La mortaja y sus tipos

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Se ha procurado y se pretende mediante el amortajamiento arreglar lo mejor posible el cadáver y «ponerle bien majo» (Artajona, Obanos, Murchante-N), tratando de disimular los efectos de la descomposición. A ello iban encaminados como se ha descrito anteriormente el lavado, algunos masajes suaves en el rostro, cerrar orificios incluso con cera, el intento de disimular la delgadez con algodones dentro de la boca y la costumbre de sujetar con un pañuelo la mandíbula para que no se desencajara.

La preocupación por la facha externa del difunto no sólo se debe al deseo de causar «buena impresión» entre las personas que acudan a verlo sino también al interés por presentarse decorosamente en el «más allá»[1]. En Arberatze-Zilhekoa (BN) se vestía al difunto porque se creía que en el momento de la resurrección era preciso estar «presentable». En Baigorri (BN), según los informantes, había que amortajar como para «ir de viaje».

Amortajamiento con traje festivo. Amezketa (G), 1959. Fuente: Antxon Aguirre, Grupos Etniker Euskalerria.

En tiempos pasados ha sido muy común utilizar un sudario en el amortajamiento. Era ésta una prenda propia y común en el arreo de una muchacha casadera. Durante la primera mitad de este siglo estuvo muy extendido el amortajar con un hábito de religioso o de religiosa en la creencia de que de ese modo Dios manifestaría una mayor piedad por el alma del difunto. Estas mortajas, meztidurak, las hacían bendecir los Jueves y Viernes Santos para que a la representación de la muerte de Cristo se juntase la de la propia futura[2]. Había localidades donde se amortajaba al cadáver de acuerdo con los deseos expresados en vida por el propio difunto.

En los últimos años es común amortajar el cadáver con la ropa de calle utilizada por el difunto. En algunos casos, sobre todo en clínicas y hospitales, se vuelve a utilizar como mortaja una sábana que recuerda el antiguo sudario. También se ha registrado hoy día la costumbre de amortajar con pijama a los hombres y camisón y mañanita, oheko trikota, a las mujeres. A este propósito señalan algunas encuestas que actualmente no se cuida tanto la preparación del cadáver.

Sudario. Gorputz-izara

Como sudario se empleó antiguamente un lienzo blanco especial (Bernedo-A, Bermeo-B, Viana-N y País Vasco continental). En Ezkioga (G) este lienzo tenía por nombre katon. En Larraun (L) eskuetako euna, lienzo de las manos y en Arratia anda-izara, sábana de las andas[3]. En el País Vasco continental es común la denominación hilmisia para designar al sudario. Cuando se trataba de «pobres de solemnidad» la misma sábana que tenían en la cama servía como tal (Artajona, Murchante, Sangüesa[4], Viana-N). Era también el modo de enterrar a los que morían de epidemia (Hondarribia-G; Mélida-N).

En Zerain (G) recuerdan los informantes que cuando el cadáver se llevaba a la iglesia y a darle tierra, envuelto en una sábana, garputz-izara, ésta había sido confeccionada por la mujer de la casa o había formado parte del arreo de novia.

En Liginaga (Z), eran los primeros vecinos, auzo lehenak, quienes se ocupaban, como queda dicho, de que se le lavara la cara y las manos y de vestirle con la camisa y el traje de la boda -si era casado- y de envolverlo en una sábana. Antaño únicamente la camisa de lienzo y la sábana constituían la mortaja, según la misma fuente[5].

Amortajamiento con hábito religioso. Amezketa (G), 1944. Fuente: Antxon Aguirre, Grupos Etniker Euskalerria.

Las ancianas de Garazi (BN) conservaban en un paquete sus vestidos fúnebres indicando en un papel su voluntad de ser amortajadas con ellos[6]. En Baztan (N) algunas mujeres preparaban desde la juventud su mortaja, las más vestidura de monja, costumbre que también se siguió en otros lugares como en Markina (B)[7].

