Curanderos, sasimedikuak
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Barriola distingue entre los típicos curanderos, muy del país, ocupados en el tratamiento de cuantos males se les presentan, manejadores de pócimas y emplastos con o sin fórmulas mágicas o ensalmos complementarios, de aquellos otros dedicados, no con exclusividad pero sí de preferencia, a curar huesos quebrados, tirones o dislocaciones y heridas varias[1]. Esta diferenciación es la que mantenemos también en nuestro trabajo, que ni pretende ser un recuento de los curanderos del país ni recurre a la información bibliográfica, sino que es una constatación de su existencia basada en los datos aportados en nuestras encuestas de campo.
El mismo autor señala que dentro de la amplia gama de curanderos de ambos sexos la gente suele distinguirles con algún nombre particular debido a la especialidad que, preferentemente, cultivan. Así los hay emplasteros; errezu-egileak, si curan con rezos; ziñatzail eak, si signan o conjuran; y petrikiloak, en sentido genérico si tratan los huesos[2]. Algo similar es lo que hacen en Bermeo (B) donde nombran a los curanderos según la labor que desempeñen, así se llama enplasterea, emplastera, a la que se dedica a aplicar emplastos, siempre son mujeres; zantiratu egiten dauena, a la sanadora de torceduras; begizkuna egiten dauena, a la que practica el desaojamiento; etc.
Los curanderos pertenecen con frecuencia a sagas familiares y los herederos actuales del oficio cuentan ordinariamente con la titulación de practicante, ayudante técnico sanitario o similar para ejercer su profesión sin que les puedan acusar de intrusismo. En tiempos pasados, la mejor salvaguarda de los curanderos era el fervor popular que los sostenía y que impedía, generalmente, lograr que prosperaran las denuncias[3]. Los conocimientos, bien sea dentro o fuera de la familia, se transmiten de una persona a otra. En Bermeo (B) no mencionan que se haya de tener ninguna circunstancia especial para que alguien tenga capacidad de curar, si acaso hacen hincapié en la importancia de que la fecha de nacimiento sea en un día señalado, como por ejemplo San Juan.
Tradicionalmente, según los datos recabados en nuestra investigación de campo, dos son las especialidades de curandería que han gozado de mayor prestigio: la de los componedores de huesos, hezur-konpontzaileak o petrikiloak, y la de quienes arreglaban el “estómago caído”. Dos precisiones de interés: la primera, que en ocasiones el curandero se ha iniciado en su labor con animales y luego la ha extendido a las personas; de hecho la figura del sanador es un precedente suyo aunque durante algún tiempo hayan convivido ambas figuras. La segunda observación es que en algunas dolencias, como las fracturas de huesos, problemas de tendones y aplicaciones de yerbas para determinados males, las personas encargadas de la sanación han sido, preferentemente, mujeres.
En numerosos lugares se apunta que se iba o se va al curandero cuando no se encuentra solución a la dolencia en la medicina alopática o el paciente busca resultados milagrosos (Bernedo-A; Muskiz, Orozko-B; Bidegoian, Oñati, Zerain-G; Allo, Aoiz-N). También en muchos pueblos se ha recogido que hubo un tiempo en que la gente acudía antes al curandero que al médico; esto sobre todo ocurría y sigue ocurriendo en los casos de fracturas y luxaciones de huesos (Elosua, Hondarribia, Zerain-G; Goizueta, Izal, Izurdiaga, Lekunberri, Murchante-N). Asimismo, en ocasiones, se ha solido ir a los curanderos porque eran personas conocidas que ponían remedio a las dolencias y a algunos les resultaba más barato que ir al médico.
Ha sido común que en las propias localidades o en pueblos próximos hubiera curanderos, bien para cualquier dolencia o especializados en alguna. Antiguamente el oficio de curandera, o al menos el aplicar determinados remedios asistenciales, podía recaer en la comadrona, partera o el practicante local. Barriola señala que la penuria de profesionales de la medicina en tiempos pasados, el aislamiento de las viviendas en la zona rural, junto con la tendencia de los propios habitantes explica en cierto modo su afición curanderil[4]. Nuestros informantes advierten que hoy día las visitas a los curanderos se realizan a veces a escondidas o pocos son los que lo confiesan abiertamente.
