La inhumación en el interior de la iglesia
A partir del siglo XII la tendencia comenzó a ser la de sepultar dentro de las iglesias, sobre todo en las de las órdenes religiosas (cluniacenses y cistercienses) y mendicantes (franciscanos, etc.). La gente disputaba por ser sepultada dentro de las iglesias conventuales y también en las parroquiales.
Según Frankowski a principios del siglo XIV era general en Gipuzkoa el enterramiento en las iglesias y suponía que tal costumbre tenía mayor extensión. «Existe un documento muy curioso expedido en 4 de enero de 1324 por el rey D. Alfonso XI a la primitiva población de Azcoitia, llamada de San Martín de Iraurqui, fundada cerca de la ermita del mismo nombre. En esta cartapuebla se lee lo siguiente: Por grant voluntad que he de facer bien e merced a todos los pobladores de la mi puebla de Sant Martin de Iraurqui, que quisieren ir allá a poblar, también a los de agora y son pobladores, como a los que serán de aquí adelante para siempre jamás, doles e otorgoles que hayan los fueros e las franquezas que han los de Mondragon en todas cosas: e porque es muy grant mio servicio, mando que hayan los de la dicha mi puebla y en la dicha villa iglesia para enterramiento e para oir misa e las otras cosas que han menester»[1].
«A principios del siglo XVI ya estaba generalizado en el país el enterramiento dentro de las iglesias, a lo que hacen referencia los libros de defunciones de aquella época hablando de las sepulturas familiares de las parroquias»[2].
Una vez extendida la costumbre se buscó no sólo estar enterrado en el lugar más santo, la iglesia, sino también dentro de ésta lo más cerca posible del altar mayor y las zonas privilegiadas de culto. La competencia por lograr sepulturas bien ubicadas dio lugar a no pocos problemas y pleitos.
Esta costumbre estuvo muy arraigada hasta el punto de que los moribundos en sus últimas voluntades y testamentos dejaban bien atado, por escrito, cómo y dónde debía ser su entierro.
A su vez esto se tradujo en que la planta de la fábrica de las iglesias fuera ajustada al número de casas y por lo tanto de sepulturas. Allí donde se incrementaban las poblaciones es donde disponen de templos más grandes. Cuando se construía una iglesia nueva, tras derribarse la vieja, había que volver a realizar una reordenación general de las sepulturas. Si bien en principio se respetaba el plano de las de la antigua iglesia, en la subasta de las sepulturas los nuevos ricos pujaban por las mejores, esto es, las más próximas al altar.
La existencia de sepulturas reales en el lugar que posteriormente fue sepultura simbólica, se constata por la aparición de restos humanos cada vez que se han realizado movimientos de tierras en el interior de las iglesias (Amezketa-G, San Martín de Unx-N).
En Bermeo (B) al levantar los suelos de la parroquia de Alboniga y de la ermita del Angel de la Guarda, próxima a ella, aparecieron también huesos. En Azkaine (L), bajo el coro.
En Garde (N), aunque no existe ningún vestigio, era creencia desde antiguo que debajo de cada sepultura estaban enterrados los antepasados de la casa a la que pertenecía. También en Galaneta (A), Ziortza (B) y Lekunberri (N) se decía que los cadáveres se enterraban en la iglesia.
En Ataun (G) también existió la costumbre de enterrar los muertos dentro del recinto sagrado de la iglesia en el mismo lugar en donde sus descendientes habían de congregarse encendiendo luces sobre la tumba y elevando piadosas plegarias en su recuerdo. Al aumentarse la población los templos se hicieron insuficientes[3]. En la iglesia de San Gregorio debieron de ser enterrados en otro tiempo cadáveres, como lo revelan los huesos humanos descubiertos cuando en alguna ocasión ha sido removido su subsuelo. Lo mismo ocurrió en la iglesia de San Martín y aún en sus alrededores, fuera de la iglesia. Pero ni en buena parte de las sepulturas de San Gregorio (las correspondientes a la parte nueva), ni tampoco en las de la iglesia parroquial de Aia ha sido enterrado un sólo cadáver; con todo reciben el nombre de sepulturas y están asignadas a diferentes casas de sus respectivas parroquias y sólo son sepulturas para los efectos de culto[4].