En Otxagabia (N) la operación de amortajar se llamaba mortajatu o beztitu y a la mortaja mortajara o abitua. Según Barandiarán, la mortaja ordinaria en esta localidad solía ser un hábito hecho de jerga, merino o paño, en forma de una blusa larga. También ha sido frecuente amortajar a los hombres con traje de fiesta incluida la capa, y a las mujeres con el traje de fiesta y mantilla[8].

En Orozko (B) se le pone ropa interior limpia pero se indica que es conveniente dejarle alguna de las prendas que vestía a la hora de morir para que lleve a la otra vida algo de lo que le ha pertenecido. Una informante remarcaba que no hay que despojarle del camisón para que lleve el último sudor de la agonía, «kamisoja ez jako kendu bear, atzenengo agoniko izerdie eroateko» .

En Murchante (N) también señalan que al amortajarles no les quitaban la camisa con la que habían recibido el Viático y la Santa Unción.

Hábitos religiosos

Tanto la documentación como la arqueología atestiguan el empleo de hábitos religiosos como mortaja. Son numerosas las «mandas pías» en que se indica expresamente el hábito elegido. Durante la mitad del siglo XX se ha mantenido tal costumbre pero restringida a personas muy devotas y con medios económicos. «No todo el mundo podía costearlo», dicen algunos informantes. Los hábitos también sirvieron de mortaja en Arano (N) cuando no se usaron trajes ordinarios de color negro.

Caso de utilizar hábitos, ha sido el de franciscano, sayo marrón con capucha, ajustado a la cintura con un cíngulo blanco, el preferido para hombres casados en la mayor parte de Alava como se ha constatado en Apodaca, Aramaio, Artziniega, Berganzo, Bernedo, Galarreta, Gamboa, Llodio, Mendiola, Moreda, Narvaja, Pipaón, Ribera Alta, Salcedo, Salvatierra, San Román de San Millán y Valdegovía. En unos casos se custodiaba en el Concejo, en otros eran las Cofradías quienes tenían siempre uno en depósito para cuando hiciera falta. La familia posteriormente lo reponía. El cíngulo servía para atar los pies hasta que se enfriaba el cadáver.

También en Bizkaia y Gipuzkoa era el de franciscano el más frecuente para hombres casados. Su empleo se menciona en Abadiano, Bedia, Bermeo, Busturia, Carranza, Durango, Lemoiz, Meñaka, Orozko, Plentzia, Portugalete, Zeanuri y Zeberio (B); Amezketa, Arrasate, Beasain, Bidegoian, Deba, Elgoibar, Elosua, Ezkio, Getaria, Hondarribia, Urnieta y Zerain (G).

En Portugalete (B) indican que los hábitos eran unos sayones de arriba a abajo con capucha y cordón negro o marrón generalmente. En otros casos el color del cordón dependía de la cofradía a la que perteneciese el difunto; el color gris claro correspondía a la del Cristo del Amparo.

En Zeanuri (B) señalan que, antes de la guerra (1936-1939), era muy corriente que el cadáver, gorpua, fuera vestido con el hábito de San Francisco que se ponía encima de una larga camisa, alkondara luzea, en los hombres, o de una saya también larga, atorrea, en las mujeres. Los pies calzados con medias negras, medi baltzak. También se utilizó como mortaja el hábito del Carmen. Para amortajar con alguno de ellos se tenían en cuenta los votos o promesas que el difunto o difunta hubiera hecho en vida Opatute eukela Karmengo habitue eroatea, (Que tenía ofrecido llevar [como mortaja] el hábito del Carmen). Tales hábitos eran adquiridos en vida en los conventos.

Amortajamiento de un congregante de San Luis Gonzaga. Begoña-Bilbao (B), 1934.

Después de la guerra se generalizó el amortajar al difunto con sus mejores vestidos, negros u oscuros, colocando sobre ellos los escapularios de la Tercera Orden de San Francisco o de la Virgen del Carmen.

En Orozko (B) lo más común fue vestirle con el hábito mercedario por existir en el pueblo un convento de dicha orden. Los padres de frailes o de monjas de otras congregaciones eran amortajados con los hábitos característicos de las ordenes religiosas a las que pertenecían sus hijos. También era usual llevar como mortaja el traje o vestido de boda, que a veces iba debajo del hábito, habituen azpitik ezkontzako trajeagaz; traje utsean bere. A las mujeres que no hubiesen sido amortajadas con hábito se les ponía mantilla.

