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LOS RITOS FUNERARIOS EN IPARRALDE/es

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La influencia del clero ya no es la que fue y la “práctica eclesiástica” preocupa poco a las nuevas generaciones. Claramente, el ritual ha evolucionado, así como la actitud frente al difunto; los laicos se ven confrontados cada vez más a nuevas situaciones (clero que escasea, marcada descristianización del estilo de vida y del pensamiento, mercado de la muerte, familias desestructuradas, etc.). Este mundo antiguo que se va, ¿ayudará a construir el que se anuncia?
En la parte costera, se aprecia una ruptura total con respecto al interior. Allí, la muerte se trata fuera del contexto de la casa, ''etxe,'' , y del marco que forma la sociedad de los vecinos. En cuanto a los cristianos, allí más que en cualquier otro lugar, tienen que asumir su fe en medio de la indiferencia, en el mejor de los casos.
Estas son las tres vías que hemos explorado y especialmente las primeras, a saber el estado del rito funerario actual en la montaña, las tierras bajas del interior y el litoral. Nos hemos centrado en describir cuidadosamente las prácticas y sus variantes; hemos intentado resaltar las relaciones entre individuos y entre situaciones (con el fin de ver cómo se expresa la sociedad de los vecinos que fundamenta nuestra cultura, pero que, a día de hoy, no ha despertado ningún interés en la etnología de Iparralde). Hemos explorado el entorno urbanizado de la costa en su aspecto más avanzado en la vía de la “modernización”. Aquí y allá hemos señalado cambios recientes, pero nuestra intención ha sido ante todo retratar el mundo en el que se desenvolvían todavía nuestros padres; este es el testimonio que hemos querido construir, a modo de sólido punto de apoyo, y a él dedicamos este resumen.
De pronto la muerte golpea donde no se la espera, en un momento imprevisto. Se evoca aquí una especie de resignación, de destino (''jin beharra'', ''gertatu beharra zen'') como si nuestra aventura estuviera ya escrita. Agravando este concepto, la persona que padece la muerte nos muestra que existe algo en nosotros que nos supera; así reza ese dicho tan conocido: ''odolak baduela hamar idi parek baino indar gehiago''. Finalmente tenemos a ''Herioa'' quien viene a buscarnos y contra quien luchamos: el que se encuentra debilitado caerá fácilmente. Este combate se sigue con preocupación en la comunidad (sobre todo si el enfermo es joven), que hablará con naturalidad de vencido, de ataque, de remisión, de fuerza, etc. Al margen de este contexto, al que el discurso de la iglesia deberá acomodarse, existe una “lectura de las señales”.
Estas últimas son esencialmente de dos tipos: 1) eventos incongruentes, anormales (coincidencias, “contratiempos” sobre todo por la noche); 2) advertencias ofrecidas por la naturaleza misma y más concretamente por los animales. Las señales alertan a quien sabe entenderlas: ''laster norbait hilen da''. Bajo esta óptica es esencial saber leer la señal del maleficio, el aojamiento, ''belhagilea,'' , y demás conjuros, ''konjuratze,'' , que desean la muerte de tal o cual de entre nosotros, ''herioa desiratzea''.
Finalmente, tenemos algunas razones para creer que para muchos compatriotas nuestros de los “viejos tiempos”, los muertos seguían ejerciendo alguna actividad entre nosotros en forma de almas errantes, ''arima'' ''erratiak''. Verdaderos seres intermediarios, estas ánimas errantes, siempre activas, moradoras de las sombras pero también del fugitivo destello, del aliento expirado profundamente, entraban muy difícilmente en la antecámara que la Iglesia les preparaba en espera de ese gran juicio que presuntamente sería el último. Tenemos algunas razones para creer que aunque los difuntos se marcharan, no necesariamente desaparecían. En el fondo, la Iglesia no podía contradecir esta idea, sino recogerla, dándole un sentido especial (así, al niño muerto Dios lo convierte en ángel).
