La fabricación del ataúd

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Un personaje que ha desempeñado un papel fundamental en relación con el tema que nos ocupa es el carpintero al que en el País Vasco continental se le denomina maiastria o menusierra; en Sara (L) se le conoce como kaxa-egilea.

Salvo en casos excepcionales en que la propia familia construía el ataúd (Aria-N y Mendiola-A) o en aquellas localidades en que, por su proximidad a núcleos importantes, lo adquirían fuera (Amézaga de Zuya, Apodaca, San Román de San Millán-A), han sido los carpinteros locales quienes, hasta bien entrado el siglo XX, recibían el encargo de fabricarlos, aprovechando en ocasiones tablones proporcionados por la propia familia (Izal-N).

Los informantes de la localidad bajonavarra de Ezterentzubi[1] recuerdan esta costumbre. En las casas había siempre provisión de planchas de madera con esta finalidad. Se necesitaban siete. Antes de la guerra de 1914-18, confeccionada la caja, se revestía completamente de un tejido negro fijado con clavos de latón de cabeza ancha y sobre él se cosía una cruz blanca, también tejida. Se ponía galón blanco en todas las aristas. Dentro cal o a veces serrín porque, según decían, el muerto segrega humores, hila libratzen da. Para la familia, reunida en la casa, era muy duro escuchar los golpes de martillo del carpintero clavando la tapa que resonaban en toda la casa.

Nos hemos servido de la pormenorizada descripción de la construcción del ataúd tal y como se ha recogido en la localidad vizcaína de Zeanuri para explicar el proceso de su fabricación artesanal.

Cuando se producía un fallecimiento, la familia del difunto por mediación del vecino más próximo, urrekoena, encargaba la caja al carpintero del pueblo del que era cliente. En el pueblo hubo cuatro carpinterías y hasta los años sesenta los ataúdes fueron fabricados por los carpinteros locales.

Fabricando el féretro. Izpura (BN), 1988. Fuente: Peio Goïty, Grupos Etniker Euskalerria.

Era siempre un trabajo urgente que requería atención inmediata y por ello había que posponer los que se tenían entre manos, beste bear guztiek itxi egin bear. Se tardaba en hacerlo un día, trabajando de nueve a diez horas. El informante[2] recuerda que su tío, también carpintero del que aprendió el oficio, antes de 1940 solía tener almacenados en el altillo del taller, goitegien, algunos ataúdes fabricados en tiempo de menos trabajo.

Las medidas se tomaban «a bulto» según fuera la respuesta del emisario a la pregunta del carpintero de cuánto más alto o más bajo que borlitas a todo lo largo de la parte superior de él era: ni baino zer altuego edo zer txikiego.

Su fabricación tenía dificultades porque todos los ángulos eran «a falsa escuadra». El ataúd constaba de dos piezas: la caja o el lecho que se iba estrechando hacia los pies, kaderetara estutuez, y la tapa cuya altura iba bajando hacia los pies, kaderatara bajatuez. Se requerían diez piezas o tablas. Cinco para el lecho: una base, dos laterales y dos frontales y otras cinco para la tapa: una cimera, dos laterales y dos frontales. Además se añadían cuatro listones a modo de andas.

Para ambas piezas, caja y tapa, esta última abombada, se utilizaba madera barata de aliso, altza, o de pino, piñue, que se forraban de tela de color negro para los ataúdes normales y blanco para los de niños menores de seis o siete años que morían sin hacer la primera comunión.

Las esquinas, ertzak, se remataban con un galón o cinta recia que tenía estampaciones, claveteándola con puntas de cabeza negra, untze burudunek, báltzak. Sobre la tapa con este mismo galón se hacía una cruz de tela. No se ponía crucifijo adherido a la tapa.

La diferente categoría del ataúd se marcaba en los flecos, txintxirriek, que consistían en una tira de borlitas que pendían a todo lo largo de la base del féretro. Los inquilinos, errentadoreak, encargaban por lo general un ataúd con fleco simple y los propietarios, etzagunek, de doble fleco. En este caso se colocaba una segunda fila de borlitas a todo lo largo de la parte superior de la caja en el remate de la tapa.

