Ritos cristianos del pasaje de la muerte

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Los momentos que preceden a la muerte cobran una importancia especial. En la cultura tradicional la muerte es considerada como término de un modo de vida y principio de otra; es, por tanto, un pasaje, un tránsito y como tal es rodeada de precauciones particulares que se traducen en prácticas y ritos que han de observarse fielmente[1].

Entre los ritos antecedentes al hecho de la muerte destacan los sacramentos de la Eucaristía y de la Extremaunción que junto con la Penitencia prescribe la iglesia católica para todos aquellos cristianos que se encuentran gravemente enfermos.

A la Eucaristía que se da al moribundo se le denomina Viático, siendo la significación originaria de este nombre el de «alimento para el camino». Su recepción alude al camino que ha de recorrer el que va a morir para llegar a la vida que está más allá de la muerte. Esta Comunión postrera tiene por tanto la característica de rito de pasaje tal como queda expresado en la fórmula utilizada por el sacerdote en el momento de dársela al moribundo: Accipe, frater (riel soror) Viaticum Corporis Domini nostri Jesu Christi, qui te custodiat ab hoste maligno et perducat in vitam eternam (Recibe hermano [o hermana] el Viático del Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo que te proteja del enemigo maligno y te conduzca a la vida eterna).

En los procesos normales, inmediatamente después del Viático, el enfermo recibía la Extremaunción. Hasta la renovación litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II el ritual sacramental prescribía que el sacerdote ungiera al enfermo con el óleo consagrado por el Obispo en siete partes del cuerpo invocando a Dios por su salud y por la remisión de los pecados. Esta Extremaunción tenía antaño la consideración de un rito perentorio y el hecho de su administración era señal de que el enfermo se encontraba en situación de gravedad extrema.

Desde la reforma conciliar «la extremaunción se denomina más propiamente Unción de los enferinos, dado que no es sólo el sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de su vida. Por tanto un cristiano puede recibirlo cuando comienza a estar en peligro de muerte por enfermedad o por vejez». (Con. Vat. II. Constitución Sacrosanctum Concilium, n.° 73).

También han variado las antiguas siete unciones. Según el nuevo Ritual (1974), solamente se aplica el óleo santo al enfermo en la frente y en las manos.


 
  1. José Miguel de BARANDIARAN. Estelas Funerarias del País Vasco. San Sebastián, 1970, p. 9.