Comensales

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Parientes

La comida funeraria estaba destinada primordialmente a los parientes del difunto. Así se constata en la práctica totalidad de las poblaciones encuestadas.

Eran comensales quienes, por razón de parentesco, habían formado el grupo de honra en el cortejo fúnebre (Salcedo-A), los componentes del duelo, progukoak (Altza, Zerain-G) o mindunak (Oiartzun-G).

En San Román de San Millán (A) y en Zeanuri (B) se constata que la invitación alcanzaba a los parientes en tercer grado o primos segundos; en Lezaun (N), solamente las familias más pudientes extendían el convite a los primos segundos. En Arberatze-Zilhekoa (BN), para la asistencia a esta comida se consideraban familiares próximos a los primos y primas, kusu-kusiñak.

En numerosas localidades encuestadas, Galarreta, Narvaja, Pipaón, Ribera Alta (A); Zeanuri (B); Beasain, Deba, Oiartzun (G); Ziga-Baztan (N); Baigorri, Lekunberri, Uharte-Hiri (BN); Hazparne (L); Santa Grazi, Urdiñarbe, Zunharreta (Z) se subraya que los comensales eran principalmente aquellos parientes o amigos «venidos de lejos» o residentes fuera del pueblo que son descritos como «forasteros», kanpokoak (passim) o erbestekok en Isuzkitza Plentzia (B).

Estos parientes «de fuera» que accedían de víspera se hospedaban en la casa mortuoria o en casas de familiares (Lezaun-N) y si no podían regresar a la suya en el mismo día del entierro se les daba cena y cama (Izal-N).

La razón de atender con esta comida a los familiares venidos de fuera, de otros pueblos de la comarca, queda resaltada en Moreda (A) donde los parientes residentes en el pueblo no asistían generalmente a la comida de entierro.

Vecinos

La participación de vecinos en la comida de entierro está constatada de forma general en muchos puntos del área encuestada: Mendiola (A), Abadiano, Bedia, Gorozika (B), Altza (G), Ziga-Baztan (N), Iholdi, Oragarre y Arberatze-Zilhekoa (BN). En Apodaca (A) e Izurdiaga (N) se especifica que los participantes eran los vecinos «más allegados» y en San Román de San Millán (A) se anota que entre éstos se contaban sobre todo los más ancianos.

En otras localidades la costumbre determinaba que acudiera a la comida un vecino de cada casa: Apodaca (A), Elosua (G), Izal (N), Zunharreta (Z).

En el País Vasco continental, el primer vecino o lehen auzoa, que tenía una participación destacada en la organización de las exequias, era comensal obligado en la comida funeraria. Así se constata en Lekunberri, Uharte-Hiri (BN), Azkaine (L), Urdiñarbe y Zunharreta (Z). En esta última localidad, el primer vecino acudía con todos los miembros de su familia. En Hazparne (L) era invitada la primera vecina, premiére voisine, que había intervenido en la preparación de la comida; pero su marido se quedaba a voluntad. En Izpura (BN), entre los comensales figuraban los primeros vecinos; en Heleta (BN), los primeros y los segundos vecinos y en la localidad suletina de Ezpeize-Ündüreiñe, los cuatro vecinos, lau aizuak.

En Gamarte (BN), los familiares del fallecido solicitaban del cura o del chantre que en la iglesia o en el cementerio anunciaran los nombres de las personas invitadas a la comida de entierro, kolazionea.

Mezakoak

En las encuestas del año 1923 y también en las más recientes de 1990 se constata una práctica significativa respecto a la participación en la comida de entierro. Entre los comensales estaban aquéllos que habían donado a la familia una limosna para celebrar misas en sufragio del difunto[1].

En Berriz (B), aquellos vecinos que habiendo asistido a los funerales hubieran dado el dinero para celebrar una misa en sufragio del difunto se sentaban luego con los parientes del finado en la comida que tenía lugar en una taberna del pueblo[2].

Lo mismo ocurría en Kortezubi (B), donde colocaban en el pórtico una mesa atendida por dos personas señaladas por la familia del difunto; éstos se encargaban de recibir de los asistentes a los funerales los estipendios de misas por el alma del difunto apuntando los nombres de los donantes que eran invitados a comer en la taberna[3].

