Cambios

Saltar a: navegación, buscar

Curanderos de luxaciones

107 bytes añadidos, 15:13 4 jul 2019
sin resumen de edición
En Astigarraga (G) se acude al curandero de Betelu, que también pasa consulta en las ferias guipuzcoanas semanales de Ordizia, Tolosa y Azpeitia y a domicilio si es necesario. Coloca el hueso en su sitio valiéndose sólo de sus manos. A veces pone además emplastos. Otras venda la zona y recomienda reposo de cuarenta días. En ocasiones no aplica ningún vendaje pero al reposo de cuarenta días le sigue una cura de aceite y sol.
En Hondarribia (G) había un ''petrikillo ''especializado en estas faenas. Era tan bueno que solicitaban sus servicios todos los vecinos e incluso gente foránea. En Berastegi (G) también acuden a un ''petrikillo''.
En Bidegoian (G) cuando se dislocaban el brazo, el tobillo, la cadera o algún otro hueso se intentaba colocar en casa o se iba al ''petrekilo''. Hoy en día se acude a éste o a un médico especializado.
En el Valle de Erro (N) los casos de fractura se consultaban con la curandera de Linzoain, pueblo situado en el propio valle. Ella aprendió de su padre, natural de esta misma localidad, a tratar las roturas y dislocaciones de huesos. Tanto para las unas como para las otras aplicaba en la zona un emplasto elaborado con clara de huevo y hollín, vendaba la parte afectada y volvía a dar el mismo ungüento cada dos o tres días hasta que sanaba. Otra curandera muy considerada era la llamada de Auza. Natural de Ilarregi, en el Valle de Ultzama, aprendió las enseñanzas de su abuela, curandera también muy famosa. Tras casarse se fue a vivir a Auza, donde ejerció su oficio. Preparaba una pomada muy buena para los dolores musculares o de reuma. También reducía fracturas y dislocaciones. En algunas casas solían tener permanentemente el llamado ''bálsamo de la curandera''.
Iribarren conoció en Tudela (N) un curandero muy hábil en encajar huesos al que llamaban el Escacho, que era afamado en el contorno. Después de reducir la luxación, para lo cual aplicaba su propia saliva, ceñía la parte lesionada con unas ''pilmas ''de estopa empapadas en miel y trementina. Esta habilidad la había heredado de su madre, que siendo muy vieja seguía ejerciendo esta actividad y suplía con astucia y maña la falta de vigor. Una vez, desesperada de no poder ensamblarle a uno el ''jugadero ''de la rótula, le hizo tenderse en las baldosas; se puso ella a bailar y diciéndole: “Mire, mire qué garbo tengo”, cuando lo tuvo distraído le hundió su calcañar en la rodilla logrando así encajarle los huesos. Según este autor: “La más famosa curandera de nuestros tiempos era la de Ilarregi. No había luxación que no arreglara. Incluso médicos acudían a su consulta. Al morir, heredóla en el arte una sobrina”<ref>José Mª IRIBARREN, ''Retablo de curiosidades: zambullida en el alma popular''. Zaragoza: 1940, pp. 243-244.</ref>.
Estos curanderos además de arreglar las lu- xaciones luxaciones han sabido tratar los esguinces y otros problemas musculares o de naturaleza similar.
En Murchante (N) dicen que a consecuencia de los esfuerzos realizados en las tareas del campo ocurre a veces que los tendones de los brazos se montan unos sobre otros. Es lo que los murchantinos llaman ''acabalgamiento''. Para este mal se aplica desde antiguo una cataplasma conocida como ''pilma'', que también se empleaba para curar esguinces. Esta cataplasma la prepara desde los años cincuenta un vecino de la localidad, quien a su vez la aprendió de un pastor del pueblo. Hoy sus principales clientes son agricultores y albañiles. Antes de aplicarla, estira bien los tendones con una serie de masajes o friegas ayudado con vino o vinagre “para que corran mejor las manos” y hoy sirviéndose de una pomada. Si hay hinchazón añade al vino sal. Una vez preparado el brazo o el tobillo coloca la ''pilma''. Esta cataplasma se prepara con clara de huevo e incienso que el afectado tiene que pedir al cura. La pasta resultante se extiende y se cubre con una venda elaborada con estopa o cáñamo, que se va desprendiendo conforme se va curando. A veces también utiliza vendas.
En Obanos (N) algunos acuden igualmente al curandero de Fustiñana. También se conocía a la curandera de Ilarregi que reducía la luxación y ayudaba a curar el miembro inmovilizándolo y colocando un emplasto. Otra especialista en luxaciones para la zona de Cáseda (Navarra Media Oriental) era la Murita que mediante masajes “juntaba las carnes y untaba con una especie de emplasto que hacía con pez caliente y clara de huevo. Ya murió pero era muy eficaz”.
En Arberatze-Zilhekoa (BN) recuerdan que para las torceduras había ''ensalmadores ''en Maule, Pagola, Salis, etc. Se sabía de uno apodado ''Jainko ttipia'', el pequeño dios, que atendía en la zona de Baiona (L). Había también curanderos que recibían el nombre de ''damnatuak''. Los ''ensalmadores ''tomaban el miembro desencajado y lo volvían a colocar en su sitio sin contemplaciones. Después aplicaban un pequeño masaje. Contra el desgarro muscular, ''zain behardura'', se acudía a una fuente donde se permanecía alrededor de media hora con el miembro lesionado bajo el agua que corría. Se hacía esto mismo durante cinco días seguidos. Hoy en día los masajistas y fisioterapeutas, que son parte del personal sanitario, ejercen su especialidad con aquellos enfermos que lo necesiten (Bermeo-B).
127 728
ediciones