En Navarra la presencia del hábito de San Francisco se detecta sobre todo en aquellas poblaciones en que hubo convento de Franciscanos: Sangüesa, Viana y algún caso en Allo y Arano. En San Martín de Unx ha sido frecuente emplear como mortaja el hábito de mozorro con que los hombres iban a la romería de la Virgen de Ujué, pero sin la capucha.

De todos modos, el hábito, en los años y zonas en que estuvo vigente, diferenciaba el estado civil del difunto. A los casados se les vestía frecuentemente de franciscano tal como se ha indicado arriba.

Fue común amortajar a las mujeres casadas de Dolorosa: manto negro, paño blanco cubriendo la cabeza, velo sobre la faz y a veces un pañuelito blanco entre los dedos. Así se ha constatado en Aramaio, Galarreta, Llodio (A), Abadiano, Bedia, Durango, Lemoiz, Plentzia (B), Amezketa, Arrasate, Deba, Ezkio y Getaria (G).

Amortajamiento de un sacerdote. Amezketa (G), 1977. Fuente: Antxon Aguirre, Grupos Etniker Euskalerria.

Tanto para los hombres como para las mujeres se ha utilizado el hábito del Carmen en Amézaga de Zuya, Apodaca, Aramaio, Artziniega, Berganzo, Llodio, Mendiola, Moreda, Salvatierra (A); Amorebieta Etxano, Busturia, Carranza, Lemoiz, Plentzia, Portugalete, Zeanuri (B); Arrasate, Beasain, Zerain (G); Aoiz, Sangüesa y Viana (N).

A los jóvenes solteros que pertenecían a la Congregación de San Luis Gonzaga, popularmente «los Luises» se les vestía con sotana negra y roquete blanco en Amézaga de Zuya (A), Berriz, Bedia y Durango (B). Las solteras y las «Hijas de María» eran amortajadas de «Purísima» o «Inmaculada»: túnica blanca y manto azul ajustado a la cintura con un cordón blanco, según se ha constatado en Amézaga de Zuya, Galarreta, Gamboa, Llodio, Mendiola, Salvatierra (A); Abadiano, Bedia, Bermeo, Berriz, Durango-B; Amezketa, Arrasate, Berastegi, Getaria, Elosua, Hondarribia, Urnieta, Zerain (G) y Goizueta (N). En Apellániz (A) a las Hijas de María les amortajaban otras congregantes y les colocaban en la cabeza una corona de flores artificiales o naturales[9].

Además de los mencionados se han utilizado también como mortaja hábitos pertenecientes a congregaciones o cofradías locales. En Berganzo (A) se usaba el hábito de la Cofradía de la Vera-Cruz; en Moreda (A) el de San Francisco Javier; en Sangüesa (N) señalan haber usado los hábitos de la Trinidad y el de la Hermandad de la Pasión y en Viana (N) los de San Antonio de Padua y San Agustín; en Hondarribia (G) el de Santa Clara para las mujeres.

Tratándose de un sacerdote se le amortajaba comúnmente con los ornamentos propios para la celebración de la misa: alba, casulla y estola (Aramaio, Amézaga de Zuya-A; Bermeo, Durango, Orozko, Zeanuri-B, Baigorri y Arberatze-Zilhekoa-BN). En las manos o encima del pecho se le colocaban el cáliz y la patena hasta el momento de darle tierra (Aramaio-A, Arnezketa-G).

En muchas localidades de Alava y Navarra, cuando moría un párvulo, «mortichuelo», se le enterraba de blanco con tules y encajes, rodeado de flores, «como ángeles»[10]. La costumbre debe ser antigua puesto que al restaurar el suelo de la parroquia de Aoiz (N), salió un pequeño féretro blanco con un niño vestido de este modo. </ref>. También en Zerain (G) se le vestía de ángel, aingeru txuriz jazten zen. Se pretendía, según los informantes, «alejar toda impresión de sufrimiento y dar sensación de pureza» (Aoiz-N). En Pasajes (G) la Cofradía del Rosario completaba la mortaja de los párvulos con una corona de media luna, rosarios y zimbalillos o campanillas, si era niña, y con rosario, manto y campanillas si era niño[11].

