Lugar de la comida

De Atlas Etnográfico de Vasconia
Saltar a: navegación, buscar

En la casa mortuoria

En muchas localidades se recuerda que esta comida de entierro tenía lugar en la misma casa mortuoria. Así se constata en la mayor parte de las localidades encuestadas de Alava: Amézaga de Zuya, Apodaca, Aramaio, Gamboa, Llodio, Mendiola, Moreda, Narvaja, Ribera Alta, Salcedo, San Román de San Millán, Salvatierra; de Bizkaia: Amorebieta-Etxano, Durango, Lemoiz, Orozko, Portugalete, Zeanuri, Zeberio; de Gipuzkoa: Beasain, Elosua, Hondarribia, Zerain; de Navarra: Allo, Aoiz, Artajona, Garde, Goizueta, Monreal, Murchante; de Behe-Nafarroa: Baigorri, Izpura, Lekunberri, Oragarre; de Lapurdi: Azkaine, Beskoitze, Bidarte, Hazparne, Itsasu, Ziburu y de Zuberoa: Ezpeize-Undüreiñe.

Se habilitaba para ello la sala o espacio central de la casa y se sacaba la vajilla y la cubertería de las grandes celebraciones familiares.

Si el número de comensales era crecido se habilitaban otras piezas de la casa entre ellas la cocina y en ocasiones el vestíbulo. En tales casos la pieza principal estaba destinada a los familiares y a los parientes que componían el duelo, mientras que la pieza secundaria o la cocina se reservaba para aquellas personas que habían intervenido en el entierro o en las exequias: porteadores del féretro, sacristán, carpintero, etc.

En las labores de adecentar la estancia donde se iba a celebrar la comida intervenían los vecinos o las personas allegadas a la casa. En Aramaio (A), los vecinos se encargaban de la colocación de las mesas y aportaban desde sus casas los asientos y la vajilla necesaria para los muchos comensales.

En Monreal (N) se desmontaban o se quitaban en ocasiones los muebles ordinarios de la sala para que ésta tuviera mayor capacidad. En Artajona (N), se retiraban de la sala los adornos y objetos llamativos para dar un carácter más austero a la estancia. En Sara (L) la mesa se cubría con un mantel azul, dafalia urdina.

En las regiones de Behe-Nafarroa y Zuberoa, las tareas de preparar la sala del banquete funerario estaban encomendadas al carpintero que había fabricado el féretro. En Oragarre (BN), cuando el número de comensales era grande el carpintero proporcionaba mesas empleadas en la trilla. También en Lekunberri (BN) era el carpintero quien, una vez que la comitiva fúnebre había partido para la iglesia, empezaba a preparar la mesa para el banquete.

En Zuberoa, hasta tiempos muy recientes, ha pervivido la costumbre de adornar la estancia del banquete fúnebre de manera particular. En Urdiñarbe (Z) esta comida tenía lugar en el establo, barrukian, que se acondicionaba decorándolo con sábanas sobre los muros, al igual que en la comida de bodas. Estas sábanas se adornaban con hojas y guirnaldas de laurel. La mesa estaba confeccionada con caballetes sobre los que se colocaban tablas de madera cubiertas con manteles de lino. Sobre la mesa la primera vecina colocaba la luz de la sepultura familiar, ezkoa, que permanecía encendida durante toda la comida.

En Altzai y Lakarri (Z), el carpintero se quedaba en la casa cuando el cadáver era llevado a la iglesia y se encargaba de desmontar la capilla ardiente y colocar las mesas y los bancos adecentando la sala para el banquete.

En Barkoxe (Z), el carpintero se encargaba de decorar la pieza donde fuera a celebrarse la comida; la cubría de sábanas con adornos de laurel.

En tabernas y posadas

En varias localidades se constata que la comida funeraria tenía lugar en tabernas y posadas: Artziniega, Gamboa, Narvaja (A), Abadiano (B), Berastegi, Elgoibar, Ezkio, Telleriarte-Legazpia, Urkizu-Tolosa (G), Arberatze-Zilhekoa (BN).

Al parecer, el traslado de la comida de entierro a las posadas o tabernas del pueblo se produjo en épocas más recientes. Así por ejemplo en Zerain (G), a comienzos de siglo, la comida de funeral y la de honras se celebraban en la misma casa mortuoria y posteriormente pasó a hacerse en alguna taberna del pueblo.

