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Curanderos sasimedikuak

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Barriola distingue entre los típicos curanderos, muy del país, ocupados en el tratamiento de cuantos males se les presentan, manejadores de pócimas y emplastos con o sin fórmulas mágicas o ensalmos complementarios, de aquellos otros dedicados, no con exclusividad pero sí de preferencia, a curar huesos quebrados, tirones o dislocaciones y heridas varias<ref>Ignacio Mª BARRIOLA. ''El curandero Petrequillo''. Salamanca: 1983, p. 13.</ref>. Esta diferenciación es la que mantenemos también en nuestro trabajo, que ni pretende ser un recuento de los curanderos del país ni recurre a la información bibliográfica, sino que es una constatación de su existencia basada en los datos aportados en nuestras encuestas de campo.
El mismo autor señala que dentro de la amplia gama de curanderos de ambos sexos la gente suele distinguirles con algún nombre particular debido a la especialidad que, preferentemente, cultivan. Así los hay emplasteros; ''errezu-egileak'', si curan con rezos; ''ziñatzail eak, ''si signan o conjuran; y ''petrikiloak'', en sentido genérico si tratan los huesos<ref>Idem, Ignacio Mª BARRIOLA. ''La medicina popular en el País Vasco, ''op. cit.San Sebastián: 1952, p. 127. Esta obra dedica un capítulo a algunos curanderos famosos de Gipuzkoa, tales como ''Arnobate'', ''Masa-Martin'', ''Petriquillo'', ''Sakabi ''y ''Trukuman''. Vide pp. 135-151.</ref>. Algo similar es lo que hacen en Bermeo (B) donde nombran a los curanderos según la labor que desempeñen, así se llama ''enplasterea'', emplastera, a la que se dedica a aplicar emplastos, siempre son mujeres; ''zantiratu egiten dauena'', a la sanadora de torceduras; ''begizkuna egiten dauena'', a la que practica el desaojamiento; etc.
Los curanderos pertenecen con frecuencia a sagas familiares y los herederos actuales del oficio cuentan ordinariamente con la titulación de practicante, ayudante técnico sanitario o similar para ejercer su profesión sin que les puedan acusar de intrusismo. En tiempos pasados, la mejor salvaguarda de los curanderos era el fervor popular que los sostenía y que impedía, generalmente, lograr que prosperaran las denuncias<ref>Idem, Ignacio Mª BARRIOLA. ''El curandero Petrequillo'', op. cit.Salamanca: 1983, p. 21. El autor relata en este trabajo la historia de la saga de los curanderos Telleria, ''Petrequillo'', sobre todo del que alcanzó más fama por haber atendido al general Zumalacarregui. Dejó huella indeleble en la mente popular hasta tal punto que se sigue apodando con este nombre genérico a los curanderos que se ocupan del tratamiento de traumatismos y fracturas.</ref>. Los conocimientos, bien sea dentro o fuera de la familia, se transmiten de una persona a otra. En Bermeo (B) no mencionan que se haya de tener ninguna circunstancia especial para que alguien tenga capacidad de curar, si acaso hacen hincapié en la importancia de que la fecha de nacimiento sea en un día señalado, como por ejemplo San Juan.
Tradicionalmente, según los datos recabados en nuestra investigación de campo, dos son las especialidades de curandería que han gozado de mayor prestigio: la de los componedores de huesos, ''hezur-konpontzaileak ''o ''petrikiloak'', y la de quienes arreglaban el “estómago caído”. Dos precisiones de interés: la primera, que en ocasiones el curandero se ha iniciado en su labor con animales y luego la ha extendido a las personas; de hecho la figura del sanador es un precedente suyo aunque durante algún tiempo hayan convivido ambas figuras. La segunda observación es que en algunas dolencias, como las fracturas de huesos, problemas de tendones y aplicaciones de yerbas para determinados males, las personas encargadas de la sanación han sido, preferentemente, mujeres.
