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En Carranza (B) se practicaba en los caminos, durante el otoño. Se trazaba un círculo en el suelo colocando la ''tingla'' en el centro (ver dibujo). Los participantes se repartían en dos equipos, uno de los cuales se quedaba junto al círculo para iniciar el juego, mientras que el otro se alejaba. Los niños del equipo que jugaba lanzaban la ''tingla'' por turno. El primero en hacerlo la ponía en medio del círculo y antes de golpearla gritaba: «Tingla». Los que permanecían distanciados contestaban: «Venga, que no se detenga». Entonces, con la ayuda del ''palo'', golpeaba la ''tingla'' en uno de los extremos rebajados y al saltar al aire le volvía a atizar para arrojarla lo más lejos posible. Si fallaba tenía otras dos oportunidades.
 
[[File:4.131 Elementos del juego de la tingla. Carranza (B).png|center|400px|Elementos del juego de la tingla. Carranza (B). Fuente: Luis Manuel Peña, Grupos Etniker Euskalerria.|class=grayscalefilter]]
Tras lanzar la ''tingla'' depositaba el ''palo'' en el centro del círculo. Uno de los niños contrarios iba hasta donde había caído, la recogía y la lanzaba hacia el círculo tratando de acertar a dicho ''palo''. Era difícil que lo lograse, pero si lo conseguía eliminaba a todo el equipo y era el suyo el que pasaba a jugar. De no ser así, el que había jugado primero trataba de alejar de nuevo la ''tingla''. Tenía para ello tres oportunidades. Si la ''tingla'' había caído sobre suelo duro, para golpearla repetía los mismos movimientos efectuados con anterioridad dentro del círculo; si estaba sobre barro, introducía el palo por debajo de la misma, pero sin moverla, y luego la elevaba y le sacudía.
En este caso no se trazaba un círculo para jugar sino que se hacía un ''puente'' (ver dibujo), consistente en un palo apoyado sobre dos piedras dispuestas en el suelo y separadas una cierta distancia. Los instrumentos de juego tenían además denominaciones ligeramente distintas.
 
[[File:4.132 Para jugar a la tinguila. Carranza (B).png|center|400px|Para jugar a la tínguila. Carranza (B). Fuente: Luis Manuel Peña, Grupos Etniker Euskalerria.|class=grayscalefilter]]
El que lanzaba primero se colocaba al lado del puente con la ''tínguila'' en una mano y la ''paleta'' en la otra. Arrojaba la ''tínguila'' al aire y la golpeaba con la ''paleta''. Si fallaba tenía otras dos oportunidades para conseguirlo.
Los componentes del equipo contrario preguntaban entonces al lanzador a ver cuántas ''manillas'' de separación mediaban entre el puente y el punto donde había quedado el ''pilocho''. Si éste respondía con un número mayor que el real quedaba eliminado. Si acertaba o pedía una cantidad inferior, se le anotaba el número de ''manillas'' pedido y no el real. Si no era eliminado volvía a repetir jugada, pero si perdía le sustituía otro miembro de su equipo y así hasta ser descartados todos, en cuyo caso los equipos intercambiaban sus papeles y seguían jugando.
 
[[File:4.133 Golpeando el filocho. Laguardia (A) 1986.png|center|400px|Golpeando el filocho. Laguardia (A), 1986. Fuente: Archivo particular Gerardo López de Guereñu.|class=grayscalefilter]]
En Laguardia (A) se jugaba habitualmente por Cuaresma. Tomaban parte principalmente niñas. El desarrollo del juego era el siguiente: Se formaban dos equipos de tres, cinco o más participantes. Uno de ellos se situaba al lado de dos piedras sobre las que se colocaba un palo. El equipo adversario a unos ocho o diez metros de ellas. A los gritos de «¿tiro?», «¡tira!», la primera jugadora del equipo que se hallaba junto a las piedras lanzaba el ''filocho'' y las contrarias intentaban atraparlo al vuelo. En caso de conseguirlo, la lanzadora quedaba eliminada y cedía su puesto a la segunda.
Si caía al suelo, una niña del equipo contrincante lo recogía y tras dar tres zancadas de aproximación a las piedras lo lanzaba contra las mismas o tratando de hacerlo pasar por debajo del palo que se apoyaba en ellas. Si lo conseguía, la primera en haberlo lanzado quedaba eliminada. Si no ocurría nada de esto, la lanzadora volvía a golpearlo en uno de sus extremos afilados con el palo más largo para elevarlo en el aire, poder atizarle de nuevo y alejarlo lo más posible de las piedras. El ''filocho'' era golpeado hasta tres veces.
 
[[File:4.134 Repeliendo el ataque. Laguardia (A) 1986.png|center|400px|Repeliendo el ataque. Laguardia (A), 1986. Fuente: Archivo particular Gerardo López de Guereñu.|class=grayscalefilter]]
Si una niña conseguía puntos para su equipo en su jugada, seguía lanzando el ''filocho'' y así iba liberando a sus compañeras eliminadas que nuevamente podían volver a lanzar. Ganaba el equipo que más puntos acumulase.
Serafín Argaiz Santelices<ref>Serafin ARGAIZ SANTELICES. “Los juegos infantiles en Navarra” in ''Vida Vasca'', XXXIII (1956) pp. 161-163.</ref> detalla una versión de «El irulario» similar a las anteriores. De ella cuenta que intervienen dos participantes de tal modo que uno se sitúa en el interior de un círculo trazado con el palo y cuyo radio es igual a la longitud del brazo de quien lo traza más la del palo. El otro jugador es nómada y se coloca de acuerdo con las incidencias del juego. El primero lanza fuertemente una pequeña pieza de madera aguzada en sus extremos para ser recogida por el contrincante, quien trata de echarla al interior del círculo. Cuando esto sucede, se permutan los puestos. Mientras no se logre, se repite el lanzamiento con una modalidad nueva cual es la de elevarlo golpeando uno de los extremos afilados para que brinque y atizarle en el aire un buen golpe. Esta operación se repite tres veces, y por ello el nombre euskérico, ''irulario'', del juego.
 
 
[[File:4.135 Le batonet. Grabado de J. Stella s. XVII.png|center|400px|Le batonet. Grabado de J. Stella, s. XVII. Fuente: Stella, Jacques. Juegos y Pasatiempos de la Infancia. Grabados de Claudine Bouzonnet Stella. Palma de Mallorca, José J. de Olañeta, Editor, 1989.|class=grayscalefilter]]
José Joaquín de Arazuri<ref>José Joaquín ARAZURI. ''Pamplona estrena siglo''. Pamplona, 1980, pp. 17-19.</ref> recoge una versión más de este entretenimiento conocido en Pamplona (N) también como «El irulario». Señala que era el rey de los juegos de la calle y supone que adquirió supremacía sobre los otros por tratarse de una modalidad que, a través de los años, fue prohibida por el riesgo para los peatones. Esto indudablemente estimulaba a los mocetes a practicarlo, ya que al placer del juego se añadía el del riesgo de caer en manos del ''ja'', como se llamaba al guardia municipal.
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