La agonía ha dado lugar a prácticas que resaltan el carácter de acontecimiento público que revestía el tiempo de la muerte. Aquí en principio es donde interviene un personaje clave de las prácticas que se inscriben al margen del ritual eclesiástico, la sacristana, ''andere serora''. Ella es quien se encarga del tañido de las campanas de la iglesia y este mensaje tiene un doble sentido: 1) avisar a la comunidad de los vivos (incluyendo a los animales y a la naturaleza que marcan el paso, “viven al ralentí”); 2) ayudar al moribundo “consolándole”, “ayudándole a marchar”. De este modo, el moribundo sabía que, durante ese tiempo, él era el centro de todos los desvelos y que las oraciones le sostenían. Nadie muere solo ni abandonado.
== Creencias relativas a la muerte ==
Resulta muy difícil pronunciarse sobre este tema. Fuera de la lectura cristiana (la voluntad de Dios, ''Jainkoaren nahia)'' ) o fatalista (''azken arenaorena'', ''azken ozka''...''), la muerte se “vive” a la vez como una presencia y como una partida. A decir verdad, se trata de interpretaciones basadas en indicios, en formas de actuar que parecen haber sido compartidas ampliamente en los tiempos “más antiguos”.
La presencia se refiere a ''Herioa''. Cuando viene a buscar a la persona todo el mundo debe estar en guardia: los animales son llevados al establo. Esta llegada puede dejar como una huella que el fuego borrará, purificará.
La partida es la del “alma” o del “espíritu”, ''izpiritua'', ''arima'', que acompaña al último suspiro emitido, ''azken hatsa''. Bajo esta óptica, a veces se retiraba una teja del tejado y se sigue abriendo la ventana o la puerta de la habitación del que acaba de morir. El muerto nos ha dejado, ''joan zauku,'' , pero sus restos mortales no son inofensivos, hay que cerrarle los ojos cuanto antes para evitar que llame a alguien. En las expresiones utilizadas para describir este último tránsito que se han recogido, se percibe un mundo complejo, disperso y al mismo tiempo lleno de matices. Naturalmente, la visión cristiana, tal y como la imponía la Iglesia, desempeñaba plenamente su función. Bajo esa óptica, la muerte era separación, pero también presentación ante el tribunal supremo y acceso, ciertamente poco garantizado, a un cielo donde reina un Dios que nos pide cuentas.
== El duelo doméstico y familiar ==
Se le da aviso al primer vecino, quien a su vez se encarga de avisar al ayuntamiento y a la parroquia. En principio, suele ser la sacristana quien le entrega la cruz mortuoria que llevará respetuosamente hasta la habitación de su vecino; mientras ella toca la campana para avisar al pueblo y sus alrededores. A menudo se sigue un determinado “código” dependiendo de si el difunto es hombre, mujer o niño.
El primer vecino, así como el segundo a veces, (estos vecinos se encuentran definidos en función de criterios que hemos intentado especificar) se reúne con la familia y confecciona la lista de parientes que hay que avisar. El primer vecino distribuye esta tarea entre sus vecinos cercanos y otros en caso de necesidad, así investidos de la función de mensajeros de la muerte, ''hil mezukari''; por su parte, se reserva para él la distancia más larga. El anuncio, ''hil abertitzia, '', tiene como finalidad informar del fallecimiento e indicar la fecha del funeral. También se les avisa a algunos animales (vacas, ovejas, abejas, perros) y de ello se encarga algún miembro de la familia. Algunos de estos animales podían estar de luto durante un tiempo más o menos largo, especialmente las abejas y las ovejas: se las guardaba encerradas, se impedía el sonido de las esquilas o se les colocaba un trapo.
Existe finalmente como una especie de eco al anuncio con el toque a muerto que resuena tres veces al día, al amanecer, al mediodía, y al anochecer: ''argitzian, eguerdian, eta ilhuntzian.''.
