Destinatarios de la notificación

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Las personas que normalmente son avisadas al acontecer una muerte son los familiares del difunto, tanto los que viven en la misma población como aquéllos que residen en otras localidades, incluidos los que lo hacen en las lejanas; también se da parte a los vecinos del pueblo o barrio. La noticia se suele difundir de forma gradual, primero a los familiares del entorno, después a los de fuera y por último a los vecinos con los que se mantiene una mayor relación. También llega hasta los que fueron amigos del difunto o lo son de la familia, pero a menudo no lo hace directamente a través de ésta sino por medio de otros conocidos.

En algunas localidades era costumbre efectuar el aviso a los parientes hasta un determinado grado de parentesco. En Abadiano (B) se transmitía la noticia a todos los familiares hasta los primos segundos, mezako zirenei, parientes de entierro. En Lezama (B) también es usual dar parte a los familiares hasta el grado de primos segundos, a estos parientes se les llama mezakoak. Lo mismo ocurría en Zeanuri (B) donde se les conocía por interruko senitartea. En San Román de San Milán (A) y en Izal (N) se avisa igualmente a los familiares más cercanos hasta los primos segundos. En la segunda de las localidades si éstos vivían fuera del pueblo «no les tocaba venir al funeral».

En Obanos (N) se comunica a todos los parientes del pueblo y a los de primer y segundo grado que viven fuera, además de a los vecinos del barrio o calle. Antes se anunciaba quién había muerto y la hora del entierro porque los parientes varones y los vecinos de la calle «iban al banco». «Ir al banco» significaba que durante el funeral los hombres se ponían en los bancos delanteros que se separaban con tal fin. Hoy se ponen delante los familiares, pero mezclados hombres y mujeres. Esta costumbre exclusivamente masculina suponía vestirse de domingo para acompañar de cerca al difunto. Perduró hasta 1977. También se daba aviso a las mujeres que iban a ser luteras y a los que se encargarían de portar el féretro hasta el cementerio, los llevadores. seis hombres que no solían tener parentesco con el difunto.

En Améscoa (N) eran invitados todos los parientes de segundo y tercer grado y algunas casas tenían costumbre de invitar hasta los de cuarto grado. Estos se creían obligados a asistir a las exequias fúnebres además de a otros actos relacionados con el fallecimiento y a cumplir con algunas exigencias[1].

En Salvatierra (A) se avisa del óbito a los parientes, tanto a los residentes en el lugar como a los alejados, hasta el grado que cada familia acostumbre.

En Bernedo (A), en épocas pasadas, se avisaba solamente a los parientes. Igualmente en Lezaun (N), cuando ha habido novedad en una casa, esto es, cuando ha ocurrido un fallecimiento, únicamente se convida o invita a los parientes. En Berastegi (G) el fallecimiento se anunciaba personalmente, de casa en casa, a los parientes, allegados y vecinos.

En Moreda (A) se da aviso a los familiares y vecinos tanto si habitan en el pueblo como si residen fuera, bien mantengan una estrecha relación con la familia o estén mal avenidos.

En Aoiz (N) los primeros en ser avisados son los familiares más directos, antes que ninguno los que viven fuera para que tengan tiempo de acudir, y después los del pueblo así como los amigos que también residan en la localidad.

En Mélida (N) sólo se avisa expresamente a los parientes y amigos que viven fuera del pueblo. Antaño se mandaba el mensaje con alguna persona, si residían cerca, o se llamaba por teléfono, cuando se podía. A los parientes que vivían excesivamente alejados se les enviaba una carta.

En Murchante (N) también se daba parte a los niños que estaban en la escuela, quienes inmediatamente se acercaban a la casa mortuoria para ver el cadáver. Si el muerto era un niño se les comunicaba diciendo que había entierrillo y en este caso solían tener una participación más directa.

Se considera muy importante el ser incluido entre los que reciben el aviso en el caso de ser familiar o haber tenido una estrecha relación con el fallecido. El no comunicar la defunción a estas personas puede ser tomado por ellas como una descortesía y si las mismas no aceptan que ha podido deberse a una omisión involuntaria ocasionada por las especiales circunstancias afectivas que rodean este tipo de acontecimientos, a veces es motivo de que se rompan o al menos se resientan las relaciones familiares o de amistad con los miembros de la casa en que se ha producido el óbito.

En Sara (L), por ejemplo, se debía anunciar la defunción a los primeros vecinos y a los parientes antes del toque de campana; lo contrario era signo de irreductible enemistad[2].


 
  1. Luciano LAPUENTE. «Estudio etnográfico de Améscoa» in CEEN, III (1979) p. 145.
  2. A. ARÇUBY. «Usages mortuaires á Sare» in Bulletin du Musée Basque, IV, 3-4 (1927) p. 18.