Asistencia al agonizante

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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El enfermo pasa por la agonía acompañado por sus familiares que le prestan todas las atenciones precisas. Los vecinos acuden a visitarlo ofreciéndole algunos presentes y cuando la situación se agrava ayudan a la familia a velarle por la noche.

Atenciones y cuidados

Los familiares del enfermo tratan de hacerle más llevadera la agonía colmándole de atenciones. La práctica más generalizada recordada por los informantes es la de aliviarle la sed y la sequedad de la boca provocada por la dificultad al respirar. Para ello le mojan los labios con un algodón humedecido (Obanos-N) o con un paño húmedo (Salcedo-A, Zeanuri-B, Murchante-N).

En Amézaga de Zuya y Moreda (A) emplean un hisopo hecho a base de algodón y gasa. En Berganzo (A) igualmente un hisopo preparado con un palito fino y un algodón o paño empapado en agua fresca.

En Aoiz (N) comentan que debido a los fuertes ronquidos el enfermo no puede respirar y los labios se le resecan. Para aliviar este inconveniente se le pasa por la boca un algodón humedecido con agua. También se le da de beber pero como tienen dificultades para tragar se les proporciona el líquido mediante una jarrita con un pitorro que se le puede introducir en la boca.

En Izal (N) los labios se le mojaban con un algodón y el agua se le administraba con una cucharilla.

En San Martín de Unx (N) le refrescan la boca con zumo de limón además de con agua y en Urnieta (G) le humedecen los labios con una guata empapada en agua azucarada o agua simplemente. En Mélida (N) también con agua azucarada.

En Zeanuri (B) le colocaban almohadas suplementarias para facilitarle la respiración y le abanicaban a ratos.

Al agonizante también se le seca el sudor del rostro (Aoiz, Mélida-N) y se le refresca la frente con paños humedecidos y agua (Obanos-N).

Se procura tranquilizarle hablándole (Portugalete-B), se intenta que no se quede solo (Amézaga de Zuya-A), se le mantiene cogida la mano (Durango, Zeanuri-B, Mélida-N), se le da aire (Obanos-N).

En general se intenta mitigar los dolores y molestias siguiendo las prescripciones del médico y administrándole los medicamentos y remedios que éste prescriba.

Visita al moribundo. Bisita egitea

Los vínculos familiares y vecinales se manifiestan con ocasión de la enfermedad y de la administración de los últimos sacramentos, a través de las visitas y ofrendas que se hacen al enfermo. Esta práctica ha dado lugar a una costumbre establecida llamada en euskera bisita, que se mantiene vigente en muchas poblaciones. Esta costumbre consiste en que los parientes y los vecinos más próximos al enfermo, sobre todo mujeres, le lleven el mismo día del Viático o uno de los inmediatos al que ha sido viaticado, una cesta con diversos dulces y bebidas. Antaño el contenido del presente solía consistir en alimentos caprichosos infrecuentes en la casa, como galletas, chocolate, membrillo, etc., incluso vino dulce. Más tarde se sustituyó por una cierta cantidad de dinero. Hoy también se llevan unas pastas o bombones. En la casa del enfermo se corresponde al visitante con algo para merendar como café con leche y galletas o alguna otra cosa. No se trata de una tradición restringida a este periodo final de la vida; siempre ha habido costumbre por parte del vecindario de visitar a los enfermos y de llevarles unos alimentos a modo de obsequio.

En Ataun (G), hacia los años veinte, el mismo día en que el enfermo recibía el Viático y en los siguientes, era visitado por sus vecinos y parientes, sobre todo por las etxekoandrak de su parentela, adrerie, de las que cada una le llevaba en un cestito un regalo, bixitea, consistente en una libra de chocolate, media de azucarillos y un litro de vino. A su vez todas eran obsequiadas con pan, vino y queso, y más tarde con un plato de tortilla que antaño era costumbre comer en el mismo cuarto del enfermo. En retorno se les ponía en el cesto en que trajeron la bixitea, dos onzas de chocolate y dos azucarillos[1].

