El catafalco o túmbano

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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La ausencia del cadáver en el interior del templo durante las exequias dio origen a una práctica litúrgica de carácter formalista que perduró hasta la década de los años sesenta. Consistía ésta en colocar en el centro de la iglesia y ante las gradas del presbiterio un armazón funerario que representaba el féretro del difunto.

Este simulacro de ataúd mortuorio recibía generalmente el nombre de catafalco o túmulo. En Deba (G) se le llamaba tumba y en muchas localidades de Navarra túmbano (Aoiz, Monreal, Obanos).

El catafalco o túmbano ocupaba en el templo el mismo lugar que antaño el cadáver y representaba a éste a todos los efectos. Así, a la conclusión de la misa exequial, el sacerdote recitaba ante él las oraciones de la absolución general al tiempo que le circunvalaba asperjándolo con agua bendita e incensándolo.

Pero su uso se extendió más allá de la misa exequial. También en otras celebraciones de difuntos como novenarios, aniversarios y sobre todo el día de las Animas (2 de noviembre) se colocaba en medio de la iglesia el catafalco que había pasado a ser parte del mobiliario cultual que tenían todas las parroquias.

No siempre tuvo, al parecer, el tamaño y el ornato que fue adquiriendo en el transcurso del tiempo. En Otazu (A), en la segunda década de este siglo hacían de túmulo las andas que habían sido utilizadas para la conducción del cadáver las cuales, colocadas en el centro de la iglesia, se cubrían con un paño negro adornado con encajes que representaban calaveras y huesos humanos[1]. En Zeanuri (B), hasta los años cuarenta, se ponía ante las gradas del presbiterio un paño negro sobre el cual, a ras de suelo, se ponía un bastidor de madera forrado de tela negra que tenía forma de ataúd. En Murchante (N) el primitivo túmbano era muy sencillo y se armaba con dos caballetes y unas tablas forradas con tela de satén negro; sobre él se colocaban las velas encendidas. En otras localidades como Garde, Goizueta, Sangüesa (N) y Salvatierra (A) esta forma rudimentaria de túmulo -una mesa cubierta de paño negro con seis candelabros encima- quedó reservada para los funerales de menor categoría. También en Hondarribia (G) en los funerales más sencillos o «de caridad» se colocaba en el suelo durante la misa un simple paño negro. En Bilbao (B) el paño que colocaban era negro con una cruz grabada en el centro.

Túmbano. Monreal (N), c. 1955. Fuente: Elena Roncal, Grupos Etniker Euskalerria.

Con el paso del tiempo el catafalco fue adquiriendo una mayor complejidad. En Obanos (N) los libros de la Cofradía de la Vera Cruz consignan el año 1907 la adquisición de un «túmbano» o catafalco para los funerales que produce a la parroquia unos ingresos de alquiler. En Lezaun (N), sobre la mesa cubierta con un paño negro que llegaba hasta el suelo se colocaba una caja mortuoria de pequeñas dimensiones y cuatro velas a sus costados.

En varias localidades encuestadas se guarda vivo el recuerdo de túmulos mortuorios formados por uno, dos o tres cuerpos superpuestos, según fuera la clase de funeral (Alío, Aoiz, Goizueta, Mélida, Monreal, Obanos-N, Bilbao, Durango-B).

En Arrasate (G) se anota que las categorías de los funerales se distinguían sobre todo por el catafalco. En los de categoría superior se formaba éste colocando el ataúd vacío sobre tres mesas de tamaño decreciente que se recubrían con terciopelo negro de bordes rematados en oro. En los peldaños que formaban las mesas superpuestas se encendían velas sobre ricos candelabros y en el suelo a sus lados se colocaban seis hachas sobre monumentales candelabros. En los de segunda categoría el catafalco tenía dos alturas y el número de velas era menor. En los funerales de tercera el ataúd vacío se colocaba sobre la mesa de base y el paño que lo cubría era de damasco.

En Salvatierra (A) se ofrece una descripción similar: en los funerales de tercera clase la mesa que hacía de catafalco era pequeña y estaba cubierta hasta cerca del suelo con un paño negro que tenía en sus cuatro lados dibujos de una calavera y dos tibias hechas de tela blanca. Alrededor se colocaban cuatro candeleros con velas encendidas. En los de segunda clase el catafalco era mayor; se componía de la base, otro cuerpo encima y un tercero en forma de ataúd. En su cabecera llevaba una figura de pirámide truncada con una bola representando la cabeza. Esta tenía en su parte superior una ranura en la que se asentaba el filo de una guadaña. Los catafalcos de primera clase eran de grandes proporciones, semejando un panteón con simulacro de féretro en la parte superior. Todo ello quedaba cubierto con un terciopelo negro adornado con galones dorados y símbolos de la muerte.

En Monreal (N) un nuevo túmbano construido a mediados de los años cincuenta tenía tres cuerpos de madera pintada de negro con franjas y cruces doradas que se montaban uno sobre otro. El número de cuerpos establecía las diferencias de clase en los funerales: tres para los de primera, dos para los de segunda y uno sólo para los de tercera y cuarta clase. La utilización de este sistema de diferenciación perduró poco tiempo ya que a mediados de los años sesenta se unificó la categoría de los funerales siendo en adelante todos iguales. Actualmente se sigue usando el cuerpo menor o base de este túmbano para colocar sobre él el féretro con el cadáver durante las exequias.

En otras localidades encuestadas se anota que, además de la mayor o menor dimensión del catafalco, la categoría del funeral quedaba establecida por la calidad de los paños utilizados en su ornamentación así como por el número de luces y la fastuosidad de los candelabros colocados en su derredor (Laguardia-A; Beasain, Telleriarte-Legazpia-G).

En Durango (B), en los funerales de primerísima y primera el paño que cubría el catafalco era de terciopelo con adornos de pasamanería dorada; así mismo los candelabros eran más suntuosos. También en Barkoxe (Z), el paño mortuorio negro que proporcionaba la parroquia para cubrir el catafalco en las misas del novenario o del aniversario era diferente según la clase de entierro. En Hondarribia (G), el catafalco de primera clase contenía adornos de madera pintada y cuatro hachones además de los grandes candelabros que estaban situados permanentemente ante el altar.

En Deba (G), el número de hachas que se encendían junto al catafalco, tunba, eran respectivamente, seis, cuatro o dos según fueran los funerales de primera, segunda o tercera categoría. En Portugalete (B) este número de velas descendía gradualmente de doce a cuatro según la clase de funeral.

El catafalco se colocaba también para aquellos oficios fúnebres que se celebraban en las parroquias con ocasión del fallecimiento del Papa o del Obispo. En Sangüesa (N) se anota que en tales casos se ponía especial interés en su montaje buscando la belleza estética, con ricas telas y muchas luces y colocando los signos de la dignidad del difunto sobre el simulacro de ataúd que remataba el catafalco.

En Bermeo (B), cuando tenía lugar un funeral por marinos ahogados se montaba un gran túmulo en medio de la iglesia. En las exequias celebradas por los 116 pescadores muertos en la galerna de 1912 este túmulo representó una embarcación hundiéndose.


 
  1. AEF, III (1923) p. 66.