Causas de la prolongación de la agonía
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Antaño era creencia extendida que la prolongación de la agonía obedecía a causas de origen sobrenatural. Las personas enemistadas o que habían cometido un daño a otra sufrían largas agonías hasta que lograban el perdón del ofendido. La posesión de ciertos geniecillos personales conocidos por diversos nombres ocasionaba el mismo efecto sobre sus dueños hasta que conseguían deshacerse de ellos.
Enemistades y ofensas. Haserreak eta irainak
Decían en Ziortza (B) que el moribundo que se hallaba enemistado con otra persona no podía acabar de morir ni salir de las apreturas de la agonía mientras no obtuviese el perdón de aquélla. Esto mismo se oía decir también en Ataun (G)[1].
En algunas localidades del País Vasco continental se creía que cuando una persona ha producido un daño muy grave por palabra o por obra a otra persona conocida suya, en el momento de morir padecerá en su agonía toda suerte de angustias y no podrá recobrar la serenidad de ánimo ni dar el último suspiro hasta que la persona dañada venga cerca del moribundo y le manifieste su perdón[2].
En Altza (G) se recogió de boca de un informante el siguiente relato en la década de los años veinte:
- «Nik ikusi izan det gizon bat, Beizamako Iturburun, izugarri justua beretzat. Bein batian, bere lurretara ardi batzuk sartu ziran, ta bi it zitun ta etzitun pagatu berak. Artzaiari ardiik egin zuten kaltia kendu zion. Ta gorrotuan bizitzen ziran beti.
- Cero, gizon arrek itturria ber-bertan zun, ta azpik ateratzen ari zala izerditu egin zan, ta ankak itturrin garbitu ta katarrua arrapatu zun, ta gutxinez bi urte egin zitun katarro orrekin. Gero prueba egingo zutela-ta biriketatik operaziva egin zioten. Gero, arnasa artzeko zulo aundi bat utzi zioten. Ezin illik zegon, ta artzaiari deitu zion barkapena eskatzeko ta artzaia etzan etorri, ta ezin illik egon zan illabetetan. Gaizto errematatua zan, da ondo pagatu zuan azkenian».
«Yo conocí en Iturburu de Beizama a un hombre que era muy justo para sí mismo. Una vez, entró en sus terrenos un rebaño, y mató dos ovejas y no las pagó (a su dueño). En cambio, cobró al pastor el perjuicio causado por las ovejas. Por esta causa en adelante vivían enemistados.
Ese hombre tenía muy cerca de su casa una fuente; estando trabajando en cambiar las camas del ganado ensudó y se lavó los pies en la fuente por lo que cogió un fuerte catarro; retuvo ese catarro al menos durante dos años. Para intentar su curación le operaron de los pulmones y le dejaron una gran abertura para que respirara por ella. Estaba no pudiendo morirse y llamó al pastor para pedirle perdón, pero el pastor no acudió y el enfermo estuvo meses sin poder morir. Era muy malo, y bien lo pagó en la última hora»[3].
En Orozko (B) decían que la dificultad de morir y el prolongamiento de la agonía dependían de que el moribundo hubiese tenido en su vida alguna riña o enemistad con alguien que luego le echó la siguiente maldición, biraua: «Atzeneko orduan be ez dautsut parkatuko» (Ni en la última hora te perdonaré). Así se prolongaba su estado agónico hasta que el maldiciente se presentase a perdonarle[4].
En este último relato se aprecia la relación existente entre la agonía y la maldición proferida por una persona ofendida por el moribundo, tal como se verá en un apartado posterior sobre las causas prodigiosas de la muerte.
Las maldiciones tenidas por justas recaían sobre quienes iban dirigidas; pero aquéllas que se pronunciaban sin razón alguna podían tener efecto en el mismo maldiciente.
En Sara (L) se decía que las personas que tenían costumbre de maldecir solían padecer una agonía larga y penosa, sobre todo si los ofendidos por sus maldiciones no se las perdonaban antes. También en Arrasate (G) se ha recogido esta misma creencia.
En Ziortza (B) se contaba que un hombre del caserío Gonzogarai, que tenía costumbre de maldecir a todos, fue levantado en el aire por un viento arremolinado, aixe bigurra, también llamado sorginaixie o viento de brujas, que le dejó caer desde mucha altura, quedando tullido y «retorcido» para toda su vida[5].
Para finalizar este apartado se recogen algunas creencias más de diferente naturaleza a las descritas hasta aquí y consideradas también como causas de prolongación de la agonía.
Uno de Ibarra (Orozko-B) que estaba en agonía tardaba en morir. El cura que le asistía pensó que tal vez la tardanza obedeciera a que el moribundo no se había despedido de sus hijos. Hizo venir a éstos y luego murió el enfermo[6].
