Cofradias y Asociaciones en el cortejo

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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En todo el territorio de Vasconia estuvieron implantadas cofradías, congregaciones y otras asociaciones con fines piadosos, algunas de las cuales con carácter primordial y otras subsidiariamente establecían la obligatoriedad de que sus miembros asistieran, acompañados de los estandartes y distintivos correspondientes, al cortejo fúnebre y posteriores exequias del compañero cofrade difunto[1].

Tratándose de hombres, a menudo hacían de anderos en la conducción del cadáver y un séquito de ellos debía desfilar en la comitiva flanqueando el féretro, generalmente provistos de hachas y en algunos lugares con la indumentaria apropiada, la capa negra. Las muchachas iban cogiendo las cintas que colgaban de la caja y llevaban los estandartes de la congregación.

Los reglamentos de estas asociaciones también preveían que se ayudara con determinadas prestaciones para subvenir los gastos de entierro si el cofrade moría en la indigencia y no tenía familiares directos.

En muchas localidades se ha constatado la costumbre de que el estandarte de la congregación respectiva desfilara en el cortejo. En Baja Navarra y Lapurdi fue común que si la persona fallecida había pertenecido a la Tercera Orden Franciscana, cuatro de sus miembros portaran dentro de la comitiva el paño mortuorio de color marrón de esta asociación.

En Amézaga de Zuya (A), al féretro del cofrade le acompañan durante el recorrido cuatro compañeros con hachas escoltando la caja a los lados. El mayordomo de la cofradía, cargo que tenía duración anual, era el encargado de colocar la manta sobre la caja. De esta guisa se mantenía el féretro mientras duraba la marcha y así permanecía en la iglesia mientras se celebraba el funeral.

Si la fallecida pertenecía a la Asociación de Hijas de María, una compañera llevaba el estandarte de la asociación delante de la caja. Unas cintas azules y blancas se cruzaban sobre el féretro y cada uno de los cuatro extremos lo cogía una Hija de María.

En Apodaca (A), hasta los años cuarenta, se conservó la tradición de que los cofrades asistieran a las honras fúnebres de sus compañeros provistos de capa negra.

En Gamboa (A), en el barrio de Nanclares, si la persona fallecida era miembro de la Cofradía del Rosario, era su Presidente quien llevaba la cruz'parroquial que encabezaba la comitiva fúnebre. También en Carranza (B), en el barrio de Ahedo y en otras parroquias, antiguamente era el mayordomo de la cofradía el que iba con la cruz abriendo el cortejo.

En Lagrán[2] (A), a la conducción del cadáver acudían, además de los familiares, todos los hermanos de la cofradía. Para ello, se reunían en el pórtico de la parroquia, donde se procedía a pasar lista. Todos los hermanos cofrades se dirigían a la casa del difunto y ya no se separaban de él hasta que hubiera recibido sepultura.

En Laguardia (A) flanqueaban el féretro cuatro miembros de la cofradía durante la conducción del cadáver. Además otros veinte cofrades, diez a cada lado, en dos filas, con hachas encendidas, iban acompañándolo. En el supuesto de que el cofrade fallecido no tuviera familiares directos que se hicieran cargo de él, el féretro lo portaban cuatro cofrades vestidos con capa negra. Si, a su muerte, no tenía dinero para comprar la caja, se la prestaba la cofradía. También en este caso le escoltaban 20 cofrades con hachas encendidas dispuestos en la forma indicada. Hoy día, si el fallecido es cofrade, los hermanos de la cofradía siguen acudiendo con velas a acompañarle.

En Salcedo (A), hasta los años veinte, si el difunto pertenecía a la Cofradía de la Vera Cruz, uno de sus miembros llevaba el crucifijo llamado «El Arbol» y en la marcha caminaba entre los dos Mayordomos con sendas hachas encendidas. A ambos lados, dos filas de hombres con sendas velas de la cofradía[3].

En Salvatierra (A), la familia organizaba el reparto de velas a los que acompañaban al cadáver al cementerio. Si el finado era cofrade de San Isidro, la cofradía repartía velas a todos los cofrades y al resto de los asistentes se las proporcionaba la familia del difunto. Si el fallecido había sido adorador nocturno, los miembros de la asociación acudían con la bandera y, dispuestos en dos filas a su lado, le acompañaban al camposanto llevando una vela encendida en la mano.

