Testigos de las apariciones

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Los testigos de las apariciones, por regla general, suelen ser los familiares del difunto, de ordinario su cónyuge, una de las personas de la casa más allegadas (hijos, padres, etc.) o el prometido o prometida. Sin embargo, cualquier amigo o persona próxima al finado puede experimentar estos episodios. Sucede, incluso, que el ánima requiera para su salvación o el aligeramiento de sus penas de la ayuda de un desconocido[1].

En la mayoría de las localidades, no obstante, no se conoce de individuos que tengan especial capacitación para contactar con estas almas o de características personales que ayuden o eviten que se produzcan apariciones. En algunos lugares se ha señalado ocasionalmente la exigencia de que el testigo debe estar «en gracia de Dios».

La interpretación positiva o negativa del fenómeno está también a veces en función del testigo. En algunos lugares había testigos que se alegraban de estas apariciones y otros, en cambio, se atormentaban por ellas (Muskiz-B)[2].

Así y todo, hay que destacar que en varias zonas, según los datos aportados por algunas encuestas (Aramaio-A, Bermeo-B), no se considera pernicioso o desagradable el contacto con las ánimas, y en caso de producirse se toma como un fenómeno cuasi normal. Llegan a declarar los informantes incluso, que las apariciones pueden reportar algún tipo de beneficio al testigo de ellas.

En otros lugares, en cambio, fenómenos de este tipo producían gran temor (Ziga-Baztan-N). En tales supuestos los hombres llegaban a armarse de palos, hachas, etc. para enfrentarse al aparecido. A veces, debido al horror y desasosiego que los aparecidos producían, los testigos de estos hechos se veían obligados a cambiar de domicilio[3].

En Olaeta-Aramaio (A) se narra una historia sucedida en la localidad próxima de Ubidea (B). Según cuentan, un hombre dijo a su esposa que, al morir él, le ayudaría a recordar todas las cosas que a ella se le olvidaran. Tras su muerte, cada vez que lo necesitaba, la mujer le llamaba por su nombre y preguntaba dónde estaba tal o cual cosa. Su marido le revelaba todo aquello que ella requería[4].

San Juan de Gaztelugach, Bermeo (B). Dibujo del siglo XIX. Fuente: Delmas, Juan F. Gaztelugach, con su historia y tradiciones. Bilbao, 1888: Dibujo de Carmen Delmas.

En Bermeo (B) declaran que el ánima suele aparecerse sólo a personas que estén en gracia de Dios, y no a pecadores.

En esta misma villa marinera vizcaina, uno de los relatos recogidos indica, de forma muy realista, que sólo el testigo de la aparición es capaz de ver al ánima, que no se muestra visible para el resto de los mortales. Se narra la peregrinación de un matrimonio desde Bermeo al Santuario de San Juan de Gaztelugatx para cumplir una promesa pendiente de una amiga de la mujer que hace este recorrido en el que la propia amiga les acompaña como ánima: «Da San Juanera duezela bidien, gizonak, beragaz jun dan gizonak, korriten igual andrieri gonie zapalduten izen' tson, ze duenak bestiek eztau ikusten. Berak, urteten'tsona ikusten izen dau da bestiek, lagunduten junten duna, eztau ikusten. Da esan ei'tsola: E, fulana! Esaizu gizonari atzerautxu korriteko ero aurrrautxuau korriteko ero onautxutik erdu... zapaldu eitxen dost gonie-ta!» (Según hacían el camino a San Juan, el marido que iba con ella y a veces se le adelantaba, le pisaba la falda [a la aparecida], porque el acompañante no suele verla. Ella, la persona a quien se aparecía, la veía pero el acompañante no. Dicen que le dijo: ¡Eh, fulana! ¡Dile a tu marido que se retrase un poco o que se adelante un poco o vente para acá... que me está pisando la falda!).

Son a veces los mismos testigos los que provocan la aparición del familiar perdido. En Morga (B), Barandiarán recogió el caso de una viuda que rogaba frecuentemente a la Virgen la gracia de volver a ver a su marido. Un día de la Candelaria, antes del alba, pudo verlo vestido con el hábito con que había sido amortajado, la mano izquierda apoyada sobre el pecho y la derecha con una vela encendida. Describió tres circunferencias en el aire con esta última, y al rezar su esposa tres avemarías se dirigió a la iglesia y desapareció[5].

En Plentzia (B) se recoge que las ánimas, arimek, se aparecían a sus familiares para rematar las promesas hechas en vida e incumplidas.

En Portugalete (B), los encuestados declaran que los testigos de estos hechos son generalmente familiares del difunto, muchas veces el cónyuge supérstite.

Según testimonios provenientes de la localidad portugaluja, un aparecido podía pedir a su viuda que se acordara de él, y que no sufriese porque se encontraba bien. Interpretan el hecho como una manifestación de los deseos más íntimos del mismo testigo.

En Liginaga (Z) se recoge en las narraciones de aparecidos la prohibición de declarar lo referido por el ánima. De hacerlo creen que la muerte sobreviene al que vulnere este precepto en el plazo de un año, erraiten beitie urten barruen hiltzen dela errailia[6].


 
  1. Stith THOMPSON. Motif-Index of Folk­Literature. Bloomington & London, 1966, 2ª ed. E300, E310 y ss., E322 y ss., E323 y ss., E324 y ss.
  2. Stith THOMPSON. Motif-Index of Folk­Literature. Bloomington & London, 1966, 2ª ed. E265 y ss. (especialmente 265.3).
  3. AEF, III (1923) p. 132.
  4. Stith THOMPSON. Motif-Index of Folk­Literature. Bloomington & London, 1966, 2ª ed. E415.1.
  5. AEF, III (1923) p. 43.
  6. José Miguel de BARANDIARAN. “Materiales para un estudio del pueblo vasco: en Liginaga (Laguinge)” in Ikuska, II (1948) p. 37.