobre el montículo de tierra el ezkoa encendido. El cura regresaba a la iglesia y la campana callaba, ésta era la señal para que el duelo y los otros asistentes se dirigiesen al cementerio para rezar sobre la tumba.

En Iholdi (BN), finalizada la misa, el féretro era llevado al cementerio que rodea la iglesia con los cantos del salmo In paradisum. Sólo los hombres tenían derecho a salir; el duelo completo, masculino y femenino, y las mujeres asistentes a las exequias se quedaban rezando en el interior del templo. Una vez enterrado el cuerpo, el cortejo regresaba al pórtico. Aquí todos rezaban un De Profundis y antes de separarse el sacerdote hacía la invitación a la comida de funeral en nombre de la familia, a los que durante esos días habían participado y ayudado a la familia afectada por la defunción[1].

En Beskoitze (L), terminada la misa, el primer vecino volvía a tomar la cruz y salía encabezando el cortejo, seguido del sacerdote, los monaguillos, el chantre, el féretro y los hombres y mujeres asistentes; únicamente el duelo permanecía en la iglesia durante la inhumación. Finalizado el enterramiento volvían todos a la iglesia en el mismo orden y aguardaban a que saliese el duelo, primero los hombres y luego las mujeres. Entonces unos se iban a comer con la familia del difunto, regresaban a la casa y rezaban en la habitación mortuoria, y los otros se dispersaban. La familia no se desplazaba hasta la fosa.

En Hazparne (L), donde el cementerio está situado lejos de la iglesia, en tiempos pasados tampoco era costumbre que el duelo acudiese al cementerio. Esperaba en la iglesia al regreso del cura y era entonces cuando abandonaba el templo para volver a casa, al banquete. Los enterradores se encargaban de todo lo relativo a la fosa.

En Urdiñarbe (Z) todos los asistentes al funeral estaban presentes en el enterramiento excepto la familia, que podía quedarse en la iglesia.


 
  1. Jean HARITSCHELHAR. “Coutumes funéraires a Iholdy (Basse­Navarre)” in Bulletin du Musée Basque. Nº 37 (1967) p. 114.