En Bermeo (B) existió una práctica similar y aunque las cofradías desaparecieron hace muchos años, las costumbres sobrevivieron tiempo después. Por tradición familiar se fueron conservando los vínculos pasados y cuando moría algún miembro de las antiguas cofradías, hombres generalmente mayores portaban el estandarte, handerie. En el cortejo ocupaban su lugar marchando en fila entre la cruz parroquial que encabeza la comitiva y los sacerdotes. Según los encuestados, gustaba mucho a la gente el que participaran en el cortejo. Los miembros de las cofradías estaban también obligados a asistir a los entierros de sus compañeros.

Si la fallecida pertenecía a alguna congregación, en la comitiva le acompañaban doce congregantes con escapularios y velas encendidas. Dentro del cortejo se situaban detrás del féretro y delante del duelo familiar masculino.

En Murelaga (B), antiguamente, en el enderro iba también la bandera de la Cofradía de las Animas. Además, si el fallecimiento había tenido lugar en el núcleo, el abanderado acompañaba a los sacerdotes hasta la casa del difunto para recibir el cadáver. Había asociaciones para las personas casadas, para los solteros, los «Luises» y para las solteras, las «Hijas de María». El hecho de que el difunto perteneciera a una de ellas influía en el orden del cortejo[4].

Las «Hijas de María» participaban en las ceremonias funerarias que se celebraban en sufragio de una de sus difuntas. Se reunían en el núcleo de la aldea para esperar allí la llegada de la comitiva. La presidenta de la asociación se colocaba en la procesión delante del ataúd, llevando la enseña de la asociación. Cuatro Hijas de María prendían unos lazos azules en el ataúd y caminaban junto a él. Las demás, llevando cada una una medalla escapulario, marchaban inmediatamente detrás del féretro. Por lo tanto, en la última etapa de la procesión funeraria las Hijas de María adquirían un protagonismo sobre las demás, llegando incluso a desplazar al grupo doméstico afectado. Finalizadas las exequias fúnebres en la iglesia, las Hijas de María acompañaban al cadáver hasta el cementerio, llevando cada una una vela encendida y todas ellas entraban en el recinto del cementerio.

El papel de los «Luises» con los solteros en las ceremonias funerarias de uno de sus miembros era parecido al de las Hijas de María con las solteras. El presidente de los Luises precedía al cadáver, llevando la insignia de la asociación. Los demás miembros caminaban inmediatamente detrás del cadáver.

En Altza (G), a principios de siglo, se instituyó una cofradía denominada «Cofradía de los entierros». Los inscritos en ella, pagando un tanto al mes, tenían derecho a llevar en la comitiva fúnebre los cirios que la cofradía tenía en propiedad[5].

Entierro de párvulo. Sangüesa (N), 1954. Fuente: Juan Cruz Labeaga, Grupos Etniker Euskalerria.

En Bidania (G), antiguamente, si el difunto era miembro de la Cofradía de la Santísima Trinidad, de las Animas del Purgatorio o de otras existentes en la localidad, los estandartes de dichas cofradías seguidos de los sacerdotes, entre éstos el que hacía de preste, salían a la plaza del pueblo al encuentro de la comitiva e, incorporados a ésta, proseguían todos el camino a la iglesia. Si el entierro era de primera clase, sobre el féretro se colocaba un mantel de altar; si era de segunda o de tercera clase, sobre el ataúd se ponían las insignias de la cofradía o cofradías a las que hubiera pertenecido[6].

Tras las exequias fúnebres, en el traslado del cadáver de la iglesia al cementerio únicamente iban el monaguillo con la cruz y el sacerdote. La excepción era si se trataba de alguna joven de la Congregación de Hijas de María en cuyo caso le acompañaban las congregantes.

En Mélida (N), si el fallecido había pertenecido a la Cofradía de Santiago, en el cortejo desfilaba un cofrade con el estandarte detrás de la cruz y los demás en procesión delante del ataúd portando un cirio. También en Hondarribia (G) se ha recogido que si el finado había pertenecido a alguna congregación, en la conducción del cadáver se llevaba el estandarte negro de la misma.

En Murchante (N), si el difunto era cofrade de alguna de las Cofradías del pueblo, se formaban dos filas de miembros cofrades como acompañantes, portando cirios. En la comitiva se ubicaban tras la cruz que encabezaba la procesión y en la parte interior que forman las filas iban el sacerdote o sacerdotes y a continuación el féretro. Aún hoy día, si muere un cofrade, le acompañan otros cofrades con cirios.