En numerosos lugares se apunta que se iba o se va al curandero cuando no se encuentra solución a la dolencia en la medicina alopática o el paciente busca resultados milagrosos (Bernedo-A; Muskiz, Orozko-B; Bidegoian, Oñati, Zerain-G; Allo, Aoiz-N). También en muchos pueblos se ha recogido que hubo un tiempo en que la gente acudía antes al curandero que al médico; esto sobre todo ocurría y sigue ocurriendo en los casos de fracturas y luxaciones de huesos (Elosua, Hondarribia, Zerain-G; Goizueta, Izal, Izurdiaga, Lekunberri, Murchante-N). Asimismo, en ocasiones, se ha solido ir a los curanderos porque eran personas conocidas que ponían remedio a las dolencias y a algunos les resultaba más barato que ir al médico.
Ha sido común que en las propias localidades o en pueblos próximos hubiera curanderos, bien para cualquier dolencia o especializados en alguna. Antiguamente el oficio de curandera, o al menos el aplicar determinados remedios asistenciales, podía recaer en la comadrona, partera o el practicante local. Barriola señala que la penuria de profesionales de la medicina en tiempos pasados, el aislamiento de las viviendas en la zona rural, junto con la tendencia de los propios habitantes explica en cierto modo su afición curanderil<ref>IbidemIgnacio Mª BARRIOLA. ''El curandero Petrequillo''. Salamanca: 1983, p. 40.</ref>. Nuestros informantes advierten que hoy día las visitas a los curanderos se realizan a veces a escondidas o pocos son los que lo confiesan abiertamente.
Existe constancia también de haber consultado antiguamente con el sacerdote del pueblo para buscar orientación o para que recomendara lo más conveniente (Astigarraga, Telleriarte-G; Lekunberri-N). En los propios conventos ha habido religiosos dedicados a elaborar y aplicar emplastos. Así en Abadiano (B) se ha consignado que se recurría con frecuencia a las monjas de la vecina localidad de Elorrio en demanda de emplastos. En Astigarraga (G) en los años treinta en los casos de pleura e hidropesía, ''antropesia'', se acudía en petición de ayuda a un fraile de Lekaroz (N). Los capuchinos de este convento eran consultados tradicionalmente para numerosas afecciones por su gran conocimiento en remedios populares de dolencias.
En las primeras décadas del s. XX adquirió gran fama un componedor de huesos, ''azur-konpontzailea'', de nombre Julián Arrillaga, natural de Mendaro, y residente en Elgoibar (G). A él acudían, entre otros lugares, desde el vizcaino Valle de Arratia. Según los ancianos del lugar, tenía una extraordinaria habilidad en los vendajes y si bien no era médico titulado sino ''sasimedikua ''(pseudo-médico) había obtenido en Madrid una licencia de ''petrikillo ''para dedicarse a esta labor de curar fracturas y torceduras. En Mendiola (A) dicen que para problemas de reuma y articulaciones, la persona más solicitada era don Antonio, el curandero de Elgoibar. De Abadiano (B) acudían a un afamado curandero elgoibarrés, apodado ''Arnobatekoa, ''para los casos de fracturas. En Bermeo (B) hay constancia de que se acude al masajista de Elgoibar.
En Liginaga (Z), Arberatze-Zilhekoa y Do- noztiri (BN) para curar las fracturas de huesos se recurría a curanderos especializados en esta materia, se les llamaba ''damnatuak''. Había uno de éstos en Izura / Ostabat (BN). En Arbera- tzeArberatze-Zilhekoa, según dicen los informantes, había ensalmadores para el arreglo de huesos por toda Vasconia continental.
== Curanderos de enfermedades diversas ==
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Barriola advierte que el fenómeno de la curandería cuenta con raíces profundas y el recurso a ella es como la última solución para quienes en la ciencia no han encontrado remedio a sus males. Lo confirma el incremento del prestigio de las plantas, de la medicina naturista y de métodos sugestivos, fundamento de la vieja curandería y nuevo cariz de la moderna. Con visos más o menos científicos, tanto las prácticas curanderiles como la fe en ellas, perdurará<ref>Ignacio Mª BARRIOLA, . ''El curandero Petrequillo'', op. cit.Salamanca: 1983, p. 41.</ref>.
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