Ofrenda de luces en las exequias

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Gipuzkoa

En Ataun (G), el rito de la ofrenda de luces en la Parroquia de San Gregorio está recogido por Barandiarán tal como se practicaba en la década de los años veinte: El día del entierro, la portadora de la ofrenda, zesterazalea, lleva en la cesta los panes cubiertos con un velo negro y sobre éste, la tablita con candelilla, argizai-kajea, y además una candelilla, de dos varas aproximadamente de larga, doblada y retorcida. Deja la cesta con los panes junto a la sepultura, extiende en ésta el velo y coloca encima la argizai-kajea (que alumbrará al alma del finado en las funciones de la iglesia durante todo el año) junto a la otra que arde siempre, durante las mismas funciones, por todos los difuntos de la familia. Fija en un costado del hachero, aboa, (con cuatro hachas o dos, según la clase del funeral) que se halla en el pórtico junto al féretro (era la época en que el cadáver permanecía en el pórtico al no estar permitido introducir el cuerpo en el templo) la mencionada candelilla doblada y retorcida, que arderá por sus dos extremos hasta el momento del ofertorio de la misa. Llegado este momento, la serora recoge la candelilla, la coloca en la cesta de los panes y lleva todo a la parte delantera de las sepulturas y allí lo deposita en otra cesta y besa al mismo tiempo la estola de un sacerdote que baja del presbiterio a recibir la ofrenda. Entretanto, en la sepultura de la casa del finado arden las dos argizai-kajeak y muchos manojitos de cerilla, eskuiloak, arrollada en espira[1].

En Zerain (G), cuando se producía el fallecimiento se medía el cadáver desde la cabeza a los pies, se cortaba un trozo de cerilla, erretortue, que fuera el doble de la longitud del cuerpo del finado, se doblaba por la mitad y una vez retorcido se le enviaba a la serora. Ella lo colocaba con las dos puntas encendidas en un gran candelero de madera detrás del banco de duelo de los hombres (en los anos cuarenta, junto al cadáver). La serora se encargaba de alargarlo cuando se necesitaba. Hasta los anos cuarenta, la cerilla sobrante se repartían entre el vicario y el coadjutor, a partes iguales. Los hacheros de dos velones, kandela aundiik, eran de la iglesia y también las velas grandes.

En esta misma localidad el día del funeral era costumbre que la familia llevara a la iglesia cuatro cerillas enrolladas en tablillas de madera, argizaiolak (decoradas o cuadradas) que se colocaban sobre el paño negro que cubría la sepultura. A partir del año sesenta se llevaron sólo dos. Se ponía una libra de cera por argizaiola, cantidad que se reponía antes de que se consumiera totalmente, siendo la dueña de la casa la responsable de cumplimentar esta obligación. Los parientes de trato, artu emanako aidek, y los vecinos también ofrendaban cera el día del funeral. El primer vecino, etxeurrena edo etxekoana, y el segundo vecino, bigarren etxeurrena, tenía obligación de llevar cera para que se encendiese durante la misa de este día. Al entrar en la iglesia las vecinas se acercaban a la sepultura propia, encendían la cerilla y llevaban a continuación una argizaiola a la sepultura del duelo.

En Andoain (G), el día del funeral la familia del difunto llevaba una vela y la colocaba al pie del crucifijo que se ponía para los funerales. Los que celebraban funerales de primerísima y de primera ponían en la sepultura dos velas largas de a libra y otra libra de cerilla arrollada en espiral, eskubildua. Las mujeres que asistían a las exequias llevaban también a la misma sepultura cerilla arrollada por ambos extremos. Las sepulturas solían estar, durante el funeral como durante el novenario, materialmente cubiertas de cera, sea cual fuere la clase de funeral que se celebrara[2].

En Aduna (G), en la década de los años veinte, los que asistían al entierro llevaban cera, argizaia, que la encendían en la sepultura de la casa mortuoria y la recogían al terminar las exequias. Algunas familias ricas solían poner en la sepultura una o dos hachas además de la cera ordinaria o librako eskubildua. En Bidania (G), en la misma época, la familia del difunto ofrendaba una vela de peseta; los parientes una vela de 0,50; los vecinos una vela y a veces un poco de cera. De estas aportaciones una mujer en el momento del ofertorio ofrendaba una vela. También en Zegama (G), los vecinos y parientes contribuían con cera pero no había cantidad fijada[3].

Aia (G), 1986. Fuente: Antxon Aguirre, Grupos Etniker Euskalerria.