Una institución arraigada en varias localidades navarras y alavesas fue la de los «auroros». En esta población de la Ribera Navarra se ha recogido una costumbre llevada a cabo por este grupo de personas cuando fallecía un miembro de la asociación. En el momento de la despedida del duelo le cantaban de nuevo las coplas que le habían entonado de madrugada y que daban comienzo con los dos versos siguientes: «Poderoso Jesús Nazareno / hay un alma que os tiene ofendido... ».

Además, al igual que ocurriera con el cofrade difunto, también los «auroros», cuando se moría uno que había tenido esta condición, marchaban silenciosamente en la comitiva en dos filas tras el estandarte suspendido de una gran asta que portaba uno de ellos.

En Obanos (N), los que pertenecían a la Cofradía de San Sebastián iban en el cortejo presididos por la bandera de la cofradía. Es tradición que sigue vigente hoy día.

En Viana (N), si el difunto pertenecía a la Cofradía de la Vera Cruz, otro cofrade portaba en el entierro un Cristo de tamaño menor que el natural que se utilizaba para esta finalidad. Es una costumbre que se ha conservado hasta tiempos recientes. En los reglamentos de las cofradías que existieron en esta localidad navarra se preceptuaba la obligación de los hermanos cofrades de asistir al entierro de los miembros fallecidos. Si el difunto pertenecía a la Adoración Nocturna, le acompañaba la bandera de la Asociación de Adoradores Nocturnos.

Fue práctica usual entre personas de cierta posición social el establecer mandas o legados en favor de las cofradías para que les acompañaran en los actos con motivo de su muerte. Al otorgar testamento, reservaban determinados bienes o cantidades en metálico para dicha finalidad. De las más favorecidas eran las Cofradías de la Vera Cruz y Nuestra Sra. de las Cuevas.

En Armendaritze (BN), en el entierro de una muchacha, las Hijas de María, Kongregazioneko neskatoak, acompañaban al féretro durante la conducción vestidas de negro y velo blanco.

En Gamarte (BN), en el desfile del cortejo fúnebre, las muchachas de la congregación, Kongregazioneko neskatoak, iban situadas entre el sacerdote y el féretro y formaban el grupo de las cantoras, les chanteuses. Si el difunto era una persona adulta, iban ataviadas con mantilla negra por la cabeza.

En Baigorri (BN), los miembros de la Tercera Orden Franciscana tenían derecho a llevar el pendón marrón en el cortejo fúnebre.

En Iholdi (BN), delante del clero, iban los estandartes de la Tercera Orden Franciscana y del Rosario llevados por hombres o mujeres, según el sexo del fallecido.

En Izpura (BN), si la persona fallecida pertenecía a la Tercera Orden o Congregación de San Francisco de Asís, el paño mortuorio de color marrón era portado por cuatro personas. En el cortejo iba ubicado a continuación del sacerdote o sacerdotes que participaran en el mismo y delante del féretro. Aunque ya no se utiliza, todavía se llevaba hacia 1950.

En Lekunberri (BN), si la persona fallecida pertenecía a la Tercera Orden Franciscana, en el cortejo fúnebre se llevaba el paño negro ribeteado de banda blanca. Iba situado entre el cura y el féretro.

En Itsasu (L), cuando moría una mujer perteneciente a la Tercera Orden Franciscana, en el cortejo, cuatro miembros de esta asociación portaban un paño mortuorio de color marrón que iba situado detrás del féretro. Llevaban el escapulario, abituia, distintivo del grupo. Hacían desembolsos de dinero que destinaban a encargar misas cuando moría una asociada.

En Sara[7] (L), si el difunto pertenecía a alguna cofradía de la parroquia, el paño de ésta lo llevaban extendido cuatro cofrades a continuación de la cruz alzada. Si la joven era cofrade de las Hijas de María, el féretro era conducido por compañeras de la misma congregación.

En Ziburu (L), el paño mortuorio del cortejo, si la persona fallecida pertenecía a la Tercera Orden de San Francisco o a las Hijas de María, era llevado por cuatro cofrades.


 
  1. Vide en esta misma obra el capitulo Asociaciones era torno a la muerte.
  2. Salustiano VIANA. “Estudio etnográfico de Lagrán” in Ohitura, I (1982) p. 58.
  3. AEF, III (1923) p. 48.
  4. William A. DOUGLASS. Muerte en Murélaga. Barcelona, 1973, pp. 86 (nota 30) y 218-220.
  5. AEF, III (1923) p. 95.
  6. AEF, III (1923) pp. 105-106.
  7. José Miguel de BARANDIARAN. “Bosquejo etnográfico de Sara (VI)” in AEF, XXIII (1969-1970) pp. 118-119.