En Orozko también ha existido la creencia de que una agonía larga podía deberse a que el moribundo tuviera dinero escondido y permanecía en ese trance mientras no lo descubriera y lo pasara de mano.
De una informante de Alboniga (Bermeo-B) se recogió lo siguiente: «Amuma parterie izan zan, Zaarra izan zanjen txarto egoten zan etxien ta beti desieten iltzie, beti noiz ilko. Azkanien pentsaten ibil zan ja iltzen ezpada pagateko kastigue berari il jatzon ume guztiegaitxik; ba esaten zauen ume astro il jatzola partuetan». (La abuela fue partera, cuando llegó a vieja rio se encontraba a gusto en casa y estaba deseando la muerte. Al final andaba cavilando si no le vendría la muerte en castigo por todos los niños que se le murieron en los partos que atendió, ya que decía que se le habían muerto muchos).
Posesión de genios. Gaizkinak
Como se ha indicado con anterioridad, las brujas y otras personas con poderes mágicos padecían largas agonías hasta que lograban deshacerse de dichos poderes o de los genios que se los otorgaban. Varios relatos recogidos aquí expresan esa creencia popular.
Se decía en Bermeo (B) que las mujeres tachadas de brujas o adivinadoras debían sus poderes especiales a la posesión de los alfileteros, orroztokijjek, donde guardaban pequeños genios llamados frakagorrijjek o galtxagorrijjek (calzas-rojas); a éstos podían mandar hacer lo que ellas quisieran.
Pero tales poderes impedían la muerte de sus poseedoras que, por esta causa, llegaban a edades muy avanzadas. Incluso tras caer en enfermedad mortal, entraban en agonías interminables ya que la posesión de los alfileteros, frakagorridun orroztokijjek, les impedía la muerte. Para poder morir, tenían que hacer entrega de su alfiletero a otra mujer y ésta recogerlo voluntariamente. A partir de ese momento la enferma fallecía rápidamente.
Según los informantes, parece ser que antiguamente había mujeres dispuestas a recibir dicho alfiletero, pero ya desde antes de la guerra, nadie lo tomaba por lo que lo entregaban a algún sacerdote. Este se deshacía de él arrojándolo en alta mar lo que provocaba grandes tempestades debido al poder de los genios, que de este modo quedaban destruidos. La mujer podía fallecer una vez deshecho el maleficio.
En Bedia (B) se atribuye a los gaizkiñak, genios malignos, invisibles y misteriosos, el poder de retardar la muerte haciendo que el enfermo sufra una larga agonía ya que éste no muere mientras no los haga desaparecer. A este respecto se cuenta el siguiente caso acaecido en el barrio de Burteta. Se trataba de una vieja agonizante que no acababa de morir. El cura, extrañado, buscó la causa del fenómeno resultando que la enferma guardaba los gaizkiñak en un saquito en su lecho. Ordenó el cura encender un gran fuego en el horno de hacer pan; arrojó a las llamas el saquito y allí se quemaron los gaizkiñak entre un enorme chisporroteo y profiriendo intensos irrintzis (chillidos). La vieja falleció al poco rato[7].
En Ziortza (B) se decía que los embrujados no podían morir ni acortar o suspender las angustias de la muerte mientras no vendiesen o no hiciesen donación, que había de ser aceptada, de sus genios familiares o enemiguillos. Estos recibían el nombre de autzek, polvos, cenizas. Otros los llamaban patuek, palabra que, según decían, procedía de la localidad próxima de Ibarruri. Para que abandonasen al embrujado habían de ser vendidos a mayor precio que aquél en el que fueron comprados[8].
En 1923 se recogió en Otxagabia (N) un relato según el cual, ochenta años atrás, hallándose en agonía una bruja, pidió un cordón con el fin de hacerle tres nudos y entregarlo luego a otra persona, pues decían que haciéndolo así los gaiztoak, genios perversos, se trasladaban a aquél a quien el cordón había sido entregado[9].
En Sara (L) también era creencia generalizada que las personas que tenían fama de ser brujas tardaban en morir o tenían una agonía muy larga puesto que previamente tenían que dejar su herencia, esto es sus poderes, a alguien que se prestase a recibirlos. Cuentan que una bruja, estando en agonía, decía: «Ekatzu esku» (déme la mano), pero ninguno accedía a tal petición hasta que, por fin, uno de los presentes le alargó el mango de la escoba, itsasgiderra, al que la bruja transmitió sus poderes y así pudo morir.