Existe constancia también de haber consultado antiguamente con el sacerdote del pueblo para buscar orientación o para que recomendara lo más conveniente (Astigarraga, Telleriarte-G; Lekunberri-N). En los propios conventos ha habido religiosos dedicados a elaborar y aplicar emplastos. Así en Abadiano (B) se ha consignado que se recurría con frecuencia a las monjas de la vecina localidad de Elorrio en demanda de emplastos. En Astigarraga (G) en los años treinta en los casos de pleura e hidropesía, antropesia, se acudía en petición de ayuda a un fraile de Lekaroz (N). Los capuchinos de este convento eran consultados tradicionalmente para numerosas afecciones por su gran conocimiento en remedios populares de dolencias.
Hoy día hay quienes recurren a la medicina homeopática; algunos visitan las consultas de los naturópatas, herboristeros e incluso se solicita consejo en centros de estética y masaje.
Curanderos locales
Prácticamente en todas las localidades encuestadas hay constancia de la existencia de algún curandero. En Apodaca (A) antiguamente en la zona había personas especialistas en roturas, sobre todo rebañeros. En Carranza (B) en tiempos pasados las fracturas eran recompuestas por curanderos del propio Valle. Se trataba de personas con conocimientos empíricos sobre estos menesteres, heredados de alguno de sus padres o familiares y que, a menudo, se habían iniciado tratando vacas. Sólo cuando la fractura revestía gravedad se acudía al médico. Se recuerda a un curandero pasiego, afincado en un barrio de la localidad, que ya en los años cuarenta acudía en yegua cuando se solicitaban sus servicios, tanto para curar personas como vacas. También hubo otro afamado curandero, que ejerció sobre todo en los decenios de los setenta y ochenta, cuyo renombre trascendió los límites del Valle, que mediante la aplicación de masajes remediaba los males de huesos.
En Moreda (A) la curandera de la propia localidad con yerbas aplicaba remedios a muchas enfermedades. En Pipaón (A) hasta los años setenta hubo curanderos, así una mujer recomponía roturas de huesos y estiramiento de tendones; una familia de curanderos arreglaba el punto o estómago caído; otro tenía poder para sanar con las manos reumas y dolores varios. En Ribera Alta y Valdegovía (A) para torceduras, dislocaciones de huesos y estómago caído se recurría al curandero. En Valdegovía también había quien curaba las verrugas mediante conjuro.
En Bedarona (B) se acudía a la curandera de la vecina localidad de Ispaster en busca de emplastos y ella solía venir a su vez a las casas que así se lo pedían a hacer el zantiratu o sanación del tendón. También en otro pueblo próximo, Ibarrangelu, se sabía de una mujer que hacía emplastos y ligaduras, amarrak. En Bermeo (B) había varias curanderas locales. Juli Gandiaga, apodada Juli Amillotxa, estaba especializada en remediar el begizkuna, mal de ojo; zantiratua, torcedura; urdillena, lo del estómago y gangallena, escrófula. Rafaela Astorkiza practicaba las mismas especialidades que la anterior en el barrio de pescadores. Eusebi Zallo ejerció labores de partera en el núcleo urbano, realizaba el zantiratua y tenía amplios conocimientos de otras dolencias, y Sebastiana Elorriaga. Además se sabía de otras muchas personas que conocían y aplicaban remedios de la medicina popular. En la vecina localidad de Mundaka (B) en los años treinta tuvo gran predicamento una adivinadora.