En Ziortza (B), si el muerto es un niño menor de un año lo amortajaba su madrina, amabesotakoa. Después lo colocaba sobre una almohada sujeto con un ceñidor encarnado que lo cruzaba sobre el pecho[12].

A los niños y niñas que morían recién hecha la Primera Comunión les vestían comúnmente con el traje blanco que llevaron en aquella ceremonia.

En Arberatze-Zilhekoa (BN) la mortaja blanca se utilizaba en las menores de veinte años. En Portugalete (B) a la joven que moría estando a punto de casarse se le amortajaba con el traje de novia.

Vestidos festivos

Sin embargo, tanto la información bibliográfica como el resultado de la observación e información oral, indican la tendencia general a emplear en el amortajamiento ropa de calle; eso sí, «con el mejor traje», como «de viaje». Los hombres de antaño «con el traje de boda» pues no solían tener otro. Y las mujeres con vestidos o faldas de color negro, sin escotes, kostuma beltza o, kostuma hobena (Arberatze-Zilhekoa-BN), con mantilla (Baigorri, Izpura, Lekunberri-BN, Sara-L y Barkoxe-Z) o con un bonito tocado, mottua (Oragarre-BN).

En Aduna (G) lo hacían con el traje de domingo. A las mujeres les amortajaban con traje completo, soiñeko osoa. No faltaban quienes preferían un hábito religioso[13].

En Altza (G), a los hombres se les ponía traje y camisa blanca. Si el difunto no la tenía la adquirían para la. ocasión « Gizasemiak trajia ta alkandora txuria, dunak; bestela ekarri egin bear». Completaban el atuendo medias que antaño eran blancas, después negras[14]. También en Sara (L) se le vestía al muerto con su mejor ropa[15].

Este traje era el propio de la época de la zona y representaba el nivel social del difunto. Las variantes van desde el calzón, camisa blanca, medias y chaleco de principios de siglo (Izal-N), con capa negra encima (Getaria-G), hasta el traje actual que es más variado en hechura y formas. En Arberatze-Zilhekoa (BN) resaltan que al difunto se le vestía con traje oscuro, pero que no fuera negro; más antiguamente con camisa blanca con botón de oro de cierre al cuello, zapatos y boina.

Como norma general se les amortaja con la ropa que determina la familia. En Bermeo (B), ante la pregunta «Zer imingo deutsagu?» (¿qué le pondremos?) la respuesta fue: «Onena imiñi, onena, gorbata ta guzti, kaltzerdijjek be bai, otzik izan ez daien!» (Ponerle lo mejor, también corbata y los calcetines, ¡no sea que pase frío!). A una mujer se le ponía camisa, kamisie, enagua, azpiko gonie, y sobre ella la ropa exterior, ganeko erropie.

La boina ha completado la mortaja de los varones hasta la segunda guerra mundial en Behe Nafarroa, Lapurdi y Zuberoa. Normalmente era depositada en un lateral del féretro. También la corbata formaba parte del atuendo con carácter casi general. En el País Vasco peninsular los testimonios a este respecto son escasos. Se ha registrado de modo aislado en Carranza (B), Elgoibar (G), Artajona e Izal (N). Más raro ha sido todavía el empleo del sombrero, como lo era también en la vida diaria. Lo mismo cabe decir de la corbata que era un signo de categoría social tanto en vida como en la muerte.

Otro aspecto a tener en cuenta tratando de la mortaja es el del calzado. En algunas localidades (Bernedo, Berganzo-A; Bedia, Busturia, Zeanuri-B) se limitaban a ponerles calcetines o medias.

En Bermeo (B) la creencia en las almas en pena ha estado tan arraigada que se les enterraba con calcetines y zapatos porque «quizás, en la nueva vida necesitarían andar para cumplir las promesas que en vida no habían cumplido». También en Gipuzkoa y en el País Vasco continental se le calzaba, lo mismo que en Navarra, lustrando con betún incluso las suelas (Aria). No ha faltado amortajadora que, conociendo la necesidad de algunas familias, dejaba «olvidadas» debajo de la cama las botas del difunto: «para que no se fueran a la tierra ya que les hacían más falta a sus familiares vivos» (Artajona).

