Arrojar un puñado de tierra

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Una vez que el féretro ha sido descendido en la fosa y antes de proceder a darle tierra se acostumbra celebrar un ritual consistente en recoger un puñado de tierra, besarlo y arrojarlo sobre el ataúd. Se halla muy extendido tanto espacial como temporalmente y no muestra excesivas variantes. José Iñigo Irigoyen comenta a propósito del mismo que «hay quien hace remontar esta costumbre a los tiempos en que los túmulos se formaban cubriendo los cadáveres con piedras. Estas piedras respondían a la supersticiosa creencia de que los muertos reclaman otros muertos [...] cada uno de los que asistían al sepelio depositaba una piedra a la que daba una significación sacrifical y representativa del espíritu del vivo, que de este modo acompañaba al muerto»[1].

Se tiene constancia de que esta costumbre estuvo vigente en Cripán[2], Llodio (A), Carranza, Lemoiz, Plentzia (B), Deba, Gatzaga, Getaria, Urkizu-Tolosa, Zegama (G), Monreal, Obanos, Olite y Viana (N). En Orozko (B) la practicaban los feligreses de San Lorenzo de Urigoiti pero no los de la parroquia de San Bartolomé de Olarte. Algunos informantes de Bermeo (B) comentan que en esta población fue una costumbre antigua.

Antaño en Aoiz (N), donde al sepelio sólo asistían hombres, echaban puñados de tierra sobre el ataúd siguiendo un orden, desde el más allegado al que lo era menos. Actualmente se conserva esta costumbre pero aunque los familiares más cercanos tienen preferencia tampoco se sigue un orden muy estricto.

En Lezaun (N) los hijos del difunto besaban la caja y echaban un puñado de tierra; esto último también lo hacían algunos allegados.

En Sangüesa (N), cuando los enterramientos se realizaban en fosas, una vez que la caja era depositada en la misma, era costumbre que algunos de los asistentes, familiares y amigos principalmente, cogiesen un puñado de tierra y tras besarlo lo arrojasen a la tumba; mucho menos corriente fue echar flores provenientes de alguna corona o ramo.

En Salcedo (A) los parientes más próximos y los demás allegados se acercaban al féretro, besaban al cadáver y se despedían de él con alguna que otra frase apropiada para estas situaciones. Después, tras depositarlo en la fosa, todos los presentes tomaban en sus manos un puñado de tierra y besándolo primero lo arrojaban sobre el ataúd[3].

En Olaeta, barrio de Aramaio (A) ubicado fuera del Valle, tiraban un puñado de tierra sobre la caja tras besarlo, mun eman; por el contrario en el resto de los barrios de esta localidad arrojaban primero la tierra y después besaban los dedos. No era una tradición muy extendida.

En Elosua (G) los presentes pasaban junto a la fosa y arrojaban un puñado de tierra, primero los familiares y luego los amigos y acompañantes. Una vez habían desfilado todos el enterrador cubría el féretro. Por último se posaban las flores y coronas encima.

En Urdiñarbe (Z) cada uno de los asistentes, salvo los familiares que no estaban presentes sino en la iglesia, tiraba un puñado de tierra en la fosa.

En Ziortza (B), en los años veinte, tras ser depositado el cadáver en la fosa, el enterrador le cubría la cara con. un paño blanco y le echaba sobre la cabeza una palada de cal, inmediatamente todos los presentes iban desfilando junto a la sepultura y tomando cada cual un puñado de tierra lo besaba y lo dejaba caer sobre el cadáver mientras le decía estas palabras: «Zeruan ikusi gaittezala» (Que nos veamos en el cielo)[4].

En Bedia (B), en los años veinte, recordaban que en tiempos pasados, cuando el cadáver era conducido en andas, al colocar el difunto en la sepultura todos los integrantes de la comitiva fúnebre arrojaban sobre él un pedazo de tierra después de besarla[5].