En Muskiz (B) hubo una curandera local especialista en colocar huesos y arreglar distensiones y otra que quitaba las verrugas. En la localidad vecina de Arcentales hay una especialista en soriasis que aplica un mejunje de yerbas que ella elabora. En Lemoiz (B) se acudía al curandero de huesos, azur-emintzailea, de la vecina localidad de Laukiniz. En Nabarniz (B) una curandera local arreglaba el problema del estómago caído, biotz-koilarakoa. También ha habido mujeres que han practicado el zantiratua para resolver problemas de distensiones y de huesos. En Orozko (B) ha habido curanderos que arreglaban el problema del estómago caído. Muchas mujeres han realizado el zantiratua para las torceduras y hoy día sigue siendo práctica usual. En la vecina localidad de Areta (Llodio-A) hay una mujer que soluciona dolencias de huesos mediante masajes. Los curanderos de Orozko sanaban también el aojamiento, begizkoa.
En Astigarraga (G) se ha recogido que los curanderos más numerosos han sido y son los emplasteros, llamados enplasteroak o pomade roak, cuya especialidad son los granos, forúnculos, diviesos, heridas y similares. En la localidad de Altza (G) había uno, a quien sucedió su sobrina que residió en Astigarraga, y ambos sanaban ántrax y granos de pus. Otra emplastera residente en la localidad fue María, apodada Zikiro, sobrenombre que también utilizó su padre, nacida en el caserío Laskiñene de Txomin (Loyola) que curaba diviesos y granos con emplastos preparados en casa con diminutos cristales y miga de pan, ogi-mamia. La virtud del cristal molido que utilizaban todos los curanderos reside, al decir de los informantes, en que tiene la facultad de tiratu, es decir de atraer el pus de forma que la infección salga fuera. Para los caseríos alejados del casco urbano, existían personas de menor cualificación que curaban quemaduras y pus de infecciones y que iban de caserío en caserío. Existían también personas que curaban las quemaduras. En los años treinta en los casos de pleura e hidropesía, antropesia, se acudía a la abuela del caserío Ermita, que estuvo adosado a la ermita de Santiagomendi.
En Elgoibar (G), los vecinos del barrio de San Pedro acudían a la curandera del caserío Kortazo, quien elaboraba los distintos preparados en función de la dolencia, sobre todo emplastos de salvado. En Elosua (G) eran muy famosos los curanderos, xaximedikuak, de Azkoitia y el del caserío Sakabi. También se acudía al curandero Trukemon al que le venía el apodo de la casa del mismo nombre. Cuenta un informante que le curó una dolencia de la siguiente forma: el curandero le explicó cómo debajo de la piel tenemos una segunda piel, mintza, fina, llamada gia o dermis que él la tenía retorcida y le recetó el siguiente remedio: verter una cucharilla de canela en polvo en dos copas de alcohol puro y con la mezcla friccionar las partes doloridas; luego ponerse en la cintura un emplasto elaborado con vino y harina tamizada y sujetarlo con un corsé. Finalmente le dijo que se colocara en el muslo una teja atada con un paño de hilo mojado en vino para que le diera calor. En Bidegoian (G) se conocían sobre todo dos: Trukemon y Zakabia, ambos de Azpeitia (G) y en los casos de enfermedades graves o ante la imposibilidad de desplazarse el enfermo acudían ellos a la casa de la persona afectada de la dolencia. En Oñati (G) se consigna también que había una curandera local.
En Arraioz (N) en los años veinte y treinta, en los casos de roturas de huesos o torceduras se recurría a una curandera local. También aunque no se les llame curanderos hay dos hermanos de la localidad que recogen plantas curativas y preparan emplastos y pomadas. En Goizueta (N), en otro tiempo, solían ir en primer lugar donde una curandera local, que además ejercía de partera; una hija suya heredó ambas profesiones. Igualmente hoy día hay alguna persona en la localidad experta en yerbas utilizadas para curar enfermedades. En Murchante (N), al menos desde los años treinta, hubo un curandero local, al que ha sucedido otro, que se ocupaba del agarrotamiento, encabalgamiento, de los tendones, mediante la aplicación de la cataplasma llamada pilma (bizma)[5]. En Obanos (N) hay un curandero local que sana con yerbas y recibe mucha clientela del pueblo y alrededores. En Viana (N) también cuentan con un curandero local y otro natural de Desojo (N) que pasa consulta en Viana y adivina el futuro.
