Entierro de niño

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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El entierro de niño presenta algunas particularidades respecto al entierro de adulto. Se podría decir que no nos encontramos ante un entierro propiamente dicho pues, según señalan numerosos testimonios recogidos en las localidades encuestadas, por tratarse de la muerte de un ser inocente, de alguien sin mancha, su alma va directamente al cielo. En muchos casos había una resignación cristiana con la esperanza de un hijo venidero, como lo expresó en euskera un informante de Iparralde: «jainkoak emana zauku, nahi badu ordaina emanen du»

Por consiguiente, no se dan los signos habituales de luto, el duelo no viste de negro, el blanco es el color dominante en todas las manifestaciones y la misa es de Gloria[1].

La tasa de mortalidad infantil fue muy elevada en tiempos pasados dentro del primer año de la vida del niño y sobre todo en los primeros días posteriores al parto. Así lo describió una de nuestras informantes de Donoztiri (BN): «Denboran, ohartu niz ainitz haur hiltzen zela sor eta biharamunean edo bi egun barre eta beste andana bat urte baten burian; hiru urte burian beste zonbaitzu, bainan gutio» . A esto se le conocía como «urtemina», los males del primer año. Por consiguiente, eran frecuentes los entierros de niños y estas conducciones y exequias tenían su singularidad.

Entierro de una niña. San Sebastián (G), 1922. Fuente: Archivo Aguirre. Donostia.

En otro capítulo de esta obra, al describir el ataúd, ya se ha mencionado que los féretros de los niños eran ajustados a su tamaño y su peculiaridad estribaba en ser de color blanco o en ir forrados de tela blanca. A ello hay que añadir la mortaja blanca, los anderos y acompañantes vestidos de blanco y las flores blancas[2].

También el anuncio de la muerte de un niño se hacía mediante toques de campana específicos conocidos como toques a gloria o aingeru-kanpaiak, y los enterramientos se llevaban a cabo en lugares señalados de la casa o del cementerio.

Los portadores de la caja eran de ordinario niños, amigos o compañeros de escuela y juego del difunto. Otros niños tomaban también parte activa en la conducción, cumpliendo los cometidos de portacruz, ofrendera o caminando junto a la caja llevando las cintas que pendían de ella, velas o flores. En algunas localidades, si el cadáver correspondía a un recién nacido o niño de muy corta edad, los padrinos adquirían protagonismo en el entierro.

La comitiva fúnebre era generalmente, al menos en tiempos pasados, más reducida que en el entierro de adulto, estando formada preferentemente por niños y mujeres a los que, tiempo después, fueron agregándose los hombres.

En el País Vasco continental se ha recogido que el cortejo del entierro de niño era similar al de adulto con las particularidades propias de que las distintas funciones estaban encomendadas a los niños. Aun así, en Zuberoa, con carácter general según los informantes, los hombres antiguamente tampoco formaban parte del séquito. En este territorio fue común, al menos hasta los años cuarenta, que alrededor del pequeño féretro fueran cuatro niños portando cirios[3]. Fue común que los anderos se correspondieran con el sexo de la criatura fallecida. También en algunas localidades de Vasconia peninsular se conoció esta costumbre y se ha recogido que eran niñas las encargadas de la conducción, si el cadáver era de niña.

Entierro de un niño. Vitoria (A). Fuente: Archivo Municipal Vitoria.


 
  1. En Bergara (G) a finales del siglo XVIII en el cortejo fúnebre de un párvulo llevaban al niño descubierto hasta el lugar de la sepultura, vestido de blanco y adornada su cabeza de flores y rosas blancas. La conducción se hacía acompañada con música. Martín de ANGUIOZAR. “Los vascos en 1800. Entierro en Vergara” in Euskalerriaren Alde, XIX (1929) p. 124.
  2. Vide los capítulos Amortajamiento y El Velatorio (el ataúd).
  3. Antiguamente ya se consignaron costumbres similares. Así en tiempos pasados en Azkoitia (G) durante la conducción eran niños los portadores de las hachas y velas de cera blancas que en la casa mortuoria habían estado alrededor de la caja. En la iglesia las hachas y las velas permanecían junto al cadáver y sobre el féretro se ponía un rollito de cera tirada blanca. A la sepultura también le acompañaban las luces y llegados al lugar del enterramiento entregaban la caja al enterrador. Concurría mucha gente del pueblo y tanto el representante del duelo como los demás vestían ropa buena pero de color. Antonio Mª de ZAVALA y AGUIRRE. “Los funerales en Azcoitia (siglo XVIII)” in RIEV, XIV (1923) pp. 586-587.