Ausencia de las mujeres

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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En Salcedo (A) asistía el esposo si el entierro era el de su mujer, pero si el fallecido era el hombre, su viuda no acudía al cementerio. Más adelante se detalla el resto de asistentes[1].

En Moreda (A) , en tiempos pasados, los entierros se celebraban en la intimidad de la familia. Acudían los familiares y amigos más allegados y resultaba rara la asistencia de familiares de fuera de la localidad salvo que mantuviesen fuertes lazos con el finado. Las viudas se solían quedar en casa. Los vecinos del pueblo que no tenían una relación directa con el fallecido se dedicaban a su respectivos quehaceres cotidianos.

En Laguardia (A) acudían al sepelio la familia y unos pocos amigos; las mujeres no solían asistir, no porque existiese alguna norma que se lo prohibiese, sino porque no era costumbre.

En Salvatierra (A), hasta la década de los treinta, en que el ataúd se llevaba directamente de la casa al cementerio, el cortejo lo componían exclusivamente hombres. Después de los años treinta toda la comitiva, mujeres incluidas, acudía primero a la iglesia donde tenían lugar las exequias, pero tras el funeral, al formarse de nuevo la comitiva al cementerio, ellas regresaban a casa.

En Portugalete (B) presenciaban el sepelio únicamente los hombres de la familia, también algún amigo y parientes, pero nunca mujeres.

En Busturia (B) acudían los hombres pertenecientes al grupo familiar, las mujeres que tenían una relación más directa con el difunto a veces no asistían a los actos religiosos.

Hasta los cambios operados en los años setenta en Bermeo (B) asistían al cementerio los hombres presentes en el funeral, mientras que las mujeres esperaban en la iglesia.

En Arrasate (G), antiguamente, la comitiva al cementerio estaba compuesta generalmente sólo por hombres, aunque ocasionalmente acudían algunas mujeres que lanzaban sobre el ataúd un puñado de tierra tras besarla.

En Berastegi (G) acudían los familiares, vecinos y amigos; en muy raras ocasiones las viudas.

En Elosua (G) al finalizar el funeral se llevaba el cadáver a la capilla del cementerio y al día siguiente lo enterraba el sepulturero. Hasta los años cincuenta, concluido el funeral, los hombres salían al pórtico donde había permanecido el cadáver durante las exequias fúnebres y rezaban allí tres o cuatro responsos junto con el sacerdote. A continuación iniciaban la marcha hacia el cementerio. Una vez esta comitiva había partido, las mujeres que habían permanecido en el interior del templo salían también al pórtico, encabezadas por las etxekonak que habían estado arrodilladas en la sepultura de la casa y rezaban allí también otros tres o cuatro responsos[2]. En Hondarribia (G) las mujeres también quedaban fuera de la comitiva al cementerio.

En Obanos (N) actualmente van todos los que quieren. En cambio hasta los años sesenta no acudían nunca las mujeres.

En Sangüesa (N), hasta mediados de este siglo, no asistían al sepelio demasiadas personas, sólo las más allegadas y en su mayoría hombres; mujeres muy pocas pues incluso las más próximas al difunto regresaban a casa desde la iglesia una vez finalizado el funeral. Hoy en día se desplazan al cementerio muchas más personas tanto hombres como mujeres y no sólo parientes y amigos.

En Viana (N), hasta los años sesenta, iba al cementerio muy poca gente acompañando el cadáver, tampoco era costumbre que fuesen mujeres y nunca la viuda o las madres. Hoy en día sí acuden y a la vez rezan por los difuntos de la familia

En Murchante (N), hasta mediados de los años sesenta, presenciaban el sepelio sólo los hombres de la familia y algún amigo íntimo. Actualmente se forma un grupo más numeroso y heterogéneo en el que también abundan las mujeres.

En Allo (N) únicamente en tiempos recientes ha comenzado a ser habitual la asistencia al cementerio de algunas mujeres.

Igualmente, antaño en Aoiz (N) acudían al cementerio sólo hombres; en la actualidad las mujeres que deseen desplazarse al mismo pueden hacerlo, incluso las más próximas al finado.

En Ziburu (L) tras la misa de funeral el cortejo acudía al cementerio. Sólo los hombres del duelo y los asistentes varones seguían a la cruz portada por el primer vecino, junto al que caminaba el cura. Las mujeres se quedaban en la iglesia. En los años treinta, en aquellos casos en que el cuerpo del fallecido debía ser enterrado en el cementerio de Donibane-Lohizune, el féretro seguido del duelo de asistentes y el clero de Ziburu atravesaba el puente que franquea el río Nivelle. En medio del puente el clero de Ziburu confiaba el féretro al de Donibane-Lohizune y el cortejo continuaba su camino hasta el cementerio.

Destacar por último la costumbre constatada en Ezkurra (N) que es exactamente inversa a las citadas hasta aquí. Finalizada la misa del funeral, el difunto era conducido al cementerio por un cortejo formado por la cruz, el sacerdote, el féretro y las mujeres. Entretanto le daban tierra, los hombres permanecían en la iglesia y no la abandonaban hasta que el cura regresaba y comenzaba a rezar los responsos en la antigua sepultura de la casa del difunto; en ese momento los hombres salían del templo[3].


 
  1. AEF, III (1923) p. 51.
  2. Luis Pedro PEÑA SANTIAGO. “Ritos funerarios de Elosua” in AEF, XXII (1967-1968) pp. 184-185.
  3. José Miguel de BARANDIARAN. “Contribución al estudio etnográfico del pueblo de Ezkurra. Notas iniciales” in AEF, XXXV (1988) p. 60.