Vasconia peninsular

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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En Salcedo (A), en los años veinte, delante de la iglesia se organizaba la comitiva para acudir a la casa mortuoria al levantamiento del cadáver. El orden era el siguiente: 1. La cruz parroquial portada por el sacristán y a su lado dos monaguillos con los ciriales. 2. Los hombres en dos filas. Si el difunto perteneció a la Cofradía de la Vera Cruz, los cofrades llevaban el Crucifijo denominado el «Arbol» , velas y hachas encendidas. 3. El párroco y los sacerdotes. 4. Las mujeres, también con velas como los hombres.

Llegados a la casa, el cadáver se hallaba expuesto en el féretro sobre una mesa en el portal o entrada principal de ella. Entonces el sacerdote que hacía de preste rociaba el féretro con agua bendita y al punto entonaba la antífona Si iniquitates con el salmo De profundis que se recitaba íntegro[1].

En Alegría y en Lagrán[2] (A) era costumbre cantar en la casa del difunto, en presencia del cadáver el salmo De profundis. En esta última localidad, por el responso que cantaba el cabildo antes de que saliera el cuerpo pagaban los herederos dos reales como limosna.

En Zerain (G), antiguamente, el sacerdote, acompañado del mayordomo o del monaguillo, iba a la casa por el camino de la cruz, kurutzebidea, para proceder al levantamiento del cadáver. El féretro se encontraba expuesto con una vela encendida sobre él. Rezadas las preces, se cerraba la caja despojándole al cadáver de la cruz que se le había colocado, la cadena y la medalla si las tuviere y los otros objetos que pudiera llevar encima. Al sacar el cadáver se cerraban las puertas y la familia permanecía reunida dentro. Cuando regresaban del funeral volvían a abrirlas.

En los años cuarenta, el levantamiento del cadáver se seguía realizando de igual forma y continuaba sin introducirse el féretro en la iglesia durante el funeral. Se dejaba en una pequeña mesa frente a la puerta de la iglesia con dos candelabros a cada lado. La caja se cerraba y se colocaba la argizaiola de la sepultura de la casa encima de ella. Finalizados la misa, el Miserere y los responsos, la serora apagaba la cerilla y la volvía a colocar en la sepultura familiar. Hoy día, salvo las casas de la plaza, donde el levantamiento se lleva a cabo a la antigua usanza y el féretro lo llevan los anderos, las casas restantes lo hacen en coche por medio de la funeraria.

En Otazu (A), cuando se acercaba la hora de la conducción, trasladaban el ataúd al ancilo o portal de la casa, donde lo colocan sobre una mesa rodeada de cuatro o seis velas. Sobre la caja ponían un vaso con agua bendita, un ramo de olivo y una bandeja con varias candelas o ciñas encendidos. A la hora señalada iba el cura del pueblo acompañado de una docena de sacerdotes de los pueblos próximos a la casa mortuoria donde les repartían velas. Allí se reunían los parientes que iban «de honra», es decir, de obligación, y los vecinos y personas forasteras de quienes se decía que iban «de caridad». Reunidos en la casa del difunto, el preste rezaba las oraciones del ritual[3].

En Orozko (B), antiguamente, poco antes de la hora señalada para la conducción, iban llegando a la casa mortuoria muchos de los parientes, amigos y vecinos del difunto. Luego, para proceder al levantamiento del cadáver, se presentaba un sacerdote de la parroquia con un monaguillo que conducía la cruz y respondía a aquél en el rezo de los responsos[4]. Hasta los años setenta, el sacerdote ha acudido siempre al levantamiento del cadáver a todas las casas del pueblo, incluso a las más alejadas. Cuando llegaba rezaba un responso y se formaba la comitiva fúnebre. A la cruz parroquial, kurtzia, se le envolvía un paño de tela blanco colocándolo sobre los brazos y con las caídas hacia delante, como si fuera un sudario.

En Carranza (B), en el barrio de Soscaño, en los años veinte, cuando el sacerdote venía a proceder al levantamiento del cadáver, el cuerpo del difunto ya en la caja había sido colocado en el portal de la casa y alumbrado por dos o cuatro velas. La cruz parroquial era llevada por el mayordomo de la parroquia y posteriormente pasó a llevarla el sacristán, un familiar de la casa o más generalmente un monaguillo. Alrededor del féretro se encontraban las personas del duelo y los demás acompañantes[5].

