Rezos durante la agonía. Agoniako otoitzak
Durante la agonía ha sido costumbre que familiares y vecinos se reúnan para efectuar rezos junto al moribundo. En algunas localidades solían hacerlo la noche en que se le había administrado el Viático.
Normalmente es el sacerdote que ha acudido a atender al enfermo quien recita las oraciones del ritual propias de esta situación, respondiéndole los familiares y vecinos presentes. Pero si el cura se encuentra ausente porque la agonía se presenta de improviso o porque se prolonga excesivamente, entonces es una persona allegada al enfermo la que desempeña tal función.
En Bernedo, Narvaja (A) y Carranza (B) se encargaba en esas circunstancias una mujer, bien de la casa o de la vecindad. En San Román de San Millán (A), si no se hallaban disponibles el sacerdote y el sacristán, también participaba una mujer y lo mismo sucedía en Bermeo (B) en donde una integrante femenina de la casa o de la vecindad se encargaba de asperjar al enfermo con agua bendita y rezar algunas oraciones.
En los caseríos de Amezketa (G) era uno de la familia quien presidía la oración, mientras que en la zona urbana asistía siempre el sacerdote. Antiguamente el sacristán estaba presente en todos los rezos de agonía.
En Elosua (G), si no llegaba el cura, la mujer del primer vecino, etxekona, o algún familiar, se encargaba de rociar al agonizante con una rama de laurel impregnada en agua bendita, animarle a rezar fesukristo nere fauna, Señor mío Jesucristo, y hacer la recomendación del alma.
En los aledaños de la ciudad de Hondarribia (G) cuando alguien entraba en agonía, solían llamar a una mujer que acudía a la casa con un libro de oraciones; se ponía de rodillas junto al enfermo y las recitaba sirviéndose del libro.
En Elgoibar (G), hacia los años veinte, cuando un vecino entraba en agonía, recibía la visita de los miembros del vecindario quienes rezaban en su habitación dirigidos por una mujer que tenía encomendada esta misión. Esta costumbre, así como la de suministrar a la casa del agonizante agua y velas benditas, si carecía de ellas, era propia de los caseríos del barrio de San Pedro. Los del centro de la villa, kaletarrak, no rezaban en presencia del enfermo sino en la cocina o en el comedor dirigidos por cualquiera de los presentes.
En Goizueta (N) si el sacerdote no se hallaba presente dirigía las oraciones cualquiera de la casa; también desempeñaba un papel importante la serora ya que conocía las oraciones y las costumbres relativas a esta situación.
En Abadiano (B) si el sacerdote no podía acudir lo hacía el sacristán o algún vecino. En Izurdiaga (N) la dirección de los rezos correspondía a un hombre del pueblo.
En Salcedo (A) cuando el sacerdote no podía estar presente se encargaba algún vecino, algún cofrade o una persona cualquiera que supiese hacerlo.
En Bidegoian (G) los familiares rezaban dirigidos normalmente por una persona mayor hasta que llegase el cura del pueblo. También en Pipaón (A) tomaba parte un familiar mayor.
En Ribera Alta (A) desempeñaba este papel alguien del pueblo que fuese seminarista o que se caracterizase por su cultura, su buen hacer o su bondad y carácter servicial.
En Soscaño (Carranza B) si se creía que el cura no llegaría a tiempo, una persona, la más distinguida por su piedad y experiencia, salía de entre los concurrentes, que eran casi todos los vecinos, y hacía la recomendación del alma, derramaba agua bendita sobre la cama, pronunciaba a los oídos del moribundo jaculatorias y le animaba y consolaba, presentándole para que lo besara un crucifijo o estampa[1].
Durante la agonía uno de los rezos más comunes en el que toman parte familiares y vecinos es el Rosario (Amézaga de Zuya, Pipaón, Mendiola, Salcedo-A, Abadiano, Durango, Orozko, Zeanuri-B, Ataun, Ezkio, Hondarribia, Getaria, Zerain-G, Eugi, Aria, Monreal, Izurdiaga-N). Una vez finalizado el rezo se pronunciaba la siguiente jaculatoria: Jesús, José y María, / asistidme en mi última agonía (Carranza, Durango-B).
En Amezketa (G) en la década de los setenta se decidió trasladar los rezos de la agonía de la casa mortuoria a la iglesia; asimismo se decidió entre los vecinos reducir el rosario de quince a cinco misterios. En la actualidad el rosario vespertino, que se reza a diario en la iglesia, se dedica a los vecinos enfermos.
En Laguardia (A) recuerdan que el rosario ha sido la oración de agonía por excelencia a lo largo de todo el siglo. Hasta los años cuarenta se hacían además «rezos para las ánimas». Estas oraciones particulares se sustituyeron luego por oraciones comunes como el padrenuestro, avemaría y salve.
Otras oraciones rezadas comúnmente en este trance han sido la Letanía de los Santos (Berganzo, Bernedo, Mendiola-A, Orozko-B, Mélida N) y la Letanía de la Virgen (Mendiola-A, Durango, Orozko-B, Beasain, Ataun, Zerain-G, Ezkurra-N, Sara-L). Estas letanías recibían en euskera el nombre de kirieleisonak (Beasain, Oiartzun-G, Zeanuri-B).
En Bedia (B) si alguien conocía la letanía de los santos se rezaba ésta y si no la lauretana, pero se consideraba que la primera tenía una virtud especial. Se rezaba también a los santos, en especial a San José[2].
También se rezan otras oraciones comunes como el Credo, Sinisten dut; Yo pecador, Ni pekatari; Señor mío Jesucristo, Jesukristo nire jauna; Dios te Salve María, Agur Erregina; además del Padre Nuestro, Aita gurea y Ave María, Agur Maria. En Aoiz, Monreal y Viana N se decían jaculatorias y en Berganzo y Ribera Alta se recitaban salmos.
En Murchante (N) recuerdan que se rezaba a San José un Padre Nuestro y diferentes jaculatorias para ayudar al enfermo a bien morir.
En Liginaga (Z) los presentes recitaban ante el moribundo lo que se llamaba Inmanusa que según una informante era la oración de la agonía de Jesús, Jesusen agoniako othoitzia: «In manus tuas Domine conmendo spiritum meum... »[3].
También era habitual servirse en estas situaciones de las oraciones y preces que contenían los devocionarios y otros libros piadosos. Una de estas oraciones era precisamente la Recomendación del alma (Apodaca, Berganzo, Bernedo, Mendiola, Narvaja, Pipaón, Ribera Alta, San Román de San Millán-A, Durango, Zeanuri-B, Beasain, Elosua-G, Aoiz, Eugi, Izal, Monreal-N).
En Eugi (N) el sacerdote dejaba en casa del moribundo un libro piadoso que contenía la oración de la recomendación del alma para que un familiar lo leyera ante el enfermo. Por lo demás en las casas existían comúnmente libros piadosos que contenían oraciones para ayudar a los enfermos a bien morir (Monreal-N, etc.)
En Orozko (B), tras avisar al cura para que acudiese con el Viático, los propios vecinos hacían la recomendación del alma mientras llegaba.
Tras los rezos de la recomendación del alma se acercaba a los labios del enfermo un crucifijo para que éste lo besara (Orozko, Zeanuri-B, Ziga-Baztan-N, Liginaga-Z).
También era costumbre poner al enfermo un escapulario o estampas bajo la almohada, o bien prenderle de la ropa, con un imperdible, reliquias de santos (Apodaca-A).