No debía ser raro de todos modos enterrarlos sin calzado «por no caber en la caja» (Mélida-N). A este respecto, J. Garmendia recogió una anécdota ocurrida en el Valle de Ollo (N). Resultando pequeño el ataúd que había preparado el carpintero para el niño recién muerto, lo metieron descalzo. Su padre mostró inquietud de cómo se iba a presentar descalzo en el Valle de Josafat, mandó abrir la caja y dejó en uno de los costados el par de alpargatas de la criatura[16].

En la década de los años setenta ha comenzado a utilizarse tanto en clínicas (Beasain-G) como en funerarias (Llodio, Salcedo-A; Bidegoian, Elgoibar, Getaria, Urnieta-G; Garde, Mélida, Sangüesa-N) una suerte de sudario consistente en una sábana especial: por dentro tiene un saco higiénico en evitación de que se aprecien humores y malos olores. Cuando la muerte se produce en el pueblo, una simple sábana blanca limpia sirve de sudario, dejándoles por dentro la ropa que llevaban puesta, «para no marearles» (Obanos-N).


 
  1. Es ilustrativa la siguiente anécdota de Orbaiceta: “En el horno de la Fábrica vivía una familia que tenía gran temor al fin del mundo, pensando en quién iba a amortajarles cuando éste llegara. Así que la víspera del día en que creían que venía el fin del mundo la mujer preparó la cama de blanco con cintas negras que formaban una M de “María”; se amortajó ella misma con su vestido de boda y se tumbó encima de la cama con las manos juntas y los ojos cerrados a esperar la llegada del fin del mundo. Así estuvo toda la noche, y al día sigujente, vio que el fin del mundo no había llegado”. Mª Carmen MUNARRIZ. “Estudio etnográfico de Orbaiceta” in Contribución al Atlas Etnográfico de Vasconia. Investigaciones en Alava y Navarra. San Sebastián, [1990], p. 632.
  2. P. Gabriel de HENAO. Averiguaciones de las antigüedades de Cantabria. Salamanca, 1689, p. 343.
  3. Resurrección Mª de AZKUE. Euskalerriaren Yakintza. Tomo I. Madrid, 1935, p. 230.
  4. Un documento del siglo XIX del archivo parroquial de Sangüesa dice que los hermanos de la Orden Tercera, a un ajusticiado para amortajarle lo envolvieron en “el Paño de Animas”.
  5. José Miguel de BARANDIARAN. “Materiales para un estudio del pueblo vasco: en Liginaga (Laguinge)” in Ikuska, III (1949) pp. 33-34.
  6. Esta costumbre se constata en otros lugares como Hemani, Oiartzun, Orio. Vide Juan GARMENDIA LARRAÑAGA. Costumbres y ritos funerarios en el País Vasco. San Sebastián, 1991, p. 71.
  7. Resurrección Mª de AZKUE. Euskalerriaren Yakintza. Tomo I. Madrid, 1935, p. 230.
  8. AEF, III (1923) p. 134.
  9. Gerardo LOPEZ DE GUEREÑU. “Apellániz. Pasado y presente de un pueblo alavés” in Ohitura, 0 (1981) p. 214.
  10. La costumbre debe ser antigua puesto que al restaurar el suelo de la parroquia de Aoiz (N), salió un pequeño féretro blanco con un niño vestido de este modo.
  11. Fermín ITURRIOZ. Pasajes. Resumen histórico. San Sebastián, 1952, p. 188.
  12. AEF, III (1923) p. 24.
  13. AEF, III (1923) p. 74.
  14. AEF, III (1923) pp. 94-95.
  15. José Miguel de BARANDIARAN. “Bosquejo etnográfico de Sara (VI)” in AEF, XXIII (1969-1970) p. 117.
  16. Juan GARMENDIA LARRAÑAGA. Costumbres y ritos funerarios en el País Vasco. San Sebastián, 1991, p. 72.