Dificultades para sacar el ataúd de la casa

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Existió en tiempos pasados la creencia de que si el fallecido había manifestado en vida un trato poco humanitario con los mendigos, el ataúd en el que descansaba tendría dificultades para ser sacado de la casa mortuoria. Se trataría por lo tanto de una señal de condenación.

En Oiartzun (G) se recogió un relato según el cual ocurrió esto alguna vez. No se pudo sacar por la puerta el cadáver de uno que tuvo la costumbre de arrojar por la ventana la limosna a los pordioseros que se acercaban a la puerta de la casa. Alguien se acordó entonces de que el difunto había tenido esta mala costumbre y habiendo probado si podían sacarlo por la ventana, lo consiguieron sin esfuerzo alguno. Cosa parecida ocurre con aquél que no abre toda la puerta al dar la limosna sino que la ofrece por la atagaiña, o sea, por la cuarta superior de la puerta que se abre a modo de ventana[1].

En Orozko (B) creían que si el difunto, al dar en vida limosna a los pobres que se acercaban a su casa, lo hacía por alguna ventana y no por la puerta, su cadáver no podría cruzar ésta y habría de sacarse necesariamente por dicha ventana. Contaban en esta localidad de una mujer poco caritativa que las pocas veces que dio alguna limosna a los mendigos lo hizo alargándosela por la ventana de la cocina. Cuando murió fue imposible pasar su cadáver por el umbral de la puerta de la casa y hubo que sacarlo por la ventana de la cocina[2].

En Zegama (G) sucedió una vez que tuvieron que sacar un cadáver por la ventana ya que por la puerta no pudieron porque el fallecido no daba en vida limosna a los pobres por la puerta sino por la ventana[3].

Igualmente decían en Ataun (G) que el cadáver de la persona que había tenido costumbre de dar limosna a los mendigos por una ventana o por encima de la hoja inferior de la puerta no podía ser sacado si no era por el mismo sitio por donde alargaba la limosna[4].

En Meñaka (B) se contaba que a la muerte de un molinero, los cuatro hombres destinados para conducir el ataúd al cementerio no lo pudieron conseguir aun empleando todas sus fuerzas. Entonces el cura que asistía a la conducción mandó que llamaran a cuatro molineros. Estos lo portaron sin tropiezos ni dificultades pero al llegar a una cuesta desaparecieron con el féretro[5].


 
  1. AEF, III (1923) pp. 79 y 88.
  2. AEF, III (1923) p. 8.
  3. AEF, III (1923) p. 109.
  4. AEF, III (1923) p. 117.
  5. AEF, III (1923) p. 33.