En Otxagabia (N), aunque en la segunda década de este siglo ya se utilizaba ataúd, en tiempos pasados el cadáver se enterraba sin éste. El sepelio era presenciado por todos los que asistían al funeral y era costumbre que tras rezar un responso cada uno echase un puñado de tierra sobre el cadáver[6].

En ocasiones los primeros en cumplir con este ritual eran los sacerdotes que celebraban la inhumación.

En Apellániz (A), después de las oraciones de rigor y de meter el féretro en la fosa, los sacerdotes cogían una palada de tierra y la arrojaban a la sepultura, tras lo cual todos los presentes hacían lo mismo con un puñado de tierra que habían besado previamente[7].

En Berganzo (A), una vez el ataúd quedaba depositado en la fosa, el cura cogía tierra con el azadón, la besaba y la arrojaba sobre el féretro, después cada vecino repetía la misma operación pero tomando la tierra con la mano. Tras esto se cubría de tierra.

En Galarreta (A), una vez rezado el responso, el cura echaba con una azada un poco de tierra encima del ataúd; a continuación los asistentes tomaban un puñado, lo besaban y lo dejaban caer sobre el féretro diciendo: «Hasta que nos traigan a nosotros». Después volvían a la iglesia a rezar responsos[8].

Tierra al sepulcro. Grabado de Tillac. Fuente: Azkue, Resurrección M.ª de. Euskalerriaren Yakintza. Tomo I. Madrid, 1935.

En algunos pueblos de Gamboa (A), una vez depositada la caja en la fosa, se tenía la costumbre de echar unas paladas de cal viva, se supone que por motivos de salubridad. A continuación el cura en primer lugar y los familiares y asistentes después cogían un puñado de tierra, lo besaban y lo arrojaban sobre el féretro; algunas personas depositaban flores encima de la caja. Después, mientras los familiares y los demás asistentes abandonaban el cementerio, los mozos cubrían el agujero con la tierra extraída. Esta costumbre sigue vigente excepto en Ullibarri-Gamboa, ya que desde 1947 sólo existen nichos y un panteón.

En Apodaca (A) los curas, tras besar la tierra que habían recogido, la arrojaban sobre la caja; la familia hacía lo mismo. Como el cementerio era de reducidas dimensiones, algunos de los asistentes tenían que abandonarlo para dejar paso a otros que tuviesen intención de cumplir con el ritual y que aguardaban en el exterior del recinto.

En Durango (B), cuando la inhumación se hacía en tierra, tanto el sacerdote como muchos de los asistentes tomaban un puñado de tierra, lo besaban y echaban sobre el ataúd. Algunos al besar decían «hasta pronto» y la mayoría nada. Cuando se comenzaron a llevar flores se arrojaban una o dos.

En Zerain (G) echaban un puñado de tierra tras haberlo besado, primero lo hacía el cura, después los del duelo y tras ellos el resto de los asistentes. Al arrojarlo decían: «Autse zera ta autse biurtu zaiz» (Polvo eres y en polvo te convertirás). Hasta concluir esta ceremonia el enterrador no comenzaba a cubrir la fosa.

En San Martín de Unx (N) hombres y mujeres se colocaban alrededor de la fosa mientras el sacerdote rezaba las últimas oraciones, tras lo cual echaba la primera palada de tierra continuando después el enterrador.

Esta costumbre de que el sacerdote sea el primero en arrojar la tierra sigue vigente hoy en día, al menos en algunas de las localidades donde perduran las tumbas en tierra.

En Bernedo (A), después de las oraciones rituales los sacerdotes asistentes mandan introducir el ataúd en la fosa abierta y tras echar una palada de tierra cada uno se retiran. Los demás presentes cogen un puñado con la mano, lo besan y lo echan sobre el ataúd. Por último el enterrador acaba el trabajo. Esta costumbre sigue vigente hoy en día.

En Mendiola (A) el sacerdote, una vez rezado el responso, echa con una azada un poco de tierra sobre el ataúd; a continuación los presentes toman un puñado y tras besarlo lo arrojan. Esta acción la realizan como despedida a la vez que repiten las frases propias de estos casos.