En Amezketa (G), el día del funeral se encienden en la sepultura cuatro hachones, dos que pone la familia del difunto y otros tantos la serora, además de las argizaiolak colocadas en las sepulturas domésticas. Los velones y la cera son por cuenta de la familia.

En Berastegi (G), antiguamente, el día del funeral, los allegados pero sobre todo los vecinos, en muchos casos en justa correspondencia, entregaban a las mujeres que presidían el duelo en la sepultura doméstica, una vela blanca, kandela zuri bat. En la sepultura ardían también cirios y cerilla, eskubildua.

En Deba (G), en función de la categoría del funeral, colocaban en la sepultura seis hachas en los de 1.a, cuatro en los de 2.a y dos en los de 3.a. Después de terminados los funerales, las hachas eran devueltas a la cerería donde habían sido alquiladas. Además se ponía también cerilla arrollada, pillimuna[4].

En Elosua (G), el día de las exequias, en la sepultura del difunto, los familiares encendían dos argizaiolak y dos candeleros con sus velas. De las demás sepulturas llevaban cerilla a la del difunto. La colocaban alrededor de la manta negra, en cantidad suficiente como para que durara los días del entierro, novenario y honras.

En Ezkio (G), el día del funeral la familia del difunto encendía la argizaiola en la sepultura doméstica y era costumbre que las mujeres de otras casas aportasen también la suya a la sepultura del finado.

En Oiartzun (G), la tradición era algo distinta. En el funeral no se ofrendaba cera sino que se satisfacía una cantidad (que iba englobada en el arancel) por los cirios rojos propiedad de la parroquia que hasta la hora del ofertorio ardían en lugar preferente de la iglesia[5].

Navarra

En Bera (N), en los años cuarenta, Caro Baroja recogió así el rito de la ofrenda: Las tres mujeres de la presidencia, así como las restantes mujeres del duelo, se colocaban en fila. Todas las demás mujeres llevaban a la sepultura de la familia del difunto, entre otras ofrendas, una cerilla. Al comenzar los salmos, la principal de las tres de la presidencia encendía cinco velas que apagaba cuando daba comienzo la misa. Después de la lectura del Evangelio, el diácono descendía hasta un poco más abajo del catafalco y las mujeres del duelo, en fila, comenzando por la menos allegada, se acercaban hasta él. Portaban las ofrendas la segunda mujer y la tercera, esta última las correspondientes a las velas recogidas que alquilaba la serora cobrando cinco céntimos por cada una[6].

En San Martín de Unx (N), para iluminar la fuesa se colocaban sobre ella un canastillo de mimbre con una «rosca de candela» o cordón de cera enroscado sobre sí y con dos cabos sueltos, el inferior y el superior que se encendían. También, en lugar de esta rosca, podían ponerse en el interior tres «cabos» de vela. Posteriormente el canastillo fue sustituido por el «añal» o «hachero». Los hacheros los usaban solamente las familias acomodadas, empleando otros la canastilla, más modesta, e incluso una palmatoria sin más.

En Goizueta (N) se encendían dos tipos de luces: argizaria, cerilla enrollada en una tablilla y zutargia, vela sobre candelero. Una mujer se acercaba al presbiterio, portando en la mano izquierda la luz de la sepultura, junto con el pan de dos kilos, bien tapado en una cestilla, en la mano derecha. El sacerdote le daba a besar la estola, la mujer depositaba la ofrenda en el cestillo y regresaba a su lugar.

En San Adrián (N) existió la costumbre de «ir a ofrecer». Una mujer del duelo llevaba al altar, durante la misa, tres o cuatro candelicas encendidas y algo de dinero[7]. En Larraun (N) se ofrendaban al tiempo del ofertorio velas encendidas colocadas sobre trigo[8].

En Eugi (N), durante las exequias se encendían en la fuesa familiar seis velas. Todas las mujeres del pueblo contribuían llevando unos cestillos o tablillas con velas depositándolos en las fuesas. Al finalizar el funeral, cada mujer recogía su cestillo. Este rito perduró hasta las primeras décadas del siglo. Posteriormente sólo llevaba velas la familia del difunto y en los anos cuarenta desaparecieron las fuesas así como el rito de ofrendar velas en ellas.

En Garde (N) se alumbraba la sepultura de la casa mediante «ceras». El día de las exequias todas las mujeres del pueblo llevaban una cera a la sepultura de la casa mortuoria.

En Ziga-Baztan (N), en los años veinte, era costumbre que casi todos los del pueblo pusieran su rollito de cera el día del funeral en derredor de la sepultura del difunto. Las quitaban después conforme iban terminando de sacar responsos[9].