También en Abadiano (B) se registra el mismo hecho: participaban en la comida aquéllos a quienes les correspondía «sacar la misa», mezako zirenak. Para ello, tras el funeral, uno o dos vecinos designados por la familia se situaban en la puerta de la sacristía para comunicar a quienes acudían a encargar la misa, el lugar donde se iba a celebrar la comida de entierro.

En Aduna y Andoain (G), todos los que habían dado estipendio para la misa iban a comer a la casa mortuoria, proguko etxera, o a la posada que servía esta comida. El primer vecino se encargaba de la invitación, después del funeral, diciendo: «Erriko mezakuak, eta kanpotarrak segittuko due proguetxera», o bien «enkargatuta dagon etxera» (Los del pueblo que son «de misa» y los forasteros irán a la casa mortuoria o a tal posada)[4].

En la localidad de Albiztur (G), los parientes forasteros entregaban a la familia dinero para la misa, meza-dirue, y ello les daba derecho a la comida que se efectuaba en la posada, ostatua, sita en el porche de la Casa Consistorial. En UrkizuTolosa (G), se invitaba a una comida en la taberna a quienes hubiesen hecho entrega del estipendio para una misa; se les conocía como «los de la misa», mezakuak[5].

Esta costumbre ha estado extendida también en el País Vasco continental. En Oragarre (BN) eran comensales invitados aquellos vecinos del pueblo que hubiesen donado el estipendio para una misa.

En Arberatze-Zilhekoa (BN), tras el rezo con el que finalizaba la comida se llevaba a cabo una práctica ya conocida a comienzos de siglo: todos los comensales trazaban una cruz sobre el plato y a continuación el chantre preguntaba quiénes deseaban ofrecer misas por el difunto.

En Izpura (BN), concluida la comida de funeral se recogía de los comensales el dinero para las misas. Se sigue haciendo así cuando la comida tiene lugar en un restaurante. Igual costumbre se ha constatado en Zerain (G) y Liginaga (Z).

En Armendaritze y en Iholdi (BN), el primer vecino recaudaba de los participantes en el banquete fúnebre dinero para decir misas por el difunto. Con estas aportaciones se confeccionaba una lista a la que se añadían las misas donadas en la colecta de la iglesia.

También en Mendiola (A), donde tras la comida transcurrida silenciosamente se colocaban unas bandejas en la mesa y todos los presentes estaban obligados a dar una limosna para misas, responsos u otros sufragios por el difunto.

En Gatzaga (G), los invitados a la comida de entierro, antes de regresar hacia sus respectivos lugares, ofrecían a la familia una determinada cantidad de dinero destinada a estipendios de misas en sufragio del alma del fallecido. El nombre del donante y su donativo se anotaba en un cuaderno para corresponder de igual manera[6].

Estas aportaciones de estipendios para misas con motivo de un fallecimiento creaban una red de obligaciones recíprocas entre las casas de la localidad. Antes y después de celebrado el funeral fue común el que los asistentes fueran a la casa mortuoria y entregaran a la familia una limosna en metálico para encargar misas en sufragio del difunto. Cada donante correspondía con una cantidad similar de dinero que había recibido de la familia del finado.

Otros invitados

Se ha señalado antes que, en algunas localidades, aquellas personas que habían colaborado en los actos funerarios eran obsequiados por la familia del difunto con algún refrigerio. En otras, en cambio, eran convidados a tomar parte en la comida funeraria. Así ocurría sobre todo con los vecinos que habían actuado de porteadores del féretro. Su presencia en el banquete fúnebre se ha registrado en Amézaga de Zuya, Aramaio, Gamboa (A); Abadiano, AmorebietaEtxano, Carranza, Murelaga (B); Hondarribia, Zerain (G); Obanos (N); Baigorri, Heleta, Huarte-Hiri, Iholdi, Izpura, Oragarre (BN) Beskoitze y Hazparne (L).

En Abadiano (B), además de los anderos era invitado el portador de la cruz, kurutzerue, y en Amorebieta-Etxano la mujer que llevaba la ofrenda de pan, eurrogie. También en Murelaga (B), antiguamente era comensal la ofrendera de pan, ogidune, y el encargado de recoger los estipendios de misas.