En Moreda (A) también es costumbre que los curas arrojen al interior de las fosas un poco de tierra bendecida; el enterrador es el encargado de ir pasando la azada con tierra a cada cura. Luego los asistentes recogen un tormón o una piedra y tras darle un beso la arrojan sobre la caja. Si el féretro se introduce en un nicho, como es lógico no se lleva a cabo esta práctica. En el caso de los panteones se arrojan a su interior los ramos de flores; las coronas se depositan sobre la cubierta de los mismos.

En Valdegovía (A) los más allegados toman un puñado de tierra, lo besan y lo tiran sobre la caja; en realidad el primero en hacerlo es el cura, que tiene por costumbre coger otro puñado y entregárselo al familiar del difunto más próximo en parentesco para que haga lo mismo que él.

En Amezketa (G) el sacerdote, una vez reza el responso, toma un puñado de tierra y tras besarlo lo arroja sobre el ataúd, acto seguido le imitan los presentes.

En Garde (N) también es el sacerdote el primero en coger la pala y echar la tierra, le siguen por turno los cofrades, los familiares y todos los que lo deseen; las mujeres la arrojan con la mano.

En Izal (N) se colocan todos alrededor de la fosa o fuesa mientras el sacerdote reza el último responso. A continuación echa la primera palada sobre el ataúd y después los asistentes arrojan un puñado. Por último los enterradores, que son los barrios, proceden a cubrirlo completamente.

En Mélida (N) el sacerdote, después de rezar el responso, echa una palada sobre el ataúd, tanto cuando se sepulta en tierra como ahora que se hace en nicho. Antiguamente, los familiares solían arrojar tierra a la fosa y hoy en día flores al interior del nicho.

En Lekunberri (N) el primero en tirar el puñado de tierra durante la inhumación es el sacerdote, luego los familiares y a continuación los vecinos.

Ocurre en la actualidad que al haberse dejado de inhumar los cadáveres en tierra se ha abandonado este rito en bastantes localidades. Aún así perdura en Amézaga de Zuya, donde se considera que es el último signo de despedida, Laguardia, Pipaón, Ribera Alta, Salvatierra, San Román de San Millán (A), Muskiz, Portugalete (B), Berastegi, Bidegoian, Ezkio (G), Aria, Artajona, Eugi y Goizueta (N).

En algunas de las poblaciones donde estuvo vigente esta costumbre y hoy en día se introducen los cuerpos en nichos, se ha modificado para adaptarla a las nuevas circunstancias.

En Artziniega (A), cuando se introducen los féretros en los panteones hay personas que arrojan un puñado de tierra o flores. En algunas ocasiones se han metido coronas de flores junto al ataúd.

En Murchante (N), actualmente en que los enterramientos se efectúan en nichos, también se introducen junto a la caja algunos ramos de flores.

En algunos lugares hay constancia de que este rito se ha incorporado recientemente. En Amorebieta-Etxano (B), por ejemplo, se extendió por los años 1970-80. En Beasain (G) se ha introducido recientemente. En Allo (N) tampoco faltan quienes arrojan el puñado de tierra sobre el ataúd pero no es un rito antiguo ni está muy generalizado.


 
  1. José IÑIGO IRIGOYEN. Foklore alavés. Vitoria, pp. 38-39.
  2. Nazario MEDRANO. “Contribución al estudio etnográfico de Cripán (Rioja alavesa)” in AEF, XVIII (1961) p. 64.
  3. AEF, III (1923) p. 26.
  4. AEF, III (1923) p. 26.
  5. AEF, III (1923) p. 15.
  6. AEF, III (1923) p. 137.
  7. Gerardo LOPEZ DE GUEREÑU. “Muerte, entierro y funerales en algunos lugares de Alava” in BISS, XXII (1978) p. 197.
  8. AEF, III (1923) p. 59.