En Zerain (G), en la década de los cuarenta, cuando el estado del enfermo empezaba a agravarse, los de casa avisaban a la familia anunciándoles que iba a recibir el Viático. Desde ese momento y no antes, los parientes hasta el tercer grado y los vecinos visitaban al enfermo. Todas las mujeres de la familia y también las de la vecindad le llevaban en mano un regalo que denominaban bisita. Procuraban hablar con el enfermo y después de permanecer no más de media hora, iban a la cocina un momento y regresaban a su casa. La bisita estaba compuesta de productos caseros: pollo, huevos, miel, etc. En la época de la guerra civil se introdujo la costumbre de llevar dinero, se comenzó por 25 céntimos para llegar a una peseta pasados unos años. En 1950 la cantidad usual era de 100 ptas. o un kilo de azúcar o una botella de vino quinado. En la actualidad perdura la costumbre de la bisita. Los regalos más comunes que se ofrecen son mil ptas., una botella de colonia, una caja de galletas o una botella de vino dulce. Se sigue cumpliendo con la misma como si de una obligación se tratara y en régimen de reciprocidad entre familias. Para la aportación de estos obsequios no se espera a que el enfermo esté grave. Si se halla hospitalizado la familia y los vecinos se turnan en su cuidado y los demás acuden a verle para llevarle la bisita. Lo mismo sucede cuando el enfermo está en casa o cuando se trata de un anciano.

En Bidegoian (G) era costumbre que la bixita al moribundo fuese realizada por sus familiares, vecinos y amigos más allegados. Hasta la década de los años cincuenta se solía obsequiar a la familia-del enfermo con productos caseros: manzanas, huevos, etc.; más tarde se pasó a regalar una tableta de chocolate, galletas, mermelada o productos similares.

En Elosua (G) los vecinos más cercanos y los familiares acudían a visitar al enfermo, bixitia, después de recibir el Viático, llevando de regalo una gallina y una botella de vino rancio. En Telleriarte-Legazpia (G) este acto se denominaba auzo-bixita. En Elgoibar (G) los vecinos le obsequiaban con un pollo y chocolate.

En Amezketa (G) familiares y vecinos visitan al moribundo y le llevan huevos o alguna gallina a la manera antigua, dinero, entre quinientas y mil ptas., o galletas.

En Zeanuri (B), cuando una persona padece una larga enfermedad y sobre todo si ha recibido los últimos sacramentos, bein eleixakoak eginde pero, los parientes, los allegados y aquellas personas que tienen o han tenido vínculos especiales con el enfermo, como inquilinos, antiguos aprendices o ahijados, acuden a su casa a visitarle y obsequiarle. Esta visita, bisitia, va siempre acompañada de un obsequio que consiste en vino quinado, galletas o bizcochos y caramelos de malvavisco o chocolate. Este acto se considera de obligado cumplimiento y transciende los estados de ánimo e incluso las circunstancias de buenas o malas relaciones entre los parientes.

Los obsequios a familiares y amigos moribundos siguen vigentes hoy en día en Durango (B) donde se les lleva dulces, pastas, jerez, postres hechos en casa o productos de caserío como gallinas y huevos. En los últimos años se regala también colonia, plantas y flores. En Abadiano (B) al enfermo le obsequian con pastas, galletas y vino dulce.

En Aramaio (A) los familiares y los vecinos acudían a visitar al moribundo, bisita, y le llevaban una gallina, chocolate, mosto y caramelos. En Llodio (A) era costumbre regalar al enfermo galletas y vino rancio. En Moreda (A) cuando una familia estaba necesitada y era el cabeza de familia el que estaba moribundo, los vecinos acostumbraban visitarlo llevando alimentos que sirvieran para remediar las necesidades de la casa.

En Lekaroz (N), cuando una persona enfermaba gravemente, las vecinas, barrides, iban a visitarle llevándole una gallina o el dinero equivalente. Estas visitas comenzaban después de la administración del Viático y cada persona, mujeres por lo regular, aportaban un presente que se denominaba kusarie. Si la moribunda pertenecía a la Congregación de las Hijas de María, acudían a verle todas las chicas[2].

En Monreal (N) eran las mujeres las que casi siempre hacían las visitas al moribundo. Solían llevarle a modo de presente dulces o pastas, fruta y tabletas de chocolate. Los niños únicamente iban a visitar a un moribundo si se trataba de un familiar.

En Etxebarre (Z) este regalo recibía la denominación de hunkigarria y solía consistir en ciruelas de Agen, chocolate, café, azúcar y sidra de casa.

Velatorio al agonizante. Gaubela

La presencia de los vecinos acompañando al agonizante y a sus familiares durante la noche constituye un velatorio equiparable al que se practica con los difuntos. El acompañamiento durante la agonía sirve, además de para vigilar al moribundo por las noches, para ayudar a los componentes de la casa a realizar las labores domésticas.

En Gamboa (A) los vecinos se turnaban a renque para estar presentes en la casa del agonizante. Se decía «me toca vela» y cada noche un vecino solo o con alguno de su familia acompañaba a la del enfermo.

En Sara (L) la velada nocturna, gaubelia, comenzaba el día en que se le administraba al enfermo la Extremaunción, si es que no se venía haciendo de antes. Asistían las personas de la vecindad.