En Otxagabia (N), sobre la sepultura de la casa mortuoria en los años veinte colocaban así las luces de ofrenda: «Alrededor de una madera (arzagi andian zura = la madera de la cera grande) va arrollada cerilla blanca; a este rollo rodea una cinta negra, y todo está metido en un saco que llaman arzagi-zakutoa (saco de cerilla), el cual es blanco, si el funeral es de sacerdote o de soltero, y negro si es de casado; encima del mismo rollo va un poco de cerilla blanca arrollada en espiral, de tal suerte que salga fuera del zakuto un extremo, y es éste el que se enciende. Casi todas las familias tienen un tal rollo de cera, y cuando se celebra un funeral, lo llevan a la sepultura de la familia del difunto»[10].

En Lekaroz (N), la cesta de la cera que portaba la primera vecina, barridea, en el cortejo la colocaba en la fuesa. Todas las mujeres asistentes al funeral llevaban una cera, eskuko argizarie, y la ponían junto a la cesta del difunto. La barride se encargaba de arreglar todas estas ceras conforme se iban gastando[11].

En Lekunberri (N), el número de velas que se colocaban dependía de la categoría de los funerales. Así, en uno de primera se encendían 10 ó 12 velas, en el de segunda, 6 y en el de tercera, 3 velas. A la sepultura de la persona fallecida por quien se celebraba el funeral llevaban los de cada casa una vela encendida, que retiraban a la finalización del acto religioso.

En Lezaun (N), los pobres colocaban uno o dos candeleros con velas o un canastillo de mimbre con un rollo de cerilla. Los más adinerados ponían un velero de madera con dos hachas en el centro y varias velas.

En Allo (N) se colocaban hachas, velas y candelas en candeleros de cobre o en canastillos de mimbre. En Izurdiaga (N) se ponían cuatro velas encendidas sobre las esquinas del paño.

En Artajona (N), la vela que se encendía en la sepultura familiar la ofrendaban los parientes del difunto. Como debía ser larga las familias más humildes cubrían un palo con cera, lo metían en el candelabro y ajustaban un trozo de vela a su parte superior, logrando así que la vela pareciera mayor de lo que en realidad era[12].

Álava

En Galarreta (A), para los funerales la familia del difunto llevaba a la iglesia doce velas que se colocaban en su sepultura, fijas en un hachero, propiedad de la iglesia, llamado atril, además portaban tres candeleros con sendas velas y varias tablas con cera delgada[13].

En Otazu (A), en la sepultura colocaban un hachero con ocho hachas encendidas y un cirio o cerilla entre hacha y hacha. Además varios candeleros -unos nueve- con sus velas encendidas y cuatro «tablas» que llevaban la cerilla arrollada[14].

En Salcedo (A) durante los funerales se colocaba el hachero con una o dos hachas de cera ardiendo y gran cantidad de velas puestas por los familiares del difunto, a las que se unían las que los vecinos del pueblo llevaban, una cada uno, para aquel día[15].

En Ribera Alta (A), los hacheros los proporcionaba la cofradía pero los encargados de hacer la ofrenda de las velas eran los familiares, llegando en ocasiones a colocar hasta tres hacheros. En sus extremos se ponían dos velones o cirios grandes en tanto los del medio eran velas corrientes. Si el finado era el cabeza de familia ardían tres cirios y varias velas, si no dos cirios e igual número de velas.

En Berganzo (A) se colocaban en la sepultura doméstica dos hacheros y el número de hachas y velas que en ellos ardían variaba según costumbres. Fue común el poner una, dos o tres hachas grandes, además de unas velas más pequeñas, ofrendadas por los familiares y los vecinos.

En Bernedo (A), en los extremos del candelero, que ocupaba la cabecera de la sepultura, se colocaban dos velones grandes o hachas.

En Gamboa (A), además del hachero con sus hachas, ponían en la sepultura entre cuatro y seis «tablas» o «tablillas» y candeleros con velas.

En Mendiola y en Obecuri (A), el número de hachas era de cuatro a ocho, el de tablillas de cuatro a seis y el de candeleros de cinco a diez. Las hachas o el hachero solía ponerlos la iglesia, pero las tablillas las aportaba la familia del difunto; los parientes del finado y los vecinos sendas velas o cirios.

En Pipaón (A), la familia colocaba en la sepultura familiar dos hachas y seis u ocho velas corrientes; en Valdegovía (A), dependiendo del poder adquisitivo dos o cuatro hachas; también colocaban hachas en Moreda (A).