En las localidades alavesas de Amézaga de Zuya, Berganzo, Mendiola, Obécuri y San Román de San Millón así como en Garde (N) y Barkoxe (Z) se señala que el enterrador era invitado a la comida.

En Baigorri (BN), tras la inhumación, el albañil-sepulturero, maçon-fossoyeur, que estaba convidado por su oficio a la comida funeraria, extendía la participación al portador de la cruz y a los anderos con esta fórmula ritual: «Familiak komitatzen ditu kurutzeketaria ta hilketariak zerbaiten hartzera Juantorenainian... Oronosenian» (La familia invita al portador de la cruz y a los anderos a tomar algo en Juantorena o en Oronosena [nombres de los restaurantes]).

En Viana (N), en las reglas de la Cofradía de Nuestra Señora de las Antorchas se prescribía que la familia invitara a una comida a los cofrades:

«Cuando algún cofrade muriere, sus hijos o herederos están obligados a dar a todos los demás hermanos 'una comida bien y cumplidamente conforme a las calidades de los dichos cofrades, y si no quisieren dar la dicha comida ayan de dar tres ducados'».
«Item que guando algún yantar de cofrade muerto se diere, que si hubiese algún cofrade enfermo y no pudiese ir a comer, que se le embíe su ración bien y cumplidamente, a vista del abad y mayordomos».

Los cofrades podían dar esta comida del entierro en vida.

Presidencia. Mahaiburua

La presidencia de la mesa era ocupada por el varón principal de la casa mortuoria (viudo-hijo mayor) tal como se constata en las localidades de Berganzo, Mendiola, Valdegovía (A); Zeanuri (B); Beasain (G), Eugi, Monreal (N). Cuando el sacerdote acudía a esta comida, era él quien ocupaba el lugar preferente según se consigna en Amézaga de Zuya, Mendiola (A), Orozko (B), Zerain (G). En otras localidades como Salvatierra (A) señalan que no se guardaba un orden establecido. Con todo, tal como se registra en Artajona (N) y Arberatze-Zilhekoa (BN), la costumbre llevaba a que los hombres y las mujeres formaran dos grupos diferentes en la mesa.

Oraciones

La comida funeraria comenzaba y concluía generalmente con un rezo. La oración inicial adoptaba la forma habitual de la bendición de la mesa, jan aintzineko otoitza (Azkaine-L), que consistía en un Padre nuestro, Aita gurea, y un Ave María, Agur María; así se anota en las localidades de Amézaga de Zuya, Apellániz, Salvatierra (A), Abadiano, Amorebieta-Etxano, Bedia, Orozko, Portugalete (B); Elosua, Getaria (G); Lezaun (N); Izpura (BN); Azkaine, Bidarte, Sara (L); Santa-Grazi y Urdiñarbe (Z).

En otras localidades, tras la bendición de la mesa se añadía otra oración por el alma del difunto. Así se constata en Berganzo, Gamboa, Mendiola, Pipaón, Ribera Alta, Valdegovía (A), Carranza, Zeanuri (B), Berastegi, Gatzaga, Zerain (G), Eugi, Monreal (N).

Tal como se relata en Zerain (G), antes de comenzar a comer los hombres se quitaban la boina y después de santiguarse se procedía al rezo de un responso, Requiem, por el alma del difunto. Así mismo, a la finalización de la comida, puestos todos los comensales en pie, la persona que presidía la mesa rezaba dos Pater Noster, uno por el difunto y otro por las almas del Purgatorio, iniciándolas con estas fórmulas: «Il danan alde: Aita gurea...», «Purgatorioko animan alele: Aita gurea...».Si el cura asistía a la comida de entierro, era él quien bendecía la mesa.

En Elosua (G), el encargado de dirigir estas oraciones era el sacristán y en Gatzaga (G), la hospitalera, mujer que estaba al cuidado del hospital local.

En el País Vasco continental se pone más énfasis en los rezos finales que presentan formas más rituales. En tiempos pasados, entre las oraciones dichas al concluir la comida funeraria estaba el salmo De profundis (Ps. 129). Su recitación, en latín, correspondía al chantre de no ser que estuviera presente el sacerdote o algún religioso o religiosa de la familia (Arberatze-Zilhekoa, Baigorri, Gamarte, Heleta, Iholdi-BN, Beskoitze, Hazparne-L, Altzai, Lakarri y Liginaga-Z).

