Fuentes etnográficas

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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En las encuestas se ha recogido poca información sobre lloronas y plañideras. En la mayor parte de las localidades, los informantes han perdido ya el recuerdo de ellas. En algunas poblaciones, las personas mayores guardan noticia remota por haber oído hablar sobre ellas a gente de más edad. En estos casos se han conservado elementos residuales de la misión que estas mujeres cumplían en el cortejo fúnebre y en otras celebraciones habidas tras producirse el óbito de otra persona. Se han recogido algunos nombres con los ciue eran conocidas que ofrecen indudable interés y nos muestran la huella de su antigua presencia.

Azkue, a fines del siglo pasado, señalaba que hasta hacía poco tiempo en el cortejo detrás del cadáver marchaban unas mujeres cuya misión era llorar a otros. En él desempeño de su misión iban lanzando gemidos, gritos, alaridos y llantos. Se les denominaba erostariak, plañideras[1].

Este mismo autor distingue en nuestro pueblo dos clases de plañideras. Unas que entonaban elegías, iletariak, y otras que simplemente plañían, erostariak. A pesar de la prohibición del Fuero de Bizkaya, dice que se mantuvo la costumbre de plañir y cantar junto a los cadáveres hasta dos o tres generaciones anteriores a la suya. Recuerda que su propia madre hablaba de la plañidera de Elantxobe, Elantxobeko erostaria[2], como de una mujer conocida encargada de amenizar las ceremonias fúnebres.

Barandiarán, en las investigaciones de campo que realizó en el Valle de Orozko (B), recogió que aunque por los años veinte no había ya plañideras, las hubo en tiempos pasados. Recuerda este autor que en el primer libro de actas de las Juntas Generales del Valle de Orozko y en Junta de Larrazabal en el siglo XVI, ya se tomaron ciertas determinaciones para evitar las plañideras[3].

El P. Donostia recogió también de distintos informantes la existencia de lloronas en Errazu (N) donde se les llamaba negartzaillek, en Garzain (N) y en Aldude (BN)[4].

En Artziniega (A), antiguamente, las plañideras acompañaban al féretro. Caminaban llorando, chillando y haciendo aspavientos. Para la época de la guerra civil del 36 ya se había perdido la tradición de que fueran acompañando al cortejo.

En Salvatierra (A) se guarda memoria de que antiguamente hubo plañideras y que fue prohibida su asistencia a los actos funerarios.

En Bermeo (B), en los años veinte, Zabala eta Otzamiz-Tremoya[5] recogió muy gráficamente la actividad de las plañideras. Hasta hace unos años las mujeres de la familia del difunto solían armar grandes alborotos con sus sollozos y gritos, primero en la casa durante el velatorio, gaubelie, y después en la iglesia durante la función religiosa mientras ocupaban la sepultura, sepulturie. Parecía como si se hubiera producido una trasposición del papel desempeñado por aquellas mujeres contratadas a las de la casa. En la actualidad, salvo casos excepcionales, las manifestaciones de dolor son más contenidas.

Los informantes de Busturia (B) guardan memoria de la existencia de plañideras en este pueblo así como en las localidades vecinas de Mundaka y Bermeo (B).

En Kortezubi (B)[6], en los años veinte no se conocían las plañideras pero las hubo en otro tiempo. Se las denominaba negartiak, lloronas, y en la cercana localidad de Gernika, en esa década, hubo una mujer conocida como la llorona de la plaza, Negarti plazako, y a su casa se le llamaba Negartijjenekoa o Negartijjena, la (casa) de la llorona.

En Lemoiz (B) recuerdan haber oído hablar de estas mujeres que se dedicaban a llorar, «negar-anpullutan egoten ziren». Solían ser cuatro, vestían de negro y se cubrían la cara con un velo también de color negro. Acompañaban al cadáver desde la casa mortuoria hasta el cementerio. Dejaron de participar en el cortejo en torno a la guerra civil.

En Plentzia (B), los informantes no recuerdan su existencia pero se ha conservado su denominación. Se les llamaba sokorrulariak.

En Portugalete (B), las personas encuestadas no han aportado testimonios directos aunque recuerdan haber oído hablar de plañideras de oficio. En la vecina localidad de Sestao participaron en el cortejo hasta la guerra civil.

Un informante de la citada villa portugaluja acudió en el año 1926, siendo mozo, acompañando a su padre, a un entierro en un lugar próximo a la localidad guipuzcoana de Arrasate. En la casa mortuoria había lloronas profesionales que mientras el cadáver permaneció en casa estuvieron gimoteando y despidieron el féretro desde la ventana con grandes lamentos y plañidos.

