La «caridad» en Álava

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Este sencillo ágape recibe en Álava comúnmente el nombre de la caridad. «Tomar la caridad» se dice en Apodaca (A) o «tomar la santa caridad» en Berganzo (A). Este nombre alude a las razones por las que aquéllos que no son parientes del difunto asisten al entierro. En efecto, los parientes acuden por las obligaciones derivadas de sus vínculos familiares y componen el grupo de honra que luego participará en la comida que tendrá lugar en la casa mortuoria.

Aquellas otras personas que van a las exequias motivadas por vínculos religiosos forman el grupo de caridad y son obsequiadas por la familia ante las puertas de la casa con un ágape que lleva su nombre[1].

La diferenciación de los grupos de honra y de caridad entre los asistentes a las exequias fúnebres se manifiesta con rasgos particulares en Álava.

En 1923 recogió Barandiarán las costumbres relacionadas con el regreso del duelo a la casa mortuoria y el consiguiente ágape fúnebre en la localidad alavesa de Otazu:

«Terminado el funeral, los que van de caridad salen fuera de la iglesia; mas los que van de honra permanecen dentro, todos de rodillas, hasta que el cura sale de la sacristía acompañado de un monaguillo que lleva el hisopo, y se dirige a la casa mortuoria. Van a su lado dos de los parientes más próximos del finado; síguenles las personas que componen la honra, primero los hombres y después las mujeres; detrás van los de la caridad.
Llegados a la casa mortuoria, el cura se detiene junto a la puerta; los de la honra entran, descubriéndose los hombres, y se colocan en el portal, escaleras y pasillo; los de la caridad se quedan fuera. Entonces el sacerdote se descubre (lo mismo hacen los hombres que forman parte de la caridad), y reza un responso, contestándole todos los presentes. Tras esto, el cura vuelve a la casa cural.
La gente de honra se retira a dos cuartos, los hombres a uno y las mujeres a otro, donde guardan perfecto silencio. Entre tanto, un mozo sirve a los hombres un trago de vino. Pasado un rato vuelve a obsequiarles con lo mismo. Después les sirve pan y queso, y a la despedida pasas (catorce o veinte a cada uno), de las que todos guardan algunas, para distribuirlas entre sus familiares, los cuales quedan, por lo mismo, obligados a rezar por el difunto.
Las dos jóvenes que, durante el funeral hayan estado encargadas del cuidado de las luces de la sepultura, sirven en el otro cuarto las mismas cosas con que han sido obsequiados los hombres, más chocolate con bizcochos, a las mujeres de honra las cuales guardan también algunas pasas para sus respectivas familias.
Terminada esta refección, el mozo que ha servido a los hombres reza con éstos dos padrenuestros, una salve y credo, terminando con las palabras requiescat in pace. Después hace lo mismo en el cuarto donde se hallan las mujeres. En ambos cuartos suele haber una bandeja sobre una mesa, donde todos los que están de honra depositan dos pesetas o una, según que al mediodía hayan estado o no a comer en la casa mortuoria.
Otros mozos se encargan de repartir la caridad, (así llaman al pan y vino que se sirve en estas ocasiones), entre los que se quedaron fuera y que se hallan colocados ordenadamente en la era, en los bordes (cabañas) y prados próximos. (...). Después de la cuarta reinque (=trago) se juntan todos alrededor de un anciano, quien dirige el rezo de dos padrenuestros, de una salve y de un credo y terminan con estas palabras: «En el cielo nos veamos todos». Entonces un mozo se acerca al anciano y le ofrece vino. El anciano se descubre y lo bebe, y lo mismo hacen todos los presentes»[2].

De la misma encuesta del año 1923 proviene otra descripción de los ágapes rituales que se practicaban en otra localidad alavesa.