En Kortezubi (B), en los años veinte, en las primeras horas de la mañana del entierro, el cadáver era introducido en el ataúd, que consistía en una caja hecha con tablas. A continuación lo conducían al portal de la casa. A la hora señalada llegaban el cura y el sacristán con la cruz. El sacerdote, junto al ataúd, rezaba tantos responsos como le pidieran los asistentes. Por cada responso le daban una moneda de cinco céntimos[6].

En Ziortza (B), antiguamente, el cura, acompañado del sacristán con la cruz, llegaba a la casa mortuoria para proceder al levantamiento del cadáver. Para ese momento habían llevado el cadáver al portal de la casa. El cura rezaba un responso. Algunos parientes y vecinos que iban a participar en la comitiva, se habían congregado en la casa y otros se agregarían en el camino[7].

En Oiartzun (G), al acto de sacar el cadáver de la casa se llamaba gorputza jaso. En algunas casas acostumbraban tener el cadáver un rato en el zaguán, después de haberlo bajado del piso. El clero no iba a levantar el cadáver hasta el domicilio, cuando éste se hallaba fuera de la población urbana[8].

En Deba (G), el féretro solía estar colocado en el portal para cuando llegara el sacerdote a levantar el cadáver. Personado el cura, rezaba un responso y se disponían a partir[9].

En Andoain (G), el sacerdote acudía con los monaguillos para realizar el levantamiento del cadáver. Previamente a la salida del cortejo rezaba un responso. Antes de abandonar la casa mortuoria se pagaba un real al monaguillo que llevaba la cruz y una peseta a cada uno de los que llevaban el féretro[10].

En Meñaka (B) se procedía al levantamiento del cadáver de forma similar a la descrita para la mayoría de las localidades. En tiempos pasados, según testimonio recogido, cuando al difunto se le sacaba de casa había que hacer lo propio con todos los animales domésticos y volverlos a meter cuando el cortejo fúnebre desaparecía de la vista[11].

En Salvatierra (A), las Ordenanzas de la Villa de 15 de agosto de 1892 regulaban la estancia del cadáver en la casa del difunto, señalando que no debía permanecer en ella más de 24 horas en invierno y 18 en verano, salvo que razones de salubridad exigieran un traslado más rápido; era por consiguiente dentro de ese período de tiempo cuando había que realizar el levantamiento del cadáver, qüe era llevado directamente al cementerio.

En Amézaga de Zuya (A), el cura acudía al levantamiento acompañado de la cruz portada por el monaguillo o algún hombre del pueblo y rezaba el responso en la propia habitación mortuoria. Si ésta era de dificil acceso el féretro se colocaba en el portal de la casa. Los vecinos «primeros» solían repartir velas entre los presentes y dos familiares allegados cogían las ofrendas para llevarlas a la iglesia.

En Moreda (A), hasta los años cincuenta, el cadáver permanecía en la casa hasta que finalizara el funeral. Finalizada la función religiosa, el sacerdote y los monaguillos, con la cruz alzada de la parroquia y los ciriales, acudían a la casa del difunto de donde le llevaban al cementerio. Seis muchachos, tres a cada lado, designados por la familia, portaban los hachones durante el recorrido citado.

En Mendiola (A), en tiempos pasados, acudían al levantamiento del cadáver el cura del pueblo y los sacerdotes de los pueblos próximos. Todos ellos revestidos con capa y dos con cetro que eran los encargados de dirigir el canto. El cura mayor hacía de preste y dirigía las oraciones rituales.

En Llodio (A), cuando se trataba de un funeral de primera o segunda, al levantamiento del cadáver acudían cinco sacerdotes, los mismos que asistían a continuación al oficio funeral. Cuando el funeral era de tercera, iba sólo uno. A partir de los años cuarenta la funeraria ponía en el portal de la casa una colgadura de tela negra con borlas, llamada portier (del francés portière), cuya finalidad era anunciar el fallecimiento de una persona en esa casa. Se colocaba también una mesa de recogida de firmas de condolencia, que luego se pasó a instalar en la puerta de la iglesia.

En Laguardia (A), localidad de población concentrada, el sacerdote acudía al domicilio mortuorio al levantamiento del cadáver. Cuando éste se estaba llevando a cabo, la gente que pasaba por la calle delante del domicilio del difunto se arrodillaba y se santiguaba delante de él.