En varias de las encuestas realizadas en los años veinte se decía que la costumbre general era acudir a una posada o taberna de la localidad para la comida de entierro (Berriz-B, Oiartzun-G). En Orozko (B), en la década de los cincuenta, esta comida funeraria se celebraba siempre fuera del domicilio mortuorio. En Amorebieta-Etxano (B) se atribuye el traslado de la casa a la taberna al excesivo trabajo que suponía para la familia la preparación de la comida funeraria.

Preparación de la estancia y de la comida

Como se ha indicado en otro capítulo, la familia doméstica, etxekoak, no tomaba parte en las labores rutinarias de la casa en los días de duelo intenso entre el fallecimiento y el sepelio. De la preparación de la comida de entierro que tenía lugar después del funeral se encargaban las vecinas de la casa (Amézaga de Zuya, Artziniega, Gamboa-A; Zeanuri-B; Gatzaga-G; Allo-N; Arberatze-Zilhekoa, Armendaritze, Lekunberri-BN; Urdiñarbe y Zunharreta-Z).

En Artajona (N), se hacía cargo de estos preparativos un pariente o allegado, lo que posibilitaba el que los familiares cercanos acudieran a las exequias.

La elaboración de la comida en la casa mortuoria, conllevaba preparativos que comenzaban en muchos casos de víspera. En las localidades de Aramaio (A), Durango (B), Aria (N) Izpura y Oragarre (BN) se encomendaba a cocineras de profesión del pueblo que, por encargo preparaban estas comidas de entierro al igual que las de boda u otras fiestas familiares.

En Arberatze-Zilhekoa (BN), las vecinas que preparaban la comida aportaban lo necesario para que no faltaran aquellos productos de los que careciera la familia. Una informante recuerda las provisiones que traían a su casa y cómo su madre correspondía de la misma manera a los vecinos. No se exigía nada a cambio, simplemente la reciprocidad cuando la ocasión lo requería. «Ça se faisait gracieusement et, en contre partie, ça se faisait pour un autre voisin».

Otro informante describe de esta manera los preparativos de una comida funeraria, kolazionia, que tuvo lugar en Gamarte (BN) durante la última guerra (1944-1945). Había llegado a la casa de víspera y tras permanecer ante el féretro de mi tío quise saludar a mi tía. Me pasaron a la cocina y me sorprendió grandemente el ver la actividad que allí se desplegaba: muchas mujeres, cacerolas, gallinas que estaban siendo desplumadas... Me asombré del gasto que todo aquello podía suponer y más en periodo de guerra y dije: «Bainan, bainan Joana, zer nahi gasta zauzkin! Ez, ez untsa ta...» / -Pero, Joana, lo que te habrá costado! Me respondió que el gasto era mínimo porque todos los invitados habían aportado lo necesario para la comida: dos vecinos habían llevado un ternero y otros habían contribuido con viandas como para una boda. Los 150 comensales no pudieron consumir todo lo preparado y lograron algunos beneficios con la reventa de lo sobrante en el mercado negro.

En Beskoitze (L), los productos para la comida procedían de la propia casa y eran preparados por la familia, ayudada por las vecinas.

En Gamboa (A), los mozos que habían hecho de anderos portando el féretro y habían ayudado al enterrador se encargaban también ese día de cortar la leña para el fuego de la cocina[1].

La mesa era servida por vecinas en Monreal (N) y Azkaine (L); en algunas localidades, este servicio lo prestaban las chicas jóvenes, Amézaga de Zuya, Aramaio (A), Urdiñarbe (Z). En los límites de la llanada de Alava, Mendiola, Gamboa, Galarreta, Salvatierra, el servicio de la comida funeraria, al igual que el refrigerio de caridad, estaba encomendado desde antiguo a los mozos que habían transportado el cadáver al cementerio. En Galarreta esta costumbre estaba ya cayendo en desuso en la década de los años veinte. En algunas localidades de Behe-Nafarroa y Zuberoa era el carpintero el que ejercía la función de servir la mesa.


 
  1. Tal como lo recogió Azkue, en Irañeta (Arakil-N) a principios de siglo los familiares del difunto solían llevar del bosque leña nueva, il egurra, leña de muertos. En Larraun (N) la llaman funtzio egurra, leña de funerales. Esta leña servía para preparar la comida de entierro. Vide Resurrección Mª de AZKUE. Euskalerriaren Yakintza. Tomo I. Madrid, 1935, pp. 222-223.