En Sara (L) se acudía a uno de los curanderos de la vecindad (caserío Landagarai), quien preparaba los remedios con yerbas, ponía ventosas, etc. El día de mercado de la localidad próxima de Donibane-Lohitzune recibía en este pueblo a sus clientes. En Arrauntz vivía otro curandero, muy reputado, a quien llamaban Jainko ttiki, pequeño dios que, además, era adivino.
Curanderos de huesos, hezur-konpontzaileak
En este apartado se han incluido los curanderos de huesos que han gozado de un mayor ámbito de influencia que el de la propia localidad. En otro capítulo de esta obra, el dedicado a las fracturas y luxaciones de los huesos, se trata más extensamente quiénes y cómo realizan la labor de arreglar este tipo de lesiones. Además, la especialidad del curandero, en ocasiones, no es única ni está totalmente delimitada y por tanto puede atender y aplicar remedios a dolencias diversas.
En Astigarraga, Beasain, Berastegi, Bidegoian, Elgoibar, Zerain (G) y Lekunberri (N) se ha constatado que para la sanación de fracturas y males de huesos se acudía al ezur-konpontzailea o petrikilo de Betelu (N). En Berastegi señalan que el hijo del anterior petriquillo de Betelu sigue atendiendo a su clientela en un bar de la localidad de Tolosa (G). En Zerain, localidad que ha sido la cuna de la saga de los petrikillos, para los problemas de huesos gozan también de fama los curanderos de Hernani, Lizartza (G) y Tafalla (N). Aseguran los informantes que los desplazamientos se realizan en automóvil y se siguen las indicaciones del curandero de una visita a otra que, normalmente, se espacia de uno a dos meses.
En Eugi, Lekunberri, Lezaun, Valle de Elorz, Obanos, San Martín de Unx, Tiebas y en la Cuenca de Pamplona (N), principalmente hacia los años cuarenta, para roturas y luxaciones de huesos se acudía a doña María Martínez Ezcurra, conocida como la curandera de Ilarregi (Valle de Ultzama-N). Elaboraba una cataplasma con vino, harina sin cerner, aceite y distintas clases de yerbas. Con ese ungüento calentaba el cuerpo del paciente lo que le permitía manipular los huesos a su antojo. También en Egozkue hubo otro curandero. Se valía de la piel de culebra para frotar la parte dolorida, así si uno tenía malestar en la cabeza, se la frotaba con ella.
En Apodaca, Moreda, Pipaón (A) y Zerain (G) se ha recogido que acuden al curandero de Fustiñana (N) generalmente para problemas de huesos como artrosis y roturas. En Murchante (N) dicen que a recibir masajes por esguinces y problemas similares se va a Fustiñana y Cintruénigo (N). En Aoiz (N) se ha aportado el dato de que es a partir de los años ochenta cuando se acude al “brujo” de Fustiñana (N) por dolencias de reuma, varices, piel y jaquecas. En Izal (N), en los casos de roturas y dislocaciones, se iba a recibir masajes y tomar las yerbas que recomendara la curandera de Castillonuevo. En Tiebas (N) para los masajes de lumbago se iba al curandero de Ibero (N).
En Moreda (A) para artrosis y masajes se visita a los curanderos de Viana (N); para traumatismos, huesos y catarros a los de Oyón (A) y Agoncillo (La Rioja); también se consulta a los de Andosilla y Falces (N). En Valdegovía (A) se acudía al curandero de Araya. En Apodaca y Pipaón (A), para problemas de huesos se acude hoy día a los curanderos de Vitoria (A).
