Operaciones practicadas por los curanderos
A continuación se recogen varias descripciones de las prácticas efectuadas por curanderos.
En Bernedo (A) cuando alguien se rompía un hueso acudía al curandero de Quintana, que después de colocarlo en su posición correcta lo entablillaba con estopa, clara de huevo y cal, todo mezclado, tras lo cual lo cubría con una venda.
En Lemoiz (B) freían romero con el que se “ablandaba el hueso”, o daban friegas de alcohol al objeto de encajarlo. Después lo entablillaban y vendaban. Estas operaciones se encomendaban a un hombre de Laukiz, azur-emintzaillea, que gozaba de gran prestigio en la zona.
En Carranza (B) cuando alguien se fracturaba un hueso, una vez recompuesto se le inmovilizaba mediante un entablillado y una pasta que contenía como ingrediente principal pez. Esta operación se llamaba embismar y la pasta utilizada tenía la propiedad de solidificarse por lo que actuaba como la escayola. Antes de arreglar las fracturas o las luxaciones, al afectado se le daba a beber algo de coñac y durante las manipulaciones se le proporcionaba un palo o unos pañuelos para que los mordiese. Un informante recuerda que siendo niño un curandero de la localidad le compuso un brazo roto. Preparó una pasta de propiedades similares a la empleada para enyesar: Tomó hollín de la chimenea y lo cernió con un cedazo; le añadió una clara de huevo, pez y aceite; vertió la mezcla en una sartén y comenzó a removerla a la vez que seguía añadiendo aceite hasta que obtuvo una pasta consistente. Mientras tanto otra persona se había encargado de recoger cañas de escoba y rajarlas formando las tablillas necesarias para sujetar firmemente el brazo. Después de cortadas les afinaba los bordes y les recortaba las puntas para que no hiriesen la piel. Una vez preparadas las tablillas las dispuso paralelas sobre un trapo grueso, tomó la pasta, la vertió sobre ellas y luego la cubrió con otro trapo fino. A continuación, el informante posó su brazo encima y el curandero se lo envolvió bien prieto pero no excesivamente para evitar que se hinchase la mano, y con tiras de tela acabó de vendárselo. También hay quien recuerda que este hombre entablillaba la zona donde se hallase el hueso roto y a veces recortaba un pedazo de un pellejo de vino con la pez y lo aplicaba sobre la fractura. En Bedarona (B) se han constatado procedimientos similares.
En Astigarraga (G) se acude al médico o al ezur-konpontzailea de Betelu (N). Antaño también se iba al de Hondarribia (G). El anterior sasimedikua o petrikiloa, según los encuestados, cura los huesos desde hace cuarenta años. Toca con la mano la zona afectada para saber si el hueso está roto o se trata tan sólo de un esguince. En el primer caso envuelve la zona con un cartón y coloca alrededor una venda no muy fuerte. Después recomienda reposo durante cuarenta días sin mover el miembro afectado ni el vendaje, tras lo cual se comienza a frotar la zona con aceite y se pone al sol tantas veces como sea necesario.
En Hondarribia se encajaban bien los huesos y con unos palos se sujetaba la zona afectada para que no se moviese. Era muy importante casar bien los huesos antes de proceder a atar los palos pues de lo contrario el afectado podía quedar cojo o con la movilidad del brazo comprometida para el resto de su vida. Si además había hemorragia se aplicaba un emplasto de sal y vinagre. Un informante recuerda aún a un especialista hondarribitarra en componer huesos (Pedro Alcain). Para realizar la operación recurría a dos o tres robustos pescadores de los que solían pasar el rato en la cantina de la cofradía para que inmovilizaran al enfermo. Una vez seguro de que no se movería encajaba los huesos, sin anestesia, por supuesto.
En Beasain (G) si el hueso fracturado era una costilla se fajaba el pecho muy fuerte, casi hasta cortar la respiración, y se mantenía así unos quince días. Si se trataba de un brazo o una pierna se colocaba el hueso y se sujetaba con dos o tres tablillas, tras lo cual se vendaba fuerte y se mantenía así durante un mes. Si una vez entablillada la extremidad se inflamaba había que darle baños de agua con sal y siete dientes de ajo macerados en ella. Esto se repetía durante nueve días. Aún hoy en día muchos van al petrikillo antes que al médico para componer las fracturas óseas.
En Eugi (N) antaño se recurría a una mujer del barrio de Auza. Primeramente preparaba un bálsamo, gantzugailua, con vino y salvado que ponía sobre la zona afectada hasta que la mezcla, según se decía, llegase al hueso; de esta manera el mismo se podía manejar mejor. Después se estiraban los dos lados del hueso fracturado para restablecer la unión y por último se vendaba fuertemente la zona afectada, incluso sirviéndose de un cartón o un pedazo de madera para que el hueso quedase inmovilizado mejor.
En Goizueta (N) cuando la rotura se producía en el brazo o en la pierna la gente acudía a la curandera. Colocaba tablillas alrededor del miembro fracturado y luego las sujetaba bien hasta que los huesos soldasen. Si la fractura se producía en otra parte del cuerpo se sujetaba bien la zona lesionada, pero siempre resultaba más complicado.
En Obanos (N) se acudía a la curandera de Ilarregi que colocaba el hueso en su sitio y lo inmovilizaba aplicando un emplasto sobre la zona afectada.