En Oiartzun (G) se decía que debajo del entarimado de madera había un piso enlosado en el que estaban marcadas las sepulturas, algunas de ellas con muy buen adorno en relieve o grabado[5]. En San Román de San Milán (A) bajo la tarima del suelo hay hileras de sepulturas de piedra de sillería. Cada sepultura está cubierta por tres o cuatro losas, una de las cuales dispone de un pequeño agujero para meter el hierro con el que se levantaba a fin de introducir el cadáver.
En San Martín de Unx (N) las fuesas se debieron de emplear como lugar de inhumación hasta el siglo XVIII. Al sustituirse el suelo de madera por el de piedra, en 1977, afloraron gran cantidad de huesos humanos en desorden, revueltos posiblemente al entarimarse el suelo del templo en 1873. Llamó la atención que bajo el coro aparecieran los ataúdes de una anciana y un niño, en regular estado de conservación, por lo que se supone que no habían sufrido ningún traslado desde su inhumación. Tal vez fueron éstos los últimos enterramientos, acaso en las postrimerías del siglo XVIII. En Aoiz (N) se enterró en el interior de la iglesia hasta 1804.
Los modos y lugares de enterramiento en el interior de las iglesias estaban bien regulados por las normas establecidas en las Constituciones Sinodales de los diferentes obispados.
En Moreda (A) los pobres eran enterrados debajo del coro, en el lugar más lúgubre de la iglesia, o en el exterior. El pueblo llano que pagaba religiosamente su sepultura, era inhumado en cualquiera de las existentes a lo largo y ancho del templo. Los nobles-hijosdalgo, miembros de las familias más pudientes de la villa, se enterraban en lugares privilegiados, como las capillas de San Juan y San Miguel.
En Izurza (B) cada sepultura llevaba en su losa cimera un número que correspondía a la casa a la que pertenecía. Existían además en la terminación de la nave, junto a la puerta de entrada, varias sepulturas, sin número alguno, que presumiblemente estaban destinadas al enterramiento de pobres, transeúntes o personas no vinculadas a una casa determinada del pueblo. Estas antiguas sepulturas todavía existen bajo la actual tarima de madera[6].
Los restos óseos aparecidos en el cimenterio de la parroquia de la villa de Bermeo (B) atestiguan estas prácticas así como que en el interior se enterraba preferentemente a los grandes señores que disponían de capillas o lugares expresamente reservados para ellos.
En algunas localidades como Zerain (G), Sangüesa y Mana (N) se enterraba también en el exterior del templo a personas de rango social más bajo como indigentes, pobres o transeúntes.
En Viana (N) durante la Edad Media tan sólo se enterraba dentro de las iglesias parroquiales a personas importantes, además de los clérigos. Los dos templos tuvieron adosados al edificio terrenos de considerable extensión, con paso directo, para inhumar a los difuntos. A partir del siglo XVI se generalizaron las sepulturas dentro del pavimento de las iglesias, aunque sin abandonar la costumbre de enterrar en el cementerio exterior. Por esta razón el suelo del templo se dividió en filas de sepulturas numeradas que seguían por lo general la dirección del edificio. A causa del deseo de los fieles de ser inhumados lo más próximos al presbiterio se establecieron precios distintos, según la cercanía o lejanía de aquél, de tal forma que las sepulturas más baratas eran las más alejadas, bajo la bóveda del coro a los pies de la iglesia. Las personas nobles colocaban en una de las tres piedras de la tumba, la central, sus escudos heráldicos. Otros se conformaban con poner el nombre del difunto u otra indicación de propiedad.
En esta localidad el pavimento de las iglesias parroquiales sigue dividido en sepulturas. Tienen éstas unas dimensiones de 2,18 x 0,81 m. y constan de tres piedras, bordeadas también por un cerquillo de piedra; la central va provista de un orificio por el que se introducía un hierro para abrir la tumba. El actual encajonado de las sepulturas de Santa María data de 1693.