En las primeras décadas del s. XX adquirió gran fama un componedor de huesos, azur-konpontzailea, de nombre Julián Arrillaga, natural de Mendaro, y residente en Elgoibar (G). A él acudían, entre otros lugares, desde el vizcaino Valle de Arratia. Según los ancianos del lugar, tenía una extraordinaria habilidad en los vendajes y si bien no era médico titulado sino sasimedikua (pseudo-médico) había obtenido en Madrid una licencia de petrikillo para dedicarse a esta labor de curar fracturas y torceduras. En Mendiola (A) dicen que para problemas de reuma y articulaciones, la persona más solicitada era don Antonio, el curandero de Elgoibar. De Abadiano (B) acudían a un afamado curandero elgoibarrés, apodado Arnobatekoa, para los casos de fracturas. En Bermeo (B) hay constancia de que se acude al masajista de Elgoibar.
En Liginaga (Z), Arberatze-Zilhekoa y Donoztiri (BN) para curar las fracturas de huesos se recurría a curanderos especializados en esta materia, se les llamaba damnatuak. Había uno de éstos en Izura / Ostabat (BN). En Arberatze-Zilhekoa, según dicen los informantes, había ensalmadores para el arreglo de huesos por toda Vasconia continental.
Curanderos de enfermedades diversas
Ya se ha señalado cómo algunos curanderos, sobre todo los no especializados en huesos, ejercen su labor atendiendo consultas muy variadas.
En Agurain, Berganzo y Amézaga de Zuya (A) se ha constatado que acudían a una curandera de San Román de San Millán (A) para casos de “estómago caído” y para consultas relacionadas con enfriamientos y reuma. En Amézaga de Zuya recuerdan que esta mujer daba masajes y colocaba unos parches sobre el miembro paralizado y ordenaba un tratamiento consistente en frotar la zona afectada con huesos de pata de buey cocidos. De Agurain para problemas similares se ha recurrido también a la curandera de Ocariz (A), y de Amézaga de Zuya también iban a Ayala (A).
En Astigarraga (G) el más afamado de los curanderos estaba en Errenteria (G). Curaba todo tipo de males. Utilizaba yerbas de variadas clases y emplastos de caracoles, incluso gatos muertos que colocaba sobre la tripa del enfermo para sanar males de intestino, de ahí le venía el sobrenombre de Doktor Zikin (doctor sucio). La familia Erdocia de Hernani (G), apodada Patas, ha sido curandera y emplastera por línea femenina hasta los actuales que son varones. Patas, padre, cura bocio, úlceras, heridas, erisipela, golpes y granos, y mastitis a personas y animales. Para curar la disipela aconsejaba al enfermo no moverse ni levantarse de la cama, colocándole alrededor de la pierna un arco con un palo.
En Bermeo (B), se ha consignado que, en los años setenta, una de las curanderas más afamada era la de Añorga (G); en Abadiano (B) iban al curandero de Otxandiano (B) apodado Txotxito que se dedicaba a preparar em plastos.
En Obanos (N) a curar las anginas se acude al brujo de Fustiñana (N) que las sana dando masajes en la muñeca con aceite; le visita gente de Pamplona y de toda la Ribera navarra. En Viana (N) también se ha constatado que se desplazan adonde este curandero. De Bermeo, en los años setenta, iban al curandero de Fustiñana que trataba, entre otras cosas, de amigdalitis infantiles y problemas musculares, lo resolvía con masajes y movilizaciones forzadas. Ante el elevado número de visitas que recibía desde Bizkaia acabó por “abrir consulta” en Bilbao. De la localidad bermeana también acuden a curanderos de Donibane-Lohitzune (L).
En Allo (N) los informantes mencionan los curanderos de Andosilla y Corella (N). En Izurdiaga (N) antiguamente se consultaba con el curandero de Unanua. En Murchante (N), hasta bien entrada la década de los ochenta, las personas que sufrían alopecia recurrían a un curandero de Cintruénigo (N). De Obanos (N) acuden a consultar al iridiólogo de Estella (N) y al vegetariano de Bilbao. De San Martín de Unx (N) se acercaban a los curanderos de Cascante e Irurzun (N), pero a finales del decenio de los setenta se había abandonado esta práctica. En Sangüesa (N), hacia los años cincuenta, se acostumbraba ir donde la curandera de Santa Cilia (Huesca); hoy día se recurre al curandero de Corella (N).