En Trapagaran (B), en tiempos pasados, cuando moría una persona se avisaba al sacerdote para que procediera al levantamiento del cadáver. Previamente la familia se reunía en la casa a rezar el rosario.

En Bermeo (B), media hora antes de que se iniciara la ceremonia del levantamiento del cadáver, en la casa mortuoria el sacerdote dirigía el rezo del rosario, intercalando peticiones y jaculatorias propias de la situación. Hasta principios de los años setenta, los de la funeraria instalaban unos cortinones y una mesita de color negro en los portales de las casas donde hubiera muerto alguien, que se retiraban después de la función religiosa.

También en Durango (B), cuando se implantaron las funerarias en la década de los años cuarenta, éstas engalanaban el portal de la casa del difunto con colgaduras negras con galones dorados y las letras RIP. Cuando llegaba el sacerdote al levantamiento del cadáver, tras el rezo del responso, el féretro era cargado a hombros de los anderos. En esta misma localidad vizcaina se ha recogido que si el difunto era de zona urbana el sacerdote o sacerdotes, dependiendo de la categoría del entierro, acompañados del sacristán mayor y uno o dos monaguillos llamados «sacristanes txikitos», se personaban a la puerta de la casa para proceder al levantamiento del cadáver. Acudían también tres seroras llevando candelabros y un pequeño crucifijo que colocaban junto al cuerpo del difunto que se hallaba sobre una mesa cubierta con un paño negro.

En Murelaga (B), a la hora fijada, acudían a proceder al levantamiento del cadáver el sacerdote con el sacristán, éste portando un gran crucifijo de metal y dos monaguillos con ciñales. Al llegar el sacerdote entraba en la habitación mortuoria y empezaba a recitar el salmo de los difuntos. Los portadores del ataúd lo levantaban y sacaban fuera. El sacerdote entonaba entonces el salmo Miserere[12].

En Lezama (B) al día siguiente del fallecimiento, a la hora prefijada, los familiares, vecinos y conocidos del difunto se concentraban en la casa de este último. Cuando llegaban el cura y el sacristán se congregaban en torno al cadáver y el sacerdote rezaba un responso.

En Beasain (G) recuerdan que, una vez realizado el levantamiento del cadáver, el féretro era siempre conducido a la iglesia salvo contadas excepciones en que se llevaba directamente al cementerio (si se iba a demorar el funeral, si existía problema de contagio, etc.).

En Allo (N), cuando los vecinos llegaban a la planta baja de la casa a cuya entrada estaba expuesto el féretro, los hombres se colocaban frente al ataúd, se quitaban respetuosamente la boina, se santiguaban y rezaban una breve oración para después aguardar en la calle. Las mujeres accedían a la casa. Los vecinos más allegados, los amigos y los parientes recibían a la puerta de la casa una hacha de cera y los chicos una vela, que les era entregada por la señora encargada de la organización del entierro.

En Aria (N), el sacerdote acude siempre a todas las casas a proceder al levantamiento del cadáver. Lo hace acompañado de los monaguillos que llevan la cruz parroquial. En otro tiempo, su portador era el sacristán. Les siguen los representantes de todas las casas del pueblo. Al llegar a la casa del difunto la comitiva se detiene. El cura y los monaguillos suben a la habitación mortuoria donde se encuentran los familiares más íntimos. El sacerdote recita unas oraciones que responden los presentes. A continuación reza un responso.

En Izal (N), además del sacristán portando la cruz parroquial y los sacerdotes revestidos con los ornamentos, acudía a la casa al levantamiento del cadáver numerosa gente, gran parte de ella portando velas encendidas.

En Mélida (N), cuando el sacerdote acude al levantamiento del cadáver va acompañado de un grupo numeroso de hombres que caminan en procesión por ambas aceras. Antes era el sacristán el que portaba la cruz parroquial, hoy es un familiar del difunto. Al llegar el sacerdote a la puerta del domicilio reza unas oraciones en voz alta y sin entrar en la casa, espera que saquen el ataúd.