Las tres parroquias de Sangüesa (N): Santa María, Santiago y San Salvador, tuvieron en siglos pasados un doble cementerio, uno exterior junto al templo y otro interior en el mismo pavimento. A partir del siglo XVI, sin dejar de enterrar en el cementerio exterior, se fueron generalizando las inhumaciones dentro del templo, para lo que comenzó a parcelarse su solar en sepulturas familiares. Las daba en posesión el Patronato parroquial a veces para agradecer limosnas o servicios prestados a la Iglesia. Por otra parte algunas familias nobles compraron terreno dentro de la iglesia y edificaron junto a las naves laterales sus capillas particulares para asistir allí a los cultos parroquiales y para enterramiento de sus difuntos. El escudo heráldico, generalmente en alto, indicaba rango y propiedad. Los pleitos por las sepulturas entre particulares y parroquia fueron muy frecuentes sobre todo en el siglo XVI. Desde que se comenzó a enterrar dentro de la iglesia, los cementerios exteriores fueron poco a poco abandonándose, aunque no del todo, y prueba de ello son los frecuentes mandatos episcopales en los siglos XVI y siguiente para que en ellos no se jugase a pelota ni a cartas.
En Zerain (G) hasta que se prohibió enterrar en el interior de los templos las sepulturas ocuparon la parte zaguera de la iglesia. Cada una correspondía a una familia, propietaria o inquilina, reservándose varias a los servidores del templo, otra para el ayuntamiento y algunas para vecinos de las villas próximas, seguramente de familias originarias de Zerain. Además en el muro al lado del Evangelio se encuentra el sarcófago del Señor de Zerain.
Con motivo de la ampliación de la antigua fábrica se reordenaron los emplazamientos de las sepulturas y en 1737 el Vicario relaciona la nueva distribución «en razón de las variaciones que las nuevas cimentaciones han producido». Las modificaciones que se hicieron a través del tiempo dieron lugar a una nueva repartición en 1885 que se ha mantenido con pequeños cambios hasta hoy día. Al dejarse de enterrar en el interior de la iglesia se transformó el solado de la misma, colocándose un combinado de enlosado y entarimado de madera de roble con dibujo que reproduce las antiguas sepulturas. En 1989 el lugar destinado a las sepulturas simbólicas fue ocupado por bancos corridos por decisión de la Junta Parroquial, desapareciendo todos los cultos que se celebraban sobre las mismas.
En Allo (N) hasta el primer cuarto del s. XVII cuando se deseaba realizar un enterramiento en el interior del templo se efectuaba la solicitud a los primicieros de la iglesia y éstos señalaban la sepultura que estaba libre. A cambio recibían una limosna de veinticinco reales. Durante el año siguiente los familiares acudían a dicha sepultura, pero una vez transcurrido éste, la misma retornaba a la iglesia. Era sólo una parte de los vecinos la que se hacía enterrar en el interior de la iglesia. El elevado precio que importaba este alquiler era causa de que los pobres fueran inhumados en el cementerio exterior adosado a la fábrica.
- ↑ Eugeniusz FRANKOWSKI. Estelas discoideas de la Península Ibérica. Madrid, 1989, pp. 171-172. Información que cedió al autor el que fuera arcipreste de Eibar D. Eugenio Urroz.
- ↑ Eugeniusz FRANKOWSKI. Estelas discoideas de la Península Ibérica. Madrid, 1989, p. 172.
- ↑ Juan de ARIN DORRONSORO. “Ataun. Toponimia de carácter religioso” in AEF, IX (1929) p. 49.
- ↑ AEF, III (1923) pp. 123-124.
- ↑ AEF, III (1923) p. 84.
- ↑ Gurutzi ARREGI, José Angel BARRIO LOZA, Ander MANTEROLA. Anteiglesia de Izurza. Izurza, 1990, p. 108.