Primacia de la dueña de la casa

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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En algunas localidades estaba establecido por costumbre el orden de colocación de las mujeres en la sepultura y quién debía encabezarla.

En Orozko (B) presidía la mujer del propietario de la casa y sólo excepcionalmente lo compartía con la mujer de la casa del arrendatario. En Zeanuri (B), atender la sepultura era un deber ineludible de la señora de la casa, etxekoandrea.

En Busturia (B), la sepultura estaba presidida por las mujeres de la casa, llevando cada una su vela y cerilla, kandela eta argizaria. En Plentzia (B) la presidía la mujer de parentesco más próximo al fallecido, rodeada por las demás.

En Amézaga de Zuya (A), tanto si se trataba de tiempo de luto como si no, siempre iba alguna mujer de la familia a la iglesia, preferentemente el ama de casa, y encendía dos velas como mínimo, porque «la sepultura no debía quedarse sola». La señora de la casa se colocaba en el centro y sus acompañantes a los lados y algo más retrasadas. Cuando ella no asistía le suplía la mujer que estuviese en la sepultura más cercana, que además era la encargada de hacerlo el día del funeral.

En Bernedo (A) presidía también la dueña de la casa, a veces acompañada de otra mujer. En San Román de San Millán (A) se ha constatado que, entre las mujeres de la familia, al frente de la sepultura estaba la abuela, en su caso, o el ama de casa.

En Urnieta (G), la sepultura doméstica la ocupaba la señora de la casa, etxekoandrea. Los preparativos de colocar los paños y el candelero corrían por cuenta de la serora.

En Nanclares de Gamboa (A), las mujeres de la familia en duelo se colocaban durante el año de luto en la sepultura de la iglesia situada delante de todas las demás. Allí encendían un velero grande de la iglesia y ponían la cesta con la ofrenda del pan mientras en su propia sepultura se colocaba el paño blanco sobre el cual permanecían encendidos el velero, los candeleros y los cirios o cerillas.

En Salvatierra (A), eran las mujeres de la familia las encargadas de ofrendar y asistir a la sepultura. Excepcionalmente podía ocuparse de la labor otra persona por manda hecha en el testamento, a quien se favorecía para el cumplimiento de este menester.

En Carranza (B), era una mujer de la casa la encargada de la sepultura, mas si al comienzo de la misa no hubiera llegado, era una vecina o una familiar la que se encargaba de colocar el paño y los candelabros y de encender las velas. En Abadiano (B), de ordinario, se ocupaba de ello alguna mujer de la casa y como último recurso se mandaba a una niña también de la casa para que activase la sepultura. En las Améscoas (N), si la señora de la casa no podía acudir, encomendaba a la vecina que cuidara del «añal»[1].

En Moreda (A), era un familiar, generalmente mujer, quien acudía todos los días a la iglesia para encender las luces. En Ribera Alta (A) era algún miembro de la familia el que debía asistir a misa y encender el hachero.

En Valdegovía (A), los familiares más directos se encargaban de alumbrar con hachas y velas la sepultura familiar durante las misas.

En Elosua (G), la etxekoandre joven era la primera para representar a la casa en la sepultura. Peña Santiago[2] recogió que la viuda «no se arrodillará más sobre su sepulcro hasta que al cabo del año se retire la tela negra. Durante ese tiempo, y en toda función religiosa, se arrodillará en la última fila de las sillas, bajo el coro, como lo hizo durante el funeral, y podrán ser sus hijas las que se arrodillen en la sepultura de la casa (o vecinas u otro familiar), encendiendo las velas, pero nunca ella durante ese año primero, hasta cumplirse y celebrarse el primer aniversario».

En Garde (N), las niñas que estaban junto a las mujeres mayores se encargaban de desenrollar la cera a medida que se consumía, de modo que durante el funeral todos los pequeños estaban pendientes de las ceras.


 
  1. Luciano LAPUENTE. “Estudio etnográfico de Améscoa” in CEEN, VII (1971) p. 82.
  2. Luis Pedro PEÑA SANTIAGO. “Ritos funerarios de Elosua” in AEF, XXII (1967-1968) pp. 185-186.