En Amézaga de Zuya (A), el día del funeral la familia había de llevar a la sepultura un hacha como mínimo, algunas familias aportaban dos o más hachas. Si la situación económica no era desahogada, se partía un hacha en dos, colocándose un trozo en cada extremo de la sepultura. El número de velas no era fijo pero se procuraba que fueran muchas. Los vecinos y conocidos también contribuían con velas que dejaban en la sepultura hasta que finalizara la novena de misas.

En Apodaca (A) colocaban en la sepultura familiar el velero con las velas más unos cuantos candeleros y unos cerillos.

En Aramaio (A) se encendían en la sepultura familiar, ilerria, además de las velas de casa, las de aquellos parientes, vecinos o amigos que habían llevado luces de ofrenda a la casa mortuoria antes del funeral. Igual costumbre se observaba en Salvatierra (A).

En Llodio (A), antiguamente y hasta la guerra civil (1936), ponían candelillas arrolladas a madera, denominadas bularrekoak. Después se empezaron a colocar en la sepultura los candeleros que llevaban las mujeres de la casa, a los que se sumaban los de los vecinos, amigos y familiares.

Bizkaia

En Bermeo (B), según la rezadora de la Parroquia de Santa María, hasta la primera década de este siglo aproximadamente, se encendían velillas enrolladas en madera, conjunto que recibía el nombre de argizaie. Posteriormente se introdujo la costumbre de colocar sólo una cerilla enrollada, metxie. Más tarde se introdujo el uso de poner cuatro candelabros en las sepulturas particulares.

Sepultura colectiva. Bermeo (B), 1973. Fuente: Anton Erkoreka, Grupos Etniker Euskalerria.

En Zeanuri (B), antes de 1922, en el hachero de la sepultura, los ricos, etzagunek, ponían tres candelas y los pobres, errentadoreak, una. También ardía candelilla, sartea. Junto a las luces que alumbraban la sepultura doméstica, el día de las exequias, hasta 1950, las casas vecinas ofrendaban cerilla enroscada en una tablilla de madera que recibía el nombre de argizei-subile. Más tarde la ofrenda vecinal fue sustituida por un candelero de metal con una vela. La ofrenda de luces perduró hasta 1970.

En Orozko (B) se colocaba un hachero con capacidad para varios hachones, si bien la costumbre era encender solamente tres. Además se disponían dos candelabros con sus velas. A comienzo de siglo se colocaba también una vela de cerilla, tiritue. Las familias pobres encendían una sola vela.

En Busturia (B), para los días de exequias, elizkizuna, y novenario se encendían cuatro hachas, siendo el número de velas, kandelak, variable según la categoría del funeral; seis en los de primera, cuatro en los de segunda y dos en los de tercera.

En Berriz (B), en los funerales de 1.A y de 2.A se ponían cuatro hachas y sólo dos en los de 3.A; además del hachero, la familia y algunos parientes depositaban sobre la sepultura varias velas que se encendían durante el funeral[16].

En Lezama (B), antaño, se colocaba un hachero de tres anaqueles en donde se fijaban las candelas, añadiendo además cuatro candelabros. Después sólo se ponían cuatro candeleros en las cuatro esquinas del paño de la sepultura. Cuando se suprimieron las sepulturas se introdujo la costumbre de disponer en el pasillo central junto al primer banco del grupo de bancos zaguero, un paño blanco y sobre él dos candelabros y una cestilla o bandeja.

En Carranza (B), el día de las exequias ardían en la sepultura cuatro o seis velas. Las mujeres colocaban el candelero y la vela en ella[17].

En Amorebieta-Etxano (B), durante el funeral permanecían encendidas en la sepultura las cuatro velas que la ofrendera había portado en el cortejo fúnebre.

País Vasco continental

En el País Vasco continental al igual que en el peninsular se depositaban en la sepultura, jarlekua, de la iglesia las ofrendas que la ofrendera, denominada en este territorio precisamente ezkoanderea o mujer de la luz, llevaba en el cortejo. Además esta portadora, generalmente la primera vecina de la casa mortuoria, estaba encargada del encendido y cuidado de las cerillas y velas en la sepultura, razón por la que recibía el nombre de argizaina. También otras mujeres de la familia, vecinas y amigas aportaban luces a la sepultura doméstica lo que hacía que en las exequias y en otros oficios fúnebres ardieran en ella muchas candelillas y cera. Los informantes de Heleta (BN) recuerdan que en los funerales era frecuente ver en la sepultura del difunto hasta sesenta cerillas o ezkoak encendidas.