En Ataun (G), la tradición conservó el recuerdo de que en tiempos pasados, asistían a la conducción del cadáver y al entierro unas mujeres que tenían por oficio el llorar y publicar en alta voz las buenas acciones y cualidades del difunto. Eran las plañideras, aldizaleak. Al hablar de ellas era frecuente escuchar la expresión «aldiak eittea jute ementzien» (iban a hacer los lamentos o a cantar las endechas). Antes eran del mismo Ataun, en los últimos tiempos era costumbre llevarlas del vecino valle de Burunda (Navarra). Al parecer, ya cuando la Guerra de la Independencia, Prantzestea, la época de los franceses, habían desaparecido las plañideras[7].

En Oiartzun (G), Manuel de Lekuona recogió a principios de siglo que, antiguamente, desfilaban formando parte de la comitiva las plañideras, denominadas lanturuak. Era conocido un dicho popular que se refería al precio por el cual prestaban sus servicios: Lankari erdi bategatik lanturu (plañidera por medio celemín de trigo). Constató también la existencia de unas personas que se distinguían por su soltura en rezar las preces de los funerales llamadas errezulariak, rezadores, y afirmaba que eran una verdadera institución[8].

El P. Donostia[9] recogió de un informante que en Xindur (a ocho leguas de Bayona) existió una plañidera de oficio que iba a las casas cuando se producía un fallecimiento, por lo que le pagaban medio robo de maíz. En cierta ocasión en que se le preguntó por su profesión, replicó: «Lanturun, lanturun naiz, baiñan ez dakit erregu erdi artoa izain den adar edo mukurun» (Plañidera, soy plañidera, pero no sé si medio robo de maíz será lo justo o demasiado).

En Aoiz (N) se ha recogido la existencia de una figura que guarda similitud con las plañideras. Se les conoce como «laderas», tal vez porque en un principio iban a ambos lados del ataúd. No mostraban actitud dramática y las que eran elegidas para realizar tal labor lo consideraban un honor. Su misión era acompañar al cadáver en señal de duelo tanto de la familia como de la localidad, «eran como devotas al cadáver». La selección se realizaba por los familiares del fallecido entre los familiares, amistades y vecinos. El número era de cuatro. Se limitaban a ir junto al féretro con la cabeza reclinada y los brazos cruzados. Durante el funeral permanecían en el interior de la iglesia, junto a las luces y el túmbano, en representación de la familia y del cadáver que había quedado en el exterior, en la época en que los funerales no eran de cuerpo presente.

Vestían de calle si bien de negro riguroso en señal de luto, medias gruesas y zapatos negros. Llevaban unos mantos similares a las mantillas pero mucho más gruesos y grandes que se doblaban uniéndolos por los bordes y con ellos se cubrían la cabeza, dejándolo caer por los hombros. La figura de la «ladera» desapareció en la década de los cincuenta.

En Obanos (N) se conoce una figura semejante a la de Aoiz. A las mujeres que desempeñaban ese papel se les denomina «luteras». Ha sido una costumbre vigente hasta el año 1968 que al difunto le acompañaran tres mujeres, llamadas «luteras», que normalmente eran vecinas de trato del fallecido o parientes lejanas o contraparientes del mismo. Vestían de luto riguroso, con guantes y manto negros.

Iban a la casa del difunto y acompañaban al cadáver durante todo el cortejo fúnebre, siempre detrás del ataúd. Representaban a las mujeres de la casa ya que no había costumbre de que los familiares cercanos del sexo femenino (madre, esposa, hijas) asistieran a las honras fúnebres.

Durante la ceremonia religiosa permanecían tras el «túmbano» o tras el ataúd junto al añal. Tras despedir el cadáver en el límite del pueblo, las luteras regresaban a sus casas.

En la misma localidad de Obanos también se llamaba «luteras» a tres o cuatro mujeres, familiares lejanas o contraparientes del fallecido que, vestidas de luto, eran las encargadas de recibir en la casa el pésame de las personas que acudían a ella. Era costumbre que los asistentes al funeral subieran antes a la casa del difunto a dar el pésame. Para ello se acuñaron expresiones como «Te acompaño en el sentimiento» o «Te acompaño en la pena».

Durante el funeral, estas luteras se colocaban en la parte trasera de la iglesia para abandonar rápidamente el templo una vez finalizadas las exequias fúnebres y volver a casa pronto, por si algún rezagado se presentaba a dar el pésame.


 
  1. Resurrección Mª de AZKUE. “Erostaak eta erostariak” in Euskalzale. N° 46. Bilbao, 1897, p. 367.
  2. Resurrección Mª de AZKUE. Música Popular Vasca. Bilbao, 1919, p. 19.
  3. LEF.
  4. APD. Cuad. n° 4, ficha 429 y Cuad. n° 2, ficha 224.
  5. ZABALA eta OTZAMIZ-TREMOYA. Historia de Bermeo. Tomo I. Bermeo, 1928, pp. 376-377.
  6. AEF, III (1923) p. 41.
  7. AEF, III (1923) p. 118.
  8. AEF, III (1923) p. 80.
  9. APD. Cuad. Nº 4, ficha 428.