Vasconia continental

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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En Armendaritze (BN) el cortejo era tan importante, si no más, que el de un adulto cuando se trataba del entierro de una persona joven. Si era un niño el fallecido, se encargaban otros niños de los distintos cometidos. Eran ellos quienes llevaban la caja, la cruz que encabezaba la comitiva, las flores y las velas. Al cadáver de la niña se le ponía una corona blanca en la cabeza.

En Baigorri (BN), si se trataba del cadáver de un niño que no hubiera hecho la primera comunión, el cortejo quedaba constituido del siguiente modo: 1. En cabeza, un hijo del primer vecino, llevando en la mano un pequeño crucifijo de la casa. 2. Los niños, vestidos de blanco. 3. La caja recubierta por un paño blanco, portada por niños. 4. El duelo familiar, los hombres delante y las mujeres detrás.

En Gamarte (BN), en el entierro de un niño bautizado, la cruz que encabezaba el cortejo era portada por el primer vecino. Si se trataba de un recién nacido o de un niño de muy corta edad, era también un vecino el encargado de llevar la caja bajo el brazo. Si era algo mayor, los conductores del ataúd eran niños o niñas de acuerdo con el sexo del fallecido. Eran niños también los portadores de las flores. Los niños que acompañaban al cortejo iban vestidos de blanco y los componentes del duelo no llevaban la indumentaria propia de entierro, es decir ni los hombres taulerra ni las mujeres mantaleta. Si el fallecido era un joven, los muchachos vestían pantalón blanco y las muchachas mantillas blancas. Según recuerdan los informantes, antiguamente, la asistencia a los entierros infantiles era reducida; hoy día (años ochenta) esta situación se ha visto modificada y la concurrencia de parientes y amigos es numerosa.

En Heleta y Oragarre (BN), los compañeros que asistían al entierro de una persona joven vestían de blanco. Las niñas llevaban coronas y las muchachas jóvenes velos blancos.

En Izpura (BN), sobre la caja del cadáver del niño colocaban flores y coronas haciendo de anderos niños o niñas, según el sexo del fallecido. Los niños vestían pantalón blanco y las niñas vestido y corona blancos, si la niña difunta no había cumplido la edad de la comunión (12 años) y si la había sobrepasado, sólo velo blanco. En lugar del paño mortuorio de la iglesia que se llevaba en el cortejo fúnebre de un adulto, tras el féretro, tratándose del entierro de un niño, iba una corona de perlas blancas con cuatro lazos, xingolak, sujetados por otros tantos niños o niñas según el sexo del difunto. Todavía en los años cincuenta se ha podido constatar la vigencia de esta costumbre. A los niños no bautizados no se les hacía ninguna ceremonia en la iglesia.

En Azkaine (L) recuerdan que la caja era llevada por otros niños salvo en caso de enfermedades contagiosas tales como la difteria, en que la labor estaba encomendada a las mujeres. En los entierros infantiles y de adolescentes los niños vestían de blanco, los compañeros del fallecido iban flanqueando el féretro en la comitiva y las niñas adornaban su cabeza con coronas de flores blancas y en la mano llevaban ramos de rosas y claveles blancos. Tanto durante la conducción del cadáver como en la iglesia se cantaban canciones alegres y la misa era de Gloria por tratarse de la muerte de un «ángel». Si el fallecido era de corta edad (menor de diez años), el cortejo fúnebre estaba formado sólo por niños y mujeres.

En Beskoitze (L) se consideraba entierro infantil si el fallecido era menor de 10 años. En estos casos la comitiva tenía la siguiente composición: 1. En cabeza, el primer vecino. 2. El cura seguido de los portadores de cirios, tortxak. 3. El féretro. El resto de los elementos era similar a la comitiva de los adultos. Si el muerto era niño, la caja era llevada por cuatro niños vestidos de pantalón blanco. Si era niña, las niñas vestían de blanco y las portadoras de la caja lucían corona de flores en la cabeza.

En Bidarte (L) eran niños o niñas los portadores del ataúd según el sexo del difunto y vestían de blanco. Junto a ellos marchaban otros niños con flores blancas. La maestra acostumbraba llevar a todos los niños de la escuela al funeral del compañero fallecido. También en Arberatze Zilhekoa (BN) el cuerpo del niño difunto era portado por otros niños de su propio sexo. Los padres solían solicitar autorización en la escuela para que sus hijos pudieran ausentarse de ella el día del entierro para acudir a la función religiosa.

En Hazparne (L), cuando fallecía un niño de muy corta edad, su cadáver se exponía en una habitación de la casa mortuoria sobre un cojín colocado en una mesa revestida de un tapiz blanco que llegaba hasta el suelo. El niño era vestido con la ropa del bautizo o, si ésta ya no le servía, con otra hecha por las vecinas siguiendo aquel modelo. Generalmente consistía en un vestido de tul, un gorro y unos lazos. La caja se pintaba de blanco, se le colocaba un angelito encima y era portada por niños en edad de primera comunión. Si el camino era largo, lo llevaban jóvenes que se iban relevando. El cortejo fúnebre lo encabezaba el primer vecino. También en Itsasu (L) era el primer vecino de la casa mortuoria quien, como siempre, abría la comitiva pero en el entierro de un niño lo hacía portando la cruz blanca en lugar de la oscura de la conducción del cadáver de un adulto.

En Sara[1] (L), si el niño aún no había hecho la comunión solemne, el cadáver era conducido por niños o niñas, según el sexo del muerto. Los jóvenes vestían de blanco y las niñas llevaban coronas de flores blancas. Los hombres no asistían al cortejo fúnebre de los entierros de niños.

En Ziburu (L) eran niños o niñas, según el sexo del niño difunto, los anderos de la caja y las niñas vestían de blanco con el velo de la primera comunión sobre la cabeza. La misa de las exequias fúnebres era la de Gloria sin que se diera la absolución o responsorio de los entierros de los adultos.

En Santa-Grazi (Z), sobre el féretro del niño muerto menor de siete años se colocaba como señal de duelo, marka-mihisia, un paño blanco, oihal xuria, hecho en casa a mano, esküz eginik. Al llegar a la iglesia se le dejaba delante del altar sin cubrirle la cabeza, manteniendo tapado el resto. Al darle tierra se ponía la tapa a la caja siendo el padre del niño el encargado de hacerlo.


 
  1. José Miguel de BARANDIARAN. “Bosquejo etnográfico de Sara (VI)” in AEF, XXIII (1969-1970) pp. 118-119.