El ataúd para niño se fabricaba de la misma manera, sólo que era más pequeño y blanco, txikie zala, zurie zala, y contaba también con galones y flecos.

Los féretros, tanto de adultos como de niños, llevaban además cuatro listones, paluek, forrados de tela del mismo color del ataúd, que habían de servir para que los portadores los colocaran sobre los hombros durante la conducción del cadáver. Cada listón medía unos 80 cms. de longitud y más de la mitad iba sujeto a la base de la caja mediante clavos, erdie baiño geiago atautepera. Por la parte de la cabecera sobresalían algo más, unos 35 cms. y por la trasera, más estrecha, unos 30. Para dar resistencia a estos largueros o andas se empleaba madera de haya, pagoa.

Terminada su fabricación el mismo carpintero, con la ayuda de otra persona, entregaba el féretro en la casa mortuoria. Lo transportaban entre ellos dos de forma que quien caminaba delante se colocaba entre los dos listones apoyando la caja sobre su espalda y el segundo lo hacía apoyando uno de los listones traseros en el hombro. Recuerda el informante que, en casos de necesidad, ayudaba a introducir el cadáver en el ataúd.

En Murelaga[3] (B) también el ataúd fabricado por el carpintero era entregado por él en la casa mortuoria. Igual costumbre se ha constatado en Telleriarte-Legazpia (G) donde además ayudaba a poner el cuerpo del difunto en el féretro. Parece ser que ambas labores del carpintero, la de entregar la caja y la de alojar en ella al cadáver, estuvieron bastante extendidas en todos los territorios.

En Orozko (B) se ha recogido también que los ataúdes eran fabricados por el carpintero del pueblo. Los últimos dejaron de hacerse en la década de los cincuenta. Las cajas disponían de cuatro mangos de una longitud de un metro aproximadamente. Sobresalían del féretro por sus extremos unos 50 cm., en el sentido longitudinal, como una prolongación del mismo. El otro medio metro se clavaba a la base del féretro. Eran de gran ayuda en el transporte del cadáver y servían para llevarlo sobre el hombro. Kajeak edo atautiak, andak edo aztak edo andak eukiezan (los ataúdes tenían patas de posar o largueros).

En Lekunberri (N) el ataúd era fabricado por el carpintero, zurgina. Para la conducción se le solían clavar unos palos, ziriak, con el fin de transportarlo mejor ya que solía ser muy estrecho. Posteriormente se utilizaron las angarillas, andak, que consistía en una tabla rectangular de la medida del ataúd aproximadamente y de cuyos cuatro vértices sobresalían los agarraderos.

En Urnieta (G) se ha recogido que debido a que el carpintero conocía perfectamente a sus convecinos no necesitaba tomar las medidas del difunto ni referencias de ninguna clase para fabricar el ataúd. A veces se originaban problemas, como la hinchazón del cadáver, sobrevenidos por la manera de morir, ilera.

En Izpura (BN) el carpintero tomaba las medidas del difunto y se disponía a fabricar el ataúd. Para cerciorarse de que las mismas eran correctas, preguntaba a las personas que acudían a hacer la visita mortuoria si había cambiado el aspecto del difunto, kanbiatu denez, y aguardaba la respuesta tranquilizadora de que su semblante seguía siendo el mismo, ez duxu kanbiatu, o betiko X... duxu. La razón de ello estribaba en que, según la enfermedad causante de la muerte, debía tomar precauciones con la altura de la caja porque a veces el cuerpo se hinchaba, hantzen, u otras medidas si se descomponía, husten, o comenzaba a desprender olores, usintzen.


 
  1. Michel DUVERT. “La muerte en Iparralde” in Antropología de la muerte: Símbolos y ritos. Vitoria-Gasteiz, 1986, pp. 117-118.
  2. Información proporcionada por José M.ª Urrutxurtu que ejerció como carpintero en Zeanuri hasta 1975.
  3. William A. DOUGLASS. Muerte en Murélaga. Barcelona, 1973, pp. 45-46.