En Salcedo (A), una vez enterrado el cadáver en el cementerio, «emprenden todos el regreso hacia el pueblo, y llegados a él, se dirigen a la casa mortuoria y allí invita el sacerdote desde la puerta principal a todos los presentes a que encomienden el alma del difunto a Dios Nuestro Señor, y reza tres responsos. Antes del primero dice: «encomendemos a Dios el alma del difunto presente con un Pater nosten>; antes del segundo añade a estas palabras las siguientes «por modo de caridad»; y antes del tercero dice: «por la misma intención». Terminando el tercer responso y dicho el Requiescat in pace añade: «en el cielo le veamos» y dando el pésame a la familia y a la honra toda que está en la parte de adentro, o sea en el portal, se va a su casa.
Entonces, sale a la puerta uno de los más allegados del difunto que iba en la honra, y da la voz de «que espere un poco la gente», y se sientan todos los que han asistido al funeral alrededor de la casa. Los que han conducido el cadáver, que suelen ser los mozos, reparten pan entre los presentes, dando a cada uno un pedazo de medio kilo, o sea la cuarta parte de una otana, y luego con sendos jarros de vino y unos vasos les dan uno o dos tragos. Hecho esto, se le ordena a uno de los hombres de más edad que rece por el difunto, el cual levantándose invita a todos a encomendarle a Dios, diciendo «encomendemos a Dios al difunto presente con un Padre nuestro y una Ave María», y levantándose todos, rezan bajo la dirección de aquél. Luego añade: «por modo de caridad otro Padre nuestro, etc.»; después: «por la misma intención, otro Padre nuestro, etc.»; seguidamente añade: «por todos los difuntos de este pueblo, otro Padre nuestro», y por último dice: «por el primero que faltare de los presentes, o de la compañía, otro Padre nuestro». Terminado éste y rezada una Salve a la Santísima Virgen, dice en voz alta: «en el cielo le veamos» o «en el cielo nos veamos todos». Se sientan todos de nuevo; los mozos vuelven a repartirles otros dos tragos de vino y después rezan otra vez como antes. Después se dirigen todos a sus casas, a no ser que otra vez les avisen para que tomen otro trago en la misma forma que antes, en cuyo caso algunos (no todos) se detienen; pero ya no se reza más. A este acto de obsequiar con pan y vino llaman «dar la Caridad».
Todos los parientes, amigos y demás que hayan tomado parte en la honra comen en la casa mortuoria, así como los mozos que han conducido el cadáver, el sacristán o cantor principal y los que de un modo especial hayan servido en tal ocasión a la familia del difunto.
Al empezar y al acabar la comida rezan todos en la misma forma que en la «Caridad», con la sola diferencia de que esta vez dirige el rezo el pariente más caracterizado por su edad o dignidad. Terminada la comida, repiten el pésame a todos los de la familia, y dirigiéndoles algunas frases de consuelo, se despiden y se van a sus respectivas casas o pueblos. Así termina la honra fúnebre del entierro»[3].

Este ágape de caridad en su forma ritual ha estado vigente en numerosas localidades de Álava hasta la década de los años setenta. Así lo confirman las encuestas llevadas a cabo recientemente por nosotros.

En San Román de San Millán (A), hasta la reforma litúrgica operada en la década de los años sesenta, el sacerdote después del entierro iba a la casa mortuoria y se colocaba junto a la puerta. Allí los familiares y los más allegados le besaban la estola y entraban al portal. Estos eran los denominados de «honra», que luego se quedarían a comer. El resto de los asistentes llamados de caridad permanecían fuera. El sacerdote rezaba un responso por el difunto y un Padrenuestro por el «próximo a quien Dios llame». Tras esto se repartía pan, queso, vino y pasas a los asistentes de caridad. Para el reparto del vino en tal ocasión se utilizaba una botella especial de color verde, de unos cinco litros, y vasos de fondo grueso, que diferían de los utilizados habitualmente.

En Berganzo (A), después de los oficios fúnebres, los asistentes se colocaban delante de la puerta de la casa mortuoria. Allí el presidente de la Cofradía de la Vera Cruz rezaba un Padrenuestro y el sacerdote varios responsos. Hasta la década de los años cuarenta, los de la casa ofrecían la santa caridad que consistía en una hogaza de pan y una jarra de vino servidas sobre una criba. También se servía en cestaños de costura o trigueros más pan, cortado en trozos, y vino en jarras que se repartía en vasos. Un hombre distribuía el vino y una mujer el pan.

Este refrigerio concluía con un Padrenuestro rezado por el presidente de la Cofradía. Al ofrecer la caridad, uno de los hombres asistentes, casi siempre el mismo, rezaba tres Padrenuestros: uno «por el alma del muerto», otro «por los vivos de esta casa» y un tercero «por el primero que falte en la Cofradía».

