Avisos. Hil-mezuak
Tras ocurrir un fallecimiento en una casa es costumbre difundir la noticia entre los familiares que residan en la misma localidad y los que vivan fuera así como entre los vecinos y amigos del finado.
También se notifica el óbito al médico a fin de que certifique la muerte y al sacerdote para que preste las atenciones oportunas y fije la hora del funeral. A menudo no es necesario avisar a estas personas ni a determinados familiares y vecinos que, de no acaecer la muerte repentinamente, suelen hallarse presentes en el momento en que el enfermo expira. Se avisa asimismo al sacristán o persona encargada de hacer sonar las campanas y, antaño, al carpintero para que hiciese la caja.
En las últimas décadas también se comunica el fallecimiento a la funeraria, la cual se encarga tanto de los trámites legales como de los necesarios para celebrar el entierro. Antaño existían ciertos personajes en algunas localidades que desempeñaban papeles similares al de las funerarias, desde avisar a familiares y vecinos, arreglar los papeles necesarios para legalizar la nueva situación e incluso fabricar la caja.
La transmisión oral de este tipo de noticia cuenta con la ventaja de que a medida que es difundida se produce un efecto de amplificación. Cada persona que la recibe la vuelve a comunicar por norma general a una cantidad mayor de conocidos, por lo que el número de enterados crece geométricamente de modo que en poblaciones con un número restringido de habitantes llega a todos en poco tiempo.