En Zeanuri (B) los vecinos se prestaban a permanecer en la casa del enfermo durante la agonía. La familia les obsequiaba con aguardiente y galletas. Durante el velatorio, gaubelea, los vecinos formaban en ocasiones una animada tertulia.

En Mendiola (A) recuerdan que aunque no era práctica generalizada, los vecinos bebían y comían alguna cosa para hacer más llevadero el tiempo de espera; el lugar apropiado para ello era la cocina o la sala.

En Arberatze-Zilhekoa (BN) un informante recuerda que su padre era el encargado de hacer las visitas en el caso de que el agonizante fuese hombre y su madre si se trataba de una vecina. Cuando había un enfermo grave no se dejaba jamás sola a la familia, los vecinos se encargaban de relevarse para asegurar su presencia.

En Lekunberri (N) los vecinos acudían a hacer visitas por turnos, hombres y mujeres por separado, manteniendo una presencia continua. Si las mujeres subían a ver al moribundo a su habitación, los hombres se quedaban siempre abajo. A los niños se les impedía estar presentes, al menos hasta la edad de la comunión, por lo que se les enviaba a la casa de un familiar o de los vecinos.

En Berganzo (A), si era necesario, acudía a velar al agonizante algún cofrade. Además de aliviar los trabajos de la casa y el dolor de los familiares, los acompañantes solían reunirse junto al enfermo para rezar.

La presencia del sacerdote junto al resto de integrantes del grupo familiar y los vecinos ha desempeñado igualmente un papel importante.

En Zeanuri (B) entre los que hacían gaubelea estaba generalmente un cura que atendía al enfermo con oraciones. Los informantes guardan un grato recuerdo de esta asistencia continuada del sacerdote, que permanecía junto a la cama del enfermo hasta que éste expiraba. Se quedaba incluso a dormir en la casa del moribundo. Señalan además que no se hacían distinciones entre ricos y pobres, asistía a todos después de dar el Viático y la Extremaunción. Su presencia imponía cierto respeto entre los presentes. Cuando el agonizante moría asistido por un sacerdote, se decía: «Abadeagaz il da» (Ha muerto asistido por el cura), lo que era interpretado como algo bueno y providencial.

Por último describimos un caso particular constatado en Donapaleu (BN). En marzo de 1954 se había extendido que el alcalde M. Pierre Guerecágue se encontraba muy enfermo. Había recibido los sacramentos y sus familiares se relevaban a la cabecera de su cama. A las once de la noche un pastor mayor, que bajaba cada año de las montañas a los pastos de invierno en el municipio, se colocó justamente debajo de la ventana del moribundo y en la oscuridad y el silencio de la noche, cantó dos versos improvisados sobre una melodía vasca conocida. Los versos según recuerda la informante[3] venían a decir: Jaun Mera (Señor Alcalde), hemos venido / a tu casa porque sabemos / yo y mis amigos (pastores) / que estás al final de tu vida. / Nosotros queremos / que no sufras demasiado / en este momento doloroso / y así pedimos a Jainkoa (Dios).

Cambios contemporáneos

Con la generalización de las modernas prácticas médicas, hoy en día la mayoría de los fallecimientos ocurren fuera del hogar, en centros hospitalarios. Esto ha alterado las costumbres relativas a la visita al moribundo por parte de los vecinos y parientes ya que la asistencia a estos centros suele estar limitada. Este control de las visitas sirve precisamente, entre otros fines, para frenar la tendencia tradicional de visitar a los enfermos.

Cuando el agonizante debe permanecer en el hospital suele ser atendido principalmente por los familiares más próximos. Estos son los encargados de turnarse y velarle durante la noche. Dependiendo de la situación del enfermo a veces esta atención resulta desplazada por la que presta el personal especializado del centro.

En los últimos tiempos se ha revalorizado nuevamente el que la muerte acaezca en el propio domicilio por lo que, cuando un enfermo es desahuciado por los médicos que le atienden en el centro hospitalario, muchas familias prefieren llevarlo a sus casas para que fallezca en su ambiente y rodeado de sus seres más cercanos. También hay familias que, ante determinadas enfermedades, optan por no llevar a los enfermos a clínicas y hospitales para no prolongarles sus sufrimientos. En estos casos la costumbre de visitar a los moribundos prosigue como antaño por parte de parientes, amigos y vecinos.

En cualquier caso, la costumbre de velar al agonizante ha ido perdiendo vigencia con los años siendo hoy más infrecuente, reduciéndose la presencia de personas en torno al moribundo por la noche, al ámbito familiar.


 
  1. AEF, III (1923) p. 113.
  2. APD. Cuad. 2, ficha 198.
  3. Información de Hélène Guereçágue. Donapaleu (BN). (Julio 1994).