En Bermeo (B), Elosua, Bidegoian y Zerain (G) han consignado que se consulta con el brujo de Pamplona. En Arraioz (N) hoy día se acude a la acupuntura a Pamplona. De un tiempo a esta parte goza de gran predicamento don Antonio “el brujo de Burlada” (N), que diagnostica a través del iris, y tiene remedios para dolencias muy diversas. Recibe visitas y consultas de muchas poblaciones de toda Vasconia que, a menudo, acuden en grupos y así se ha constatado en Apodaca, Moreda (A); Bermeo, Orozko (B); Astigarraga, Berastegi, Oñati (G); Allo, Aoiz, Arraioz, Izurdiaga, Murchante, Obanos y San Martín de Unx (N). Algunos informantes señalan que aunque no te cure te tranquiliza (Berastegi).
El curanderismo tiene su clientela y por ello la gente para remediar sus males se traslada a los lugares donde le dicen que puede encontrar remedio o paliar su dolencia. Las encuestas han registrado datos de desplazamientos fuera del territorio que comprende nuestra investigación. Así a visitar a curanderos de Miranda de Ebro (Burgos) se va de Amézaga de Zuya (A) por soriasis, de Apodaca (A) por dolencias de huesos y de Oñati (G) por problemas bronquiales. A la consulta de curanderos de Soria, Zamora y Valladolid para males de huesos como artrosis y roturas se trasladan desde Apodaca y Pipaón (A). De Moreda (A) van al curandero de Calahorra y a varios de Logroño. De Orozko (B) acuden a curanderos de Zamora y Logroño. De Bermeo (B) se iba al curandero de Trabazos (Zamora) que se decía que curaba el cáncer.
Barriola advierte que el fenómeno de la curandería cuenta con raíces profundas y el recurso a ella es como la última solución para quienes en la ciencia no han encontrado remedio a sus males. Lo confirma el incremento del prestigio de las plantas, de la medicina naturista y de métodos sugestivos, fundamento de la vieja curandería y nuevo cariz de la moderna. Con visos más o menos científicos, tanto las prácticas curanderiles como la fe en ellas, perdurará[6].
- ↑ Ignacio M.ª BARRIOLA. El curandero Petrequillo. Salamanca: 1983, p. 13.
- ↑ Ignacio M.ª BARRIOLA. La medicina popular en el País Vasco. San Sebastián: 1952, p. 127. Esta obra dedica un capítulo a algunos curanderos famosos de Gipuzkoa, tales como Arnobate, Masa-Martin, Petriquillo, Sakabi y Trukuman. Vide pp. 135-151.
- ↑ Ignacio M.ª BARRIOLA. El curandero Petrequillo. Salamanca: 1983, p. 21. El autor relata en este trabajo la historia de la saga de los curanderos Telleria, Petrequillo, sobre todo del que alcanzó más fama por haber atendido al general Zumalacarregui. Dejó huella indeleble en la mente popular hasta tal punto que se sigue apodando con este nombre genérico a los curanderos que se ocupan del tratamiento de traumatismos y fracturas.
- ↑ Ignacio M.ª BARRIOLA. El curandero Petrequillo. Salamanca: 1983, p. 40.
- ↑ En Ablitas (Ribera navarra) llaman pilma a un emplasto elaborado con aguarrás y clara de huevo que colocado sobre un parche de estopa se aplica a la parte doliente en los casos de torcedura. Vide José M.ª IRIBARREN. Vocabulario navarro. Pamplona: 1984.
- ↑ Ignacio M.ª BARRIOLA. El curandero Petrequillo. Salamanca: 1983, p. 41.