El rezo de las oraciones era tarea propia del primer vecino en Armendaritze, Iholdi, Lekunberri (BN) o un familiar en Hazparne (L), ayudados por el chantre que era uno de los pocos que sabía de memoria el salmo De profundis.

En Oragarre (BN), la recitación de este salmo cayó en desuso por desconocimiento de la letra y las oraciones se redujeron a un Aita gurea, Ave Maria y Requiem, dirigidas por el primer vecino, lehen aizoa.

Juntamente con el salmo De profundis se rezaba el Pater Noster, Ave Maria y Requiem en Hazparne (L), Liginaga (Z), Baigorri, Huarte-Hiri, Iholdi, Izpura, Lekunberri y Arberatze-Zilhekoa (BN). En Baigorri (BN), Azkaine (L) y Zunha rreta (Z) rezaban además un misterio del rosario, hamarreko bat.

Las oraciones iban precedidas de fórmulas que expresaban la intención. Así en Oragarre (BN) primero se rezaba por el muerto: joan den arimarendako; luego, por los difuntos de la casa: etxetik il diren arimentzat y finalmente por la persona que, entre los presentes, fuera a morir en primer lugar: gutarik lehenik joanen den hilarendako. Luego se ofrecía el rezo de un Ave María por la familia que había de guardar el duelo y por otras intenciones, terminando con la recitación del De profundis.

También en Gamarte (BN), Itsasu (L), Altzai, Lakarri, Santa Grazi, Zunharreta (Z), y en algunas casas de Lekunberri (BN) se recitaban oraciones con estas intenciones graduadas, entre las que se incluía al primero que hubiera de morir. Para el ofrecimiento de esta oración se utilizaba la fórmula: Lehenik joan denaindako.

En Barkoxe (Z), algunas oraciones tenían lugar en el transcurso de la comida. Antes de servir el queso el chantre imponía silencio y puestos todos en pie encendía un cirio invitando a los comensales a rezar durante algunos instantes. Luego, al finalizar la comida, se decían diversas oraciones: por el alma del difunto; por el eterno descanso de quienes habían «salido» de la casa; por las almas del Purgatorio y por aquél que, entre los presentes, muriera primero. A menudo, según los informantes, tras la comida, algunos familiares antes de volver a sus casas hacían de nuevo una visita al cementerio.

Las oraciones indicaban el final de la comida. Algunos informantes de Baigorri (BN) señalan que cuando las conversaciones habían adquirido un tono muy animado e incluso los comensales estaban a punto de romper a cantar, el chantre daba un fuerte golpe sobre la mesa y poniéndose en pie decía con voz fuerte: «Orain eginen dugu otoitza» / Ahora rezaremos. Con este aviso se terminaban las risas y se levantaban todos; una vez hechas las oraciones se iban a sus casas. En el momento de la despedida se daban la mano, bortzekoa eman (Azkaine-L). Las personas menos afectadas por el duelo, sobre todo los ancianos, permanecían en la mesa (Izpura-BN).

En Iholdi (BN), una vez que el primer vecino recitaba las oraciones finales de la comida funeraria daba por concluida su misión y el dueño de la casa retomaba sus derechos[7].


 
  1. Según Azkue en Irañeta (Arakil-N) a principios de siglo, cuando alguien quería tomar parte en la comida después del funeral debía llevar torta, una luz y cuatro ochenas (monedas, antes de dos cuartos y posteriormente de diez céntimos). Vide Resurrección Mª de AZKUE. Euskalerriaren Yakintza. Tomo I. Madrid, 1935, p. 222.
  2. AEF, III (1923) p. 46.
  3. AEF, III (1923) p. 41.
  4. AEF, III (1923) pp. 76 y 102-103.
  5. Juan GARMENDIA LARRAÑAGA. “La vida en el medio rural: Urkizu (Tolosa-Gipuzkoa)” in AEF, XXXVIII (1992-1993) p. 165.
  6. Pedro Mª ARANEGUI. Gatzaga: una aproximación a la vida de Salinas de Léniz a comienzos del siglo XX. San Sebastián, 1986, p. 420.
  7. Jean HARITSCHELHAR. “Coutumes funéraires a Iholdy” in Bulletin du Musée Basque. Nº 37 (1967) p. 115.