En Pipaón (A) volvían todos juntos a la casa mortuoria rezando un Padrenuestro delante de la puerta del difunto. Aquí mismo se tomaba lista de los miembros de la cofradía que habían asistido a las exequias. Para ello decía el Mayordomo: «Señores hermanos tengan la bondad de esperar a pasar lista». A continuación el Abad de la cofradía anunciaba: «Señores hermanos tengan la bondad de esperar para tomar la caridad» y con el vaso en la mano proseguía: «En paz descanse». Acto seguido se servía a todos el pan y el vino de la caridad. La última vez que se practicó este rito fue en el año 1968.

En Ribera Alta (A), en otros tiempos, fue habitual que todos los asistentes al funeral se dirigieran a la casa mortuoria y bien delante de ella o en la era -explanada que se extiende delante de la casa- rezaran un Padrenuestro por el finado. Luego se procedía al reparto de la caridad que ofrecía la familia consistente en un cuarto de pan de otana y un vaso de vino para cada uno. Nuestros informantes recuerdan que algunos repetían una y otra vez el vaso de vino. Si alguno de los asistentes no había dado el pésame a la familia en el cementerio, acudía a la casa mortuoria para expresar su condolencia. Hoy en día solamente regresan a la casa mortuoria los miembros de la familia del finado acompañados de otros familiares próximos. No se guarda ningún orden en este regreso.

En Bernedo (A), todos los asistentes iban después del entierro a la casa del difunto en cuyo portal el sacerdote rezaba un responso. La familia tenía preparada una mesa con pan y vino de la que tomaban todos un trozo y bebían un vaso.

En Lagrán (A), al finalizar la misa de funeral, todos los asistentes acudían a la casa del difunto, donde un sacerdote rezaba responsos por el alma del finado. Después se les obsequiaba con pan y vino. Se concluía rezando varios Padrenuestros por el alma del difunto[4].

En Apodaca (A), en otros tiempos, todo el cortejo fúnebre regresaba a la casa del difunto. Allí se rezaba un padrenuestro y seguidamente se apagaba la palmatoria. Actualmente sólo regresan los familiares y allegados.

Hasta primeros de siglo se repartía en el mismo pórtico de la iglesia de esta localidad un refrigerio de pan y vino. Las casas económicamente fuertes llegaron a ofrecer hasta dos pellejos de vino de 60 litros cada uno. Debido a los abusos que se cometían, el Obispo prohibió esta práctica que persistió luego en un terreno cercano no perteneciente a la iglesia. Se decía que se acudía más por el vino que por el funeral.

En Narvaja (A), a la vuelta del cementerio se recibía a los asistentes en la casa mortuoria y se les ofrecía vino en jarras y pan en cestos.

En Gamboa (A), la familia del fallecido aportaba una cántara de vino y varios panes grandes que se troceaban en «kurruskos» o se cortaban en rebanadas; si la familia disponía de recursos, se añadía queso. Este refrigerio, denominado la limosna, se servía en el pórtico de la iglesia. En Nanclares de Gamboa y en Ullíbarri-Gamboa tenía lugar en la Sala del Concejo. Los encargados de su distribución eran los «mozos», y en los otros pueblos el mayordomo. Los trozos de pan se servían en una cesta y el vino en vasos. Todo ello era distribuido entre los asistentes al entierro que no fueran a participar luego en la comida funeraria. Acudían a este reparto mendigos que estaban de paso en el pueblo o que, por haberse enterado del fallecimiento, acudían desde otros puntos para participar del refrigerio. La condición que se les imponía a los mendigos era que se quedaran hasta el final para rezar junto a todos los asistentes el padrenuestro por el difunto.

En Valdegovía (A), la caridad, consistente en pan y vino, se repartía en ocasiones a la puerta de la iglesia y otras veces en la propia casa mortuoria. Era ofrecida por los familiares del fallecido y la recibían todos los participantes en las exequias fúnebres.

En Mendiola (A), finalizado el funeral procedían a distribuir la caridad entre los asistentes: a los hombres pan y vino; a las mujeres y a los niños únicamente pan. Se recuerda que este refrigerio variaba según el estamento de la familia del difunto; si ésta era rica, se servía pan, vino y queso; si media, pan y vino; y si era pobre, únicamente se ofrecía pan.


 
  1. Las cofradías religiosas que tuvieron una gran incidencia en las costumbres funerarias, como después veremos, prescribían en sus constituciones la asistencia “por caridad cristiana” a los entierros de los hermanos cofrades.
  2. AEF, III (1923) pp. 66-67.
  3. AEF, III (1923) pp. 51-53.
  4. Salustiano VIANA. “Estudio etnográfico de Lagrán” in Ohitura, 1 (1982) p. 58.