== Preparativos de la comitiva ==
Un nuevo personaje interviene que en muchas localidades sigue siendo el encargado de organizar el funeral, el carpintero. Él es quien coloca al difunto dentro del ataúd, rápidamente fabricado, con alguno de sus ayudantes o con el primer vecino. Según la costumbre, la familia no debe manipular el cuerpo ni asistir a su desaparición. Se suele envolver al fallecido en una mortaja, a veces con su cabeza apoyada en un pequeño cojín; se le viste con su mejor traje o vestido. Con los pies en sus zapatos y la boina en la cabeza, se marcha de viaje. Nos encontramos en la víspera o en la mañana del funeral.
El ataúd se presenta entonces en un edículo formado por lienzos decorados con ramas. En Baja Navarra, el carpintero ha edificado en el vestíbulo,'' eskaratze'', contra la puerta de entrada, una pequeña capilla con lienzos que las vecinas adornan con ramos verdes (boj, laurel). El lienzo del fondo es especial, se denomina ''hil mihisia''. El carpintero coloca el ataúd sobre dos sillas en el centro de este espacio cerrado. En cada lado dispone cirios en candelabros proporcionados por la familia o recogidos en la vecindad (cada casa inscribe su nombre en la base para recuperarlo luego). Dos objetos simbólicos cobran importancia: un crucifijo de mármol comprado por el primer vecino (que se colocará en el monumento funerario), así como el ''ezko'' de la casa (cirio de luto utilizado en la iglesia durante las misas de honras).
Generalmente, la primera vecina, acompañada por su marido, recibe a los visitantes a la entrada del vestíbulo.'' ''Lleva a los parientes a la cocina donde se encuentran los moradores de la casa.
La hora del funeral se acerca; las vecinas visten a las mujeres con sus pesadas capas, ayudan a los hombres a sujetar las capas de luto, a anudar las corbatas.
En este campo reina una extrema variedad que volvemos a encontrar hasta cierto punto en el tipo mismo de traje funerario y en la manera de llevarlo. Este último aspecto es particularmente evidente en el caso del hombre, que es sin embargo el elemento más pasivo, por no decir el más insignificante, dentro del ritual.
Esta temática reviste un grado elevado de complejidad ya que corresponde a realidades de país: existen procederes que encontramos por todo Zuberoa, otros, muy abigarrados, hacen de Baja Navarra un mosaico de particularidades. No obstante, por todas partes la vecindad constituye el trasfondo a partir del cual se organiza y despliega el fasto de esta comitiva dentro de la cual la Iglesia ocupa un lugar, cierto, pero únicamente el suyo. Esta hermosa escenificación del drama y del dolor vividos conjuntamente en comunidad'', ''evoca los fastos de los siglos XVII y XVIII.
== El funeral ==
A la salida de la casa, ''etxe, ''por lo menos en Baja Navarra, el carpintero organiza el cortejo. En la entrada del templo, la ''andere serora,'' , lo recibe. El primero representa a una comunidad que celebra la muerte de uno de los suyos y la segunda a esta misma comunidad quien lo acoge en un lugar donde, mediante la liturgia, la Iglesia dará su verdadero sentido a la muerte y por tanto a la vida.
La misa de funeral ofrece poca variedad. Sus rasgos más notables pertenecen a una especie de religión “doméstica”. Aparecen con claridad en los siguientes aspectos: 1) Importancia de la sacristana que ejerce como “maestra de ceremonia”; 2) Papel y presencia activa de la primera vecina; 3) Colocación de la gente y especialmente de las mujeres en la tradición más antigua; 4) Manipulación de los tipos de luces, según su propia naturaleza (''ezko'', ''xirio'').
== Ofrendas ==
== Leyendas en torno a la muerte ==
No existen “leyendas sobre la muerte” propiamente dichas en este territorio, a lo sumo, algunas historias estereotipadas sobre ''arima erratiak'' así como tópicos y prácticas alejadas de cualquier racionalidad. Es raro que ''Herioa'' se perciba como una entidad y que algún informante la describa. Un ritual funerario arraigado y estructurado hace que se asimile el momento fatal, y el paso de la casa, ''etxea'', a la morada eterna.
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