En Sara (L), en la década de los años cuarenta, Barandiarán recogió el ritual de la ofrenda de luces: Durante las exequias la sepultura, jarlekua, está cubierta con sayal y paño negro. Sobre éste arden dos velas, tortxak, que pone la iglesia y entre ellas se coloca un rollo de cerilla y velilla delgada que llaman ezkoa o ezkoxigorra traída expresamente por la familia del difunto, y a su lado otros rollos aportados por las vecinas[18].

En Iholdi (BN), delante de la primera fila de sillas ocupada por el duelo femenino estaban alineados los rollos de cera, ezkuak, pertenecientes a la familia, los parientes y los vecinos del difunto[19].

Jarlekua. Vasconia Continental. Fuente: AA. VV. Etxea ou la maison basque. Saint Jean de Luz, Lauburu, 1979.

En Zunharreta (Z), durante las exequias, el cesto y los cirios que en el cortejo había llevado la primera vecina como ofrendera se colocaban en la nave del templo detrás del féretro. En Urdiñarbe (Z) ardía en la sepultura doméstica el cirio, ezkua, de la casa mortuoria.

En Liginaga (Z), durante las exequias ardían muchas luces o rollos de candelilla de cera alrededor del ataúd, dentro de la iglesia. Eran luces que los parientes, los vecinos y los amigos del difunto ofrendaban a éste[20].

En Donoztiri y Oragarre (BN), una larga fila de rollos de cerilla, ezkoak, de la casa mortuoria junto a otros llevados al efecto por las vecinas y parientes, ahaideak, ardían alrededor del ataúd durante el funeral.

En Armendaritze (BN), en la sepultura familiar ardía la tabla de madera con cera enrollada denominada ezko handia. La mujer del primer vecino, lehenauzoa, las mujeres del duelo, doludunak, y las amigas de la familia, llevaban cada una su tablilla, ezko handia, y la colocaban delante de los bancos del duelo.

En Arberatze-Zilhekoa (BN), además de la ofrenda portada en el cortejo por la primera vecina que se depositaba en la sepultura doméstica, llevaban también en la comitiva cestillas con cerillas las mujeres cuyas familias estuvieran en duelo (por haberse producido un fallecimiento en los últimos seis meses) que luego depositaban en sus propias sepulturas y las activaban en señal de solidaridad con los difuntos en general y con aquél cuyas exequias se celebraban en particular.

En Baigorri (BN), en el lado izquierdo de la iglesia, detrás del féretro, se depositaban las ofrendas de luces, tanto la cerilla, ezkoa, de la familia como las de las primeras vecinas y las velas.

En Heleta (BN), el día del entierro y en todas las misas que se celebrasen por el difunto, los vecinos y amigos de la familia aportaban su cerilla, ezkoa, para alumbrar la sepultura del difunto. En Lekunberri (BN) encendían cerillas además de los familiares, los primeros vecinos, lehenaizuak.


 
  1. AEF, III (1923) pp. 119-120 y 122.
  2. AEF, III (1923) pp. 101-102.
  3. AEF, III (1923) pp. 75, 106 y 110 respectivamente.
  4. AEF, III (1923) p. 71.
  5. AEF, III (1923) p. 81.
  6. Julio CARO BAROJA. La vida rural en Vera de Bidasoa. Madrid, 1944, p. 171.
  7. Javier PAGOLA. “Apuntes de etnografia del pueblo de San Adrián” in CEEN, XXII (1990) p. 87.
  8. Resurrección Mª de AZKUE. Euskalerriaren Yakintza. Tomo I. Madrid, 1935, p. 207.
  9. AEF, III (1923) p. 131.
  10. AEF, III (1923) p. 136.
  11. APD. Cuad. 2, ficha 198/4.
  12. José María JIMENO JURIO. “Estudio del grupo doméstico de Artajona” in CEEN, II (1970) p. 357.
  13. AEF, III (1923) p. 58.
  14. AEF, III (1923) p. 65.
  15. AEF, III (1923) p. 49.
  16. AEF, III (1923) pp. 46-47.
  17. AEF, III (1923) p. 3.
  18. José Miguel de BARANDIARAN. “Bosquejo etnográfico de Sara (VI)” in AEF, XXIII (1969-70) p. 121.
  19. Jean HARITSCHELHAR. “Coutumes funéraires a lholdy (Basse­Navarre)” in Bulletin du Musée Basque. Nº 37 (1967) p. 113.
  20. José Miguel de BARANDIARAN. “Materiales para un estudio del pueblo vasco: en Liginaga (Laguinge)” in Ikuska, III (1949) p. 35.