En el Valle de Elorz (N) la cruz parroquial es conducida a la casa mortuoria por alguno de los vecinos de la casa a la que le corresponde ejercer «la sacristanía». Esta situación está motivada porque las aldeas del Valle son de corto vecindario y no tienen actualmente sacristán fijo y este cargo lo desempeñan los vecinos, sucesivamente, por semanas. Previamente al levantamiento del cadáver, en el zaguán de la casa mortuoria se exponía el cadáver en el ataúd. En su derredor se colocaban cuatro velas encendidas y allí se congregaba, rodeando al féretro, el público asistente. Al segundo toque de campana llegaban desde la iglesia los sacerdotes. El que hacía de preste asperjaba el cadáver con agua bendita y a continuación se organizaba la comitiva a la Iglesia[13].

En Viana (N) a la entrada de la casa o en la calle, se les daba el pésame a los parientes del difunto con las expresiones: «Te acompaño en el sentimiento» o «Dios lo tenga en la Gloria». Antiguamente el cura acudía precedido de la cruz parroquial portada por el sacristán y acompañado de monaguillos. Hoy va el sacerdote solo, reza las oraciones del ritual y asperja el cadáver con agua bendita.

En Garde (N) los hombres de la familia aguardaban a la entrada de la casa recibiendo a los que llegaban. Las personas más próximas subían a la cocina o al comedor donde permanecían los restantes familiares.

En Murchante (N) la gente aguarda la llegada del sacerdote con los monaguillos que portan la cruz. Las mujeres dentro de la casa y los hombres en la calle.

En Aoiz (N) junto al cadáver se colocaban velas y hachas encendidas que luego acompañaban al féretro en la conducción a la iglesia.

En Sangüesa (N) el sacerdote acudía siempre al levantamiento del cadáver a todas las casas. Esta tradición se ha mantenido viva hasta finales de los años setenta. En esta localidad y en Viana (N) desde 1970 y en Elgoibar (G) se pone en el portal de la casa una mesita con unos folios para firmar además de para poder depositar las tarjetas personales.

En la villa de Bilbao (B), hasta finales de los años 50, con carácter previo al levantamiento del cadáver, mucha gente acudía a la casa mortuoria a dar el pésame a los familiares del difunto, abandonando luego la vivienda para dar paso a otros. Algunos asperjaban el cadáver y ponían bulas sobre el féretro. Junto al difunto solían permanecer algunas personas, preferentemente mujeres, rezando el rosario. A este acto se le denominaba «recibir el duelo». La familia les obsequiaba con pastas y vino.

Cuando llegaba el sacerdote para proceder al levantamiento del cadáver le recibían los familiares. Procedía a asperjar el féretro, a veces con el ramo de laurel bendecido el Domingo de Ramos. A continuación rezaba las preces del ritual. Esta ceremonia podía tener lugar en la propia estancia mortuoria o en el portal de la vivienda. Si era en el portal, el féretro se bajaba una media hora antes del levantamiento y se depositaba sobre una mesa. La entrada del portal se engalanaba con unas colgaduras de color blanco si el fallecido era un niño o un adolescente, y de color negro si era adulto; este adorno se conocía como portier. Junto al féretro se ponía otra mesita con el crucifijo, los candelabros, el acetre y el hisopo. También había una mesa para firmas que hoy día se coloca en la puerta de la iglesia.

En los años cincuenta se fue perdiendo la costumbre de recibir gente en la casa mortuoria, sólo acudían los parientes y las amistades íntimas, el resto de la gente aguardaba en la puerta de la parroquia o dentro de la iglesia.


 
  1. AEF, III (1923) pp. 48-49.
  2. Gerardo LOPEZ DE GUEREÑU. “Muerte, entierro y funerales en algunos lugares de Alava” in BISS, XXII (1978) pp. 195-200.
  3. AEF, III (1923) pp. 64-65.
  4. AEF, III (1923) pp. 8-9.
  5. AEF, III (1923) p. 2.
  6. AEF, III (1923) pp. 38-39.
  7. AEF, III (1923) p. 25.
  8. AEF, III (1923) p. 79.
  9. AEF, III (1923) p. 71.
  10. AEF, III (1923) p. 100.
  11. AEF, III (1923) p. 33.
  12. William A. DOUGLASS. Muerte en Murélaga. Barcelona, 1973, pp. 45-46.
  13. Javier LARRAYOZ. “Encuesta etnográfica del Valle de Elorz” in CEEN, VI (1974) pp. 82 y 84.