Algo similar se recogió en la población navarra de Zugarramurdi, próxima a la anterior localidad. Si la persona que estaba en agonía se hallaba embrujada había que alargarle el mango de la escoba a fin de que lo asiera con la mano; entonces dejaba en él su herencia, esto es su cualidad de brujo, y luego moría. Pero si alguien le ofrecía su mano quedaba embrujado. Así ocurrió, según cuenta una informante, en una casa del barrio Alkerdi de Urdax hacia el año 1892. Una mujer, que se dedicaba al curanderismo y a las prácticas adivinatorias, cayó enferma y permaneció en estado agónico durante mucho tiempo hasta que uno le puso en la mano el mango de una escoba, con lo que murió muy pronto[10].
En San Román de Campezo (A) se cuenta cómo una bruja al morir le pidió a su hija que le diese la mano, a lo que ésta contestó: «¿La mano?..., ¡la escoba le daré!». Así le respondió porque si le daba la mano al morir le transmitía el poder, convirtiéndola en bruja.
En Obécuri (A) se dice que hoy en día no hay brujas ya que el poder para serlo se transmite al darles la mano y como nadie quiere prestarse a ello van desapareciendo.
En Oiartzun (G) cuando por ser brujo el moribundo, sucedía que se prolongaba la agonía y no podía morir se creía que para que esto sucediese alguno de los circunstantes debía hacerse cargo de la herencia del agonizante. La persona a quien se traspasaba la herencia, para evitar que por aquel acto quedase convertida en bruja para toda la vida, empleaba fórmulas como ésta: «Lastobala au erre arte, nik artuko'izut» (Yo te la tomaré mientras arde este manojo de paja). O esta otra: «011asku oni legua biurtu arte nik artuko izut» (Yo te la tomaré hasta que se le retuerza el cuello a este pollo). Así decían que tuvieron que hacer con una pordiosera manca a quien conocían con el nombre de Bexamotxa, de la que se decía que era bruja y que había perdido una de las manos a consecuencia de un golpe de guadaña que le dio un hombre, a quien se le apareció una noche en forma de gato. Murió en Rentería, después de una agonía lenta, según dicen[11].
Según recogió J. Thalamas, una bruja no podía morir hasta que comunicase su poder a otra persona, lo que conseguía por fascinación. Para evitarlo, quien se tropezase con una bruja por el camino debía gritar «Puyes!» a la vez que metiendo el dedo pulgar entre otros dos dedos formaba una higa, o también cogiendo un pañuelo por una punta y con el puño cerrado formaba una especie de oreja de conejo[12].
Además de ser causantes de prolongadas agonías, en algunas localidades se creía que la posesión de los genios causaba la condenación de su dueño.
Se aseguraba en Orozko (B) que las personas que tenían familiarrak o mamarroak, enemiguillos, iban al infierno. Se decía que los mismos se adquieren en la ermita o iglesia de Santiespiritu[13] en Francia. Se podían revender, pero había de ser a precio más alto que en el que fueron comprados. Esta diferencia debía ser por lo menos de un maravedí. También podían ser donados. Así una vieja los donó a una cabra y ésta saltó al instante por la ventana de la cuadra donde se hallaba y huyó velozmente por los campos. Otra los donó al cedazo que se usa para cerner la harina de la artesa, aizpiriko baiari, y al instante el cedazo, rompiendo el techo de la casa, se escapó por los aires[14].
- ↑ AEF, III (1923) pp. 22 y 114.
- ↑ Juan THALAMAS LABANDIBAR. «Contribución al estudio etnográfico del País Vasco continental» in AEF, XI (1931) p. 22.
- ↑ AEF, III (1923) pp. 93-94.
- ↑ AEF, III (1923) pp. 5-6.
- ↑ AEF, III (1923) p. 22.
- ↑ AEF, III (1923) p. 6.
- ↑ AEF, III (1923) p. 13.
- ↑ AEF, III (1923) p. 23.
- ↑ AEF, III (1923) p. 134.
- ↑ José Miguel de BARANDIARAN. "De la población de Zugarramurdi y de sus tradiciones" in OO.CC. Tomo XXI. Bilbao, 1983, p. 329.
- ↑ AEF, III (1923) pp. 76-77.
- ↑ Juan THALAMAS LABANDIBAR. “Contribución al estudio etnográfico del País Vasco continental” in AEF, XI (1931) p. 21.
- ↑ Se pregunta Barandiarán si esta ermita no será la del Santo Espíritu, situada en la montaña de la Rhune, donde las brujas celebraban su ahelarre, según Pierre de Lancre. Vide AEF, III (1923) p. 6. (Nota a pie de página).
- ↑ AEF, III (1923) pp. 6-7